La fuerza oculta de la Reina Ester

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17/03/2024

4 min de lectura

Ester era una huérfana solitaria que desarrolló en su interior cualidades inusuales que le permitieron penetrar a través de los velos y llegar a todos los corazones.

La festividad de Purim representa uno de los "mejores momentos" para el pueblo judío, por así decir. Sin embargo, emergió del "peor momento".

Nunca estuvimos tan cerca del exterminio como en aquel entonces, tanto espiritual como físicamente. El hedonismo que prevalecía en la cultura persa era parte del aire que respirábamos. Eso adormeció nuestros sentidos a tal punto en que cuando el rey Ajashverosh apareció luciendo las prendas del Gran Sacerdote de Jerusalem, presentando el tesoro que habían robado del Templo Sagrado con la frialdad de un curador de un museo, no hubo ninguna protesta por parte de los judíos.

También nosotros habíamos llegado al punto en que éramos capaces de decir "¡Qué bello, qué fascinante!", cuando una vez habíamos dicho: "Si me olvidara de ti, Oh Jerusalem, que mi mano derecha sea olvidada". Estábamos desensibilizados hacia nosotros mismos y hacia Dios.

Es sabido que Dios es el personaje oculto del Libro de Ester. Su nombre no se menciona ni una sola vez en todo el libro. A medida que se desarrollaron los eventos en tiempo real, pocos pudieron ver su presencia oculta.

Uno de estos pocos que pudieron verlo fue Ester. De alguna manera, ella no había sufrido esa desensibilización.

De la soledad a la fuerza

Observemos a Ester para encontrar en nuestro interior el lugar que puede ayudarnos a ver siempre, como ella, más allá de la fachada exterior que llamamos "la realidad".

Su padre murió mientras su madre estaba embarazada de ella, y la madre murió en el parto. De esta manera, llegó al mundo con la profunda herida de no pertenecer a ninguna familia.

Su primo, Mordejai, quien luego se convirtió en su guía espiritual y en su esposo, se hizo cargo de ella. El Maharal de Praga (siglo XVI) nos dice que las circunstancias de su nacimiento no fueron una coincidencia. La alienación y la soledad son herramientas, como cualquier otra aparente desventaja en la vida, que Dios nos otorga para permitirnos convertirnos en lo que podemos ser. De ese lugar de vacío floreció el profundo apego de Ester a Dios.

La raíz de la palabra hebrea ester es seter, que significa 'ocultamiento'. Su nombre articulaba su misma esencia: la habilidad de perforar las murallas de ocultamiento y encontrar a Dios donde otros no podían hacerlo.

A menudo somos engañados por la naturaleza opaca de nuestras interacciones con Dios. Aparentemente Él no reacciona cuando nos alejamos del camino. No nos cae encima un rayo cuando tomamos malas elecciones.

Asimismo, no nos volvemos de repente más ricos ni necesariamente tenemos mejor salud cuando elegimos aquello que es profundo y eterno en nuestro interior.

Los malvados parecen prosperar y los rectos parecen vivir con las mismas dificultades que el resto de las personas.

Eso es lo que parece, por supuesto, si no nos comprometemos a penetrar más allá de la superficie. Ester era una maestra penetrando las murallas que nos rodean. Esa era su arma y lo que aprendió sola durante sus años de soledad y anhelos.

Ester había aprendido a ver a Dios dondequiera que mirara. Ella lo veía como su único padre y dejaba que Su presencia la guiara.

Todos tenemos nuestros espacios vacíos. En vez de permitirles que estos espacios nos lleven hacia la amargura, aprovechémoslos como una escalera.

Como un mirto

Ester tenía también otro nombre: Hadasa. La palabra hebrea hadasa o hadás significa 'mirto', que es una de las cuatro especies que usamos en Sucot. El etrog (citrón) tiene la forma y simboliza al corazón; el lulav (rama de palmera), la columna; la aravá (sauce), los labios, y el mirto, hadás, los ojos. Los ojos de Ester podían ver la realidad interna tan claramente como nuestros ojos ven la realidad externa.

Su nombre no es un accidente, sino más bien la máxima descripción de su cualidad más fuerte.

Analicemos un poco la naturaleza del hadás para entender la naturaleza de Ester, y finalmente también la nuestra.

Las hojas del mirto son uniformes y verdes. Si fuéramos a dar a un niño el nombre de una planta (lo cual es bastante poco probable), yo gravitaría más hacia Rosa, Lila o como máximo Margarita, mucho antes de llamar a alguien Mirto o Hadasa. ¡Eso sería casi un decreto de discreta mediocridad!

Pero el Maharal señala que su imagen modesta encarnaba una fuerza interna. La imagen que Ester proyectaba fue una en la que las separaciones superficiales que nos polarizan no jugaron ningún papel.

Cuanto mayor sea nuestro enfoque en nuestras identidades externas (edad, apariencia, cultura), más separados estaremos de la unidad y la comunidad de nuestras identidades internas (la necesidad de amar, el anhelo de significado y el logro genuino, el miedo al rechazo y al caos interno). Nos convertimos en hijos de un padre cuando nos dejamos ver más allá de la fachada de la identidad superficial. Lo que calladamente tenemos compartido es lo que une nuestros corazones y mentes.

El Talmud nos da un ejemplo concreto:

Ester recibió siete sirvientas, como era la costumbre en la corte. Para recordar cuándo era Shabat, ella nombró a cada una por uno de los nombres de la semana. En una sociedad tan estratificada como la antigua Persia, fácilmente ella hubiera podido deshumanizarlas llamándolas lunes, martes, miércoles, etc. Nada hubiera podido ser un mayor insulto a su valor humano.

Por eso, ella las llamó de acuerdo con el orden de la creación de Dios. Una era Luz, la otra Trascendencia, etc. Finalmente todas se convirtieron al judaísmo, aunque eso era lo que más lejos estaba de la intención de Ester. Al tomar más consciencia de quiénes eran realmente, fueron capaces de fijar sus metas en quiénes deseaban ser. Ella logró darles una conciencia genuina de su esencia interna.

La frialdad y la calidez

El Talmud nos dice de forma bastante críptica, que Ester, al igual que el hadás, era "verde".

Esto no significa que uno hubiera podido confundirla con Robin Hood o con el Cocodrilo Lilo, sino que su esencia estaba simbolizada por el color verde.

El verde es un color formado de dos componentes primarios: azul y amarillo. El azul simboliza la frialdad y el amarillo la calidez.

También la luz interior de Ester era un compuesto de dos fuerzas: una pasión feroz como el sol y la naturaleza refrescante del agua. Debido a que ella desarrolló su propia naturaleza espiritual de forma tan completa, podía relacionarse con cualquiera y encontrar en ella la capacidad para conectarse. Su "verdor" era el símbolo espiritual de la humildad, la sensibilidad y la capacidad de responder al otro.

Cuando seamos capaces de pelar las capas de tontería y brillo que son los restos que quedan del palacio de Ajashverosh, encontraremos esa parte nuestra que, como Ester, puede perforar cualquier armadura, incluso la propia.

Y entonces veremos a Dios donde nunca creímos que Él pudiera encontrarse, en nuestros corazones y en los de los demás, en los eventos de cada día que forman el tapiz de nuestras vidas.

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Roberto labrada
Roberto labrada
1 mes hace

la soledad nos permite pulir nuestros conceptos y fortalece nuestros principios para tener una individualidad inquebrantable frente a las debilidades tentadoras que nos asedian.

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