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El exilio implica aprender quiénes no somos y quiénes nunca seremos. La redención implica descubrir nuestra verdadera identidad.
Algunas de las partes más conmovedoras y distinguidas del Séder de Pésaj tienen un sorprendente común denominador: la repetición del número cuatro. Hay cuatro copas de vino, cuatro hijos, y cuatro preguntas. No podemos evitar preguntarnos por qué precisamente cuatro.
Los cuatro hijos de hecho son arquetipos, representando las diversas respuestas al milagro de la redención.
Las cuatro copas de vino corresponden a las cuatro palabras que Dios mismo usó para darnos una definición perdurable y auténtica de redención, es decir: "Yo los saqué…".
Lo más famoso son las cuatro preguntas. Por su naturaleza, son preguntas que ningún niño preguntaría espontáneamente. ¿Por qué un niño preguntaría por qué no se come jametz, o hierbas amargas cuando todavía no se ha servido nada? Las cuatro preguntas pueden parecer demasiado artificiales.
El uso de este número está lejos de ser una idea nueva para algunos. Sin embargo, el gran cabalista, el Maharal de Praga, enseña que cuando algo es verdadero, es verdadero en todos los planos posibles. Es cierto filosófica, lingüística, matemática y espiritualmente.
Así aprendemos que el número cuatro es el número que encapsula más que ningún otro el mensaje del exilio y la redención, de lo contrario no sería el número usado.
Examinemos primero qué compone lo que llamamos el exilio.
Desde una perspectiva judía, el exilio implica mucho más que la expulsión física del hogar natural. El nivel más profundo del exilio es el distanciamiento. Fuimos (y hasta cierto punto seguimos estando) expulsados no sólo de nuestra tierra sino también de nosotros mismos.
Nuestros Sabios nos dicen que el exilio egipcio es el prototipo de todos los exilios de la historia judía. El significado de la palabra hebrea Mitzraim, Egipto, es 'restricción'. Las restricciones físicas que nos fueron impuestas durante la esclavitud simplemente reflejaban la represión espiritual de nuestra propia definición como un pueblo.
Nuestra identidad nacional fue construida sobre el compromiso de reconocer a Dios en cada aspecto de nuestra vida cotidiana. Esta fue la herencia de nuestros patriarcas y matriarcas. Consideremos el contraste entre la negación de la realidad de Dios a la que hacen eco los labios del faraón cuando le preguntó a Moshé: "¿Quién es Dios?".
En hebreo, la palabra para faraón, paró, significa 'desinhibido'. Los antiguos faraones crearon una sociedad centrada en el ser humano, en donde el abandono se confundía con la libertad. Si bien las restricciones eran pocas, la prisión que generaba esta falta de restricción era una fuente de exilio espiritual. El alma no tenía un lugar de refugio. Estaba enterrada bajo una letanía interminable de demandas materiales hechas por el cuerpo.
El número cuatro simboliza esta forma muy real del exilio del alma.
Este es el número que simboliza las realidades materiales que nos rodean, porque el mundo físico es un lugar en el cual reverbera el número cuatro. Hay cuatro direcciones (este, oeste, norte, sur); cuatro estaciones (verano, invierno, primavera, otoño); cuatro componentes básicos (fuego, agua, tierra, aire).
Si bien el conflicto entre el mundo material y el espiritual pueden llevar al alma a entrar a un estado de exilio cada vez más profundo, también puede tener el efecto opuesto. A menudo debemos aprender quiénes somos y quiénes no queremos llegar a ser nunca, antes de descubrir nuestra verdadera identidad. Esto, de hecho, es el comienzo de la redención.
Nuestra exposición a la sordidez y la corrupción del antiguo Egipto nos llevó al borde de la extinción. También nos llevó al punto de querer algo más para nuestros hijos y para nosotros mismos. Queríamos libertad espiritual, y apenas este anhelo surgió en nosotros, Dios comenzó su lado del proceso para nuestra redención. Por lo tanto, ¡la represión del exilio formaba parte de la redención!
Una vez que esto queda claro, podemos entender el uso del número cuatro en la Hagadá.
Las cuatro preguntas se refieren a la paradoja de Pésaj. Por implicancia, ellas preguntan:
La respuesta es que los aspectos contrastantes de la experiencia son necesarios para nuestra redención.
Esto se refleja en las cuatro expresiones que Dios usó para describir nuestra liberación (Éxodo 6:6-7)
Ambas expresiones sólo pueden tener significado en el contexto de haber sido liberados de la realidad más opresiva que hemos tenido que enfrentar.
Estas expresiones nos dan mucha más información sobre la naturaleza de la redención; ellas no nos hablan de un escape "de" Egipto sino sobre una travesía "hacia" nuestro destino final: una relación íntima y significativa con Dios.
El segundo paso depende del primero. El exilio es tanto parte del proceso de redención como lo es el rescate.
Esto crea una paradoja para algunos. Amarga al hijo malvado. Él quiere retrotraerse en la cómoda complacencia del exilio espiritual. También mistifica al hijo que ya no cree en las respuestas. Debemos usar la empatía y la compasión que una madre tendría hacia su hijo para liberarlo lo suficiente para que pueda escuchar.
Pero la misma paradoja libera al hijo simple para redefinir lo que la experiencia significa para él. El más libre de todos es el hijo sabio. Una vez que la puerta está abierta, él formula la pregunta más honesta de todas: "¿Cómo debo servir al Dios que me ha liberado?".
Las respuestas que provee la Hagadá nos dan la clave de la verdadera libertad. La Hagadá nos dice que debemos explicar a nuestros hijos las leyes de Pésaj desde el comienzo hasta su conclusión. Sólo poniendo fin a la ignorancia que nos encierra en falsas verdades podemos resolver la paradoja.
Que seamos dignos de una festividad de verdadera libertad.
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