Cómo ayudar a mi hijo con Asperger a ser independiente

12/03/2023

3 min de lectura

Al ser su abogada defensora yo no lo ayudaba. De hecho, lo debilitaba.

Estábamos en el consultorio de la dermatóloga, yo con mi “antena” materna atenta, esperando el momento adecuado para poder formular todas mis preguntas respecto a mi hijo. Pero no tuve la oportunidad de hacerlo.

Mi hijo de 24 años le mostraba a la médica una molesta condición en su piel. Yo quería saltar y empeczar a hablar, como siempre lo había hecho hasta ese momento. Esa era nuestra dinámica: él permanecía sentado y yo hablaba.

Pero la médica no estaba dispuesta a aceptarlo. "Estoy hablando con él", me dijo abruptamente. "Tiene 24 años y es perfectamente capaz de hablar por sí mismo".

Me senté y permanecí en mi silla, un poco conmocionada. Ella procedió a hablar con mi hijo, y sólo con mi hijo, dándole dos opciones de tratamiento. Me quedé sentada como una niña castigada, sin atreverme a hablar. Observé el intercambio de opiniones, mi hijo formulando todas las preguntas apropiadas, la médica explicando los pro y los contra de cada tratamiento. Me sentí redundante. De repente me habían quitado de las manos el rol que siempre representé tan bien. Sin embargo, debo admitir que mi hijo se las estaba arreglando bastante bien, mejor que bien, incluso sin mi intervención.

Cuando él terminó, fue mi turno. Tímidamente le agradecí a la médica por haberme puesto en mi lugar. "Mi hijo tiene Asperger. Estoy aprendiendo a soltar la cuerda de a poco, pero es algo que tengo que practicar".

La médica captó lo que mi hijo necesitaba más que nada: una fuerte dosis de independencia.

"Se las arregló muy bien", me dijo con una sonrisa. Yo sabía que lo había hecho. La médica también captó lo que mi hijo necesitaba más que nada: una fuerte dosis de independencia.

Nuestro hijo fue diagnosticado con Asperger al completar su servicio en el ejército israelí. Su nivel de funcionamiento es tan alto, que los psicólogos nunca lo reconocieron… hasta ahora.

Al navegar nuestro camino hacia su diagnóstico, hubo un patrón de comportamiento que yo sabía que tenía que erradicar: el hecho de funcionar como la boca de mi hijo. Es un rol que adopté para mí misma y que nunca abandoné. Es tan natural que ni siquiera me doy cuenta cuando lo hago.

Pero ahora comienzo a comprender cuán dañino ha sido.

Cuando nuestro hijo era pequeño, yo era el escudo que lo protegía de un mundo lleno de incertidumbre. Mientras nuestros otros hijos tenían esa habilidad extra para navegar por la vida, este niño siempre sacaba a la luz mi parte de "mamá oso". Sentía la necesidad de protegerlo de todo, incluso de sí mismo. Siempre estaba un paso detrás de él, lista para salvarlo si llegaba a hacer algo mal. Me nombré a mí misma como su abogada, sin entender que si bien eso pudo haber sido positivo hasta cierto punto, ya no servía más. De hecho, era debilitante.

En esa silla en el consultorio de la dermatóloga, tomé conciencia de la realidad que yo misma había creado, a pesar de tener las mejores intenciones. Entendí que al inhibir la capacidad de mi hijo para comunicarse, le estaba robando su capacidad para conectarse con los demás. A pesar de mi intenso deseo por impulsarlo para seguir adelante en su vida, en esencia lo estaba jalando hacia atrás.

A veces estamos tan cegados por nuestras buenas intenciones que no comprendemos el daño que estamos haciendo.

Como padres, nos esforzamos mucho para darles a nuestros hijos todo lo que necesitan. A veces estamos tan cegados por nuestras buenas intenciones que no comprendemos el daño que estamos haciendo. En un encuentro reciente, el terapeuta de nuestro hijo nos agradeció por el maravilloso trabajo que hicimos al educarlo, y luego, medio en broma, nos dijo que a partir de ahora estábamos "despedidos". Yo llegué a entender que junto a todo el trabajo interno que mi hijo está haciendo, yo también tengo por delante una buena dosis de trabajo personal. Hay un cordón umbilical invisible que tengo que cortar. Y mientras más rápido lo haga, mejor.

Una de las características principales de las personas con Asperger es el desafío de conectarse con otros. Yo me posicioné a mí misma como el “conducto” a través del cual mi hijo se relacionaba con el resto del mundo. Creía firmemente que él era incapaz de hacerlo por sí mismo, me convencí que yo le fallaría si no lograba intuir todas sus necesidades y deseos, incluso después de una etapa en la que esto ya no era apropiado por su edad. Yo provoqué que acallara su propia voz, que no creyera en su propia intuición. No lo hice intencionalmente, sino por mi profundo amor por él. Mantuve firmes las riendas, y ahora era el momento de pasárselas a quien tenía que forjar su propio camino, a su propio paso.

Estoy aprendiendo a pasar al “asiento trasero” y dejar que mi hijo se acomode en el “asiento del conductor”. Ambos estamos en un proceso, ambos aprendemos día a día a soltar, a empujarnos más allá de nuestra zona de confort y controlar el impulso de regresar hacia atrás, a los roles que ya conocíamos tan bien.

Mientras mi hijo aprende a usar la voz que le han dado para conectarse, yo usaré la mía en una frecuencia diferente, para conectarme con nuestro Creador y suplicarle que lo ayude a encontrar su camino.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.