El eclipse solar: un mensaje judío

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La conexión entre cubrir nuestros ojos cuando recitamos el Shemá y cuando vemos un eclipse.

El eclipse solar es uno de los eventos más espectaculares del universo. El cielo se oscurece en medio del día. La temperatura baja notoriamente varios grados en pocos segundos. Los pájaros dejan de cantar y vuelan de regreso a sus nidos. Y millones de personas se reúnen bajo el cielo para ver un espectáculo natural que sucede una vez cada muchos años.

Es un espectáculo increíble, y a lo largo de la historia —en muchas épocas y culturas— su ocurrencia siempre ha venido acompañada de mucho miedo y preocupación. Para quienes han carecido del conocimiento científico necesario para entender el oscurecimiento temporal debido al ocultamiento del sol por el traslape de la luna, la superstición ha dado pie a muchos mitos y fantasías. La palabra misma “eclipse” llegó a nosotros por medio del francés antiguo en base a la palabra griega que hace referencia al concepto de ‘abandono’, como si el repentino oscurecimiento mostrara un desagrado divino tan severo que Dios decidió remover temporalmente el regalo de su presencia.

¿Qué piensa el judaísmo de los eclipses solares?

Al comienzo de la Torá, los comentaristas bíblicos encuentran una alusión directa al fenómeno del eclipse: “Y dijo Dios: ‘Que haya luminarias en el firmamento de los cielos… y sean por señales, para las futuras fiestas, y para los días y los años…” (Génesis 1:14). ¿A qué se refiere con “señales”? El cásico comentario de Rashi nos dice que esto se refiere a los momentos en que las luminarias son eclipsadas, ¡y que “esta es una señal desfavorable para el mundo”!

¿Eso quiere decir que deberíamos tener miedo?

Interesantemente, Rashi concluye su comentario haciendo referencia a las palabras del profeta Yirmiyahu: “…Como es dicho: ‘Y por las señales del cielo no te perturbes etc’ (Yirmiyahu 10:2). Cuando haces la voluntad de Dios, bendito sea, no debes temer de un castigo divino”.

Si un eclipse es una predicción de un castigo divino inminente, como infirió Rashi del versículo, ¿por qué Rashi negaría de inmediato esa misma idea con una cita que nos dice que no debemos tener miedo de las señales divinas? La respuesta es profunda, y se basa en la suprema importancia que los judíos damos al concepto del libre albedrío, la habilidad que tiene la humanidad de afectar directamente su destino mediante sus elecciones. El concepto griego de ‘destino’ va en contra del pensamiento judío; el destino puede ser alterado con fe. Como decimos en las Altas Fiestas: “El arrepentimiento, rezo y caridad anulan el mal decreto”.

Es un momento que nos recuerda el increíble poder y bondad de Dios.

Un eclipse puede ser un presagio, pero no es un veredicto ni juicio final. Es un momento que nos sirve de recordatorio sobre el increíble poder y bondad de Dios. Sin el beneficio del sol, de su luz, calor, poder, energía y rol en el sistema solar, no podríamos sobrevivir ni un solo instante. Es por eso que, con una infinita sabiduría y en momentos predefinidos del calendario, Dios nos quita sus rayos por un pequeño instante para que podamos reflexionar sobre el milagro de su constante presencia que tan a menudo damos por sentado. A eso es lo que la Torá se refiere con “señales”.

Una ‘señal’ nos obliga a tomar nota. Tiene un mensaje. Si haces caso omiso, sufrirás las consecuencias reservadas para quienes toman por sentado los regalos de Dios que hacen posible la vida. No es difícil creer que el Creador del universo construyó señales en el camino basadas en las leyes naturales como recordatorios para la humanidad.

El increíble mensaje de un eclipse y su significado para nosotros tiene un sorprendente paralelo en una conocida costumbre judía.

Es sumamente importante —nos dicen los expertos— cubrir nuestros ojos y no mirar directamente al sol cuando ocurre. No seguir este consejo puede causar ceguera. Y no puedo evitar recordar la costumbre de cubrir nuestros ojos cuando recitamos el Shemá. En el momento en que pensamos sobre la unicidad de Dios y su grandeza, hacemos un gesto que indica que su esplendor está más allá de nuestra capacidad de visión; pensar que realmente vemos su esencia con la limitada perspectiva de nuestros ojos es estar ciegos ante la realidad de su infinita magnificencia.

El eclipse nos recuerda sobre un universo mucho más grande que nuestra capacidad de comprensión. No tengas miedo, sino que dale la bienvenida como una señal, como nos recordó el Rey David, “Los cielos declaran la gloria de Dios, y el firmamento proclama su obra” (Salmos 19:1).


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