Este Pésaj nos visitó el Ángel de la Muerte

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Enfrentar nuestra mortalidad puede ayudarnos a entender de qué se trata la vida.

Este Pésaj el Ángel de la Muerte visitó a nuestra comunidad y en especial a nuestra familia, no sólo en Jad Gadiá al final del Séder, sino de forma real.

Mi suegro fue una de las decenas de personas que fallecieron de la comunidad judía de Gran Bretaña por esta plaga contemporánea de coronavirus. Yo fui el último miembro de la familia que estuvo con él, recité el Shemá al lado de su cama en el Hospital Real de Londres justo antes de su fallecimiento. Lamentablemente, este año el Ángel de la Muerte no "salteó" los hogares judíos de Inglaterra. La comunidad relativamente pequeña se vio devastada por las pérdidas.

Los judíos constituyen apenas el 0,3% de la población británica, pero representan un porcentaje sumamente grande de las víctimas de coronavirus.

En un período de tres días fueron enterradas aquí 30 personas judías. Los judíos constituyen apenas el 0,3% de la población británica, pero representan un porcentaje sumamente grande de las víctimas de coronavirus. Es una tragedia que se desarrolla frente a nuestros propios ojos, algo por lo que no podemos guardar duelo todos juntos, porque no podemos asistir a los funerales ni efectuar visitas de shivá de forma personal.

Hoy en Londres, y en muchos otros lugares, no hay manera de proteger a los niños de la pérdida y la devastación. Todo su mundo se dio vuelta por la crisis del coronavirus. Ellos entienden que sus escuelas y sus estudios se detuvieron y que tienen que estar en casa para tratar de evitar que siga creciendo la alarmante cifra de enfermos y muertos.

Los niños discuten sobre los detalles de la crisis como todos los demás. Quienes en el pasado trataron de proteger a los niños del tema de la muerte, hoy no logran hacerlo.

Asimismo, los adultos nos enfrentamos a la muerte, ya sea de cerca, como yo, o porque globalmente de repente tomamos aguda conciencia de nuestra propia mortalidad. ¿Quién no pensó en la realidad de la muerte durante las últimas semanas?

En este momento de duelo personal y nacional no puedo responder a las preguntas más profundas, pero puedo compartir uno de los pensamientos que tuve durante este doloroso período: quizás debemos mirar a la muerte a los ojos y escribir nuestro propio obituario.

Observar cómo este virus microscópico provocó caos en todo lo que pensamos que era firme (viajes internacionales, mercados financieros, nuestros estilos de vida y rutinas), es surrealista y deja clara la fugacidad de nuestra existencia. Ver que se pierden vidas por una enfermedad que hace unas semanas ni siquiera era conocida, despierta preguntas fundamentales sobre la vida y quizás nos obliga a considerar cuántos dedicamos nuestro tiempo a lo que consideramos más valioso.

Por eso, en vez de darnos otro atracón de series en Netflix sobre la vida de un personaje ficticio, quizás tenemos que tomarnos el tiempo para escribir nuestra propia historia de vida y prepararnos hoy para que la realidad coincida con el guión de mañana.

Me gustaría sugerir que otra respuesta constructiva sería hablar abiertamente con nuestros hijos sobre la muerte. No dejemos que sus pares sean quienes los eduquen respecto a la muerte. Hablen con ellos. Conéctense con ellos. Muéstrenles que hablar sobre la muerte no es mórbido, sino que revela el valor de la vida y de cada una de nuestras trayectorias. Esta puede ser una de las charlas más importantes que puedan llegar a mantener.

Los niños tienen una capacidad para reflexionar profundamente mayor de lo que muchos adultos reconocen. Cuando tenía 15 años mis dos abuelos fallecieron en el mismo mes. Este evento trágico y traumático me cambió para siempre. Entendí que los enterraron sin nada de todo aquello a lo que dedicamos tanto tiempo. Sin tarjeta de crédito, sin llaves del auto, ninguna de las cosas a las que yo aspiraba como adolescente.

Cuando morimos, la única cuenta financiera que importa es la suma de nuestros buenos actos.

El faraón de la historia del Éxodo, como el resto de los faraones, fue enterrado con grandes riquezas que esperaban llevarse al otro mundo. El judaísmo deja claro que cuando morimos, la única cuenta financiera que importa es la suma de nuestros buenos actos. Recuerdo una historia de un importante empresario judío que ante la consternación de sus siervos en su lecho de muerte demandó revisar sus libros de contabilidad. Finalmente quedó claro que sólo deseaba ver la suma de donaciones para caridad, porque sólo eso tenía relevancia en el lugar a donde iba.

La semana pasada, cuando me senté con mi suegro antes de su fallecimiento, todas las preocupaciones mundanas se esfumaron. Los únicos pensamientos que tenían lugar eran sobre la familia y una vida de bien.

La realidad es que enfrentar nuestra mortalidad a menudo nos ayuda a tomar con seriedad de lo que realmente se trata la vida. Recuerdo esos momentos cuando a los 15 años cuestioné a mi propio padre sobre la naturaleza de la vida y la muerte. Este mes, más de una vez me pregunté a mi mismo: Que Dios no lo permita, pero si me encontrara conectado a un respirador, ¿qué clase de vida habría vivido? Y si logro salir de esa terrible experiencia, ¿qué clase de vida me comprometería a tener de allí en adelante?

El judaísmo no enseña que nuestras preocupaciones cotidianas no sean importantes. Por el contrario, nos recuerda que son un medio para un fin, y que todos tenemos la capacidad de conectarnos con algo mucho mayor.

No tengo palabras mágicas para aliviar la sensación de tragedia que enfrenta mi familia y mi comunidad. Pero al estar sentado en casa, extrañando las conexiones humanas que normalmente damos por obvias, al guardar duelo por personas por las que no podemos efectuar los servicios regulares de shivá, me formulo la pregunta más judía que existe. No “¿por qué?”, sino “¿y ahora qué?”.

Algunas personas sugirieron que al confinarnos al hogar, la crisis del coronavirus pone nuestras vidas “en espera”. No estoy de acuerdo. Pienso que esto puede empujarnos a experimentar la vida de una forma más significativa, y a formularnos algunas de las mayores preguntas. Como judíos, constantemente alentamos a nuestros hijos a formular preguntas. No evitemos la pregunta más grande y difícil de todas, porque en épocas de muerte también podemos descubrir las llaves para una travesía significativa por la vida.

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