Sociedad
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Lamentablemente, no se está haciendo justicia.
Siete décadas después del holocausto, en un pequeño juzgado de Luneburg, Alemania, un juicio que será probablemente el último de su tipo está acaparando titulares alrededor del mundo.
Oskar Gröning será juzgado por 300.000 cargos de complicidad de asesinato a lo largo de un período de tres meses, entre mayo y julio de 1944, cuando cerca de 425.000 judíos de Hungría fueron deportados a Auschwitz-Birkenau en Polonia y fueron asesinados de forma prácticamente inmediata en las cámaras de gas. Gröning, quien era conocido como “el contador de Auschwitz”, cumplió diligentemente con su deber como SS-Unterscharführer, recolectando el dinero que los desafortunados judíos húngaros llevaban consigo al lugar de su exterminación y supervisando su envío a Berlín para apoyar financieramente la solución final del genocidio. Por su rol, este hombre de 93 años se enfrenta a una condena de entre 6 y 15 años si es hallado culpable.
Debo hacer una dolorosa confesión. A pesar del regocijo que sentí con la captura de Eichmann y su ejecución en Israel, y a pesar de la gran satisfacción que he sentido en el pasado por veredictos de culpabilidad y castigo en contra de aquellos que estuvieron involucrados en los barbáricos crímenes del holocausto, me preocupan las razones que están siendo destacadas para resaltar la importancia de este juicio.
¿Tiene algún sentido que nos digan que debemos volver a escuchar testimonios de testigos y la admisión del acusado para poder refutar los alegatos de quienes niegan la existencia del Holocausto? Continuar discutiendo con quienes se rehúsan a aceptar los hechos históricos es darle una inmerecida medida de verdad a un absurdo, como si valiera la pena debatir sobre ello o continuar la discusión. Los negadores del holocausto no son mejores de lo que sería el portavoz de la “Sociedad por la Tierra Plana”, quien solamente merecería risas y no un público que lo escuche y le brinde legitimidad como un oponente intelectualmente válido.
Sí, Oskar Gröning admitió públicamente que “lo vi todo. Las cámaras de gas, los crematorios, el proceso de selección. Un millón y medios de judíos fueron asesinados en Auschwitz. Yo estaba allí”. Pero no necesitábamos realmente que él nos lo dijera. De hecho, Ursula Haverbeck, una de las más infames negadoras del Holocausto de Alemania, estaba en la corte cuando Gröning dio su testimonio inicial y, luego de escuchar su detallada descripción de lo que ocurrió en el campo, comentó como era esperable que hiciera: “Se cambió de bando”.
Para quienes están interesados en la verdad, los hechos han sido establecidos hace tiempo; para quienes están motivados por un odio irracional hacia los judíos y hacia Israel, ninguna cantidad de pruebas irrefutables bastaría para abrir sus mentes.
Sentir gratificación por las confesiones de Gröning sobre los horrores que ocurrieron en Auschwitz es casi como si antes no hubiera estado seguro de la verdad que ya ha sido previamente documentada por cientos de sobrevivientes y testigos oculares.
Pero hay otra y más importante razón que está siendo alabada como causa de regocijo de este largamente pospuesto juicio.
Al fin —nos dicen— podemos sentir que se está haciendo justicia en el país que fue responsable de uno de los mayores crímenes de la historia. En varios artículos se ha sugerido que este juicio servirá como un apropiado cierre a los pecados nazis del siglo XX.
6.500 miembros de la SS trabajaron en Auschwitz. Hasta ahora, sólo 49 han sido condenados.
Y es precisamente por eso que me siento tan devastado por este insulto implícito a la memoria de los seis millones.
El juicio de Gröning está siendo presentado como una demostración de la preocupación de Alemania por castigar a los culpables. Pero esta prueba nos da en realidad el mensaje contrario.
Estamos ahora en el año 2015. El juicio contra Gröning por alguna razón no logró llegar a la corte durante varias décadas. Los registros indican que cerca de 6.500 miembros de las SS trabajaron en Auschwitz —la cual era tan sólo una de las maquinarias de la muerte que llevaban a cabo los diabólicos designios de la solución final—; de ellos, sólo 49 han sido condenados a la fecha.
Además, es destacable la naturaleza de los crímenes que se atribuyen a Gröning en comparación a quienes de una u otra forma han escapado de ser juzgados, viviendo sus vidas en serenidad y probablemente habiendo sido bendecidos con prosperidad. Gröning argumenta que no estuvo involucrado activamente en los asesinatos, golpizas y torturas de Auschwitz; aunque admite que comparte la culpa moral, siente que eso no lo hace culpable bajo la ley. Es verdad, según todos los puntos de vista, incluso según sus propias declaraciones del pasado, él no es alguien inocente.
¿Pero acaso no debemos preguntarnos qué pasó con todos los otros que de alguna manera lograron escapar al escrutinio del juzgado, a las preguntas por parte de las autoridades, a las investigaciones del sistema legal que debía llevar ante la justicia no sólo a quienes asistieron burocráticamente a la maquinaria del mal, sino que también a quienes llevaron a cabo aquellos atroces crímenes?
¿Acaso no es una perversión de la palabra ‘justicia’ el hecho que lo máximo que puedan lograr las cortes alemanas después de tantos años de búsqueda de culpables sea condenar a este contador del campo de concentración a los 93 años, mientras decenas de miles de las bestias más sádicas, que son quienes llevaron a cabo los actos que definieron la crueldad nazi y la falta de humanidad, nunca pagaron un precio por sus pecados?
Y si Gröning efectivamente es encontrado culpable y sentenciado, mientras que todos quienes realmente cometieron los crímenes de los campos de concentración escaparon de la justicia, ¿no sería la mayor tragedia de todas para el mundo ofrecer su juicio sobre el Holocausto con la falsa proclamación de que al final se hizo justicia?
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