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La pandemia nos obligó a examinar cada comportamiento.
Entre los diversos desafíos de nuestra situación actual, se encuentra el hecho de que frecuentemente tenemos que operar en contra de nuestros instintos. Cuando normalmente abrazaríamos a alguien, tenemos que mantenernos alejados. Cuando normalmente saldríamos de casa o entraríamos a un comercio con el rostro descubierto, tenemos que recordar ponernos nuestras mascarillas. Cuando normalmente nos encontraríamos con un amigo en un restaurante, tenemos que recordar que están todos cerrados y si están abiertos, yo y mi esposo en verdad no nos sentimos cómodos comiendo allí.
Si servimos alimentos a cualquiera que no sea de la familia, incluso si es al aire libre y cuidando el distanciamiento social, con frecuencia debe estar empaquetado previamente. No podemos acercarnos demasiado a nadie, aunque sus mascarillas bloqueen nuestra capacidad de escuchar una palabra de lo que dicen. Si viajamos, no podemos llegar a conocer a los habitantes locales, ni siquiera a otros turistas. Constantemente tenemos que restringir nuestros instintos de amistad, intimidad, contacto interpersonal, socialización… lo que sea.
Y es frustrante. Muy frustrante.
Pero hoy comprendí (fui un poco lenta para asimilarlo) que también podemos aprender algo de todo esto. Porque un aspecto esencial de vivir una vida judía es no reaccionar sólo por instinto, sino actuar de forma reflexiva y consciente.
En tiempos "normales" esta actitud está fuera de sintonía con nuestro mundo acelerado. Pensar antes de hablar corta la conversación. Corres el riesgo de convertirte en un paria social. Mucho más si te abstienes de chismorrear sobre los demás. Pensar antes de actuar te adhiere la etiqueta de "aguafiestas". Todos los demás participan en esa divertida actividad, ¿por qué tú no? Pensar antes de tomar una decisión, deliberar sobre tus palabras y comportamientos, es la forma de ser que prescribe la Torá. Pero todo eso parece inadecuado en la sociedad moderna.
El Coronavirus obligó a que todo esto cambiara. Ahora cada comportamiento debe ser analizado. ¿Debo ir allí? ¿Debo hacer eso? ¿Debo salir a caminar cuidando la distancia social con mi amiga si ella recién se está recuperando de COVID-19? ¿Debo enviar mis hijos a la escuela y tomar el riesgo médico o mejor dejarlos en casa con los consecuentes desafíos emocionales y psicológicos? ¿Debo pedir comida del restaurant para apoyarlos o mejor que sólo confíe en mi propia cocina? ¿A quién debo dejar entrar a mi círculo de protección y a quién debo dejar afuera? ¿Qué hago con mis abuelos ancianos y aislados?
Nuestras palabras también requieren mucho pensamiento. Como no podemos confiar en el contacto físico, nuestras palabras son mucho más significativas. Tenemos que transmitir no sólo pensamientos, sino también sentimientos. Además, esto se hace a través de una mascarilla o por Zoom, por lo que el efecto se ve limitado. Cada palabra debe analizarse y planificarse cuidadosamente.
Aunque algunas de estas cosas nos parezcan poco naturales, creo que en definitiva es para nuestro propio bien. Y aunque yo, como el resto del mundo, espero y rezo que podamos retornar muy pronto a los tiempos "normales", me gustaría que no regresemos a ese ritmo vertiginoso demasiado rápido. Me gustaría que detuviéramos un poco el ritmo, que hayamos aprendido a valorar la fuerza de la deliberación, de pensar detenidamente y contemplar antes de hablar y de actuar.
Este virus tuvo muchas consecuencias negativas. Pero quizás, también tuvo algunas consecuencias positivas.
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