El rabino de la comunidad latina en Israel

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26/06/2022

3 min de lectura

La semana pasada, con tan sólo 68 años, el Rav Itzjak Abelson devolvió su alma al Creador después de luchar contra el cáncer por varios años.

México ha quedado atrás. El anhelado sueño de Jorge de vivir en Israel con su familia se ha vuelto realidad. Desde hace unos días, sin embargo, una creciente inquietud empaña su felicidad: “¿Cómo mantendré a mi familia? Nadie me conoce... ¡Y el idioma!”. De pronto suena su teléfono. Jorge atiende, algo desconcertado (nadie sabía su número aún). Una voz enérgica le habla casi gritando del otro lado: “¿¿Jorge?? Habla Abelson ¿Dónde estás? ¡Te estamos esperando hace días!”.

“Abelson… Abelson”, piensa él un poco aturdido. “¡Ah, sí! ¡El rabino al que tenía que llamar! Pero… ¿cómo me encontró? Ni siquiera me conoce...” La voz enérgica insiste: “Jorge, tómate un taxi y ven ahora a mi casa”. El final de la historia es conocido para muchos: en contadas semanas Jorge tiene trabajo, estudia Torá junto con otros latinoamericanos, y sus hijos fueron aceptados en buenos colegios.

Jorge es sólo un ejemplo entre cientos, o quizá miles. Porque también están Moisés de Venezuela, Dana de Argentina, Jaime de Colombia, Daniel de Chile, Yael de Uruguay, Rut de Panamá. Casados y solteros; conocidos y extraños; ricos y pobres; jóvenes y adultos; religiosos y seculares. La lista es larga. Sorprendentemente larga.

Hasta hace solo unos días, todas esas personas podían acudir a la calle Sorotzkin 21 en Jerusalem, a cualquier hora del día y para lo que sea que necesitaran.

Pero la semana pasada el Rav Itzjak Abelson, uno de los rabinos más importantes de la comunidad latina en Israel, devolvió su alma al creador a los 68 años, después de luchar contra el cáncer por varios años.

Su partida ha dejado una fisura, un antes y un después que la comunidad latina en Israel nunca había enfrentado.

Sólo al Rav Abelson se lo podía llamar a las tres de la madrugada; solo al Rav Abelson se le podía pedir ser aval de un préstamo (o cualquier otro tipo de garantía o trámite) que alguien necesitaba con urgencia; solo el Rav Abelson podía recibir con los brazos abiertos y verdadera felicidad a quienes lo habían tratado con ingratitud —y, muchas veces, después de haber hecho por ellos más de lo que un padre haría por su hijo.

Con él, también se ha ido uno de los modelos más tangibles de preocupación desinteresada por el prójimo. Quien lo conoció pudo ser testigo de una peculiar combinación de sencillez, amor desinteresado, sabiduría, bondad y practicidad.

Pero al mismo tiempo supo ser un verdadero “ajedrecista”, un hábil estratega que se las ingenió para engañarnos y mostrarse como una persona muy simple —cuando en realidad era un destacado erudito de Torá—. De hecho, el Rav Abelson fue un soldado tenaz que se negó a interrumpir su estudio incluso a pocas horas de su muerte.

La comparación con un soldado no sólo lo describe muy bien, sino que, si le hubieran preguntado cómo quisiera ser recordado, probablemente habría respondido que no como un rabino o un líder, sino precisamente como un soldado.

Molestarlo o causarle incomodidad no era tarea fácil. No obstante, si alguien deseaba hacerlo, la fórmula infalible era atribuirle algún crédito por ayudar a los demás.

En los días que han pasado desde su muerte, incontables anécdotas e historias inverosímiles brotan por todas partes. Solo por mencionar una (si escribiéramos todas llenaríamos volúmenes): cada viernes, en las horas del atardecer, cuando la gente estaba enfrascada en los preparativos finales para Shabat, el Rav Abelson recorría los pasillos de los hospitales y se acercaba a cada enfermo: a uno le contaba cuentos, al otro le cantaba, a este le contaba chistes…

Se destacaba no sólo por lo que hacía, sino también por lo que su presencia transmitía. Cuando uno miraba sus ojos se percibía algo que, aunque cuesta articularlo en palabras, podría describirse, quizás, como una conexión con algo antiguo y lejano en el tiempo; un cordón al que uno podía aferrarse que se prolongaba hasta el Monte Sinaí.

Junto con su devota esposa, construyeron un hogar donde todo el que no tenía familia en Israel (o quien no la tenía en absoluto) era bienvenido y se sentía en casa.

Mucho se está hablando de cuál fue su virtud más sobresaliente. Entre las distintas opiniones, oí la de alguien que me pareció ser la mejor: su mayor virtud era el equilibrio entre todas las virtudes.

Recemos para que la huella ejemplar que dejó en este mundo no haya sido en vano y que podamos perpetuar su legado.


Debido a su prolongada enfermedad, el Rav Abelson acumuló muchas deudas y se ha establecido un fondo para ayudar a la familia. Si deseas ayudar por favor haz clic aquí.

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