Un sobreviviente del Holocausto cumple 101 años

24/03/2023

4 min de lectura

Nat Ross fue obligado a cavar su propia tumba en Auschwitz. En la Marcha de la Muerte casi lo matan. Pero acaba de cumplir 101 años.

El mismo acto que salvó la vida de Nat Ross en Auschwitz también fue el que casi provocó su muerte.

Nat trabajaba construyendo un sistema de alcantarillado en Auschwitz. Mientras trabajaba, encontró restos de papas y de inmediato los escondió en sus pantalones. Cada semana, los nazis obligaban a los prisioneros judíos a quitarse la ropa y arrojarla a una gran olla de agua hirviendo para desinfectarla. Nat ató los restos de papa en la pierna de su pantalón y las hirvió junto con la ropa. Esos restos de papas lo mantuvieron con vida.

Pero entonces los guardias de la SS descubrieron su táctica. Lo arrastraron hacia un costado y lo obligaron a comenzar a cavar su propia tumba.

"Con un arma apuntándome a la cabeza, cavé y cavé. Sabía que eran mis últimos instantes de vida. No sabía qué había del otro lado, por lo que empecé a rezar. No recé sólo por mí, recé por todas las personas en mi vida, incluso por mis amigos cristianos".

El guardia nazi le ordenó que se acostara al lado de la tumba para ver si entraba. Cuando decidió que no era suficientemente larga, le ordenó que se levantara y siguiera cavando.

En el momento en que Nat se puso de pie, otro prisionero colapsó.

El guardia miró a Nat y el dijo: "Bueno, parece que es tu día de suerte".

Él llevó al prisionero muerto a la tumba destinada para Nat.

Nat sintió enorme gratitud, pero al mismo tiempo experimentó la culpa de los sobrevivientes. La muerte lo rodeaba a diario. Frecuentemente veía prisioneros que se suicidaban arrojándose contra la cerca eléctrica.

Nat sentía que su misión era vivir para poder contar un día su historia.

Después de años de tortura, su voluntad de sobrevivir se desvaneció. Corría el rumor de que la guerra había terminado. Los nazis recolectaron a los prisioneros de cada campo y los obligaron a marchar descalzos en la nieve. Cuando alguien caía, lo mataban.

Los guardias no querían desperdiciar balas. En vez de disparar, golpeaban a los prisioneros con el dorso de sus bayonetas. Las balas las usaban "sabiamente", matando a tres prisioneros parados en fila con una sola bala.

En un momento durante la marcha de la muerte, los guardias de la SS se detuvieron en una granja para tomar un pequeño descanso. Nat vio que había algunas montañas de heno, pero sabía que si se atrevía a acostarse, lo matarían. No le importaba. Si lo iban a matar, que lo mataran allí mismo. Se acostó y se durmió. Se despertó 17 horas más tarde, y vio que todos se habían ido.

Había otros dos prisioneros que se habían escondido muy cerca. Un granjero local vio a los tres hombres y los delató. Un soldado alemán encontró a Nat y sacó su arma para matarlo.

Nat gritó la plegaria judía: "¡Shemá Israel!".

El alemán apretó el gatillo, pero el arma no funcionó. Nat corrió hacia un lugar seguro.

En Auschwitz

Nat no tuvo fuerza emocional para compartir su historia hasta muchos años más tarde. Particularmente le resultaba difícil contar lo que ocurrió con su madre.

Cuando el tren llegó a Auschwitz, lo separaron de su madre. Todo lo que él quería era abrazarla y darle un beso. Nat comenzó a llorar al recordar: "Puedo verla en mi mente. Justo frente a mí, ella trata de agarrarme y yo trato de aferrarme a ella, pero no puedo alcanzarla".

Su madre y sus dos hermanas fueron asesinadas de inmediato.

Cuando Nat y su hijo Jay viajaron a Auschwitz, Jay no sabía cómo iba a reaccionar su padre.

"Su mente quedó compartimentada. No manifestaba emociones, pero sabía exactamente dónde estaba su búnker. Recordaba todos los detalles 70 años más tarde".

Nat era el único sobreviviente del grupo y lo trataron como a una celebridad. Él le mostró a todos las diferentes secciones de Auschwitz usando sus recuerdos de primera mano para guiar al grupo.

Nat pudo controlarse cuando estaban en Auschwitz, pero después se quebró al llegar a la tumba de su abuelo, donde estuvo solo con su hijo.

Los nazis lo trataron como a un animal, pero Nat no dejó que la forma en que lo trataban determinara su valor. Él sabía que su dignidad venía de Dios.

Nat creía firmemente en Dios. "Cada día me levantaba a rezar. Eso me dio fuerzas entonces y me da fuerzas ahora".

A pesar de los duros recuerdos de Auschwitz y de las pesadillas que tuvo durante toda su vida, no guardaba odio en su corazón. Nat creía que el odio surge de la ignorancia. "Las escuelas no enseñan más sobre el Holocausto. Mi bella nieta dio una charla a su clase sobre el Holocausto y compartió mi historia, y ninguna persona había escuchado hablar del Holocausto".

Algunas de las cartas que Nat recibió desde todos los rincones del mundo.

Hoy, Nat recuerda y comparte su historia para que no sea olvidada.

En honor a su cumpleaños 101, toda la familia viajó para compartir con él ese momento.

Personas desconocidas de todo el mundo le enviaron tarjetas y buenos deseos.

Mitch Edelstein. El director ejecutivo de la vivienda asistida donde Nat vive, dijo: "Tuvimos que cerrar las líneas telefónicas durante varias horas, porque estaban recargadas con toda la gente que llamaba para desearle un feliz cumpleaños".

"Sentí mucho amor. Mi corazón rebosaba de alegría", dijo Nat.

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