¿Acaso los seres humanos somos irremediablemente corruptos?

02/05/2023

5 min de lectura

¿Se puede domesticar el corazón humano a través de la educación o la humanidad está permanente esclavizada por sus pasiones?

"Todo es bueno tal como sale de las manos del Creador del mundo, pero se degenera al llegar a las manos del hombre".

¿Qué les parece esto como el credo de un holgazán? Quedarse tranquilo y no hacer nada. La naturaleza es perfecta, y el alma humana puede ser divina. Pero una vez que ponemos nuestras manos sucias sobre las cosas, no podemos evitar arruinar todo.

O tal vez podemos adoptar un enfoque más refinado: alejarnos del desagradable lío de la civilización. Pasar nuestras vidas meditando en silencio en una montaña remota, contemplando lo sublime.

Sorprendentemente, el autor de esta frase famosa no se refería a nada por el estilo. Sus palabras forman parte de la apertura de "Emilio, o De la educación", la obra del filósofo de la ilustración Jean-Jacques Rousseau.

"Emilio" es un tratado filosófico sobre la educación, pero también es un libro que trata sobre lo que significa ser humano.

La filosofía de la educación

El primer párrafo es una letanía de los horrores de la intervención humana. El hombre "mezcla y confunde los climas, los elementos y las estaciones… todo lo transforma, todo lo desfigura; le agrada la deformidad y lo monstruoso".

Si eso no fuera suficiente, Rousseau descarta incluso la posibilidad de la pureza en un mundo mancillado por la humanidad y la evolución humana. "Nada es como lo hizo la naturaleza, ni siquiera el hombre mismo, que debe aprender sus pasos como un caballo ensillado y ser moldeado al gusto de su amo como los árboles en su jardín".

Rousseau parece estar difamando el concepto de la influencia social y los efectos civilizadores de la educación. Esto hace que su conclusión sea particularmente sorprendente: "Sin embargo, las cosas serían todavía peores sin educación, y la humanidad no puede hacerse a medias. En las condiciones existentes, un hombre abandonado a sí mismo desde el nacimiento sería más monstruoso que el resto".

Por lo tanto, claramente no toda intervención humana es mala. La educación en particular, lejos de corromper nuestra naturaleza pura dada por Dios, es algo noble y esencial.

Hay una pureza y nobleza en la noción abstracta de un ser humano en crudo, sin haber sido formado por normas y fuerzas sociales. Pero esa no es la forma en que se crea una sociedad. A través de la educación, la intromisión humana en nuestra propia naturaleza, podemos formar colectivamente a los individuos en seres sociales.

En otras palabras, el hombre debe ser moldeado. Al revés de lo que dijo Pink Floyd: nosotros necesitamos educación.

Rousseau no estaba confundido. Tampoco se contradijo a sí mismo. Él se fijó la considerable tarea de encontrar el equilibrio entre la educación como una fuerza civilizadora y a la vez mantener algo de la pureza de nuestro ser natural.

Como señala Rousseau, esta es una empresa riesgosa. "Quien en el orden civil desea preservar la primacía de los sentimientos de la naturaleza, no sabe lo que desea. Siempre una contradicción consigo mismo, siempre flotando entre sus deseos y sus obligaciones… hacemos un compromiso y no alcanzamos ninguna meta".

Rousseau dice que nuestro objetivo real es la síntesis, no un revoltijo terrible de impulsos contradictorios y compromisos que finalmente llevan a la desesperación.

En otras palabras, conservamos los aspectos primarios de nuestra naturaleza; no educamos nuestros impulsos básicos ni los cauterizamos para civilizarlos. Más bien, canalizamos esos impulsos de manera que promuevan nuestro bienestar colectivo. Tomamos los impulsos eléctricos elementales con los que nacimos y aprendemos a dirigirlos.

La tradición judía ofrece una vívida ilustración de este principio. El Talmud enseña que quienes nacen bajo ciertos signos astronómicos están preprogramados con ciertas disposiciones innatas. Por ejemplo, una persona que nace bajo la influencia de Marte tiende a que le guste la sangre. Sin embargo, en vez de convertirse en un asesino en serie, el Talmud nos dice que esa persona puede canalizar positivamente esas energías y convertirse en un shojet, un mohel o un médico.

¿Qué ventaja tiene una buena sociedad?

La teoría es clara. Pero en la práctica, es difícil pensar en Rousseau sin desanimarse un poco. Incluso nuestros mejores esfuerzos por educar a cada generación parecen estar condenados a tener poco éxito, y nuestra educación nos falla con demasiada frecuencia. ¿Tal vez deberíamos dejar todo, hacer lo que sea mejor para nosotros, sin las falsas comodidades de una comunidad civilizada?

Consideremos un conocido debate del Talmud. Al mencionar la vida de Nóaj, la Torá nos dice: "Estas son las generaciones de Nóaj; Nóaj fue un hombre recto, íntegro en su generación".

¿Qué significa que Nóaj era recto "en su generación"? Hay dos opiniones. Por un lado, esto puede leerse como un elogio a Nóaj. Incluso en una generación tan corrupta, Nóaj era un mensch. Imagina cuánto mejor hubiera sido de haber vivido en tiempos más elevados.

Pero también existe la lectura opuesta. Nóaj puede haber sido el mejor en medio de un grupo de personas malvadas, pero de haber vivido en una época en la que había gigantes morales y espirituales, ni siquiera hubiéramos recordado su nombre.

Tal vez estas interpretaciones nos dicen menos sobre Nóaj mismo, pero nos brindan dos teorías sobre la influencia social. Sin duda Nóaj tenía cierta bondad esencial. De lo contrario, ¿cómo hubiera podido elevarse por encima de esa generación corrupta? ¿Pero su carácter estaba fijo? ¿Hubiera sido la misma persona en una generación más recta en la que, comparativamente, él hubiera sido mediocre? ¿O tal vez una dinámica social más fuerte y moral hubiera influido para que Nóaj creciera todavía más?

La última lectura ofrece esperanza. Pero también contiene una fuerte obligación moral, un llamado a la acción. Si nuestro medio afecta nuestro carácter moral individual, ¿no somos colectivamente responsables por el comportamiento del otro? Porque si sólo somos otro ladrillo en la pared, entonces esa pared se mantiene o se derrumba de acuerdo con la fuerza de cada ladrillo.

A veces tenemos que recordarnos a nosotros mismos que el desarrollo personal no es simplemente una indulgencia personal. También debemos recordar que no podemos ayudar por completo a los demás sin encontrar el equilibrio en nosotros mismos. Mientras más dominemos nuestros impulsos y deseos, más efectivamente podremos contribuir al bien general.

En definitiva, ¿nuestro objetivo no debería ser nuestro propio desarrollo para llegar a construir una sociedad que pueda influirnos para bien? Asimismo, ¿no es probable que una sociedad mejor nos permita convertirnos en mejores personas? Es un círculo virtuoso: las personas buenas constituyen una buena sociedad, y una buena sociedad hace que las personas sean mejores.

Todo esto suena desesperadamente utópico. Pero esta visión utópica puede iluminar una verdad metafísica esencial.

Consideremos una de las frases más famosas de la tradición judía: "Si no estoy para mí mismo, ¿quién lo estará? Y si sólo estoy para mí mismo, ¿qué soy?".

En el profundo dictamen de Hilel podemos encontrar una respuesta a Rousseau. Tal vez la misión de la educación, o de formar colectivamente a los individuos en seres sociales, no implica un compromiso terrible. Tal vez es el acto humano más natural que existe. Porque a pesar de toda la vitalidad y la bondad intrínseca al ser humano, el hombre por si solo todavía no es un "yo" completamente formado.

Por supuesto, las sociedades pueden ser terribles y podemos perdernos en ellas. Entregarnos a la identidad colectiva. El daño catastrófico causado por los regímenes comunistas y fascistas del siglo XX nos advierten que no se debe enfatizar demasiado lo colectivo a expensas del individuo. Hilel nos advierte: recuerda que existes para los demás, pero no te olvides de ti mismo.

En definitiva, necesitamos ambas partes. Y esa relación dialéctica entre nosotros mismos, la sociedad que creamos y el ser que desarrolla nuestra sociedad, es lo que conforma nuestra verdadera identidad. Cuando decimos "nosotros", para bien y a veces para mal, nos referimos a un ser social.

Crear una comunidad virtuosa, productiva, benévola y enriquecedora no es sencillo; a veces puede que parezca imposible. Pero al trabajar juntos para tratar de hacerlo posible, tenemos la oportunidad de participar en el proceso de crearnos a nosotros mismos.

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