Que mis enseñanzas caigan como la lluvia

20/09/2023

5 min de lectura

Haazinu (Deuteronomio 32 )

En el glorioso cántico con el cual Moshé se dirige a la congregación, él invita al pueblo a pensar sobre la Torá, su pacto con Dios, como si fuera la lluvia que riega la tierra para que pueda crecer la cosecha:

Que mis enseñanzas caigan como la lluvia y mis palabras desciendan como el rocío, como viento tempestuoso sobre la vegetación y como gotas de lluvia sobre la hierba.

La palabra de Dios es como la lluvia sobre la tierra seca. Da vida. Hace que las cosas crezcan. Hay muchas cosas que podemos hacer por nosotros mismos: podemos arar la tierra y plantar las semillas. Pero en definitiva, el éxito depende de algo que está fuera de nuestro control. Si no cae lluvia, no habrá cosecha, sin importar cuánto nos hayamos preparado. Lo mismo ocurre con Israel. Nunca debemos caer en la tentación de decir con arrogancia: "mi poder y la fuerza de mis manos han producido esta riqueza" (Deuteronomio 8:17).

Sin embargo, los Sabios sintieron que había algo más en la analogía. Así lo expresa el Sifri:

Que mis enseñanzas caigan como la lluvia: Así como la lluvia es una sola cosa, sin embargo cae sobre los árboles permitiendo que cada uno produzca frutos sabrosos de acuerdo con la clase de árbol que es (el viñedo a su manera, el olivo a su manera, la palmera a su manera) así también la Torá es una, pero sus palabras contienen las Escrituras, la Mishná, leyes y tradiciones. Tal como la lluvia cae sobre las plantas y las hace crecer a algunas verdes, otras rojas, algunas negras y otras blancas, así también las palabras de la Torá producen maestros, individuos dignos, sabios, justos y piadosos.

Hay sólo una Torá, pero esta tiene múltiples efectos. Ella da lugar a diferentes clases de enseñanzas, diferentes clases de virtudes. La Torá a veces es vista por sus críticos como demasiado prescriptiva, como si tratara de hacer que todos fueran iguales. El Midrash sostiene lo contrario. La Torá se compara con la lluvia precisamente para enfatizar que su efecto más importante es hacer que cada uno crezca y se convierta en quien debe ser. No somos todos iguales, ni la Torá busca la uniformidad. Como dice una famosa Mishná:

Cuando un ser humano fabrica muchas monedas de un mismo molde, todas son iguales. Dios hace a todos a la misma imagen (Su imagen), pero ninguno es igual a otro. (Mishná Sanedrín 4:5)

Este énfasis en la diferencia es un tema recurrente en el judaísmo. Por ejemplo, cuando Moshé le pide a Dios que nombre su sucesor, él usa una frase inusual: "Que Hashem, Dios de los espíritus de toda la humanidad, nombre a un hombre sobre la asamblea" (Números 27:16)

Sobre esto, Rashi comenta:

¿Por qué usó esta expresión ("Dios de los espíritus")? Moshé le dijo: Amo del universo, Tú conoces el carácter de cada persona y sabes que no hay dos personas iguales. Te pido que nombres sobre ellos un líder que sea capaz de soportar a cada uno de ellos de acuerdo con su propia mentalidad.

En el judaísmo, uno de los requerimientos fundamentales de un líder es que sea capaz de respetar las diferencias entre los seres humanos. Este punto es enfatizado por Maimónides en "La guía de los perplejos":

El hombre es, como tú sabes, la forma más elevada de la creación y, por lo tanto, incluye el mayor número de elementos constitutivos. Esta es la razón por la cual la raza humana contiene una variedad tan grande de individuos que no podemos descubrir dos personas exactamente iguales en cualquier cualidad moral o en apariencia externa… Esta gran variedad y la necesidad de la vida social son elementos esenciales en la naturaleza del hombre. Pero el bienestar de la sociedad exige que haya un líder capaz de regular las acciones del hombre. Él debe completar cada defecto, eliminar todo exceso y prescribir la conducta de todos, de modo que la variedad natural sea contrarrestada por la uniformidad de la legislación, de modo que el orden social quede bien establecido. (Guía de los perplejos, II:40)

El problema político, tal como lo ve Maimónides, es cómo regular los asuntos de los seres humanos de forma tal que se respete la individualidad sin crear caos. Un punto similar emerge de una sorprendente enseñanza rabínica:

Enseñaron nuestros Sabios: Al ver a una multitud de israelitas, se debe decir: "Bendito sea Él, que discierne los secretos", porque cada mente es diferente de la otra, tal como cada rostro es diferente de otro. (Brajot 58a)

Hubiéramos esperado que la bendición sobre una multitud enfatizara su tamaño, su masividad: los seres humanos en su aspecto colectivo. Una multitud es un grupo suficientemente grande como para que se pierda la individualidad de los rostros. Sin embargo, la bendición resalta lo opuesto: que cada miembro de una multitud sigue siendo un individuo con pensamientos, esperanzas, miedos y aspiraciones distintivos.

Lo mismo ocurre con la relación entre los sabios. Una Mishná declara (Sotá 9:15):

Cuando murió Rabí Meir, cesaron los compositores de fábulas. Cuando murió Ben Azzai, cesaron los estudiantes asiduos. Cuando murió Ben Zoma, cesaron los expositores. Cuando murió Rabí Akiva, cesó la gloria de la Torá. Cuando murió Rabí Janina, cesaron los hombres de acción. Cuando murió Rabí Iosi Ketanta, cesaron los hombres piadosos. Cuando murió Rabí Iojanán ben Zakai, cesó el brillo de la sabiduría… Cuando murió Rabi, cesaron la humildad y el temor al pecado.

No había un único modelo de sabio. Cada uno tenía sus propios méritos distintivos, su contribución única al patrimonio colectivo. En este sentido, los sabios simplemente continuaban la tradición de la Torá. No existe un único modelo de héroe o heroína religioso en el Tanaj, la Biblia hebrea. Cada uno de los patriarcas y de las matriarcas tenía su propio carácter inconfundible. Moshé, Aharón y Miriam emergen como diferentes clases de personalidades. Los reyes, los sacerdotes y los profetas tenían diferentes roles que desempeñar en la sociedad israelita. Incluso entre los profetas, "no hay dos que profeticen en el mismo estilo", dijeron los Sabios. Elías era celoso, Elisha gentil. Hosea hablaba de amor. Amós habló de justicia. Las visiones de Isaías eran más simples y menos opacas que las de Ezequiel.

Lo mismo se aplica incluso a la misma revelación en el Sinaí. Cada individuo escuchó en las mismas palabras, una inflexión diferente:

"La voz de Hashem es poderosa" (Salmos 29:4). Esto significa que de acuerdo con el poder de cada individuo, el joven, el anciano, y los muy pequeños, cada uno de acuerdo con su poder (de entendimiento). Dios le dijo a Israel: "No creas que hay muchos dioses en el cielo porque has escuchado muchas voces. Debes saber que sólo Yo soy Hashem, tu Dios" (Shemot Rabá 29:1)

De acuerdo con el Maharshó, hay 600.000 interpretaciones de la Torá. Cada individuo es teóricamente capaz de un entendimiento único de su significado. El filósofo francés Emmanuel Levinas comentó:

La Revelación tiene una forma particular de producir significado, que radica en su conexión con la singularidad de cada persona. Es como si una multiplicidad de personas… fueran la condición para la plenitud de la "verdad absoluta", como si cada persona, en virtud de su propia singularidad, fuera capaz de garantizar las revelación de un único aspecto singular de la verdad, por lo que algunas de sus facetas nunca serían reveladas si ciertas personas faltaran en la humanidad.

El judaísmo enfatiza la otra parte de la máxima E pluribus unum ("a partir de muchos, uno"). Él dice: "A partir de Uno, muchos".

El milagro de la creación es que la unidad en el Cielo produce la diversidad en la tierra. La Torá es la lluvia que alienta esa diversidad, permitiendo que cada uno se convierta en lo que sólo él puede ser.

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