Hoy me siento completa, de cuerpo y alma

02/07/2023

3 min de lectura

Me advirtieron que con mi problema de sobrepeso no llegaría a nada en la vida.

Recuerdo que tenía ocho años y subí a la balanza.

Me ofrecieron 1 dólar por cada kilo que bajara mientras estaba en un campamento de verano. Ese año, pasé de ser una niña menuda y delgada a ser gordita.

Durante la mayor parte de mi vida, mi cuerpo ha sido la parte más identificable de mi ser.

Ser obesa era mi identidad y los demás querían que yo fuera aceptada. Eso significaba ser flaca.

Me dijeron que nadie me querría mientras tuviera un problema de sobrepeso.

(Tenía ocho años, no sabía qué significaba eso).

Me dijeron que no podría tener amigas.

(Intenté ser muy graciosa y eso ayudó).

Me advirtieron que con mi problema de sobrepeso no llegaría a nada en la vida.

(Les creí).

Pero la cosa es que siempre me sentí completa desde que nací. Nací infinita e inquebrantable y así permanecí incluso cuando las voces externas me dijeron que estaba quebrada y que no tenía esperanza.

Al tratar de encontrarle sentido a todas esas voces internas y externas, en mis años de adolescencia comencé a experimentar una intensa depresión. No le veía sentido al mundo ni sabía a dónde me dirigía. Era difícil ver el camino hacia adelante y ser un miembro activo en mi vida.

Mi relación con la comida reflejaba ese caos. No sabía cómo actuar alrededor de la comida. Intenté controlarlo, porque parecía que era la única cosa que podía controlar. Sin embargo, a veces era mi único consuelo. La única cosa que siempre estaba disponible, así que calmé mi agitación interna comiendo.

En el peor día de mi vida, el ruido de las presiones externas fue demasiado ruidoso como para poderlo soportar. Tenía 15 años, miraba por encima del agua, intentando ver si valía la pena vivir la vida. En ese momento, me dieron el regalo de ver mi completitud inquebrantable. Pude comprender que si encontraba la fuerza interna para escogerlo, había un futuro para mí. Podía llegar a vivir una vida completa. En un momento de claridad, supe que tenía la fuerza para mejorar, para ser amada, y que esperaba un día poder formar una familia y hacer cosas increíbles.

Durante los años siguientes, seguí escogiéndome a mí misma una y otra vez. Comencé el profundo proceso de quitar las capas que me ocultaban a través de terapia, programa de 12 pasos y trabajo interno. Esa promesa me mantuvo creciendo hacia la versión de lo que soy hoy en día.

Hoy, cuando entran voces externas, me escuchó primero a mí misma.

Cuando me veo en el espejo, miro mi cuerpo y veo un compañero de mi alma. Un cuerpo que es el recipiente que permite que mi potencial llegue a este mundo.

Mi cuerpo me permite atravesar cada día y participar en esta increíble vida que vivo.

Mis ojos y mi mente me permiten sumergirme e indagar en las profundas verdades de la Torá y enseñársela a otros.

Mis piernas me llevan por las calles de Ierushalaim, permitiéndome explorar y experimentar el sueño de vivir en esta tierra.

Mis manos me permiten cocinar comidas nutritivas como un acto de amor para mí misma y para otros.

Mi voz me permite compartir mi sabiduría, mi historia y mi amor.

Mi corazón me permite sentir la plenitud de este mundo.

Sé que encontraré un compañero que se conectará con mi alma y se sentirá atraído por mi cuerpo.

Espero que un día mi cuerpo traiga nueva vida al mundo y ser capaz de nutrirla.

Juntos, mi cuerpo y mi alma me permiten vivir una vida plena, interesante y llena de afecto.

Sin importar mi tamaño, eso es lo que merezco.


Crédito de las fotografías: Shira Lankin Sheps

Este articulo apareció originalmente en "The Layers Proyect Magazine", en donde puedes encontrar otras historias significativas sobre mujeres judías.

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