Antumalal y la increíble historia de una familia judía perdida en el sur de Chile

27/02/2023

7 min de lectura

En un legendario hotel de Chile, descubrí una historia sorprendente.

Una pareja judía checa que se casó en una iglesia; un legendario hotel en medio de la naturaleza salvaje de Chile; una medalla con un Maguén David que cayó en manos de la esposa del alcalde del pueblo, porque su dueña fue llevada a Auschwitz. Esta historia tiene todos los componentes de una novela de aventuras. Excepto que es real.

Hace unos años atrás, con mi esposo Leib, recibimos una invitación para viajar a Chile. Leib fue invitado a dar un concierto y yo para dar talleres y charlas a la comunidad judía de Santiago. Como íbamos a viajar a la otra punta del mundo desde nuestro hogar en Israel, decidimos extender nuestro viaje unos días más para ver la belleza natural de Chile.

Le escribimos la secretaria de Aish en Chile, quien estaba coordinando nuestro viaje, y le pedimos sugerencias de sitios bellos para visitar. Ella nos respondió con tres posibilidades: una en el norte de Chile y dos en el sur. Leib investigó los tres lugares por Internet y eligió Pucón, un área de lagos y vegetación exuberante a la sombra de un volcán, al pie de la Cordillera de los Andes, 789 kilómetros al sur de Santiago. Exquisitamente remoto, viajaríamos a Pucón en un pequeño avión hasta Temuco y desde allí, una hora y media en automóvil hasta llegar a nuestro destino.

Al buscar dónde podíamos albergarnos en Pucón, Leib descubrió 'Antumalal', un hotel boutique con hectáreas de jardines privados, al borde del lago Villarrica. Las fotos en el sitio web de vistas panorámicas, habitaciones encantadoras, cada una con una chimenea, flores, abundantes pequeñas cascadas y una terraza que sobresalía por sobre el lago, nos hizo desear quedarnos allí. Leib hizo una reserva para las noches del miércoles y jueves. Obviamente nos llevaríamos nuestra comida kósher y teníamos que regresar a Santiago para Shabat, ya que no podíamos quedarnos a pasar Shabat en un hotel no kósher.

Al día siguiente recibimos un email de la secretaria de Aish. Se había olvidado por completo, pero cerca de Pucón había un lugar kósher donde podíamos hospedarnos durante Shabat. Roberto y Sonia Neiman, judíos ortodoxos de Santiago, habían construido la casa de sus sueños en un hermoso entorno natural. En el segundo piso habían hecho dos suites para invitados. Podíamos quedarnos allí, en Kosher Lodge el miércoles, el jueves y también para Shabat, con comida kósher cocinada por Sonia.

Con Leib nos emocionamos mucho, pero también estábamos un poco desilusionados. Nos habíamos quedados encantados con Antumalal y ya habíamos hecho la reserva para estar allí. Decidimos pasar una noche en Antumalal y el jueves irnos a Kosher Lodge.

Tras una semana en Santiago cumpliendo lo que pensamos que era el propósito primordial de nuestra visita a Chile, nos embarcamos en nuestro viaje turístico a Pucón. Muy pronto descubriríamos que Santiago era sólo el preludio de la razón verdadera por la que Dios nos había llevado a Chile.

Antumalal, con sólo quince habitaciones, era un hotel legendario. La reina Isabel y el príncipe Felipe de Inglaterra se habían hospedado allí, así como la reina de Bélgica, el astronauta Neil Armstrong y el actor Jimmy Stewart. En el área de entrada había grandes fotografías en blanco y negro de todas esas celebridades durante su estadía en Antumalal.

Cuando llegamos, Sonia y Roberto nos esperaban con una canasta con comida kósher que nos duraría durante las siguientes veinticuatro horas. Los Neiman conocían a los dueños del hotel. De hecho, nos sorprendieron al revelarnos que los dueños de Antumalal eran criptojudíos.

Sonia procedió a relatarnos su historia. Guillermo y Catalina Pollak eran judíos checos que a finales de la década de 1930 se convirtieron al catolicismo. Se casaron en una iglesia y poco después emigraron a Sudamérica. En 1938, tras una breve estadía en Argentina, llegaron a Chile. Enseguida se enamoraron del paraíso natural de Pucón, alejado de la civilización. (Aunque sin duda eso no les preocupó, se encontraban a cientos de kilómetros de distancia de otros judíos). Ellos construyeron su hotel, considerado una joya arquitectónica al estilo Bauhaus, a comienzos de 1950.

Los Pollak tenían cuatro hijos, tres varones y una hija. Ellos los educaron sin ninguna religión. Cuando su hija Roni (la abreviatura de Verónica) comenzó la escuela secundaria en Santiago, el primer domingo a la mañana llamó a sus padres y les preguntó: "Están agrupando a los estudiantes de acuerdo con su religión. ¿Cuál es nuestra religión?".

Su padre le respondió: "Este es un país católico. Ve al grupo de los católicos".

No es sorprendente que sus cuatro hijos se casaran con no judíos.

Poco después de nuestro arribo a Antumalal, Sonia nos presentó a Roni Pollak. Roni, ahora divorciada, heredó el hotel, el cual está bajo la dirección de su único hijo, Andrew. Roni, una bella mujer con cabello gris corto, nos recibió cálidamente. Debido a que éramos amigos de los Neiman, nos dio la posibilidad de quedarnos en una suite de dos habitaciones, sin costo adicional.

Leib y yo nos acomodamos en la habitación, contemplando cada tantos minutos la vista desde nuestro ventanal: el lago rodeado de montañas. Nos sentíamos como si hubiéramos entrado a un reino mágico, suspendido en el tiempo, resplandeciente de belleza natural.

Un rato más tarde, estábamos en la entrada del hotel observando las fotografías de las celebridades que habían visitado el lugar, intercaladas con fotos familiares de Guillermo y Catalina Pollak y sus cuatro hijos. Mientras yo me preguntaba cómo es posible que los judíos se alejen tanto del judaísmo como para convertirse al cristianismo, nos saludó un joven apuesto. Era el hijo de Roni. Como hijo de una madre judía, él es el único judío de su generación en toda la familia Pollak, el último hilo de una cuerda que había sobrevivido cien generaciones desde nuestro antepasado Abraham y que ahora estaba deshilachada, al borde de cortarse.

Sin embargo, al observarlo, me sorprendí. De su rostro emanaba luz y pureza. Comenzamos a conversar con él. Le contamos que éramos de Israel y que habíamos llegado a Chile para enseñar sobre el judaísmo. Le pregunté si se daba cuenta de que él mismo era judío.

De hecho, lo sabía. En el verano, cuando Pucón se llenaba de turistas, abría en el pueblo un centro de Jabad. Él tenía un amigo de Jabad que le dio un libro, y cada día lo leía.

"Eso es maravilloso", le dijimos. "Pasaremos este Shabat con Roberto y Sonia. ¿Te gustaría pasarlo con nosotros?".

Andrew sacudió la cabeza. Los fines de semana eran su momento más ocupado. En la noche del viernes llegaría un gran grupo. Era imposible. Andrew nos pidió disculpas y regresó a su trabajo.

El jueves a la mañana, recé la plegaria matutina en el salón de nustra suite. Leib, con su talit y tefilín, salió a rezar afuera, en un rincón con césped frente al lago. En un momento se me ocurrió que Andrew no podía cuidar Shabat, pero podía cumplir la mitzvá de tefilín. Cuando Leib regresó, le conté mi idea: que él le enseñara a Andrew cómo colocarse los tefilín.

Minutos más tarde nos encontramos con Andrew en el hall. Leib le preguntó si le gustaría ponerse tefilín. Andrew respondió: "Qué extraño. Hace un rato cuando pasé con nuestro auto eléctrico y te vi con tus tefilín, pensé: me gustaría ponerme tefilín".

Leib le dijo que tendría que cubrirse la cabeza y decir las bendiciones. Como no tenía kipá, Andrew corrió al auto a buscar su gorra de beisbol. Entonces fue con Leib a nuestro salón y le mostró cómo amarrar el tefilín sobre su brazo y su cabeza; le explico el poder espiritual de los tefilín y cómo conectan a la persona con Dios. Andrew absorbió cada palabra, como un alma sedienta que no había bebido durante tres generaciones.

Esa tarde, Roberto y Sonia vinieron a buscarnos para ir a su Kosher Lodge. El viernes a la mañana, Sonia mencionó que el hermano de Roni y su cuñada, Enrique y Alicia, quienes vivían cerca, nos acompañarían en la cena de Shabat. Los Neiman les habían comprado a ellos su propiedad y tenían una cálida relación. Yo le pregunté: "¿Por qué no invitas también a Roni?".

"Ya es viernes. Es muy tarde para invitarla", me respondió.

Le pedí que lo intentara. Lo hizo, y media hora más tarde me dijo que Roni vendría con su novio, el primer novio judío que tuvo en su vida.

Esa noche, al estar sentados alrededor de la mesa de Shabat, me sorprendí al ver que Roni tenía en su cuello una cadena con un Maguén David. Lo comenté y Roni y su hermano intercambiaron miradas. Ella le hizo una seña dándole la palabra, y él comenzó a relatar una historia.

Sus padres habían vivido en Mcely, un pequeño pueblo al noreste de Praga. Su abuela Berta Cohen Pollak era una buena amiga de la esposa del alcalde del pueblo. Cuando los nazis llegaron y reunieron a los judíos para deportarlos a Auschwitz, Berta llevó su Maguén David a la esposa del alcalde y le suplicó: "Si no regresamos, prométeme que harás llegar esta estrella judía a mi hijo en Sudamérica".

La esposa del alcalde aceptó la misión. Su amiga nunca regresó, pero… ¿cómo iba a encontrar a los Pollak en Sudamérica? Los años de post guerra fueron caóticos. Tanta destrucción, tantas personas sin hogar. Pasaron los años. Antes de morir, la esposa del alcalde transmitió a su hija la misión de "encontrar a Pollak en Sudamérica".

Décadas más tarde, el embajador de Checoslovaquia en Chile decidió pasar sus vacaciones en el soñado hotel Antumalal. Guillermo y Catalina Pollak compartieron con él que eran originarios de Checoslovaquia, de Mcely. Cuando el embajador regresó a su país natal para una visita de rutina, le comentó a una amiga de Mcely que había estado en un legendario hotel en el sur de Chile que pertenecía a una familia checa llamada Pollak, de Mcely. Su amiga, que no era otra más que la hija del ex alcalde, se quedó helada., Con unas pocas preguntas quedó claro que ese Pollak era el hijo de Berta, la amiga judía de su madre, que había fallecido en el Holocausto. Cuando el embajador regresó a Chile, llevó con él el Maguén David.

Apenas llegó a Santiago, llamó a Enrique Pollak y le contó sobre el valioso objeto que había traído al país. Enrique y Alicia, que vivían en Santiago, acababan de regresar de Pucón el día previo. Por lo general, ellos hacían el largo viaje una vez cada tantos meses, pero tanto Enrique como Alicia consideraron que la estrella judía de su abuela era algo tan significativo, tan valioso, que decidieron volar nuevamente a Temuco y desde allí viajar a Pucón ese mismo día para llevar ese legado a Guillermo.

En ese punto de la historia, Alicia, una católica no practicante, agregó: "Mis padres vivían en Temuco. El día que llevamos la estrella a mis suegros, mi padre tuvo un infarto. Como estaba en Pucón, pude llegar al hospital en Temuco a tiempo para ver a mi padre antes de que falleciera. Eso sólo ocurrió gracias a la estrella judía".

Observé el Maguén David. Una mujer judía cuyo hijo había rechazado el judaísmo estaba rumbo a Auschwitz y como mensaje final a su único hijo que sobreviviría, dejó ese Maguén David, un símbolo del judaísmo. Décadas más tarde, milagrosamente esa medalla llegó a los Pollak en Pucón. Ahora, contra todas las probabilidades, su bisnieto Andrew estaba comenzando a estudiar judaísmo, el día previo se había colocado tefilín. ¿Cuál era el poder oculto de ese Maguén David?

Cuando regresamos a Jerusalem, conecté a Andrew con un rabino en Santiago que lo ayudó a comprar sus propios tefilín. Y luego recibí este email de Andrew:

"Gracias a Dios estoy bien. Mi camino espiritual ha sido maravilloso, y mi vida cotidiana se ve bendecida cada mañana con el talit, tefilín y Shajarit. En algún momento, me interesaría llegar a estudiar en una Ieshivá".

Al pensar en Andrew, me pregunto: ¿Acaso viajamos quince mil kilómetros a Chile y Dios nos guió a la remota Antumalal por el mérito de esta preciosa alma judía?


Tomado del libro de Sara Yojeved Rigler, "Heavenprints".

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