Cuando es Muy Tarde para Decir Gracias

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El Alzheimer ha convertido a mi madre en una extraña.

¿Cuál es el gesto de bondad más grande que uno puede hacer? De acuerdo a la tradición judía, preparar al muerto para el entierro. Una persona muerta no puede agradecerte por los servicios que realizas, ni gratificar tu ego. No hay una compensación. Mientras que la mayoría de nosotros disfruta haciendo actos de bondad por los demás, al final queremos que nuestras buenas acciones sean validadas, percibidas, o apreciadas.

Me pregunto: ¿Cuidar todo el día, los siete días de la semana, a una madre anciana que sufre de Alzheimer, cuenta como si fuese cuidar al muerto viviente? Sinceramente, encuentro que es una tarea mayormente desagradecida que es física y emocionalmente extenuante. Aunque estoy segura de que tengo la mitzvá de honrar a los padres casi completamente cubierta, pareciera que estoy cuidando a un extraño más que a mi madre.

Hasta el Alzheimer, mi madre nunca había sido abusiva conmigo de manera física, verbal o emocional. Algunos días no recuerda mi nombre. Ayer, otro nuevo hito: ya no recuerda que soy su hija.

Esta persona enojada, temerosa y deprimida no es mi madre.

Mi madre, siempre tan meticulosa sobre su higiene personal y vestida tan elegantemente, se rehúsa a darse una ducha o a utilizar ropa limpia y que combine. Alguna vez fue un imán para los niños, ahora a menudo detesta estar en el mismo cuarto con sus nietos y bisnietos y no tiene vergüenza de decírselos (una pequeña nieta está tan traumatizada que ahora llora y tiembla de miedo cada vez que viene a visitar, por lo que ahora raramente la veo en mi casa). Esta persona enojada, temerosa y deprimida no es mi madre – es una extraña.

Me encanta cocinar; no es inusual que prepare y sirva comida para 25 personas. Qué tan irónico es que las partes más estresantes de mi día son planear la comida para una sola persona. Tanto tiempo, pensamiento y gastos van a la preparación de la comida de mi madre. Lucho para conseguir variedad, atractivo visual y nutrición. Perder una sola comida podría resultar en un desastre para mi madre: náuseas, debilidad, cambios de humor o incluso deshidratación.

Primero, uno debe ser genio en anticipar las necesidades –cuando mi madre está hambrienta quiere comer ahora mismo. Pero dos minutos después de la cena, puede olvidar que ha comido y quejarse de que está muriendo de hambre –por lo que debes comenzar de nuevo. Un menú que encontró tan delicioso hace unos días o hasta hace unas horas, ahora “pareciera haber salido del tacho de basura”, está “podrido”, tiene “bichos”, está “demasiado caliente” o “demasiado frío”, está tocando otra comida, haciendo que todo el plato sea indeseable, está demasiado salado, no está lo suficientemente salado, demasiado condimentado, demasiado soso – ¿acaso nunca aprendiste a cocinar?”.

Puede tener mucha hambre y decir: “No tengo nada de hambre” y después de rabietas, coerción y sobornos, comer de mala gana – sólo para engullir toda la comida. Un desayuno que sería comido por una persona normal en quince minutos, a mi madre le puede llevar una hora.

Quisiera poder decir que he tomado esta enorme responsabilidad con un sentimiento de amor y alegría. Estoy tratando, pero no lo logré todavía. Puede que no esté feliz con la aflicción de mi madre, pero no estoy enojada con Dios. No pregunto: ¿Por qué yo? Pero sí pregunto con regularidad, ¿Cómo puedo entender mejor lo que Dios quiere de mí?

Reflejo Exacto

Recientemente, mi hija mayor dio a luz a su sexto hijo; el más grande tiene solamente ocho años. Después de conseguir un respiro en relación al cuidado de mi madre (gracias a mi marido, a mis hijos casados y a un enfermero), viajé para estar con mi hija y mis nietos para ayudar por unos días.

El momento de la comida era posiblemente el momento más difícil del día. Un niño no comía si las diferentes comidas se tocaban en el mismo plato. Otro niño pensaba que la comida estaba demasiado caliente o demasiado fría. Otro se malhumoraba mucho cuando no se le servía ahora mismo. Un niño decía que la comida estaba demasiado picante, otro decía que era demasiado aburrida. Otro decía que la comida parecía gusanos y ojos (pero igualmente la comía con felicidad). Un niño directamente se rehusaba a comer. Uno comía en dos minutos, un holgazán se tomó 30 minutos para comer la misma comida después de mucha persuasión. ¡Los derrames y las ropas manchadas! ¡El ruido y la rivalidad entre hermanos!

Me impresionó que su mal comportamiento fuera exactamente igual al de mi madre. Sin embargo, cuando los niños lo exteriorizaban, no me sentía tensa o alterada – sentía alegría y placer. ¿No es irónico que cuando un bebé es insensible o ensucia todavía nos parece adorable? Tristemente, no se puede decir lo mismo de un comportamiento idéntico exhibido por una persona anciana. Mientras corro de un niño a otro, besando una pequeña lastimadura, sirviendo una comida, clasificando la ropa sucia, limpiando una mancha –las cosas que hacen todas las madres del mundo— pienso retóricamente: ¿En dónde está la gratitud? La naturaleza de un niño es narcisista, y las ansias gobiernan sobre la apreciación. Y los amamos incondicionalmente.

¿Por qué hacer lo mismo con mi madre me resulta tan difícil?

Y luego tuve una revelación: ¿Qué es lo que Dios quiere de mí?

Si somos creados a Su imagen y Él es nuestro Padre, ¿no somos acaso niños desagradecidos? Damos por sentado las bondades “de siempre” que se nos muestran diariamente – que hay comida para comer, ¡y que casi siempre es rica! Que tenemos ropas para vestirnos, ¡y que casi siempre están limpias y son bonitas! Que tenemos un cuarto, ¡una cama para dormir!

¿Le agradecí por todas las noches en que no la dejé dormir cuando yo estaba bajo su cuidado?

Pero si cualquiera de esas cosas nos fuese negada, incluso por poco tiempo, nos sentiríamos abatidos porque hemos llegado a esperarlas, tanto como al aire que respiramos y al sol que ilumina (¡más cosas por las que estar agradecidos!). Las bendiciones matutinas que recitamos en la mañana son un vehículo para mostrarle gratitud a Dios. Nos ayudan a ser conscientes de Su bondad y a no dar nada de nuestra vida por sentado. Nos elevan por sobre la creencia de que merecemos las cosas y nos alientan a vivir una vida consciente - y a tomar conciencia. Y así tan imperfectos como somos, Dios nos ama incondicionalmente.

Si el duro criticismo que recibo de mi madre, a pesar de mis mejores esfuerzos en su cuidado, hace que me llene de pena y frustración, debo mirarme a mí misma y preguntarme: ¿Le agradecí correctamente por todas las noches en que no la dejé dormir cuando yo estaba bajo su cuidado? ¿Le agradecí por darme comida a diario y por lavar mi ropa? ¿Por ayudarme con mi tarea? ¿Por aconsejarme y por alentarme?

La mayoría de nosotros nunca terminaría de agradecerles a sus padres por todo lo que hicieron, siempre tendría más cosas que agradecer. Ahora que mi madre se está convirtiendo lentamente en una vasija vacía, trágicamente, ya es muy tarde para realizar las correcciones adecuadas. El reconocimiento verbal de los actos de bondad que hizo en el pasado se encontraría con confusión y con incomprensión.

Pero no es demasiado tarde para mostrarle mi apreciación a Dios. Cuando me levanto en la mañana, digo modé aní, (Agradezco delante de Ti) con una convicción recién descubierta, digo las bendiciones con más sinceridad, y tengo una mayor apreciación tanto por las cosas pequeñas como por las grandes. Irónicamente, mi lista de gratitud crece tan rápidamente como el declive de mi madre.

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