Cada ocasión feliz es diferente

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Porque cada situación es única y necesita ser celebrada como tal.

Todavía recuerdo la reacción de uno de los hombres que estudia con mi esposo cuando recibió la invitación a la boda de nuestra hija. “No voy a poder ir. Pero tienes un montón de hijos, así que iré a la próxima boda” (¡Tampoco llegó!). Lo que me afectó entonces, y me sigue molestando ahora, es que cuando tienes una familia numerosa, bli ayin hará, algunas personas actúan como si cada simjá fuera lo mismo, como si fueran reemplazables o intercambiables.

¿Otro hijo? ¿Otro Bar o Bat Mitzvá? ¿Otra boda? ¿Otro nieto? Mazal tov. Pero si lo pensaran comprenderían que no importa si tienes dos hijos, doce o algo intermedio. Cada uno es un individuo y cada celebración sigue siendo única y especial.

La Torá reconoce esto al no permitir “compartir” ninguna simjá. No se puede celebrar simultáneamente más de una simjá. No se puede permitir eclipsar la alegría de la otra. Porque cada situación es única y necesita ser celebrada como tal.

¿Quién sabe las dificultades que hubo para concebir y dar a luz a ese hijo en particular? ¿Preparar ese Bar Mitzvá fue fácil o provocó mucho dolor y esfuerzo a la familia? ¿Qué pasa con esa boda? ¿Cuántos años esperaron hasta llegar a ese momento?

Cuando le quitamos importancia a una simjá, quitamos importancia a un ser humano con sus fortalezas y debilidades, con sus desafíos y logros, con sus fracasos y éxitos. Eso muestra una falta de compasión y entendimiento. Subestima al individuo a quien se festeja. ¿Dirías algo así respecto a ti mismo o a tus propios hijos?

Pero más que eso, también nos roba la oportunidad de participar en una ocasión alegre y obtener los beneficios. La alegría de los demás nos eleva. Nuestra esperanza se renueva y nos reconectamos con amigos, parientes y comunidad. A través de la alegría del salón podemos sentir el amor de Dios y Su presencia.

Todos tenemos vidas ocupadas. Es posible que no podamos asistir a todas las smajot, en especial a aquellas que se celebran en lugares alejados. Pero todos podemos participar en la alegría de los padres a través de nuestras expresiones de emoción, de nuestro entusiasmo. Esto está al alcance de todos: una oportunidad de verdadero placer.

Creo que nuestro amigo realmente no pudo asistir. Pero él no valoró por completo lo que se iba a perder. Me gustaría intentar no cometer ese error. Me gustaría no quejarme y sólo participar con alegría en las celebraciones de los demás, porque reconozco que invirtieron mucho esfuerzo en la ocasión, tanto los padres y el niño como Dios mismo. Su felicidad es la felicidad de todos. Su felicidad puede elevarnos a todos. ¿Por qué privarme de la oportunidad por el ingenuo pensamiento de que todas las ocasiones alegres son iguales? Más que dañar mi relación con los anfitriones, me dañaría a mí misma.

Si Dios nos da la oportunidad de participar en celebraciones alegres, ¡yo sólo quiero bailar!

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