Shabat entre los exiliados en Kishinev

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"Rey nuestro, libéranos de las manos de los tiranos" – Al entonar la liturgia con los refugiados judíos en Moldova, las palabras no son un recuerdo, sino una descripción de la realidad.

Después de alrededor de cinco días sin ducharte, tu piel comienza a sentirse a la vez demasiado caliente y demasiado fría. Un suéter de lana gris sólo provoca que el problema empeore. Pero hace falta un suéter. Shabat se acerca en Kishinev, Moldova, y no quiero que los aproximadamente 70 refugiados ucranianos que se encuentran en el hotel Chisinau se distraigan por las arrugas de mi camisa. Es el primer Shabat en más de una década en el que me presentaré ante otros judíos sin haberme bañado. De todos modos, probablemente soy una de las personas que está más limpia en este salón.

Una decena de voluntarios de Israel preparan las mesas mientras nosotros recibimos con cánticos el Shabat. Como muchos judíos religiosos, siento que nuestras plegarias son una mezcla de recuerdos colectivos y lo que podría llamar una espiritualidad personal. Rezo tres veces al día, pero a pesar de lo mucho que me esfuerzo, a menudo no logro ver a Dios encantando mi mundo.

Pero esta noche es diferente. "Ponte de pie y aléjate del tumulto; demasiado tiempo has vivido en el valle de las lágrimas", dice el tercer versículo del Lejá Dodí, el himno central de la liturgia de la noche del viernes. Esta noche, Dios trajo a todas estas personas a una estación segura entre la guerra en Ucrania y un pueblo judío libre en su propia tierra.

Esta noche, Dios trajo a todas estas personas a una estación segura entre la guerra en Ucrania y un pueblo judío libre en su propia tierra.

Un hombre de unos 30 años que está parado a mi lado conoce las primeras líneas del Shemá, la plegaria judía que repetimos dos veces al día. Él las pronuncia con los ojos cerrados mientras sostiene en los brazos a su bebé. Cuando termina, me indica con gestos que diga el resto de mi plegaria en voz alta, para que él y su hijo puedan escuchar lo que nuestros ancestros dijeron durante miles de años. Después del Shemá, continuamos diciendo: "Él es Hashem nuestro Dios, no hay nadie fuera de Él, y nosotros somos Su pueblo Israel. Quien nos salva de las manos de los reyes, nuestro Rey, quien nos redime de las manos de los tiranos".

En Kishinev, estas líneas no son un recuerdo sino una descripción. Mi vecino en el Shemá, su hijo y los otros que ahora viajan bajo la protección de un ejército judío, en parte son la respuesta a dos milenios de dispersión e impotencia.

La comida principal del Shabat es presidida por el Gran Rabino Pinjas Zaltzman, quien con la ayuda de su increíble jefe de equipo, su esposa y su traviesa hija adolescente, convirtió su púlpito en una operación de rescate a gran escala, responsable de la comida, el albergue, los remedios y el tránsito de cientos de refugiados, algunos de los cuales se quedan más de una semana.

Zaltzman recibe el apoyo de voluntarios privados, como yo, además de un equipo de Ijud Hatzalá, la organización judía mundial de primeros auxilios que trajo más bolsas de lona que las que pensé que podían existir, repletas de medicamentos, alimentos y otros suministros. Sus médicos, paramédicos y asistentes con sus chalecos anaranjados se gritan y hablan por walkie-talkies respecto a los autobuses que están en la frontera, los medicamentos para los refugiados y los vuelos de Rumania hacia Israel.

Los voluntarios llegaron desde todos los rincones de Israel. Dorón dirige el almuerzo de Shabat para cientos de personas. Sofía es una empresaria de Haifa encargada de ayudar a los ucranianos con problemas graves de salud a llegar a la frontera. Ella no deja de trabajar. Hay una mujer a quien llamo Santa Olga, una habitante de Kishinev que lleva a los refugiados ida y vuelta hacia la frontera cerca de Odessa. Avijai trabaja en Israel como guía turístico, y durante el Shabat sirvió comida a los refugiados y de paso les enseñó un poco de hebreo.

Entre los refugiados están Sasha, su esposa y su hijo de ocho años. Esta no es la primera vez que debieron escapar. "Putin interrumpió mi vida dos veces", me cuenta.

En el 2014, la familia vivía en Donetsk, donde Sasha dirigía una librería y un café. Entonces tuvo lugar la invasión rusa y los matones locales leales al Kremlin declararon una república separatista pro rusa. Pero Sasha y su familia no sentían amor por Rusia. "Dios nos salvó, y llegamos a Kiev", dijo Sasha.

Era difícil encontrar trabajo y un departamento. Sasha dice que en Donetsk era discriminado por estar en contra de los rusos. Pero en Kiev sospechaban que fuera un simpatizante de Putin porque venía de Donetsk. Con ayuda de la comunidad judía local, logró ganarse la vida como taxista, mecánico y vendedor de autos, traductor y guía turístico. "No puedo sentarme y quedarme con los brazos cruzados. Debo mantener a todos porque soy el hombre de mi familia".

El 24 de febrero del 2022, su esposa lo despertó y le dijo que había empezado la guerra. Las estaciones de servicio de Kiev estaban repletas de autos, los almacenes y los supermercados quedaron vacíos de todo, menos coca cola y chocolate. "Entonces comencé a entender que se repetía lo que vivimos en Donetsk. Otra vez estábamos en guerra con Rusia, con Putin". Sacha lamenta que su padre y su abuela no pudieran salir de Kiev. "Tenemos un hijo, así que debíamos escaparnos. Por su futuro". La última parada de la familia antes de la frontera de Moldova fue la tumba de Rabí Najman de Breslov en Uman, el sitio de un gran peregrinaje religioso anual. Sasha considera que sus plegarais en Uman fueron lo que permitieron que su familia saliera a salvo. "Dios y Rabí Najman nos ayudaron". Ahora la familia espera recibir sus pasaportes.

Una vez que lleguen los documentos, viajarán a Israel, donde Sasha encuentra paralelos entre el estado judío y el coraje del judío más famoso de este momento, Volodymyr Zelensky. "Para mí, Zelensky era un hombre judío que comenzó a ser el presidente de Ucrania". Los siglos de persecución que sufrieron los judíos, los prepararon para toda clase de guerras. "Somos leones. Sólo vamos hacia adelante", dice Sasha. Pero siente nervios respecto a ser un inmigrante. "Voy a volver a ser un goi", comenta irónicamente, tal como lo fue en Kiev después de huir de Donetsk, no aceptado por las personas con quienes más se identificaba.

Hoy le compré zapatillas a un niño que acababa de perder las suyas en su casa. Él me sonrió y me agradeció en un inglés quebrado.

A medida que Putin se siente más desesperado, Ucrania se vuelve menos habitable y más refugiados seguirán cruzando la frontera. Por eso nos estamos preparando para su llegada, a pesar de la escasez de sal y los problemas de kashrut con la leche en Moldova. Sería útil que el gobierno israelí actuara de forma menos burocrática, cuadruplicando el número de funcionarios consulares en Kishinev y reduciendo los requerimientos para entrar a Israel en tiempos de guerra.

Yo no comparto el desprecio norteamericano por lo que es puramente teórico. Cuando no estoy en Kishinev, me dedico a hacer una maestría en filosofía y estudio en una ieshivá. Durante un tiempo quise ser un académico. Cada vez que alguien me pregunta cómo paso mis días, sonrío y pienso en la defensa de Aristóteles de la vida contemplativa, por no hablar de la veneración de la tradición judía al estudio por el estudio mismo.

La filosofía seguirá siendo el eje de mi vida intelectual; el estudio de Torá el centro de mi vida religiosa. Pero hoy le compré zapatillas a un niño que acababa de perder las suyas en su casa. Él me sonrió y me agradeció en un inglés quebrado. Una vez le dije a mi hermano que había resuelto el problema teológico del mal. Él me dijo: "Bueno, ahora sólo queda el mal verdadero". Las personas razonables pueden disputar mis argumentos filosóficos. Pero sin dudas el mundo es un poquito mejor con un niño más que está rumbo a Israel con un nuevo par de zapatillas.

Este ensayo fue publicado originalmente en "Substack" de Bari Weiss. 

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