La inquisición española y mi retorno al judaísmo

19/06/2024

11 min de lectura

Volverme judía fue mi mayor acto de rebeldía.

El día de mi conversión fue el gran eslabón cósmico entre mi pasado, mi presente y mi futuro. Aunque ocurrió hace muchos años, lo recuerdo como si hubiera sucedido hace unas pocas horas. Puedo sentir mi corazón acelerado, el nudo de lágrimas cerrando mi garganta, y la respiración nerviosa ante el abrumador compromiso que estaba asumiendo. Todavía escucho las palabras "kasher, kasher, kasher" haciendo eco en mi mente y las aguas cálidas de la mikve abrazando mi cuerpo, transformándome en un nuevo ser.

La escuela católica

A veces la realidad es más extraña que la ficción. Crecí en la ciudad de Caracas, Venezuela, en una maravillosa y unida familia rodeada de primos, tías y tíos. Pasábamos más tiempo con la familia de parte de mi madre, quizás porque vivían al lado de mi abuela materna, una mujer que tenía mucha fuerza y control sobre cada pequeño detalle de su familia. Me criaron con excelentes valores familiares, muchísimo respeto por la autoridad y un enorme temor al cielo. También me educaron como católica.

Mis padres me enviaron a una escuela católica durante casi toda mi vida. Pero sabía que había gente de otras creencias porque teníamos un vecino que era cristiano evangélico.

Cuestionar la fe se consideraba un acto de rebeldía.

Siempre fui una persona profundamente religiosa. En la escuela participaba con gusto en misa y rezaba con fervor cada noche con las únicas herramientas que me habían enseñado mis mentores. Pero mientras crecía, había muchas preguntas rondando por mi cabeza. La escuela católica era un gran lugar para las almas complacientes; pero para mi alma buscadora resultó ser una pesadilla. Cada vez que tenía una pregunta en clase, si me atrevía a formularla, me despreciaban porque debía aceptar lo que me enseñaban con el corazón, no con la mente. En general, cuestionar la fe se consideraba un acto de rebeldía.

Algunas monjas eran muy simpáticas, otras eran increíblemente lejanas y daban miedo. En el colegio se hacía mucho hincapié en vestir con "modestia". No podíamos maquillarnos, pintarnos las uñas ni teñirnos el cabello. Teníamos que usar nuestros modestos uniformes. Pero en casa podíamos usar lo que quisiéramos, por más pequeño que fuera. De hecho, el lema era: "si lo tienes, alardea". Venezuela es conocida por sus concursos de belleza y sus hermosas mujeres. El sueño de toda joven es ser considerada bastante bella como para participar en el certamen de Miss Venezuela. Yo no era una excepción a ls regla y mis padres sintieron mucho "orgullo" cuando gané varios concursos de belleza, desde primer grado hasta la escuela secundaria.

Este mensaje contradictorio me confundía aún más. ¿Por qué alguna querría seguir el ejemplo de las monjas de vestir con modestia si recibíamos mucha más atención cuando no lo éramos? ¿Por qué las monjas predicaban la modestia y después organizaban concursos de belleza para celebrar el fin del año escolar? ¿Por qué debía esforzarme para ser modesta cuando nunca me dieron una explicación ni una razón para serlo?

Crecer en este medio tan desconcertante me llevó a cuestionar todavía más la autoridad. A veces miraba fijamente a las monjas de la escuela y me preguntaba: ¿Por qué se visten así? ¿Qué tienen ustedes que las hace estar espiritualmente más cerca de Dios que yo? ¿Cómo saben qué es lo que Dios quiere de ustedes? ¿Qué clase de madre habrían sido? Necesitaba respuestas a mis preguntas. Necesitaba saber que había una forma de lograr acercarme a Dios sin tener que volverme como ellas. Necesitaba libertad para poder habalr con Dios directamente. Necesitaba la verdad.

Así que comencé a buscar más. Por alguna razón, siempre me fascinó el judaísmo. NO sabía anda, pero estaba desesperada por saber más. Sólo sabía sobre los judíos por el Antiguo Testamento, pero también sabía que ese pueblo seguía existiendo. Por mi cuenta, comencé a leer y a aprender más sobre los judíos, convencida de que ellos tendrían una respuesta. No me imaginaba que esa búsqueda me llevaría tan lejos… de regreso a casa.

Mi familia conversa

La primera vez que vi un judío fue un sábado cuando viajamos a visitar a mis abuelos paternos. Vimos varios hombres con barba, sombreros y abrigos negros caminando por las calles del barrio de mis abuelos. "¿Quiénes son esos hombres?", le pregunté a mi padre. "Son judíos". Luego mencionó que la casa de mi abuelo se encontraba en la comunidad judía. Siempre sentí aprensión respecto a mis abuelos paternos. Eran muy ancianos y estrictos; en especial mi abuelo, quien simplemente se sentaba en su silla "especial" en la que nadie tenía permitido sentarse. Mis hermanas y yo no teníamos permitido levantarnos del sofá y correr como niños normales.

"¿Qué quiere decir que nuestra familia es judía? ¡Nunca oí eso!"

Un día le pregunté a mi tía Sara que vivía con mis abuelos, si ella sabía que su casa estaba en la comunidad judía. Su respuesta cambió mi vida para siempre. En un susurro, asegurándose que mi abuelo no la escuchara, me dijo: "Por supuesto que sé que nuestra casa está en la comunidad judía. A fin de cuentas, nuestra familia tiene origen judío. Nuestro apellido fue cambiado de Peres a Pérez".

No podía creer lo que estaba escuchando. "¿Qué quiere decir que nuestra familia es judía? ¿De qué hablas? ¡Nunca oí hablar de esto!"

Ella me contó que la familia había llegado desde España unos cientos de años después de la inquisición española y se estableció en Venezuela. Ellos cambiaron su nombre para evitar la persecución. "¿Quieres decirme que nunca te preguntaste por qué todos nuestros nombres son nombres judíos?"

Tuve que sentarme para recuperarme. Cientos de imágenes y situaciones pasaron rápidamente ante mis ojos. Todas las cosas extrañas que hacía la familia de mi padre no eran idiosincrasias, sino meras tradiciones familiares que se remontaban a la época de la inquisición. Había encontrado la pieza perdida del rompecabezas. Estaba más cerca de la verdad de lo que nunca había estado. Tenía una razón para acercarme a la fascinante religión que me obsesionaba. Iba en dirección a la verdad. A fin de cuentas, mi familia era judía, ¿o no?

De inmediato comencé a investigar y a leer sobre la inquisición. Aprendí que los judíos en España habían sido tremendamente prósperos y relativamente aceptados durante los primeros años, bajo gobierno musulmán, a principios del siglo X. Pero sufrieron persecuciones de los cristianos ibéricos, tal como los pogromos en Córdoba (1011) y Granada (1066). Estos ataques continuaron con la "Reconquista" y para el siglo XIV los cristianos habían tomado de los musulmanes la mayor parte de España. Muchos judíos decidieron escapar de esos ataques convirtiéndose al catolicismo. Esos eran los judíos más adinerados y no querían renunciar a su estatus social y comercial. Los llamaban "conversos".

Muchos de esos conversos practicaban el judaísmo en la clandestinidad, haciéndose pasar externamente como católicos. Vivían cerca de sus hermanos judíos y algunos incluso permanecían activos en las comunidades judías. Al principio, esta solución resultó beneficiosa y muchos conversos tuvieron mucho éxito. Pero, inevitablemente, ese mismo éxito despertó la envidia entre los españoles católicos, que denunciaron a los conversos infieles ante las autoridades. En esa época, muchos conversos practicaban varias costumbres judías que para los católicos eran señales inequívocas de que esas personas no eran conversos verdaderos y que seguían vinculados espiritualmente a su pasado judío. Estos conversos fueron llamados marranos (cerdos) o cripto-judíos, y se convirtieron en el foco de atención de la inquisición.

(Izquierda) La abuela de Reyna el día de su boda secreta. (Derecha) El tatarabuelo de Reyna, General Guillermo Isaac Pérez Tellería.

Mi investigación sobre los marranos me llevó a entender que mi familia era parte de ellos. Siempre me había preguntado sobre las raras costumbres de la familia de mi padre. Las primeras anécdotas que puedo recordar se conectan con la comida. A diferencia de la mayoría de los venezolanos, mi abuela acostumbraba a preparar toda clase de platos con berenjenas, especialmente berenjenas fritas. Aunque los árabes llevaron las berenjenas a España, fueron los judíos de España quienes disfrutaban especialmente de esta verdura y luego la llevaron a Sudamérica tras la expulsión (alrededor de 1650). Los judíos españoles eran tan aficionados a las berenjenas que incluso la poesía satírica de la época hacía referencia a esta preferencia. Mi abuela también hacía un postre llamado Cabello de Ángel, que más tarde supe que era de origen marrano y otro postre llamado Mazapán, que era un clásico entre las familias conversas. Lamentablemente, miles de marranos fueron asesinados por apegarse a sus costumbres culinarias. De hecho, los documentos de los juicios de la inquisición (que siguen disponibles después de todos estos años), están repletos de testimonios de criadas o vecinas que testifican ante el tribunal contra los conversos que preparan esos platos. Lamentablemente, la inquisición utilizó información cultural para construir casos contra conversos que eran examinados por herejía.

Al hablar con mis parientes, descubrí más información. Mi abuelo tenía una casa en el pueblo de Zaraza, en el estado de Guarico, el primer pueblo donde se asentó mi familia. Ellos llegaron en barco en el siglo XVIII desde el río Unare que desemboca en el Mar del Caribe. Hoy en día tengo en mi posesión una de las valiosas piezas de porcelana fina que la familia trajo al Nuevo Mundo. Se trata de una salsera del año 1767. Mi padre recuerda que en la casa de Zaraza había dos cuadros que siempre lo desconcertaron. Uno era un cuadro de la Reina Estar señalando a Mordejai y el otro se llamaba "La plegaria de Ester". La historia de Purim no tiene ninguna relevancia real en la religión católica. Yo ni siquiera conocía esta historia hasta que me volví judía. Descubrí que la reina Ester era la heroína de los judíos conversos porque ella era la judía oculta por excelencia.

También tengo los valiosos candelabros de mi abuela, muy antiguos, de cristal de baccarat, que reposan al lado de mis velas de Shabat. Cada viernes se me pone la piel de gallina sólo de imaginar a mis parientes encendiendo esos viejos candelabros con la esperanza de poder algún día practicar el judaísmo en público.

Uno de mis tíos recuerda haber visto una menorá e incluso kipot en la casa de Zaraza. Muchas personas recuerdan cómo mi abuelo celebró una boda privada a medianoche a la que sólo asistieron unos pocos invitados, quizás porque la ceremonia debía permanecer en secreto por el resto de la eternidad. Muchos judíos conversos "sacrificaban" a un miembro de la familia a la iglesia para que se hiciera sacerdote y que de esta forma no quedara ninguna duda respecto a que la familia realmente era devota al cristianismo. Muchos celebraban la misa en sus hogares, dirigidos por el supuesto sacerdote de la familia. Uno de los tíos de mi padre era sacerdote, aunque luego renunció al sacerdocio, y muchas veces se celebraba una misa privada en la casa de mi abuela.

Sólo después de que falleció mi abuelo, cuando yo tenía 15 años, salieron a la luz muchos otros "secretos". Mi abuelo tenía guardado bajo llave en su habitación muchas fotos y documentos que ayudaron a la familia a reconstruir el pasado. Los nombres de mis ancestros e incluso de los miembros de la familia en la actualidad, son en su mayoría nombres judíos. No sólo tenemos familia de conversos en nuestra genealogía, sino también de judíos europeos (la primera esposa de mi tatarabuelo fue Carmen Martin Rosenberg). Mi tatarabuelo fue el General Guillermo Isaac Pérez Tellería. Él recibió el título honorario de General por financiar parte de la guerra de independencia de Venezuela. (Venezuela era una colonia española).

Entre los hallazgos más sorprendentes y a la vez macabros, se encuentran varias obras de arte hechas con cabello de difuntos. Mi familia siempre estuvo obsesionada con conservar un mechón de cabello de un ser querido. Aún recuerdo que en la casa de mi tío había enmarcado y colgado en la pared un mechón de cabello de mi abuela. Tanto mi prima como yo poseemos una de estas obras de arte, que datan de principios del siglo XIX. Se trata de representaciones del entierro de un pariente, sin ningún objeto de devoción cristiana. (De hecho, hace poco descubrí que el mausoleo de la familia en Zaraza se construyó originalmente sin ningún símbolo cristiano, sólo un libro abierto y los nombres de los difuntos). Las representaciones artísticas son increíblemente delicadas, hechas con mechones de cabellos de las personas fallecidas. Tal vez hicieron esto con la idea de que el cabello de una mujer, normalmente cubierto, contiene la esencia de la santidad de esa persona. La fecha de nacimiento de esta persona que figura en la obra es 1802. Considerando que la inquisición fue abolida en 1834, es posible que su familia pensara que no podían hacer un entierro judío público.

Recuerdo haber ido con mi padre al cementerio a visitar a nuestros parientes. En vez de llevar flores, buscábamos pequeñas rocas y las poníamos sobre las tumbas. Siempre me pregunté por qué hacíamos eso; no creo que mi padre lo haya sabido. Ahora sé que es una costumbre judía.

Estas costumbres secretas fueron el catalizador para la inquisición española, que comenzó a espiar a los conversos en 1480. A lo largo de 12 años, miles de conversos fueron torturados y quemados en la hoguera. En el año 1492, el rey Fernando y la reina Isabel, ayudados por la iglesia católica, decidieron que mientras quedaran judíos en España, siempre habría conversos que tratarían de cumplir el judaísmo en secreto. En consecuencia, decidieron que todos los judíos debían partir de España o convertirse. El Decreto de la Alhambra (también conocido como el Edicto de Expulsión) fue emitido el 31 de marzo de 1492, ordenando la expulsión de los judíos del Reino de España y sus territorios para el 31 de julio de 1492. El castigo para cualquier judío que no abandonara el país y no se convirtiera para esa fecha, sería la muerte.

Al único judío que le permitieron quedarse bajo cualquier circunstancia fue Don Isaac Abarbanel, un importante erudito de Torá que actuaba como ministro de economía de España. Él era demasiado valioso para el reino para perderlo. Abarbanel utilizó su influencia y su dinero para tratar de convencer a los monarcas para que revocaran el edicto, ofreciéndoles tanto dinero que el rey llegó a dudar. Sin embargo, el malvado Torquemada (el inquisidor general de España) convenció a los monarcas de no volverse atrás. Abarbanel sólo consiguió que el plazo se prorrogara dos días más. Por lo tanto, la fecha de la expulsión cayó el 2 de agosto de 1492 (el nueve de av de 1492), la fecha más espantosa de la historia de los judíos.

Desgraciadamente, muchos conversos terminaron aceptando la religión que los oprimió.

No hay unanimidad respecto al número exacto de judíos que abandonaron España, pero las cifras varían entre 130.000 y 800.000. Una fuente primordial, el Meam Loéz (escrito en ladino, el idioma de los judíos de España), en su sección sobre Tishá BeAv menciona que un tercio de la población judía española murió por su fe, un tercio se convirtió y un tercio salió al exilio. Dicen que los judíos que partieron de España ese día, incluyendo a Don Isaac Abarbanel, partieron entonando cánticos de alegría y elevando plegariss de agradecimiento a su Creador por haber resistido la prueba y no aceptar convertirse. Les permitieron llevarse sus pertenencias, excepto oro, plata y dinero. La corona y los inquisidores confiscaron todas sus propiedades.

En la fecha de la expulsión, entre 50.000 y 70.000 judíos se convirtieron al catolicismo y permanecieron en España. Los historiadores estiman que entre 100.000 y 200.000 judíos se convirtieron durante la Inquisición. Pero la conversión no les garantizaba protección. Mi familia se esforzó mucho por seguir viviendo como católicos mientras mantenían muchas costumbres judías en la intimidad de su hogar. Nunca fue seguro porque muchos españoles delataban a los conversos ante las autoridades. Mi familia practico el judaísmo en secreto durante más de 100 años antes de partir desde España hacia Venezuela. Muchos conversos creyeron que podrían vivir una vida judía plena si se marchaban, pero la inquisición los siguió hasta América. Recién en el año 1834 finalmente terminó la inquisición española. Por desgracia, muchos conversos se perdieron y terminaron aceptando la religión que los oprimió.

Tishá BeAv y yo

Después de tantos años, la "chispa" del judaísmo que quedaba en mi alma se despertó entre las cenizas y se acercó a la Torá. Hay momentos en los que deseo que mi familia hubiera huido de España, dejando todo atrás. Cómo me gustaría que no hubiesen "cedido". ¡Cómo me gustaría hablar ladino en vez de hablar sólo español! A fin de cuentas, ¿qué mensaje les transmitieron a sus hijos cuando accedieron a la conversión? ¿Con qué autoridad podían esperar que sus hijos observaran el judaísmo cuando ellos no fueron suficientemente fuertes para ceder a su estatus y sus riquezas por la Torá? Pagaron un precio muy alto por tratar de hacer que la Torá "se acomodara a sus estilos de vida en vez de aceptar su legado y confiar que Dios finalmente se ocuparía de todos los detalles.

De mi familia, yo soy la única que "retornó" al judaísmo.

Pero elijo enfocarme en las cosas positivas que lograron mis ancestros. Siento que si hoy soy judía, esto debe significar que hicieron algo bien. No dudo que se debe al mérito de mis antepasados muriendo al Kidush Hashem, santificando el nombre de Dios, que tuve el privilegio de llegar a ser una judía completa.

Nunca podré juzgar la decisión de mis ancestros de convertirse al catolicismo ni imaginar lo que debieron soportar para ocultar su identidad judía. Pero el hecho es que muchos de sus descendientes terminaron siendo no judíos. De mi familia, yo soy la única que "retornó" al judaísmo. Eso me deja con una enorme responsabilidad de asegurar que mis descendientes sean judíos fuertes y orgullosos. Cada vez que preparo los platos marranos de mi abuela, siento que llevo adelante un acto de rebeldía y triunfo. Cuando comemos esta comida en Shabat no puedo evitar emocionarme: ¡la inquisición despareció y yo sigo viva! ¡No hay nada mejor que ver a mis hijos con tzitzit y kipot, disfrutando del mazapán!

Me siento orgullosa de que a pesar de que muchos miembros de mi familia murieran al Kidush Hashem, hoy mis hijos viven al Kidush Hashem.


Ve aquí nuestro capítulo de MazelTalks en donde conversamos de forma exclusiva con Reyna Simnegar

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Ernesto
Ernesto
4 días hace

!!!!!!Maravilloso!!!!!!, Desde que uno de nuestros hijos abrazo el Judaísmo, hemos sentido la necesidad de buscar nuestras raíces, hay tantos recuerdos familiares, de costumbres y tradiciones que marcaron nuestras infancias, sin embargo, el tiempo y los siglos transcurrido hacen muy difícil la búsqueda de nuestros antepasados.

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