Guía paso a paso
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La combinación del brillo de las velas de Shabat y los hijos vestidos con sus ropas de Shabat generan un momento mágico.
Mi esposo y yo bendecimos a nuestros hijos todos los viernes por la noche. No hay nada tan poderoso como poner tu mano sobre la cabeza de tu hijo y recitar las palabras con las que nuestros antepasados bendijeron a sus propios hijos.
Hay 5 cosas que aprendí al bendecir a mis hijos:
Toda relación padre/hijo tiene sus problemas, algunos más difíciles que otros. Algunas semanas son peores que otras. Sin embargo, todo parece derretirse bajo la luz de las velas de Shabat. Desde muy pequeños, nuestros se acostumbraron a formar una fila por edad para recibir su brajá (bendición). Saben que en ese momento, todo lo que haya pasado entre nosotros queda de lado. Es un momento de conexión y paz.
La bendición está compuesta por dos versículos. El primero es específico para cada género:
Para los niños: Que Dios te haga como Efraim y como Menashé.
Para las niñas: Que Dios te haga como Sará, Rivká, Rajel y Leá.
El segundo versículo, que viene de la Torá, es la bendición sacerdotal:
“Que Dios te bendiga y te proteja. Que Dios haga resplandecer Su rostro hacia ti y te agracie. Que Dios eleve Su rostro hacia ti y te conceda la paz”.
Esta bendición incluye una plegaria para que Dios siempre te proteja y que siempre sientas Su amor y protección.
Cuando bendigo a mis hijos, me enfoco en rezar para que ellos sientan que todo lo que pasa es para bien y para que Dios los ayude a actuar de una forma que Lo enorgullezca.
La bendición estándar está compuesta por estos dos versículos, pero puedes agregar tu toque personal.
Cada persona tiene un versículo de la Torá que corresponde a su nombre hebreo. Mi esposo comienza su bendición con ese versículo y le da a cada niño un abrazo de oso y un beso. Como nuestro segundo hijo partirá en unas semanas para ir a estudiar en Israel, este último año mi esposo llevó una cuenta regresiva hasta su partida: “¡Sólo 17 Shabatot más hasta que te vayas!”
Yo les doy un abrazo inmenso y un beso, y trato de elogiar a cada hijo: “Valoro toda tu ayuda de último momento antes de Shabat”. “Los brownies que hiciste huelen muy bien. No veo la hora de comerlos”.
La combinación del brillo de las velas de Shabat y tus hijos bañados y vestidos con sus ropas de Shabat, tiene algo que hace que el corazón se llene de agradecimiento. Yo trato de no permitir que ese sentimiento pase de largo sin agradecerle a Dios por Shabat y por la sensación de paz que descendió sobre nuestro hogar. Le agradezco a Dios por la abundancia de alimento que tenemos para celebrar Shabat. Finalmente, me concentro en agradecer por mi familia, por mi esposo y por el regalo de ser padres de cada uno de esos individuos únicos cuyo cuidado nos fue confiado.
Al pensar en todo lo que tengo para agradecer, también pienso en quienes no tienen satisfechas todas sus necesidades físicas, o en quienes sufren carencias espirituales. Pienso en esos niños que no tienen padres que los bendigan y me tomo un minuto para enviar plegarias y bendiciones en su camino.
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