Del sufrimiento a la alegría

20/03/2024

14 min de lectura

Una de las leyes espirituales que Dios estableció para conducir el mundo.

Un hombre se despierta en la mañana y sale de su casa, dispuesto a ir a trabajar. Al llegar a su auto estacionado, encuentra junto a él a un grupo de obreros trabajando en una construcción. Muy cerca, una grúa empieza a dar marcha atrás. Sorprendido, y pese a la lógica, la grúa se acomoda justo por encima del auto. El hombre se asusta, comprende que algo malo podría suceder, comprende que está por cometerse un error. Comienza a gritar que tengan cuidado, a hacer señas, a correr. Pero, justo antes de que pueda entrometerse, la grúa deja caer un bloque de cemento sobre el auto. Como era de esperarse, el auto queda destruido por completo. Desesperado, el protagonista de nuestra historia, comienza a gritar, a llorar, a agarrarse la cabeza. Está sufriendo. No entiende la injusticia. Son fracciones de segundos, pero son de desesperación y angustia. En tanto él intenta consolarse, todos empiezan a reír, revelando la travesura. Los actores disfrazados, los mismos que se mostraban como obreros, le entregan una llave y le señalan un auto estacionado, un nuevo modelo, mucho más confortable que el que se había destruido. Señalan la cámara escondida y, entonces, quien era víctima de la broma no puede contenerse, comenzando él también a reír. Una risa que mezcla alegría, que mezcla alivio, que muestra cómo, al final, todo ese sufrimiento era un escenario de mentira, era una ilusión. No solo no ha perdido su auto… ¡Ha ganado uno mucho más moderno y lujoso!

En cierta época las cámaras ocultas eran un éxito en el rating televisivo. Era llamativo como todos veíamos y reíamos con aquellas bromas, que parecían no tener sentido alguno. En cierto modo, nos atraía vivenciar a través de los otros ese mecanismo tan particular: pasar de la normalidad a la tragedia, pasar de un sufrimiento ficticio a una alegría incontrolable.

Ahora bien, tomaremos esta broma para ejemplificar una regla espiritual de la creación. Todas nuestras experiencias son proyecciones de algo más profundo. El mundo físico es una proyección de la luz de un mundo superior, es una manifestación del mundo espiritual. Y, es justamente a raíz de este principio, que enseñan nuestros sabios que la única forma de aprender sobre el mundo espiritual es a través del estudio y la observación del mundo físico.

Estudiamos mediante analogías porque nos ayudan a comprender cómo funciona la dimensión superior. Todo en el mundo físico nos enseña algo sobre el mundo espiritual, nos revela su estructura, la composición de sus genes. Todo lo que existe en este mundo es el reflejo de una realidad superior. Si podemos ver, analizar y estudiar las características propias de todo lo creado aquí, estaremos en condiciones de decodificar y traducir de qué se trata allá. De hecho, no es sino únicamente por el estudio del mundo material que podemos aprender sobre todo aquello que no podemos ver, sobre lo metafísico, sobre las dimensiones ocultas espirituales superiores.

Dijimos que todo lo que sucede en los planos inferiores tienen su origen en los planos superiores. Dijimos que la respuesta humana material es similar a la respuesta espiritual. Entonces, ¿cuál sería el correlato espiritual de la risa, de la risa humana? La risa es un fenómeno exclusivamente humano. En su nivel más profundo, la risa es la expresión material de un determinado estado espiritual específico. La risa es la manifestación externa de un proceso particular.

Y esta es una de las leyes espirituales que Dios estableció para conducir el mundo.

Esta ley atraviesa y le da forma a nuestra historia. Da forma tanto a nivel general, en toda la historia universal, como a nivel individual, en la vida particular de cada uno de nosotros. Nuestras experiencias diarias, nuestras vidas, siguen esta dinámica. La estructura de esta ley espiritual consta de un proceso de 3 fases: sufrimiento, esperanza y alegría.

Analicemos esto más profundamente:

1ra fase: el sufrimiento

Estamos atravesando una “broma”. Una broma larga en el tiempo. Aún no se ha revelado su verdadera naturaleza y, así como le sucedió al protagonista de nuestra historia, también nosotros nos sentimos perdidos, nos invade el sufrimiento. Pero, ¿qué es el sufrimiento? El sufrimiento es ego lastimado. Sufrimos cuando nuestras expectativas no se ajustan a la realidad, cuando no nos han dado aquello que creíamos necesitar o merecer. Generalmente, asociamos el sufrimiento a una experiencia negativa. Le tememos, huimos de él. No obstante, el sufrimiento en sí mismo es moldeador de nuestra integridad. Nos ayuda, nos perfecciona, nos eleva.

El sabio cabalista Ramjal nos revela que el sufrimiento tiene el poder de elevar al hombre y otorgarle mayor madurez y pureza.

Hemos sido creados como un trozo de mármol sin forma, con todo el potencial de ser lo que debemos ser. El sufrimiento es como el cincel que esculpe una estatua. Ella ya existe en potencia. Todo está ahí. Pero es necesario cada golpe para sacar todo el material sobrante. Es necesario cada golpe para descubrir la verdadera identidad oculta. Es necesario cada golpe para apreciar qué es lo que se esconde en la forma indefinida. Solo sacando aquello que nos envuelve, pero no nos aporta, podemos revelar lo que siempre estuvo allí y no podía ser visto. Ese potencial que hace única y especial a cada persona.

Estamos de acuerdo, no queremos sufrir. Pero, una vez convocado, una vez que ya entró en nuestras vidas, el sufrimiento tiene la capacidad única de elevarnos. De la misma forma que una aceituna necesita ser machacada para sacar lo mejor de sí, el aceite, así debemos atravesar el sufrimiento para sacar lo más puro que llevamos oculto dentro nuestro.

Aunque duela, debemos aprender a recibir y atravesar nuestro sufrimiento con paciencia.

Imaginemos a una madre que está por dar a luz. Si entrásemos en el quirófano donde está sucediendo la experiencia sin haber visto alguna vez un nacimiento, si entrásemos sin tener conciencia de lo que va a suceder allí, nos horrorizaríamos. No sería nada alegre, tendríamos miedo, sentiríamos desesperación. En cambio, si ingresamos al mismo sitio sabiendo cómo funciona un parto, sabiendo que al pasar ese sufrimiento nacerá un bebé, atravesaríamos la experiencia con entusiasmo y alegría. Es que la experiencia que parece ser muerte, en realidad, ¡está trayendo una nueva vida al mundo! Contemplando el resultado final, la madre no renunciaría a nada de ese dolor, incluso se sometería, una y otra vez, a pasar por lo mismo de forma activa y consciente.

De alguna u otra forma, ella disfruta ese dolor, ella agradece ese dolor, ella lo recuerda de forma feliz. Ese sufrimiento es el comienzo de algo mucho más grande e inmenso. La experiencia del dolor resultó en una transición inesperada hacia la vida.

Es en este punto dónde debemos pensar cómo nos paramos nosotros ante cada experiencia que nos sucede en la vida. Podemos atravesar una experiencia desconocida invadidos de terror o con entusiasmo por lo que va a nacer. Debemos atravesar las crisis que nos tocan vivir, sabiendo que, en definitiva, una nueva vida será moldeada; la nuestra. Ya no seremos los mismos al salir de la experiencia. Habremos renacido. Nuestra alma habrá crecido. Y todo habrá valido la pena.

Y, yendo un poco más lejos, podemos afirmar que esta es la ejemplificación de una ley espiritual; siempre, antes de que llegue algo bueno a nuestras vidas, habrá sufrimiento. Como el atleta que debe agacharse para poder saltar más alto, nosotros también debemos enfrentar los descensos para poder ascender espiritualmente. Es inversamente proporcional; a mayor bien a revelar, mayor sufrimiento debemos atravesar. Por ello, el momento de máxima expresión de vida, el nacimiento, viene precedido por uno de los dolores y sufrimientos más fuertes que un ser humano pueda vivir: el parto.

Similarmente, para llegar al fruto, hay que atravesar la cáscara. Esta ley espiritual establece que siempre antes de algo bueno debe venir algo malo. Lo bueno está precedido por un sufrimiento. Hasta tal punto es esencial esta idea que aparece en el primer día de la creación del mundo: “Y fue la noche, y fue la mañana, día uno”. Dios crea primero la noche, luego el día. Es justamente por ello que el día del calendario hebreo comienza con la puesta del sol. Antes del amanecer viene el momento más oscuro de la noche. La oscuridad precede a la luz.

Siempre antes de ver la luz en nuestras vidas, antes de ver logros, de ver alegrías, de ver éxito, debemos atravesar la oscuridad, debemos atravesar fracasos, miedos, contratiempos. Esta es la única forma de llegar al amanecer. Solo atravesando la noche podemos recibir la luz del día.

Y esta ley no se trata de un mero capricho, como diciendo que hay que pagar el peaje del sufrimiento para poder pasar a la alegría. No. Se trata de un proceso de preparación y elevación hacia la grandeza. Para poder entrar en un estado elevado de alegría y grandeza, primero debemos ser purificados y elevados mediante el sufrimiento. Para que la grandeza no nos dañe o pervierta, debemos sensibilizarnos y humanizarnos previamente con el sufrimiento.

El dolor y el sufrimiento no es un peaje arbitrario, es la preparación y elevación hacia la grandeza de la alegría. Sin parto, no hay nacimiento. Sin la oscuridad de la noche, no llega la luz del día.

2da fase: esperanza

Constantemente le pedimos a Dios que no nos mande desafíos, pruebas, dolor. Pero, una vez que estamos atravesándolo, cuando ya no es opcional que suceda o no, tenemos una elección posible. Toda experiencia en nuestra vida puede ser atravesada con o sin esperanza. Elegir vivir lo que nos toca no es nuestra decisión. Sí lo es entregarnos y recibirlo con confianza, atravesar el desafío con madurez y esperanza, o por el contrario, enojarnos, negarlo o huir.

Tenemos que preguntarnos cómo la experiencia puede hacernos más fuertes, cómo podemos salir mejores personas del lugar en el que estamos. Debemos poder reflexionar: ¿Qué quiere Dios con este desafío? ¿Qué nos pide? ¿Cómo podemos ser mejores personas con esta experiencia? ¿Cómo este desafío representa el escenario ideal, diseñado a medida de nuestras necesidades para crecer?

La palabra hebrea para prueba es nisaión. Se deriva de la palabra nes, que significa ‘mástil’. Un mástil sirve para elevar una bandera. De la misma forma, todo desafío viene a elevarnos, a llevarnos hacia arriba, a un lugar al que solos nunca podríamos haber llegado. Toda situación que nos sucede es un desafío para crecer y madurar. Desde el día que nacemos hasta el día que nos vamos de este mundo, Dios nos pone a prueba de forma permanente.

Explica Ramjal que “todo es una prueba”. Estas pruebas se disfrazan con todo tipo de formatos, personajes, situaciones, y nos ayudan a llevar algo concreto que solo existía en un estado potencial al acto.

Pero el concepto de tener que atravesar pruebas resulta un tanto confuso. Si Dios ya conoce todo lo que haremos, entonces, ¿para qué nos somete a una prueba? ¿Acaso Dios necesita evaluarnos para conocer el resultado?

Nada en la vida es producto del azar. Nada de lo que nos sucede carece de sentido. ¿Cuántas veces nos sucede que ante una prueba nos damos cuenta de una fortaleza interior que nosotros mismos no creíamos tener? ¿Cuántas veces una situación extrema nos mostró capacidades desconocidas? Dios ya sabe acerca de todas nuestras capacidades. Las pruebas no son para que Él pueda conocer el resultado. Somos nosotros los que necesitamos un medio para poder sacar a la luz nuestro potencial oculto. A veces necesitamos ver con nuestros propios ojos las cosas increíbles que podemos lograr, la grandeza que podemos alcanzar, lo elevado que podemos llegar.

Pero, este concepto tan hermoso no termina de responder otro interrogante. Como dijimos antes, la palabra ‘prueba’ comparte las mismas letras hebreas que la palabra nes, que además de ‘mástil’ también significa ‘milagro’. Esto lo vuelve aún más confuso. Si nuestro potencial estaba oculto, y tan solo se revela, no parecería ser un milagro, sino tan solo una toma de conciencia de nuestra fuerza, un despertar interior, un pasaje de algo latente a algo existente. Entonces, ¿qué tendrá una prueba de “milagrosa”? La respuesta que se nos da es que es imposible para cualquier ser humano atravesar una prueba sin incluir en la ecuación a Dios. Pasar una prueba solos, en sentido práctico resulta imposible.

Sin embargo, cuando la persona está ante el abismo, cuando decide seguir adelante pese a todo, cuando confía en que Dios se lo ha pedido, lo ha puesto en esa situación para su propio bien, decidiendo saltar pese a lo imposible que parece alcanzar el resultado, entonces, allí Dios lo eleva de forma milagrosa, ayudándolo a llegar al otro lado.

Este justamente es el milagro. La prueba en sí convoca a Dios, lo hace socio en nuestro propósito. Él nos pide que saltemos, que confiemos, y que nos ayudará a llegar. Sin la ayuda de Dios no podríamos nunca culminar exitosamente una prueba, y lo sabemos. Porque cuando miramos en profundidad, cuando miramos en el tiempo, percibimos Su ayuda, percibimos Su mano sosteniéndonos, empujándonos. Y es justamente esta toma de conciencia que nos hace decir frases como: “no sé cómo pude atravesar esto”, “no entiendo de dónde saqué la fuerza”, “no podría hacerlo nuevamente”. La prueba no está en el resultado. El resultado no depende exclusivamente de nuestro esfuerzo, pero sí depende de tomar la decisión de iniciar el trabajo y confiar en Dios. Confiar y saltar, sabiendo que Él nos ayudará a llegar al otro lado.

Básicamente: la prueba no es más que el escenario perfecto que Dios diseñó en particular para cada ser humano con el propósito de que pueda sacar su potencial interno. Es la única herramienta para revelar lo que tenemos dentro, dormido, latente, listo para materializar.

De eso se trata el desafío de esta vida: poder revelar, poder extraer aquello que yace oculto dentro nuestro. Nos referimos justamente a la esencia del ser humano, a la capacidad de sacar su potencial a la luz. No es casualidad que Dios eligió llamar al ser humano Adam, ya que lo creó de la ‘tierra’, en hebreo adamá. ¿Qué tendrá la tierra de relevante para tomar su nombre? No es un condimento más en el relato, como si fuera un simple detalle secundario en el proceso de su creación. Si Dios eligió ese nombre, obligatoriamente, allí reside su esencia. En la adamá (tierra) debería estar la esencia del Adam (hombre).

Veamos un poco más. La tierra tiene una propiedad particular: la capacidad de sacar al acto algo que estaba en potencia. La capacidad de convertir una semilla en árbol, la capacidad de revelar y expandir lo que antes estaba oculto y comprimido.

Esta es nuestra esencia, y por lo tanto, el propósito por el cual bajamos a este mundo material: descubrir y revelar nuestro potencial oculto. Al igual que la tierra, ese es nuestro trabajo espiritual.

3ra fase: alegría, felicidad y risa

Cuando el sufrimiento queda atrás, cuando finalmente viene la liberación tan ansiada, y podemos relajarnos, sentimos alegría. Cuando una situación es negativa, cuando el mal y la oscuridad se expanden cada vez más, cuando no encontramos la salida y, de repente, todo se invierte para bien, sentimos alegría. Cuando la broma finalmente se revela, reímos con fuerza y sentimos alegría.

Pero no se trata simplemente del alivio de liberarnos del sufrimiento. No. Es mucho más que eso. El sufrimiento no solamente pasa, sino que se revierte. Se revierte, convirtiéndose en algo positivo. Entonces, nos llenamos de risa. La risa es un fenómeno sumamente extraño y misterioso, es la manifestación de un estado interno de alegría.

¿Por qué reímos? ¿Cuál es la naturaleza espiritual de la risa? La risa es una experiencia exclusiva del ser humano, es una expresión específica de la naturaleza del hombre. Ningún animal tiene esa capacidad. Y si Dios nos dio la capacidad de reír ante una experiencia o acontecimiento determinado, algo nos querrá revelar con ello. ¿Por qué algunas vivencias nos dan gracia y otras no? ¿Por qué a veces reímos ante hechos desafortunados que, sin lugar a dudas, no tienen nada de cómico?

La risa es la transición repentina de dos opuestos, una yuxtaposición inversa. Un acontecimiento parece dirigirse en cierta dirección. Dirección marcada por el sentido común, la lógica y la naturaleza. Entonces, de repente se vira y cambia al sentido contrario. Eso genera risa. Cuanto más extrema sea la distancia entre los dos opuestos, cuanto más brusco sea el cambio, más risa causará.

Se cae una persona al pisar una baldosa floja y todos a su alrededor estallan de risa. Reímos incluso si no es gracioso, incluso pese a nuestra voluntad de hacerlo. Intentando disimular la mueca de nuestros labios, corremos a ayudar, sabemos que está sintiendo vergüenza, no queremos ser tan poco empáticos con su sufrimiento. Pero no podemos evitarlo. Nuestro cuerpo parece ser independiente de nuestro deseo de control. De esto se trata la risa; una experiencia parece ir en cierta dirección cuando ocurre algo extraño, algo inesperado. A causa de ello, el destino se invierte, tomando el sentido contrario.

La risa es parte de una experiencia peculiar, es el resultado final de una transición, de un giro brusco, de un cambio que no imaginábamos. Es el resultado de una broma que llega a su fin y se revierte a último momento. Es una liberación real que, en cierto modo, nos calma. Nos calma porque nos indica un final, nos calma porque comprendemos que estamos a salvo. Nos calma porque podemos ver la realidad verdadera; reconocemos que lo que parecía malo no solamente no lo era, sino que incluso era bueno, era lo mejor que podía pasarnos. Este giro abrupto, por medio del cual reímos tanto, es similar a la transición de la prueba a la redención. De la angustia a la alegría. De la desesperación a la calma.

En la Torá se relata la historia de Abraham y Sará, quienes no podían tener hijos. Cuenta la historia que tres ángeles fueron a visitarlos, anunciándoles que pronto serían padres, que Sara finalmente quedaría embarazada. Como quien escucha un chiste, ambos rieron ante la idea.

¿Cómo podría ser aquello posible? Un hombre anciano, una mujer estéril, sin útero. Era tan absurdo cómo gracioso. ¿Cómo podrían ir contra la naturaleza misma? Pero, así como Dios anuncia, así es como llega Itzjak al mundo. Su nombre —el mismo que revela su fuerza espiritual— proviene del hebreo tzjok, que significa ‘se reirá’. Y, es justamente su nacimiento, tan inesperado y extraño, que evade el destino de los astros, que evade la lógica del pensamiento, el que hace que todos rían.

El Zohar dice que el nombre Itzjak se compone de dos palabras hebreas: kets y jai, cuya traducción es ‘final’ y ‘vida’. Este nombre nos muestra cómo cuando algo parece llegar al final, cuando algo parece estar al borde de la muerte misma, precisamente allí empieza la vida. Allí donde ya no parece quedar esperanza, allí donde parece no haber salida, allí donde creemos que ya no hay lugar para nada más, es justamente allí, donde la situación se invierte y comienza la vida.

Nuestra vida también tiene experiencias que se invierten. Cuando lo que estábamos viviendo parecía una tragedia, cuando sólo podíamos ver tristeza y desesperanza, entonces la situación se invierte, llegando la alegría.

Siempre la vida comienza al final. Siempre lo que parece un final se vira, convirtiéndose en un verdadero principio. Un principio lleno de posibilidades. Y es que el final de algo puede ser su punto más fundamental y definitorio. Tomemos por ejemplo una novela. Ya leímos 99 capítulos, quedándonos tan solo el último. ¿Podríamos decir que sabemos el 99% de la novela? ¡Claro que no! Es precisamente porque este último capítulo puede cambiar el significado por completo de todo lo leído. Todo puede revertirse en un giro argumental, en un revés drástico, en un final sorpresa. Todo lo que creíamos cierto puede darse vuelta; los buenos en realidad eran malos, y los malos buenos. Todo podría estar oculto para revelarse en el último segundo. Y es justamente por ello que el final puede cambiar toda la trama desde el principio.

Este es uno de los principios con los que Dios conduce al mundo; cuando el mal llega al final, siempre se convierte en bien. Cuando el mal llega a su punto de máxima expresión se produce un giro, se convierte en bien. El final siempre es bueno, revelándose de forma retroactiva que, en realidad, todo lo que parecía malo, en realidad era un bien disfrazado.

Esta es la esperanza que nos otorga la fuerza necesaria para atravesar nuestras pruebas.

Debemos mantener esta esperanza pese al sufrimiento. Y esta esperanza al final se convertirá en alegría. Esta esperanza no es escapismo ni una falsa ilusión. Es la verdad oculta tras el disfraz del sufrimiento. Esta alegría no niega que haya sufrimiento. Es una alegría comprometida y relacionada con la realidad. Es una alegría consciente. Una alegría que sabe, con esperanza, que tras el sufrimiento se está moldeando una persona más elevada. Una alegría que comprende que todo está conectado en una armonía universal, que nada es casual en el mundo. Una alegría que ve la mano de Dios, que ve el bien disfrazado de mal, que ve Su conducción tras la máscara, Su amor tras el dolor.

Y es por ello que la única forma bajo la que podemos ser felices en este mundo es con fe verdadera. Con fe y esperanza de que lo que nos sucede es lo mejor que podría sucedernos.

Nuestra boca se llenará de risa cuando finalmente llegue la redención. Como un padre que juega con su pequeño hijo, y se disfraza de malvado. Aunque el personaje asuste, aunque creamos durante un rato la realidad imaginada, tarde o temprano el juego acaba y el padre se quita su disfraz. No importa cómo se vea, él siempre ama a su hijo. Es tan solo una broma, una ilusión.

Si somos capaces de percibir por detrás de la máscara, entonces, la máscara ya no tiene sentido. El juego termina, el padre se revela, y ambos ríen con alegría. Usamos máscaras para no ser reconocidos, pero una vez que se ha descubierto nuestra identidad, el disfraz pierde sentido, pierde utilidad. De nada sirve mantenerla en nuestro rostro. Si percibimos por detrás de la máscara, ya no nos sorprenderemos al ver quién está debajo de ella. Si percibimos detrás de la máscara, podemos ver el mundo con el rostro del amor.

Está en nosotros elegir cómo queremos vivir nuestras vidas. Allí reside nuestra verdadera y más esencial elección. Elegir el modo en cómo queremos percibir el mundo y nuestra vida. Podemos elegir vivir con la conciencia de saber que detrás de la máscara está nuestro papá, Dios. O podemos optar por dejarnos ser estafados por la ilusión de este mundo de mentira en el que resultamos ser pobres víctimas de una cruel e injusta casualidad.

Y, es justamente cómo decidamos atravesar esta experiencia lo que nos mostrará cómo nos pararemos ante la vida. Cómo la atravesaremos. Qué tanto sufrimiento habrá en ella. No podemos elegir lo que nos sucede, pero sí podemos elegir cómo atravesamos la prueba que nos toca vivir. Podemos elegir qué hacer con aquello que nos pasa, para que la experiencia nos convierta en una mejor versión de nosotros mismos.

Debemos atravesar los cambios con esperanza. El mejor ejemplo para esto es: dos gemelos están en el útero de su madre. Están en un estado idílico. Tienen todo lo que necesitan para su supervivencia. De repente, algo comienza a molestar; comienzan los temblores del trabajo de parto y uno de ellos es empujado al mundo. El que aún está adentro piensa que su hermano ha muerto. ¿Qué posibilidades de vida quedan fuera del vientre materno? Es el único espacio que conocen... Pero, allí donde la muerte parece desoladora, allí justamente es donde empieza la vida.


Extraído de: Reflexiones para Purim: Del sufrimiento a la alegría, del Rabino Axel Wahnish. Para descargar el documento completo en formato PDF haz clic aquí.

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Ines Gutquin Gurevich
Ines Gutquin Gurevich
1 mes hace

Excelente articulo,digno de ser leido muchas veces.El analisis de como se produce la risa es espectacular asi como los analisis filologicos del termino " Adam" relacionado con adama,y el del nombre Itzjak del fenomeno de la risa.
Tengo la espectativa de leer mas articulos de este autor.

Carolina
Carolina
1 mes hace

Que maravilla! Me encanta como se expresa y habla este rabino. Me sentí muy identificada con todo lo que cuenta. Gracias.

HECTOR
HECTOR
1 mes hace

WOW! Que hermosa forma de ver la vida y enfrentar lo que venga, elevarnos y alcanzar el mayor propósito de nuestra vida... Muchas gracias!

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