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Dios es nuestro Padre que está en el Cielo y es el Rey del Universo. Conectarse a esa fuente es el anhelo de todo ser humano.
Se cuenta una parábola sobre un joven príncipe que fue secuestrado del palacio y fue criado como un campesino trabajando en el campo –lejos de la gloria y las riquezas de la casa del rey.
Cuando el rey escuchó la noticia, envió inmediatamente mensajeros para que trajeran a su hijo al palacio. El príncipe no quería ir –no sabía nada sobre ser el hijo del rey. El príncipe, que nunca había visto nada más que una cabaña de pueblo, ¡ni siquiera sabía lo que era un palacio!
Pero los mensajeros del rey fueron persistentes. Le dieron al joven una muda de ropas apropiadas para un príncipe, lo pusieron sobre un caballo, y cabalgaron con él hacia la capital.
Cuando el príncipe llegó al palacio, estaba muerto de miedo. Todo le parecía tan inmenso e imponente. No sabía qué hacer en un palacio. Pensó: "Soy un extraño aquí. Esto no puede ser mío. ¿Acaso el rey quiere relacionarse conmigo?".
Los mensajeros lo llevaron hasta una puerta y le dijeron que dentro de esa habitación se sentaba el rey. El muchacho estaba asustado. ¿Cómo sería recibido por el rey?
Las puertas se abrieron lentamente. El muchacho vio al rey, el hombre más poderoso del reino, por cuya espada muchos han vivido y muerto. Temblaba de miedo. No podía acercarse. Y luego, el muchacho se dio cuenta –no es el rey, ¡es mi padre! Se abrazaron cariñosamente.
Esto es Iom Kipur. Desde el primero de Elul, un mes antes de Rosh HaShaná, comenzamos nuestro viaje para ver al Rey. En Rosh HaShaná, estamos en el palacio del Rey –asustados, siendo juzgados por Él.
En Iom Kipur somos Sus hijos.
Viviendo en el mundo moderno, es difícil para nosotros relacionarnos con la idea de un rey amoroso y benevolente. Los reyes en los que pensamos son dictadores monstruosos – ¡ellos son el blanco de las revoluciones!
El concepto judío de un rey es diferente. El rey de Israel tiene su poder limitado por la Torá: no puede acumular excesiva riqueza personal y debe llevar una pequeña copia de la Torá junto a él todo el tiempo, para que le recuerde sus obligaciones. ¡El rey de Israel debía ir al centro de la batalla y pelear en la línea de fuego junto a su pueblo! Un rey judío tiene un poder asombroso, pero lo utiliza para ser un sirviente de su pueblo. Utiliza su poder para asegurar que haya una sociedad en donde la gente pueda vivir en paz y desarrollar todo su potencial.
El “Cantar de los Cantares” de la Biblia es una canción de amor entre un hombre y una mujer. Y el Talmud lo llama el “Santo entre los Santos” –el texto bíblico más sagrado. ¿Por qué? Porque el amor es en realidad una expresión de nuestro profundo anhelo por la máxima unidad: conectarnos con Dios.
Deja que me bese con los besos de su boca, porque tu amor es mejor que el vino… Jálame hacia ti, correremos, el Rey me ha traído a Sus alcobas, disfrutaremos y nos alegraremos en ti. Nos acordaremos de tus amores más que del vino; Con razón te aman. (Cantar de los Cantares 1:2-4)
Considera una mujer que recibió como regalo a un hermoso anillo de diamantes. Está en éxtasis. A todos lados adonde va, le muestra el anillo a la gente –un diamante perfecto. Luego, una vez, se lo mostró a un joyero. Lo miró con su lupa y anunció: “¡Hay una falla en él!”.
Nunca le mostrará el anillo a nadie más. Nunca lo usará de nuevo. Es el mismo diamante, se ve precioso –pero ella sabe que no es un anillo realmente perfecto, tiene un defecto.
¿Y qué? ¿Por qué no simula que fuese perfecto? ¡Sólo un joyero lo sabría! Es porque anhela en la vida algo que es real y perfecto. Si ella sabe que no es real, por más que nadie más sepa, no puede disfrutarlo.
Así también, en lo profundo, ningún ser humano se conforma con menos que lo máximo.
Las letras hebreas del versículo: “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí” (Cantar de los Cantares 6:3), se deletrea “Elul”, el mes que lleva a Rosh HaShaná. Deseamos a Dios y él nos desea.
Ahora analicemos otra situación. Un hombre está trabajando en el aeropuerto, sacando bolsos del carrusel. Es aburrido, pero es trabajo. Podríamos hacerlo, si no nos quedara otra alternativa.
Imagina que un día el manager del aeropuerto se acerca a este hombre y le hace una oferta. “Te triplicaré tu salario. La única condición es que de ahora en adelante, cuando saques un bolso del carrusel y lo pongas en el piso, debes levantarlo nuevamente y devolverlo al carrusel. Sacarlo de nuevo y luego devolverlo otra vez…”
Es el mismo esfuerzo físico, y el salario es el triple. ¿Pero quién puede hacer un trabajo así?
¿Por qué no? Porque los seres humanos anhelan un significado. Trabajar en el departamento de equipajes en un aeropuerto puede ser aburrido, pero al menos está la satisfacción de ayudar a la gente. Si quitas ese propósito, ¡un ser humano no lo puede tolerar!
Anhelamos lo que es real y significativo. Anhelamos a Dios, la realidad máxima.
Sin embargo a veces perdemos de vista lo que queremos. Nos distraemos por otras cosas. Tantas veces hemos sido inspirados por un libro o por una película, y hemos pensado: “Quiero ser grandioso, realmente quiero experimentar el hecho de estar vivo”. A veces seguimos esas resoluciones, pero la mayoría de las veces simplemente nos olvidamos.
En el judaísmo, a eso le llamamos un “error”. La palabra para “pecado” en hebreo en jet, que significa literalmente “error”. Nuestro error más grande es que queremos relacionarnos con Dios, estar cerca de Él. Pero nos olvidamos.
Sabemos lo que se siente enfrentar un desafío. A veces es tan difícil reunir las fuerzas. Pensamos: "cómo podemos hacerlo, es un fastidio tan grande". ¿Y qué pasa entonces? Terminamos pensando que Dios está lejos de nosotros. Es un Dios duro y severo, quiere demasiado de nosotros. En realidad no nos ama. Entonces negamos Su existencia. Construimos una capa de cinismo –en realidad no hay sentido, para qué molestarnos luchando. Vayamos a la cama y listo…
Considera las palabras del Rey Salomón:
Yo duermo, pero mi corazón está despierto. ¡Escucha! Mi amado está llamando a la puerta, diciendo: Ábreme, mi hermana, mi amor, mi paloma, mi inmaculada… Me he quitado el manto. ¿Cómo lo vestiré de nuevo? Me he lavado los pies. ¿Cómo los ensuciaré otra vez? Mi amado metió la mano por la ventanilla, y mi corazón se estremeció por él. Me levanté para abrirle a mi amado. Y mis manos goteaban mirra, y la mirra de mis dedos mojó la manecilla del cerrojo. Le abrí a mi amado, pero mi amado ya se había ido. Mi alma desfallecía. Le busqué, mas no pude hallarle. Le llamé, pero no me respondió… “Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalem. Si encontrareis a mi amado, ¿Qué le diréis? Pues que desfallezco de amor”. (El Cantar de los Cantares, 5:2-8)
Hay una historia verdadera sobre un niño israelí sentado en el hospital mientras su madre estaba teniendo una cirugía menor. Como era religioso, estaba recitando Salmos, las palabras sagradas del Rey David, que nos confortan e inspiran durante los tiempos difíciles.
En la misma sala de espera había un kibutznik, un hombre mayor. El kibutznik vio al niño recitando Salmos y se acercó a él. “¿Por qué estás haciendo ésto? Las cosas religiosas pasaron de moda. ¡No tienen ninguna posibilidad de ayudar!”.
El niño le preguntó: “¿Por qué está aquí en el hospital?” El kibutznik respondió: “Vine a retirar el cuerpo de mi hijo. Está siendo operado, pero los doctores dicen que no hay chance”.
Unos pocos minutos después, los doctores salieron y le anunciaron al kibutznik: “Es un milagro. La operación fue exitosa. Su hijo va a vivir”.
El kibutznik se paró y proclamó en voz alta: Shemá Israel – “Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno”.
¿Cuál es el significado de esta historia? ¿Qué clase de hombre ataca a un niño por decir Salmos para su madre?
Sólo alguien que quiere desesperadamente hacerlo él mismo, pero no puede. En el momento en que su hijo está muriendo, quiere estar nuevamente en contacto con Dios. Pero ha pasado tantos años negando Su existencia, construyendo su vida sobre el principio de que Dios no está allí…
Pero en realidad Dios no está lejos de nosotros. Al igual que nosotros anhelamos a Dios, Él nos anhela a nosotros.
¿Cómo nos conectamos con Dios en la vida diaria? Si bien dentro nuestro deseamos a Dios, ¿Cómo aprisionamos ese sentimiento?
La Biblia nos cuenta sobre el profeta Eliahu. El pueblo judío estaba siendo influenciado para adorar al ídolo Baal, por lo que Eliahu organizó una prueba. Reunió a todo el pueblo en el Monte Carmel (en el norte de Israel), en donde estableció un altar, e hizo que los sacerdotes del Baal establecieran otro. Eliahu declaró que la ofrenda que fuera consumida probaría cuál es el Dios verdadero.
Bajó un fuego del cielo y quemó la ofrenda del altar de Eliahu. Todo el pueblo gritó: “¡El Señor, Él es Dios!” (Nosotros decimos esto siete veces al final del servicio de Iom Kipur). Luego el pueblo –enojado por haber sido llevado por el mal camino— se rebeló en contra de los sacerdotes de Baal y los asesinaron.
Fue un gran milagro, pero no funcionó. La malvada Reina Jezabel envió mensajeros para matar a Eliahu, y él tuvo que huir para salvar su vida. Mientras Eliahu estaba escondido, Dios se le apareció:
Y observa, Dios pasó, y un gran y fuerte viento destrozó las montañas y rompió la roca en pedazos delante de Dios. Pero Dios no estaba en el viento. Y después del viento –un terremoto. Pero Dios no estaba en el terremoto. Y después del terremoto –un fuego. Pero Dios no estaba en el fuego. Y después del fuego hubo una voz tranquila… (Reyes I 19:11-12)
¿Qué fue lo que Dios estaba tratando de enseñarle a Eliahu con el viento, el terremoto, el fuego y la voz tranquila? Que Dios nos habla con una serena voz de amor. El placer que tenemos cuando estamos con alguien que amamos, o cuando hacemos algo significativo, o cuando atestiguamos la belleza de un atardecer, o cuando descubrimos las profundidades de la Torá –ahí es cuando Dios está realmente con nosotros.
El mundo entero es el mensaje del amor de Dios. Iom Kipur es el momento en el que estamos más abiertos a recibir este mensaje.
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