El gladiador judío

11/12/2023

5 min de lectura

Imagina las elecciones y las consecuencias que ese esclavo hambriento tuvo que enfrentar.

En una visita reciente a Roma, visité el Coliseo acompañado por un destacado arqueólogo cuya tesis doctoral giró en torno a la vida judía en la antigua Roma. Aprendí que a diferencia de las imágenes de Hollywood, los hombres que lucharon en ese antiguo ring de batalla no eran los corpulentos guerreros de las películas, sino flacos esclavos cuyos esfuerzos por sobrevivir eran un entretenimiento familiar.

Nuestro guía explicó que los animales feroces que usaban en las peleas no recibían alimento durante varios días para que estuvieran vorazmente hambrientos y fueran más violentos. Mientras tanto, a los esclavos los alimentaban con cebada para que engordaran y se agrandaran sus vientres, para que los colmillos de los animales (o las estocadas de las espadas de los guerreros romanos) tardaran más en penetrar sus órganos internos, provocando más sangramiento y más vísceras para deleite de adultos y niños en las tribunas.

Por lo general, los esclavos perdían, eran mutilados y devorados, o apuñalados y golpeados. A los pocos esclavos ágiles que de alguna manera lograron sobrevivir y vencer a sus atacantes con una afortunada herida de cuchillo, les permitían volver a luchar. Si lograban seguir sobreviviendo, eventualmente les concedían cierto grado de emancipación y podían vivir entre los ciudadanos romanos como hombres prácticamente libres.

Mientras mis compañeros conversaban sobre esta sangrienta historia, yo reflexioné respecto a cómo la ley judía prohíbe asistir a esos espectáculos, considerando los "circos y teatros" romanos como prácticas paganas.

Recordé que el Talmud cuenta cómo los conquistadores romanos de Israel se llevaron cautivos botes repletos de jóvenes hombres y mujeres para que fueran esclavos en Roma, con vidas plenas de degradación. Imaginé el miedo y el horror de esos jóvenes cuando fueron llevados a Roma, una metrópolis con prácticas y costumbres tan ajenas a la vida en la Tierra Santa. Deben haberse sentido completamente perdidos en medio de esa extraña forma de vida.

Los esclavos judíos tenían que llevar el símbolo de una palmera para publicitar que los romanos habían conquistado su tierra y habían llevado cautivo a su pueblo.

Nuestro guía interrumpió mis pensamientos. "Nuestra investigación arqueológica encontró evidencia de la existencia de un gladiador judío".

Todo el grupo lo escuchó con atención. "Todos saben que los alemanes obligaron a los judíos a usar una estrella amarilla para identificarlos como judíos. En la Edad Media, varios países hicieron algo similar. Los judíos tuvieron que usar sombreros inusuales o ítems de cierto color. En la antigua Roma, la palmera era un símbolo de la tierra que ahora conocemos como Israel. Las palmeras no eran abundantes en Italia, pero sí en el Medio Oriente. Los esclavos judíos en Roma tenían que llevar un símbolo de una palmera para publicitar que los romanos habían conquistado su tierra y habían llevado cautivo a su pueblo. En Pompeya encontramos la casa de quien fue un gladiador. Su casco y su manto llevaban el símbolo de la palmera, lo que lo identificaba como judío. Evidentemente, él sobrevivió sus luchas y le permitieron establecerse entre los ciudadanos de Pompeya.

Antiguo casco de Pompeya con una palmera que puede haber pertenecido a un gladiador judío.

"Hasta el momento, esta es la única evidencia que hemos encontrado de que haya habido un gladiador judío que resultara victorioso. Suponemos que hubo otros esclavos judíos a quienes engordaron y obligaron a pelear, pero que perdieron la vida".

Una lucha hasta el final

Un gladiador judío. ¿Qué opciones enfrentó ese esclavo hambriento? Negarse a entrar al ring implicaba ser asesinado por sus captores. Entrar pero mantenerse pasivo mientras el guerrero se le acercaba o la bestia le gruñía, implicaba sacrificar su vida ante los gritos de miles de espectadores. Matar para salvarse era preservar el principio judío que dice que se debe matar a una persona que trata de matarnos. Ese esclavo judío luchó, o se defendió, y ganó. Pero eso implicaba tener que luchar de nuevo.

De alguna manera debieron pasar los meses y eso se convirtió en su carrera. Él salió victorioso pelea tras pelea. Probablemente era conocido como el gladiador judío, y la gente comenzó a vitorearlo cuando entraba al ring. Tuvo éxito en cada combate y con el tiempo, debe haber adoptado la identidad de un guerrero, tan diferente de cómo lo habían educado.

El coliseo romano

¿Siguió siendo judío? Claramente sí, porque tuvo que seguir usando el símbolo que lo identificaba como uno de ellos. Pero, ¿qué pasó con su alma? ¿Qué ocurrió con su autoestima? ¿Era realmente una lucha hasta el final, hasta terminar con su carácter judío?

La batalla de Janucá

Mis pensamientos se dirigieron a Janucá, a los piadosos sacerdotes jashmonaim que se vieron obligados a convertirse en una fuerza de combate contra un enemigo decidido a destruir su judaísmo y su derecho a una vida santificada. Finalmente los vencieron los romanos, en un primer momento en manos de un general llamado Pompeyo. No sobrevivieron. Muchos se asimilaron. Los jashmonaim ya no existen y no glorificamos sus actos mundanos sino que nos centramos en la santidad y en las consecuencias sagradas de esa era.

La festividad de Janucá sigue existiendo, al igual que el pueblo judío, y lo que ha perdurado es la conmemoración espiritual de esa saga, encendiendo la menorá, agradeciendo y elevando alabanzas a Dios por salvar a su pueblo. No ritualizamos la guerra ni su fuerza física, sino que encendemos velas y cantamos Salmos de agradecimiento.

Después del Holocausto, el pueblo judío gritó: "¡Nunca Más!" y algunos cuestionaron y exploraron el rol del poder militante para proteger nuestras vidas, nuestros derechos y nuestras identidades. Nuestro patriarca Itzjak bendijo a sus descendientes judíos con la fuerza de la "voz", que utilizamos en nuestras plegarias y al estudiar Torá. La fuerza física se la dejó a sus hijo Esav y a sus descendientes. Nuestro desafío a lo largo de nuestra larga historia en el exilio ha sido equilibrar nuestra identidad como una nación cuya fuerza está en su voz, en sus rezos y su estudio de la Torá, con las presiones (y a veces la necesidad) de adoptar una postura agresiva para defendernos y protegernos.

Apegarnos a nuestra identidad auténtica es un desafío. ¿Acaso los judíos se siguen viendo a sí mismos como un pueblo espiritual, gobernado por sus valores judíos y su devoción por vivir una vida moral, o hemos silenciado esa voz sagrada al sentirnos más cómodos con nuestras incursiones en lo material y lo mundano, desdibujando las líneas entre la voz espiritual de Iaakov y las manos físicas de Esav? ¿Somos gladiadores victoriosos o somos judíos comprometidos con nuestra fe y con nuestra misión de ser una luz para las naciones?

Los guerreros jashmonaim desaparecieron hace mucho tiempo, pero Janucá sigue viva, al igual que el pueblo judío. La voz espiritual de nuestro pueblo sigue siendo nuestra fuerza más poderosa. Mucho más que nuestra fuerza física. Así es como resistirá y perdurará verdaderamente el pueblo judío.


Una versión de este artículo apareció originalmente en "Jewish Life".

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