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Por qué tener un romance es una transgresión tan seria.
La Torá reconoce al ser humano como un ser compuesto por cuerpo y alma. Ambos son significativos y necesarios para alcanzar el propósito y la misión de nuestra vida. Un cuerpo sin alma es una entidad inanimada e inerte. Un alma sin cuerpo no tiene un vehículo, no tiene un medio para conducirse por la vida.
Y si bien ambos son importantes, divergen en sus deseos y necesidades primordiales. El cuerpo, por su configuración física, tiene mucho en común con las especies más bajas, es decir, con el reino animal. Ejemplos son comer, dormir, aparearse, etc. Por otro lado, el alma tiene más en común con su origen Divino, busca elevar al hombre, conectarlo con lo sublime, ayudarlo a alcanzar sus objetivos espirituales, consistentes con su origen Divino. Esto puede incluir rezar, actos de caridad, acciones de bondad y humanitarias, integridad en los negocios, conducta moral apropiada, etc.
La entereza de carácter de una persona se define a partir de las elecciones que ésta realiza cuando las necesidades espirituales y físicas entran en conflicto.
El desafío de nuestra vida es atravesar exitosamente el conflicto entre el cuerpo, nuestra parte más básica e inferior, y el alma, la dimensión más elevada y superior de nuestro ser. La entereza de carácter de una persona se define a partir de las elecciones que ésta realiza cuando las necesidades espirituales y físicas entran en conflicto y tiran en direcciones opuestas. Un factor crítico en esta ecuación es que los seres humanos tenemos la destacable habilidad de racionalizar.
Maimónides, uno de los filósofos y maestros más destacados de la historia judía, comenta sobre la naturaleza de los intereses y comportamientos idólatras. Él nota que mientras que podríamos pensar que el culto a la idolatría estaba motivado por términos y creencias filosóficas, en realidad estaba motivado por deseos sexuales. Explica que la Torá le prohibió al pueblo judío involucrarse en las orgías y en el comportamiento promiscuo de la cultura de su tiempo. Pero la parte inferior de su ser, el lado animal, deseaba dejarse tentar por la corrupción de las naciones a su alrededor. Estaban atrapados entre este grupo de prohibiciones de la Torá por un lado, y los insistentes deseos sexuales por el otro.
El problema se vio agravado por el hecho de que los seres humanos tienen una necesidad de sentirse apreciados y de pensar bien sobre ellos mismos. Como no podían entregarse por completo a los comportamientos que deseaban y seguir sintiéndose valiosos, comenzaron a racionalizar. Racionalizaron que el entregarse a esos comportamientos y prácticas emanaba de una posición filosófica y religiosa. Ellos argumentaban, afirma Maimónides, que eran adherentes a la idolatría que permitía, promovía e incluso comandaba estas prácticas sexuales que tanto deseaban. Y concluye que la idolatría era principalmente una búsqueda de indulgencia, permisividad y entregarse a un comportamiento libertino en el ámbito sexual.
Considera a Marcos, un prominente hombre de negocios, que viene a defender su caso. Estaba felizmente casado... hasta hace poco. Conoció a “una extraña en una cuarto lleno de gente”, e instantáneamente supo que era su “alma gemela”. Buscó permiso en el campo religioso para consentir la relación. Por supuesto que su argumentación no era muy convincente para ningún oyente objetivo, pero estaba totalmente convencido de que tenía derecho a su “alma gemela”.
O a Jorge, que mantuvo una relación promiscua con Lisa, una mujer 25 años menor, y sostenía al mismo tiempo que amaba a su esposa. Al final, Jorge envejeció y Lisa se dio cuenta de que había pasado los mejores años de su vida esperando. Jorge, que se consideraba una persona decente, terminó sufriendo por haberse dado cuenta que había perdido su integridad. Lisa terminó abandonada y sola. En esta historia perdieron todos.
Recientemente fui consultada por una pareja que estaba tratando de ver si tenían la fuerza emocional para sobreponerse al trauma generado por la infidelidad del esposo.
Neciamente, en pos de su situación económica, habían decidido vivir por un tiempo en ciudades diferentes, hasta conseguir estabilidad financiera. Solo y estresado en su nuevo trabajo, Miguel, el esposo, fue el blanco de una compañera de trabajo que creía estar en un matrimonio infeliz. Tuvieron un romance. Cuando Meli, su esposa, se enteró que su esposo de 30 años, su novio de la infancia, y el único hombre que había amado, le había sido infiel, tuvo una sensación de traición tan devastadora que casi se volvió loca.
Las relaciones son muy fáciles de destruir, pero desafortunadamente muy difíciles de reconstruir.
Las afirmaciones llenas de remordimiento de Miguel, de que la otra mujer no había significado nada para él, y de que sólo fue un error temporal provocado por una situación inusual, caían en oídos sordos. Declaraba amor infinito por Meli, pero para ella eran palabras vacías e insignificantes. Se había destruido la confianza, dando lugar a la inseguridad. Meli cuestionaba cada movimiento de Miguel, y todas sus interacciones estaban marcadas por resentimiento, dolor y enojo por lo que él le había hecho. Su relación tenía “una herida que no cicatrizaba”.
Para unir los fragmentos rotos —cuando es posible— hace falta mucha determinación, compromiso, fuerza de voluntad y aporte de tiempo y energía. Las relaciones, al igual que el resto de las cosas en la vida, son muy fáciles de destruir, pero desafortunadamente muy difíciles de reconstruir.
Querido lector, como has observado, vivimos en un tiempo de permisividad sexual, y quizás es cierto que muchas prácticas que antes rechazábamos ahora son comunes y más aceptables. Con el tiempo, en la historia del hombre, el péndulo ha ido hacia atrás y adelante. A pesar de que los vientos han cambiado muchas veces, las enseñanzas de la Torá permanecen como un ancla de estabilidad, incluso en los tiempos más turbulentos. La razón de esto es su origen. La Torá, sus principios y sus obligaciones, emanan de un Dios que no está confinado por las restricciones o limitaciones del tiempo y el espacio. Está por sobre ellos. Está al mismo tiempo en el pasado, el presente y el futuro. Por lo tanto, su ley es tan vigente hoy en día como lo era cuando fue dada, hace casi 4.000 años. Y está dirigida ahora, al igual que cuando fue entregada, al ser humano que Él creó.
La lujuria y la búsqueda ilimitada de placer han tomado el control absoluto de nuestra sociedad.
Dado que Dios nos creó, Él conoce completamente lo que somos, lo que necesitamos y lo que es bueno para nosotros (y lo sabe mejor que nosotros mismos). Es el fabricante de nuestro “disco rígido”. Sólo Él sabe lo que debemos hacer o no para funcionar en un nivel óptimo. Cuando hablamos de tecnología lo entendemos bien. Entendemos bien que nuestra técnica es deficiente, y que estamos forzados a depender del manual de instrucciones para sobrevivir la complejidad de cualquier equipo tecnológico. Al final de cuentas, ¿no sería tonto asumir que la leche sirve de combustible para un auto, sólo porque me parece rica? De igual manera, nuestras conclusiones sobre lo que es constructivo y productivo para nosotros, basadas en lo que sentimos o nos parece bueno, son tanto imprudentes como destructivas.
Querido lector, los medios se burlan de estas opiniones, y a veces son repudiadas. Pero, en el fondo, son siempre los mismos trucos de racionalización encubiertos en un idioma actual. La voz inferior del hombre es estridente y muy elocuente. La lujuria, los deseos y la búsqueda ilimitada de placer, a pesar del dolor de hogares destruidos, han tomado el control absoluto de nuestra sociedad.
No te equivoques. A pesar de todas las declaraciones sofisticadas, esto no es progreso. Es un regreso a la granja animal. Es un ataque al espíritu, el rasgo distintivo del ser humano. Tristemente, al desafiar y contradecir la sabiduría eterna de la Torá, es el alma del hombre, la mejor y más elavada parte de sí mismo, la que quedará desprotegida a la intemperie, tirada, solitaria e insatisfecha.
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El Creador por alguna razón le permitió a nuestro patriarcado varias esposas, quien más que El sabe como nos creo
¡Que la mujer también es infiel....porque parece ser que sólo es el hombre!.,
Si también hoy en día la mujer es infiel, lastima retrocedimos!
En la mayoría de los casos es la mujer no el hombre
Muy buen artículo , gracias
Yo he sufrido una infidelidad por parte de mi esposo, pero hace años y recién me he enterado, y como dice su artículo tengo está cicatriz que no me sana, me dije que lo perdonaría, pero recuerdo todo... Que consejo me daría?
Estimada rebetzin,
Como se entiende esto si hace un par de siglos atrás un hombre judío podía tener mas de una mujer si era capaz de sostenerlas economicamente y espiritualmente?
Gracias de antemano,
Saludos
Nunca debieron cambiarse las reglas del fabricante, no se debió obligar a la monogamia por asimilación del cristianismo, la poligamia fue la regla original, no era cuestión de reglas antiguas