Historias
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Joshua Kaufman se negó a dejar que sus espantosas experiencias durante el Holocausto le impidieran disfrutar la vida.
Joshua Kaufman es un hombre alegre, carismático y afectuoso. Es difícil creer que haya sobrevivido a Auschwitz-Birkenau y la Marcha de la Muerte a Dachau y Muhldorf. Todavía más, a los 91 años es un hombre muy divertido que probablemente tenga la postura más perfecta que cualquier otra persona que conocí en mi vida. Sus ojos oscuros brillan y sus largos miembros se mueven con presteza. Uno podría pensar que ha pasado años estudiando yoga o haciendo gimnasia y que mantiene una dieta completamente sana. Pero Joshua nunca fue miembro de un gimnasio y no come alimentos especialmente sanos. Su increíble postura sólo se puede explicar como consecuencia de su singular enfoque de la vida.
Joshua tenía apenas 15 años cuando le ordenaron separarse del resto de su familia y lo llevaron a la sección de trabajos forzados de Auschwitz-Birkenau. Él no tenía idea del cruel destino que esperaba a su familia. Sólo días más tarde, cuando vio el extraño humo que salía del otro lado del campo, descubrió el alcance de la maldad que lo rodeaba.
En vez de tratar de esconderse de los horrores que le esperaban en cada esquina, Kaufman decidió ofrecerse voluntariamente para cualquier trabajo que los nazis ofrecieran a los prisioneros para poder llegar a entender mejor de qué se trataba el lugar en donde estaba. Así fue como llegó a la espantosa tarea de tener que quebrar las partes fusionadas de los judíos asesinados. El gas letal que los nazis utilizaban causaba que los huesos de las personas que estaban cerca se pegaran entre ellos. Joshua se esforzó por dar a esos cuerpos un descanso digno; esos cuerpos podían llegar a ser de los 94 miembros de su propia familia que murieron en los campos.
No tenía tiempo para reflexionar ni para llorar, todo debía hacerse “con rapidez”.
Su espantoso trabajo alentó un feroz compromiso por lograr salir vivo del campo. Él alentó a sus compañeros a mantenerse fuertes y no ceder a la desesperación. Muchos hablaban de poner fin a esa pesadilla arrojándose sobre las cercas electrificadas. Él trataba de convencerlos para que siguieran luchando.
Lamentablemente, algunos que no pudieron seguir adelante. Cuando al amanecer veían los cuerpos de quienes se habían electrocutado durante la noche, Kaufman era el primero en revisar sus bolsillos. A menudo encontraba un pedazo de pan que le daba más fuerzas para sobrevivir.
Después de la liberación, Kaufman se reunió con su padre en Hungría. Pero él no podía permanecer demasiado tiempo en la tierra de sus opresores. Rápidamente compró un pasaje en un barco para Palestina, la patria a la que le suplicaba a su padre que llevara a la familia antes de la guerra. El barco estaba repleto y las condiciones estaban lejos de ser cómodas, pero Kaufman sólo sentía la alegría de su sueño casi cumplido. Cuando el barco se acercó al puerto de Yafo, se detuvo como a dos kilómetros de la costa. Les dijeron a los pasajeros que debían esperar que llegara un bote pequero paras llevarlos hacia el puerto. Pero Kaufman se sacó la ropa, saltó al mar, y nadó hasta llegar a la costa de la Tierra Santa.
Después de la guerra
Los oficiales que lo encontraron se quedaron estupefactos. Le preguntaron qué había hecho con sus documentos y sus pertenencias. Él les respondió que no tenía documentos ni bienes. Estaba allí dispuesto a dedicar fervientemente su alma al país.
Durante 25 años Kaufman sirvió en el ejército israelí y luchó en tres guerras, en el 1956, 1967 y 1973. Sin ninguna duda enfrentó muchos horrores en la zona de batalla. Pero cuando le pregunté si alguna vez tuvo miedo como soldado, Kaufman me miró sorprendido. “¿Miedo? Yo nunca tuve miedo. Estaba demasiado feliz de estar allí con mis hermanos y luchando por mi tierra”.
La falta de miedo fue lo que lo alentó a proponerle matrimonio a Margaret Rosenblum, una mujer húngara casi 15 años menor que él. Cuando fue a visitar a su padre a Brooklyn, un amigo sugirió que hicieran un viaje y organizó para que pasaran Shabat con los Rosenblum en Los Ángeles. Él apenas hablaba inglés, pero afortunadamente Margaret hablaba húngaro, idish y hebreo y se conectaron de inmediato.
Ella aceptó la propuesta y así fue como Kaufman comenzó una nueva vida en Los Ángeles. Le pidió a un amigo que vendiera sus pertenencias en Israel y comenzó a buscar un trabajo. Durante los últimos años se había dedicado a dirigir el equipo pesado del ejército de Israel. Fue a un sitio en construcción y le pidió a su esposa que preguntara si estaban dispuestos a contratarlo. Cuando los obreros descubrieron que tenía 45 años se rieron y le dijeron que buscara otra cosa.
Sin inmutarse, Kaufman decidió comenzar una nueva carrera como plomero. Estudió para su examen de matriculación hasta que finalmente logró dominar tanto el inglés como los conocimientos de plomería necesarios. En la actualidad sigue trabajando parcialmente como plomero, y conduce el mismo camión que compró en una subasta hace 40 años, con una bandera israelí y una de los Estados Unidos en el techo.
Joshua y Margaret Kaufman en su boda
Kaufman estaba ansioso por comenzar una familia y en unos pocos años fueron bendecidos con cuatro niñas.
Kaufman decidió brindarles a sus cuatro hijas la mejor experiencia de vida que estuviera a su alcance. Eso incluía una experiencia viva de su amado Israel. Aunque no podía afrontar tomarse un año sin trabajar, envió a Israel a su esposa y a sus hijas durante un año. Su objetivo era que pudieran aprender hebreo y realmente experimentaran la vida en su patria. Aunque su propia relación con el judaísmo es compleja, él envió a sus cuatro hijas a escuelas judías religiosas.
“Quería que ellas tuvieran la educación judía que yo no tuve, para que pudieran tomar sus propias elecciones respecto a cuán religiosas deseaban que fueran sus vidas”.
Al convertirse en padre
El simple departamento de Kaufman en Fairfax es un legado de su vida, con los muros decorados con fotografías y recortes de periódicos de sus diversas aventuras históricas. El centro es un gran retrato de la familia, al cual él se refiere como su “cuenta bancaria”. Detrás de su colchón hay una foto del campo de concentración de Auschwitz, donde estuvo prisionero, y si observas atentamente puedes ver en el cielo tres aviones de guerra israelíes en una conmemoración de Marcha por la Vida. Él nunca olvidará la oscuridad en la que vivió, a pesar de que no le teme.
“No puedes llegar a entender lo que fue. Puedes escuchar mis historias, puedes tratar de sentirlo, pero nunca podrás entenderlo”, me asegura.
Sin embargo, cuando algunas de sus historias del Holocausto me hacen llorar, Kaufman me ordena: “Debes ser feliz cada día. Disfruta la vida con tu esposo, ten niños judíos y asegúrate de mantenerte conectada con Israel”.
No puedo captar por completo la capacidad de Kaufman de hacer lugar a la vez para la luz y la oscuridad, hasta que recuerdo una enseñanza de la Torá.
De visita en Dachau
Iaakov se hundió en la depresión al pensar que murió Iosef, su hijo favorito. Durante todos los años que Iosef está alejado, Iaakov pierde la profecía. Ya no puede comunicarse con Dios y es una sombra de lo que solía ser. Podríamos decir que estaba en estado de trauma. Sólo después de saber lo que realmente había ocurrido con su hijo, Iaakov recuperó la profecía. En su viaje para reunirse con Iosef en Egipto, un país que en ese momento era el centro de la corrupción y la magia negra, Dios se le revela a Iaakov y le dice: “No temas descender a Egipto” (Génesis 46:3).
Iaakov temía porque su abuelo, Abraham, había recibido una profecía respecto a que sus descendientes serían esclavos en Egipto. Sin embargo, Dios le prometió a Iaakov que Él estaría con sus descendientes en Egipto durante su “descenso” y eventualmente los sacaría de allí. Con esta profecía, Iaakov fue capaz de internalizar que Dios está en todas las cosas, incluso en las malas, y que todo existe por una razón. Con este entendimiento, Iaakov revivió y logró acceder a las partes más elevadas de su alma.
¿Cómo logró Iaakov ese elevado nivel en ese momento de su vida? Él miró de frente a la oscuridad y comprendió que todo emanaba de Dios, entonces el miedo se disolvió. Quizás el compromiso de Joshua con la vida se vio alimentado por este mismo entendimiento.
Que todos podamos sentirnos inspirados por Joshua y por nuestro patriarca Iaakov para vivir con amor y coraje.
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