Por qué la revolución sexual fue mala para las mujeres

08/01/2024

5 min de lectura

La periodista Louise Perry afirma en su libro que la revolución sexual convirtió a las mujeres en víctimas y no en triunfadoras. Y tiene razón. 

El índice del libro de Louise Perry, Contra la revolución sexual, no es lo que uno esperaría encontrar en los escritos de una milenial feminista declarada.

De hecho, se parece mucho más a algo de otra época. Los títulos de sus capítulos resumen sus conclusiones con frases familiares y anticuadas. Algunos ejemplos: “El sexo debe tomarse en serio”, “Los hombres y las mujeres son diferentes”, “La virtud de la represión” y “El matrimonio es bueno”.

A primera vista, parece un libro que hubiera podido escribir tu abuela. Sin embargo, esta periodista definitivamente no es tu abuela. Ella creció con una visión del mundo muy diferente a lo que apoya en este libro. La mayoría de las ideas con las que está en desacuerdo son las mismas que ella misma sostuvo cuando era una estudiante universitaria. Sólo al graduarse y comenzar a trabajar en un centro de ayuda para víctimas de violación, comenzó a cuestionar las normas culturalmente aceptadas respecto al sexo, lo cual culminó en su libro.

Perry da un paso atrás para observar con mayor amplitud el cambio sociológico y pregunta: “¿Acaso esto fue bueno para las mujeres?”.

Un poco de historia antes de sumergirnos en sus argumentos. Como explica Perry en su libro, la introducción de la píldora llevó rápidamente a una deconstrucción de los tabúes sociales contra el sexo prematrimonial. Ahora, creyendo que las mujeres tenían control sobre su anticoncepción, ellas podían ser liberadas de las cadenas del matrimonio y la maternidad, utilizadas históricamente para confinarlas.

Aunque Perry reconoce que hay cierta verdad en esto, ella sugiere que la alternativa que hemos creado (una cultura social sexualmente promiscua, donde “el consentimiento es lo único que importa”), no es un avance en los derechos de las mujeres, sino exactamente lo opuesto, una declaración que ella explica de forma meticulosa en su libro.

El libro de Perry es completamente secular. Sólo menciona la religión en cuanto ésta afecta las normas culturales alrededor del matrimonio y el sexo. (Nota para los potenciales lectores: como lo definió un lector de Amazon, el libro es “de clasificación restringida”). Sin embargo, sus conclusiones son altamente compatibles con la sabiduría judía. Veamos algunos de sus puntos principales y qué dice sobre ellos la sabiduría judía.

El sexo debe tomarse en serio

Perry afirma que el desencanto sexual (la idea de que no hay nada especialmente único o poderoso en un encuentro sexual), es una mentira social. La mayoría de las personas saben intuitivamente que la intimidad física no es lo mismo que, digamos, prepararle a otro una taza de café. Ella cita a varias de las escritoras del movimiento #MeToo, mujeres que no fueron violadas, pero que se sintieron violadas y tratan de entender sus propios sentimientos a pesar de haber participado en un acto técnicamente consensual.

La intimidad física no es lo mismo que, digamos, prepararle a otro una taza de café.

Los antecedentes de Perry como periodista defensora de los derechos de las mujeres con un enfoque en la violencia sexual, con un periodo de trabajo en un centro de ayuda para víctimas de violación, la expuso a las peores cosas que pueden ocurrirle a una mujer. Sin embargo, ella resalta que las mujeres pierden no sólo en los casos extremos, sino que la presión social dominante les dice a las mujeres que se desconecten de su instinto (es decir: no ir a casa con un hombre borracho que pesa 15 kilos más que ella, es más fuerte y que apenas conoce) y jugar su parte.

El judaísmo ve el acto de intimidad física como uno de los actos más sagrados que puede realizar una persona. Y como todo lo sagrado y valioso, está rodeado de vallas y pautas, validando nuestro entendimiento intuitivo de que el sexo es importante.

El sexo sin amor no da poder

Cuando la llegada de los anticonceptivos dio a las mujeres más control sobre su reproducción, rápidamente llevó a una cultura de “lo único que importa es el consentimiento”. La nueva imagen de la mujer moderna y liberada era una mujer que participa alegremente en la cultura del sexo casual. Si bien Perry está a favor de que las mujeres tengan más control sobre sus vidas, ella señala que las mujeres pierden cuando las normas sociales no requieren madurez y compromiso de los hombres.

Estadísticamente, en general los hombres tienen un nivel dramáticamente más alto de socio-sexualidad (preferencia por la variedad, lo que se conoce también como “echarse una cana al aire”) en comparación a la mayoría de las mujeres. Aunque hay excepciones a la regla, la mujer promedio que se dedica al juego de las citas no hace algo que le resulta natural, sino lo que funciona mejor para los hombres.

Perry argumenta que la cultura en la que vivimos actualmente no sólo incentiva la promiscuidad, sino que también presiona a las mujeres a pretender que eso es lo que ellas desean. Tener límites respecto al sexo se ve como mojigato, extraño o algo para los que son muy religiosos, en vez de considerarlo como una respuesta razonable de alguien que lleva la responsabilidad de un potencial embarazo. Es significativamente más probable ser víctimas de violencia sexual o doméstica y estadísticamente menos probable que disfrute los encuentros casuales.

La cultura social es una fuerza que debe ser tomada en cuenta. En la cultura actual, particularmente en los campos universitarios, las mujeres se ven en la incómoda posición de tener que justificar por qué no quieren sexo. Al competir en un mundo de citas en el cual el sexo casual es la norma, una mujer que preferiría tener un compromiso es dolorosamente consciente de que eso dañará sus prospectos de citas.

Cuando una pareja judía tradicional sale en citas, primero identifican qué es lo que buscan en una pareja. Sólo cuando se cumplen sus criterios principales, se conocen en persona. Algo todavía más importante es que ni siquiera empiezan este proceso hasta que han decidido que están listos para el matrimonio.

Obviamente este es un sistema que funciona mejor a nivel cultural, pero todos podemos aprender algo de esta idea. Las mujeres pueden preguntarse a sí mismas: ¿Esta persona es alguien con quien yo consideraría casarme? Si la respuesta es negativa: ¿Realmente quiero una relación física o estoy respondiendo a lo que siento que se espera de mí?

El matrimonio es bueno

Exactamente aquello que las feministas consideraban que era lo que más restringía a las mujeres (la institución de un matrimonio monógamo), resulta ser, desde una perspectiva sociológica, la opción más favorable que existe para las mujeres. Las mujeres que estaban atrapadas en matrimonios terribles o peligrosos fueron justamente liberadas por un mayor acceso al divorcio, pero lo que vino después desde un punto de vista cultural fue una ola de divorcios entre matrimonios que no eran tan terribles. Hoy en día, a menos que el matrimonio haga que la persona se sienta completamente realizada (algo difícil en una generación tan ocupada que apenas logra encontrar tiempo para una cita semanal), la relación se cuestiona por completo. Si bien las tasas de divorcio comenzaron a bajar, no deberíamos emocionarnos demasiado. Esto se debe tan sólo a que cada vez es menos habitual casarse.

Sin embargo, a nivel social el matrimonio consistentemente se asocia con más éxito para toda la comunidad. La ruptura del matrimonio no beneficia a las mujeres, principalmente porque no beneficia a nadie.

Además, Perry describe el sorprendente fenómeno de las madres solteras que creció desde la aparición de la píldora (ella explica que el 91% de fiabilidad dio una sensación falsa de seguridad, llevando dramáticamente a más embarazos no deseados). Perry también cita la ventaja evolucionaria de que las mujeres tienen lazos cercanos con sus hijos, una situación que es posible cuando hay disponibles dos padres para compartir la carga de la manutención económica y del cuidado de los niños. Ella argumenta que cuando las normas sociales empujaban a los hombres a casarse, las mujeres ganaban porque los hombres tenían que desarrollar la responsabilidad y el autocontrol necesarios para representar ese rol. “El problema con la cultura sexual actual es que alienta a los hombres a ser la peor versión de sí mismos”, dijo Perry en una entrevista. Los hombres no son reacios a entrar en el personaje maduro que Perry llama “modo papá”, sino que simplemente no tienen motivos para hacerlo.

Más que nada, lo que el libro de Perry ofrece al lector es una oportunidad de desafiar el statu quo. Las normas con las que crecimos requieren una evaluación crítica. Y aunque las normas sociales tienen un alto impacto en nuestras vidas, cada uno tiene derecho a opinar cómo quiere que sea su vida.

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