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Cómo logré cambiar mi energía negativa a positiva.
En el último año perdí a dos de mis amigas más cercanas, una por una enfermedad renal y la otra por una pelea. Fue por algo tonto, pero yo tenía que tener la razón. Ya habíamos bailado esa danza antes. Sin embargo, ese resultó ser nuestro último baile.
Fue un año duro. Muchas veces lo que más hubiera deseado era poder salir y estar con ellas, reírnos juntas, ponernos al día sobre lo que nos ocurrió durante la semana y hacer planes para pasar juntas buenos momentos. Me sentí muy sola al saber que las había perdido.
En verdad tengo el hábito de crear relaciones adversas, hablar sin rodeos y construirme una muralla que me proteja para no resultar herida. Racionalizo y justifico esto diciendo que soy directa y me pregunto por qué la mayoría de las personas no lo son.
Una maestra sabia me sugirió que, si con mi franqueza alejo a los demás, no me debían quedar muchos amigos. Pero estaba sufriendo demasiado como para poder escuchar su gentil consejo.
Estaba dispuesta a comenzar a cambiar mi hábito de ser tan crítica y antagonista. Me pareció que era adecuado comenzar a trabajar sobre esto justo antes de Rosh HaShaná, porque es un período de reflexión y compromiso con el desarrollo personal.
Cuando se efectúan grandes cambios, cada pequeño cambio es importante.
Decidí cambiar mi energía de negativa a positiva. Me fijé el objetivo de crear más a menudo amor y compasión como mi forma de ser. Mi intención era brindar servicio a los demás, tanto a mis seres queridos como a los extraños. Mi amiga me alentó, señalando que cuando se efectúan grandes cambios, cada pequeño cambio es importante.
Concreticé mi objetivo comprometiéndome durante 30 días a hacer una vez por día algo bueno por otra persona. Treinta días es el período mínimo necesario para cambiar un hábito. Mi “práctica de bondad” podía ser una simple sonrisa o un “hola”, pero quería esforzarme más para crear mi nuevo hábito de ser afectuosa y compasiva, paciente y entregada.
Me acerqué a la guardia de seguridad de mi trabajo, que siempre tiene un aspecto gruñón, y me fijé cuál era su nombre: Caty. Comencé a conversar con ella, y descubrí que era una persona y no sólo un objeto que me impedía avanzar porque tenía que mostrarle mi tarjeta de identificación para poder entrar al edificio. Ahora, cuando veo a Caty la saludo por su nombre, le sonrío y cambiamos algunas palabras, lo que hace que la interacción sea mucho más placentera.
En el supermercado, había una empelada con aspecto amenazante. Ahora sé que su nombre es Lisa, que hace 30 años trabaja allí. Y en verdad es mucho más amistosa de lo que yo pensaba.
Mi nueva vecina recién casada estaba muy irritada porque comenzó un nuevo trabajo y se levanta todos los días a las 4 de la mañana. Me ofrecí a ayudarla sacando a pasear a su perro después del trabajo, así ella podía pasar un rato con su esposo.
Día a día iba construyendo mi músculo de jésed, y le contaba a mi amiga-mentora qué acto había hecho ese día. Dar chocolates a mis compañeras de trabajo. Ayudar a una mujer ciega a llegar a una reunión. Consolar a mi hermano que tiene un amigo moribundo. Regalarle a una amiga adolescente una sesión de manicura. Invitar a cenar a una amiga para celebrar su compromiso. Elogiar a alguien por un trabajo bien hecho. Pedir perdón cuando es necesario. Invitar amigos a una comida de Shabat. No tocar la bocina en un embotellamiento de tránsito.
También presté atención e informé a mi amiga por lo menos de una bendición diaria. Estudiar Torá. Andar en mi bicicleta nueva. Disfrutar de una mañana en la piscina. Valorar a mi familia. Recibir huéspedes. Lograr sacar la cera de mi mantel. Poder trabajar desde casa en vez de ir a la oficina. Recordar el código de mi computadora. Ver la belleza de la naturaleza. Hablar con una vieja amiga.
En las tres semanas que estuve sumergida en mi “práctica de bondad”, Dios dio muchas oportunidades de poner en práctica mi amor, bondad y paciencia. Un día pasé más de una hora hablando por teléfono con la compañía telefónica sobre mi línea de teléfono y mi servicio de Internet… ¡sin perder la paciencia! Al día siguiente esperé más de una hora en la oficina de mi abogada para una cita previamente acordada. Ella es una buena amiga y ya sé que siempre se demora, por lo que había planificado de antemano y me llevé material para leer. Me sorprendí a mí misma por lo calma y afectuosa que era. Tuvimos una maravillosa reunión.
Al día siguiente hablé por teléfono con el técnico de computadoras de mi trabajo porque tenía problemas para ingresar al sistema. El técnico, Rashid, me elogió, una inesperada afirmación positiva respecto a que mi “práctica de bondad” estaba funcionando.
—Me gusta hablar con usted. Se mantiene muy calma en una situación frustrante —me dijo.
—¿De veras? ¿La mayoría de las personas se enojan?
Me dijo que algunas se enojan y él las deja desahogarse, pero le lleva más tiempo resolver sus problemas.
Ayer terminaron mis 30 días, y estoy súper agradecida por las lecciones:
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