¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?

11/03/2024

19 min de lectura

Una visión judía sobre los diferentes tipos de sufrimiento y sobre por qué Dios permite el sufrimiento en el mundo.

El sufrimiento puede ser el mayor obstáculo que nos impide reconocer y tener una relación con Dios. Especialmente en nuestra generación, las profundas discusiones teológicas a menudo terminan abruptamente con la pregunta: "¿Y qué hay con el Holocausto? o "¿Por qué Dios deja que los niños mueran de hambre?". Una respuesta que suele escucharse es que Dios no tiene nada que ver con las aflicciones particulares de las personas. Sin embargo, el judaísmo insiste que Dios tiene mucho que ver con todo. Por lo tanto, en este artículo intentaremos penetrar la oscura pantalla del sufrimiento, para poder encontrar del otro lado al Dios omnisciente, omnipotente y que nos ama profundamente.

Pensemos en una persona de los anales de la historia que es considerada grandiosa. ¿Qué la hizo tan grandiosa? Tomemos, por ejemplo, al presidente favorito de los Estados Unidos, Abraham Lincoln. ¿Por qué hay más personas que admiran a Lincoln que, digamos, a George Washington, el gran general y padre fundador, o a Thomas Jefferson, el autor de la Declaración de Independencia? La respuesta es un importante axioma: Medimos los logros de acuerdo con la dificultad. Abraham Lincoln nació en una cabaña de madera, estudiaba a la luz del fuego con el que cocinaban, caminaba varios kilómetros para llegar a la escuela y perdió a su madre cuando era pequeño. Él nos resulta una figura más heroica que el privilegiado George Washington, instalado en el lujo del Monte Vermon, o Thomas Jefferson, en la Torre de Marfil de Monticello. Si revisas la vida de una persona a quien consideras grandiosa, verás que su vida estuvo llena de dificultades y desafíos.

Las tareas simples no se consideran un "logro". Nadie es elogiado por su habilidad de caminar por una habitación, a menos que se trate de una víctima de polio que tuvo que luchar para llegar a dar cada paso. Por lo tanto, aunque la mayoría preferiríamos tener una vida fácil, reconocemos que la grandeza es el resultado de superar las dificultades.

Cada dificultad que nos presenta la vida puede verse como un problema o como un desafío. Si definimos nuestras dificultades como problemas, responderemos con amargura y rechazo o con depresión y parálisis. De una u otra forma, nos convertimos en una víctima. Si definimos nuestras dificultades como desafíos, tendremos la fuerza y el potencial para enfrentar el desafío. Nos convertiremos en triunfadores. Cuando te arrojan una pelota, puedes tratar de esquivarla, o puedes atraparla y correr con ella.

En el juego de la vida, incluso si no logras llegar al arco, el hecho de correr con la pelota te convierte en un campeón. Conozco una mujer, madre de cinco hijos, que a los cuarenta y tantos años descubrió que tenía un tumor en el cerebro. Ella respondió con coraje, enfrentando la lucha con valor y una perspectiva optimista. Nunca se quejó, y siguió cuidando a su familia mientras físicamente fue capaz de hacerlo. Poco antes de morir, ella le preguntó a su hermana: "¿Piensas que lo lograré?". Su hermana le respondió: "Ya lo has hecho".

Los desafíos y las pruebas pueden dividirse en dos categorías: 1) pruebas grandes y dramáticas y 2) desafíos rutinarios, nada fuera de lo común. Las grandes pruebas por lo general son fáciles de notar y de identificar. La opción correcta o noble habitualmente es obvia, nuestra adrenalina espiritual comienza a fluir y, a menudo, podemos enfrentar el desafío. Así es como en el campo de batalla un soldado común y corriente puede llegar a arriesgar su vida para salvar a un compañero herido mientras que ese mismo soldado habría insultado al mismo compañero si hubiera tratado de adelantarse a él en la fila para recibir el almuerzo.

También hay dos clases de sufrimiento: 1) el sufrimiento sumamente dramático y 2) las dificultades rutinarias y tediosas de la vida cotidiana, las irritantes molestias que acosan a cada persona todos los días.

Pero todo sufrimiento, grande o pequeño, es una prueba que Dios nos pone para ayudarnos a canalizar nuestro potencial hacia el bien. Hay varias razones por las que el catalizador es doloroso y no placentero. En primer lugar, porque por lo general elegimos no vernos profundamente afectados por el placer. En segundo lugar, la ley de justicia con la cual Dios gobierna el mundo exige que vivamos con las consecuencias de nuestras elecciones. Aunque nuestros egos lo cuestionen, la mayoría de nuestro sufrimiento es el resultado de nuestras propias malas elecciones, en esta vida o en vidas previas. En tercer lugar, el nivel de significado de una elección en la que hay dramáticas consecuencias es incomparablemente superior a uno en el que no hay en juego algo tan importante.

EL SUFRIMIENTO COMO CASTIGO

Muchas personas experimentan el sufrimiento como un castigo de Dios. Considerar que todo sufrimiento tiene una causa —es decir que es un castigo por nuestros malos actos— es falso y lleva a una percepción distorsionada del propósito de la vida. Maimónides, el gran erudito, filósofo, codificador y médico del siglo XII, explicó que incluso para ese sufrimiento específico que de hecho es un castigo, se debe distinguir entre la motivación Divina para castigar y las motivaciones humanas, dualistas, para castigar.

Cuando un ser humano castiga, a menudo lo hace porque quiere ayudar a la persona que está castigando, por ejemplo en el caso de la educación de un niño, pero nuestra motivación por lo general tiene un tinte de egoísmo. Para dar un ejemplo de un "buen castigo": Tu hijo de tres años está ocupado metiendo los dedos en el enchufe. ¿Qué se supone que debes hacer? Darle una palmada en la mano y gritarle: ""Saca tu mano de ahí". Sería una tontería tomarte el tiempo para comenzar a explicarle: "Cariño, hay algo llamado 'electricidad'". Quieres crear un efecto suficientemente dramático para evitar que vuelva a poner su vida en peligro de esa manera.

Un gran porcentaje de nuestro comportamiento punitivo es egocéntrico. Con Dios, todo el castigo es educativo.

Sin embargo, la mayor parte de los castigos humanos no son tan altruistas y transparentes. Imagina otra clase de castigo: la forma en que castigamos a los adultos, algo a lo que preferimos no llamarle "castigo". Digamos que tu esposo hace algo que te desagrada, por ejemplo olvidar tu cumpleaños. Tú quieres "mostrarle" que estás molesta. Castigamos a otros adultos actuando de mal humor, con frialdad, con un comportamiento pasivo agresivo. Cuando castigamos a los adultos, a menudo nos engañamos a nosotros mismos diciendo: "Lo hago por su propio bien. Tiene que aprender". Sin embargo, no soñaríamos con castigar al esposo de nuestra amiga Sally cuando se olvida de su cumpleaños, aunque objetivamente también él pueda tener que aprender algo. Al usar la prueba de "¿cómo reaccionaría si esto le hubiera pasado a otra persona?", podemos descubrir cuánto ego está involucrado en nuestras reacciones. Intuitivamente sabemos que un alto porcentaje de nuestro comportamiento punitivo es egocéntrico.

Por otro lado, con Dios todo el castigo es educativo. Todo castigo Divino corresponde a la variedad de "la palmada cuando se toca un enchufe". Dios nunca es indulgente con castigos egocéntricos, aunque nuestros conceptos antropomórficos de Dios a menudo proyectan esta acusación a la Divinidad.

En el castigo humano a menudo hay un gran elemento de "Hiciste algo malo, por lo tanto debes sufrir". En el castigo Divino el enfoque siempre es: "Hiciste algo malo, por lo tanto debes aprender y crecer para ser la clase de persona que no repite tales actos".

¿Por qué Dios nos castiga? Como explica Maimónides, a veces tomamos decisiones de vida que nos arrinconan. Por ejemplo, una persona puede elegir ser insensible a los demás. Puede elegirlo con tanta frecuencia que cuando tenga, digamos, cuarenta años, la insensibilidad se habrá convertido en su segunda naturaleza. Es posible que esta persona tenga otros cuarenta años de vida. Si su vida va a progresar espiritualmente más allá de donde se encuentra en este momento, puede ser que precise un estímulo externo para lograrlo. A veces, perder el dinero ayuda a la persona a crecer espiritualmente. A veces, una crisis de salud hace avanzar a una persona. Esta clase de sufrimientos son oportunidades que Dios nos da para sacudirnos y ayudarnos a salir de comportamientos que se han vuelto como nuestra segunda piel.

En las "Leyes del arrepentimiento", Maimónides describe cuatro niveles diferentes de sufrimiento o "castigo". Analizaremos cada uno en profundidad:

  1. Sufrimiento económico
  2. Sufrimiento físico
  3. El sufrimiento de ver sufrir a un ser amado
  4. El peor de todos: no sufrir

1. Sufrimiento económico

El sufrimiento económico puede evocar dos tipos de respuestas. Las respuestas negativas pueden ser: depresión, enojo, amargura, etc. Si una persona adinerada y generosa pierde gran parte de su fortuna, y como resultado se vuelve irascible y parsimoniosa, esto es un retroceso espiritual. Un punto clave a recordar es que siempre es posible una respuesta diferente. La misma persona podría llegar a valorar más lo que le quedó. Puede alejar su mirada de la competencia material y buscar placer en otras direcciones, como su familia, la naturaleza o un emprendimiento creativo. Puede volverse más sensible hacia otras personas que experimentan carencias materiales. Las posibilidades de crecimiento espiritual son múltiples.

Si experimentas sufrimiento económico, ¿quién determina en qué camino te llevará tu sufrimiento? Tú. Este es un punto crucial:

A menudo la gente siente que el sufrimiento le presenta un fait accompli, que el sufrimiento es la última palabra, el fin del capítulo. Pero de hecho, el sufrimiento es el comienzo de un nuevo capítulo.

La única respuesta imposible ante el sufrimiento es que no haya una respuesta. Una persona que enfrenta el sufrimiento no puede permanecer como era. Puede elegir dejar que su sufrimiento la lleve hacia adelante o hacia atrás, pero el movimiento es la consecuencia inevitable del sufrimiento. Quien sufre es como una persona que está parada en una plataforma de la estación de trenes, con trenes a punto de partir a ambos lados, cada uno en dirección opuesta. De repente, la policía anuncia que han recibido una amenaza de bomba y que la plataforma debe ser despejada de inmediato. La persona debe abordar uno de esos trenes. Permanecer en la plataforma ya no es una opción. De forma similar, Dios a menudo usa el sufrimiento económico para quebrar un estado espiritual estático y obligar a la persona a moverse. La dirección que elige es el epítome de la prueba.

En retrospectiva, la mayoría de las veces vemos que los momentos de desafío fueron los momentos de mayor crecimiento. De hecho, aquí hay una frase que prácticamente nadie experimenta: Que los momentos fáciles son los momentos de mayor crecimiento.

2. Sufrimiento físico

El sufrimiento físico es mucho peor que el sufrimiento económico. Resalto este punto porque si vas a tener que pasar una gran prueba, el sufrimiento económico es preferible a cualquier otro. Por lo tanto, si sufres financieramente, debes decir con sinceridad: "Agradezco a Dios, porque Él es bueno", porque esa es la más fácil de todas las pruebas que pueden darte.

El sufrimiento físico definitivamente lleva a la persona lejos, en cualquier dirección. Puede llevar a la persona negativamente a ensimismarse, enojarse y envidiar a las personas sanas, a la desesperanza, o a sentirse abandonada. La enfermedad física también puede impulsar a la persona hacia adelante. Vemos personas que sufrieron físicamente y que se volvieron más empáticas, más humildes, más valientes, y que a través de su enfermedad descubrieron de qué se trata realmente la vida.

Es muy raro que alguien que sufre un infarto diga: "No veo la hora de volver a esa oficina y seguir trabajando 16 horas diarias".

Esto lo noté especialmente en personas que sufrieron ataques cardíacos. A menudo, después de un infarto la persona cambia por completo las prioridades de su vida. Es muy raro que alguien que sufre un infarto diga: "No veo la hora de volver a esa oficina y seguir trabajando 16 horas diarias". El hecho de reconocer que nuestros años están contados puede llevar a la persona a hacer lo que siempre quiso hacer con su vida, por ejemplo, desarrollar sus inventos o escribir un libro. Reconocer que la vida es frágil puede llevar a que sea mucho más valorada.

Otra buena elección que a veces las personas toman después de un sufrimiento físico es la trascendencia. La trascendencia es la capacidad de elevarse por encima de las limitaciones. Todos estamos limitados por el hecho de vivir sólo una cantidad determinada de años, y tenemos acceso sólo a un número limitado de experiencias. Cuando una persona se enferma, sus limitaciones físicas se incrementan. A veces, el paciente responde eligiendo pasar a otro reino de autodefinición, buscar satisfacción a través de la conquista interna y el enriquecimiento espiritual. Los mundos que pueden descubrirse dentro de nuestra alma no se ven restringidos por las limitaciones de tiempo, espacio o por el cuerpo físico. Buscar estas dimensiones de autoexploración lleva a una conexión más rica no sólo con quienes amamos, sino también con Dios, la fuente de todo el amor.

Otra buena opción para las personas que sufren físicamente es confiar en Dios a pesar del dolor que Él les ha enviado. Es fácil confiar en Dios cuando nuestras percepciones dan testimonio de todo lo bueno que Él nos da. Sin embargo, a menudo pasa mucho tiempo entre nuestra experiencia de dolor y nuestro reconocimiento del beneficio a largo plazo que derivamos de esa experiencia. Ser capaces de suspender nuestra necesidad intuitiva de definir "bueno" y "malo" en términos del momento presente, requiere enorme humildad. Aunque la mayoría podemos hablar de las virtudes de ser humilde, suspender nuestro ego aunque sea brevemente suele ser un desafío de inmensas proporciones. La fe durante y después del sufrimiento requiere una doble abnegación del ego: suspender nuestro propio juicio de lo que en última instancia es bueno y dejar de lado la indignación del ego de que "alguien tan virtuoso como yo tenga que sufrir".

En 1492, el rey Fernando y la reina Isabel de España emitieron un edicto que de repente llevó a que ser judío fuera un crimen que se castigaba con la muerte. Una proporción significativa de los judíos de España optó por huir del país, dejando atrás sus propiedades, sus bienes y el único hogar y la cultura que habían conocido. Este fue sólo el comienzo de sus tribulaciones. En esa época, viajar por el mar era peligroso y difícil. Muchos barcos naufragaban por las tormentas o caían en manos de piratas que robaban y asesinaban a los indefensos exiliados o los vendían como esclavos.

En una isla del Norte de África encontraron un fragmento de un diario de un judío español del siglo XV que huía de la inquisición. Él registró cómo la familia subió a un barco con destino al Norte de África, pero hubo una terrible tormenta que llevó lo que quedaba del barco a una isla desierta y desolada. Los heroicos esfuerzos para sobrevivir fallaron. Toda su familia pereció, quedando sólo quien escribió el diario. Después de registrar la saga de su trágico viaje, él escribió: "Dios mío, me has quitado todo. No me queda nada salvo mi fe, y eso nunca me lo pueden quitar".

Otra buena elección que a menudo toman las personas que están enfermas o convalecientes es sensibilizarse hacia el dolor de los demás. Una amiga que casi muere de la ruptura de un embarazo ectópico, me contó que cuando estaba acostada en el hospital a la mañana siguiente de su cirugía, se sorprendió al entender dos cosas: cuánto dolor experimentaba su cuerpo, y que había otros cientos de pacientes sufriendo una agonía similar. "Sabía que los hospitales estaban llenos de gente enferma, e incluso rezaba cada día por algunos de ellos", me dijo sorprendida. "Pero no tenía idea que sus días, sus horas y sus minutos se sentían de esta manera". Sus plegarias posteriores por los enfermos surgieron de un lugar mucho más profundo.

Yo no puedo entender cómo es ser sordo, ciego o estar confinado a una silla de ruedas. Sin embargo, estoy segura de que el pacto de angustia que comparten las personas que sufren las mismas aflicciones les da la oportunidad de abrir sus corazones los unos a los otros y responder con más autenticidad, algo que alguien externo nunca podría emular.

Cualquiera sea la elección que tome la persona, el sufrimiento físico obliga a cambiar. La dirección de ese cambio depende de la persona que sufre.

Un regalo que el sufrimiento físico otorga casi invariablemente es la humildad. La mayoría tenemos una inflada sensación de invulnerabilidad física que viene con la juventud y nos acompaña hasta que se ve alterada por alguna enfermedad grave o un diagnóstico sombrío. La mayoría de las aflicciones físicas se curan a su debido tiempo o no, sin importar cuán inteligentes, creativos o importantes seamos. Si somos valientes, podemos llevar adelante una buena lucha, pero gran parte de la sanación no está en manos humanas y nos vemos obligados a reconocer nuestra indefensión ante la enfermedad física. Esta humildad es un regalo gratuito, porque lo recibimos incluso sin elegirlo.

3. El sufrimiento de ver sufrir a un ser amado

Todavía peor que el sufrimiento físico es el sufrimiento que tenemos al ver sufrir a un ser amado. Lo peor de este sufrimiento es el sufrimiento de un padre cuyo hijo tiene dolor. Ese es el sufrimiento más difícil de todos.

Aquí debemos entender la compleja pregunta de cómo puede ser que un Dios bueno permita que un niño sufra. La respuesta judía básica es que el sufrimiento no tiene nada que ver con el niño en esta vida. Siempre es una consecuencia y una resolución de temas de vidas previas. Esto nos abre a otro axioma, que es: Nuestra percepción de la realidad es un fragmento de la imagen total. Es como si abriéramos un libro de 500 páginas en la página 126 y leyéramos diez páginas. Esas son las únicas páginas que vemos. No vemos nada de lo que sucedió antes, no vemos nada de lo que ocurrirá más adelante. ¿Puedes imaginar juzgar a los personajes o entender la trama basado en lo que lees en sólo diez páginas?

Nuestra percepción de la realidad es un fragmento de la imagen total.

La idea es que cada alma tiene una misión, y no todas las misiones pueden completarse en el transcurso de una vida. El Talmud dice que incluso si una persona pide prestada una pequeña suma de dinero y no la devuelve, tendrá que volver a nacer para pagar su deuda.

Como ya dijimos, el sufrimiento de ver sufrir a un ser querido es el más difícil de todos los desafíos. Dios no elige al azar qué padres deben ser los que tendrán un hijo que tiene que sufrir. Las necesidades del alma del hijo y la posibilidad de desarrollo de los padres están perfectamente calibradas, hechas a medida.

Como todas las formas de sufrimiento, esto también debe verse como un desafío, con una amplia gama de posibles respuestas. ¿Cuáles son las malas elecciones que pueden tomar los padres de un hijo que sufre? Enojo, amargura, rechazo al niño, rechazo mutuo, rechazo a Dios, rechazo de ser mejores ellos mismos. Estas son las elecciones que a menudo toma la gente. Las otras opciones son tan extremas como las malas opciones: dedicación al niño, dedicarse el uno al otro, gratitud a Dios por lo que pudieron disfrutar en vez de enfocarse en lo que les faltará, al grado en que vi padres de niños gravemente enfermos agradecerle a Dios por cada día, de hecho, por cada hora de vida de su hijo, con un grado de sensibilidad en cada momento de sus vidas que por lo general está reservado sólo para los grandes místicos y poetas.

Otra buena opción es sensibilizarse hacia otras personas que sufren. ¿Alguna vez notaron que la mayoría de las fundaciones para ayudar a gente que sufre de una enfermedad particular o que apoyan la investigación de una cura (la fundación de distrofia muscular, la fundación Tay-Sachs, el instituto para los ciegos, la fundación de niños con SIDA, etc.), fueron fundadas y son enérgicamente apoyadas por padres cuyos hijos sufren esas enfermedades? Estas personas, quienes a menudo dedican todo su tiempo libre y más a esas causas, respondieron a sus pérdidas y al dolor de la enfermedad de sus hijos movilizando sus energías para ayudar a otros que sufren la misma aflicción y para investigar curas que puedan salvar a otros de tales pérdidas. Esta es una opción increíble. En vez de la depresión, que lleva todas nuestras energías hacia nuestro interior, esta elección enfoca nuestra energía hacia afuera, hacia otros seres humanos. Esta elección ensancha nuestro mundo, ensancha nuestro corazón y nos vuelve personas mucho más grandes de lo que éramos antes de sufrir esa tragedia. Aunque no decimos que la tragedia misma es "buena", un testigo objetivo se ve obligado a reconocer que muchas de las personas más altruistas son individuos que sufrieron el dolor de un pariente cercano.

4. Ningún sufrimiento

El peor sufrimiento de todos es no recibir ningún sufrimiento. Cuando no te ocurre nada difícil ni tienes ningún desafío en tu vida, eso puede implicar que por alguna razón, te han dado por perdido, o en otras palabras, consideran que no vale la pena ponerte a prueba. Esto es similar a los soldados que pasan por un entrenamiento básico y que pueden quejarse de las dificultades y el agotamiento de la experiencia. Pero aquellos que fueron considerados no aptos física o psicológicamente para pasar por el entrenamiento, no tienen ni siquiera la oportunidad de llegar a la prueba. En el plan Divino, las pruebas sólo son dadas a aquellos que tienen la capacidad de superarlas.

Por supuesto, esta no es la única interpretación de una vida tranquila. A veces una persona puede vivir una vida calma y seguir avanzando y progresando por la vida sin necesitar ningún estímulo para crecer. Las personas que no están "durmiendo" no necesitan que las "despierten". Por lo tanto, dado que nadie puede llegar a evaluar el crecimiento interior de una persona, nadie puede juzgar si la tranquilidad es una señal de crecimiento o de que no tiene remedio. Sin embargo, lo último se considera el peor de los castigos.

EL SUFRIMIENTO COMO UNA PRUEBA

Sin embargo, el sufrimiento no siempre es un castigo. Básicamente hay otras dos posibilidades por las que la gente puede sufrir.

Para entender la primera posibilidad, volvamos a la historia de Abraham. El Midrash enumera las diez pruebas que tuvo que pasar Abraham, la más dramática de todas fue la orden de sacrificar a su amado hijo Itzjak. Las diez pruebas de Abraham no fueron de ninguna manera un castigo. Abraham era un gran buscador espiritual. Él no estaba en un estado de letargo espiritual del que necesitaba que lo despertaran, ni se había embarcado en un camino espiritualmente destructivo del que era necesario desviarlo. Si Abraham hubiera revisado sus actos, como nos dicen que debemos hacer cuando sufrimos, no habría encontrado nada malos. Más bien, hubiera encontrado que consistentemente tomaba buenas elecciones, lo que hizo que fuera digno de los regalos que le llegaron en la forma de enormes desafíos.

A menudo, una persona tiene tremendos potenciales que sólo serán materializados a través del proceso del desafío. Su sufrimiento no es una señal de fracaso, sino de potencial para la grandeza. Esta es la razón por la que no miramos a quienes sufren y decimos: "Se lo debe haber provocado a sí mismo. Se lo merece". Puede que esa no sea en absoluto la causa. Más bien, hay personas que tienen la habilidad de lograr más que la persona promedio.

Cuando observamos las vidas de los grandes tzadikim (hombres y mujeres sagrados), una palabra que nunca usaríamos para describir sus vidas es "fácil". Consideremos, por ejemplo, las bendiciones estandarizadas que los padres judíos dan a sus hijas cada noche de Shabat. Los padres bendicen a sus hijas para que sean como Sará, Rivká, Rajel y Leá, las matriarcas del pueblo judío. Piensa en lo que les deseamos a esas pobres niñas. "Que seas como Sará": te deseamos una vida de esterilidad, viajar de un lugar a otro sin raíces, que te secuestre un dictador del Medio Oriente (el faraón); tu esposo tomará una segunda esposa que se quedará embarazada de inmediato y se burlará de ti; y tu único hijo, que nacerá cuando hayas abandonado toda esperanza, casi será sacrificado por su padre. ¿Qué es lo que le deseamos a esa niña inocente? ¿No sería mejor decirle: "No seas como Sará. Sé como Gloria. Ve a una buena escuela, cásate con un médico, compra una gran casa y vivan felices". ¿Acaso eso no sería mejor?

No, porque la vida no es para eso. Si la vida fuera para tener placer y satisfacción, entonces ser como Gloria sería la mejor bendición. Pero dado que la vida es para rectificar y crecer, lo peor que puede pasar es ser como Gloria, partir del mundo sin ser mejor de lo que éramos cuando llegamos.

EL SUFRIMENTO COMO PARTE INHERENTE DE LA CREACIÓN

La tercera dimensión del sufrimiento es la más difícil de todas de asimilar. Está entretejida en la tela misma de la creación. El Libro de Génesis comienza: "En el principio de crear Dios los cielos y la tierra, cuando la tierra era confusión y vacío, con oscuridad sobre la superficie del abismo". Dios creó el mundo como un lugar que inherentemente contiene la oscuridad. El texto usa la palabra tehom (abismo), que es el más profundo nivel de oscuridad. La Biblia continúa: "Y el espíritu de Elokim (alternativamente, el espíritu de Dios) flotaba sobre la superficie de las aguas". La idea que se transmite aquí es que el mundo fue inherentemente creado para ser desafiante. Tanto la oscuridad como la posibilidad de responder a través de la trascendencia están aquí, en el plan original de este mundo.

Esta es una idea difícil de aceptar, porque la mayoría pensamos, o sentimos a un nivel visceral, que el mundo debería ser como Disneylandia: sin barrios marginales, sin enfermedades, todo limpio, colorido, divertido y emocionante, donde la basura se recoge apenas cae y nadie sufre más tiempo del necesario para llegar al final feliz del emocionante juego. En este modelo de mundo, todas las formas de dolor son un error, un intruso no deseado, un ladrón que entró por una brecha accidental en la valla blanca.

Cada crisis entra por la puerta principal, portando una invitación con bordes dorados en la que está escrito su propio nombre. Nuestra elección, como anfitriones, es si bailamos con ella o no.

Sin embargo, el relato bíblico de la creación nos asegura que el mundo debía ser exactamente como es: un lugar de oscuridad y redención. Cada aflicción, pérdida y crisis entra por la puerta principal, portando una invitación con bordes dorados en la que está escrito su propio nombre. Nuestra elección, como los anfitriones, es si bailamos con ella o no.

CATÁSTROFES NATURALES

En el nivel más fundamental, esto significa que Dios creó el mundo con ciertos fenómenos inherentemente catastróficos, como volcanes, tornados y huracanes. También significa que Dios creó el mundo para operar de acuerdo con ciertas leyes naturales, como la gravedad y la entropía. Por lo tanto, hay desafíos que son parte de la naturaleza, que no siempre están dirigidos personalmente a un individuo.

Por ejemplo, si corres muy rápido, el suelo está mojado y usas zapatos nuevos con suela de cuero, lo más probable es que te resbales y caigas. Esto puede o no tener algo que ver con quién eres como persona. Esto puede tener que ver simplemente con las leyes de velocidad y gravedad con las que Dios creó el mundo. Dios no va a suspender esas leyes por ti.

Sin embargo, Él tiene plena conciencia del impacto que esas leyes tienen en ti. No hay nada azaroso en tu caída. El tema no es la conciencia de Dios, que por supuesto es absoluta, sino más bien tu incapacidad para interpretar este encuentro particular de la ley natural y la providencia Divina. Si te preguntas: "¿Por qué me caí?", la respuesta es que simplemente no eres la clase de persona por quien Dios está dispuesto a suspender las leyes de gravedad y velocidad. De hecho, existieron algunos individuos muy santos para quienes Dios suspendió las leyes naturales. Sin embargo, dudo que yo o alguno de mis lectores se encuentre entre ellos.

Supongamos que eres una persona que está comprometida a su crecimiento personal, y en vez de preguntar "¿Por qué me caí?", te preguntaras: "¿Qué puedo aprender de esta caída?". Puedes verte a ti mismo de una forma que te ayude a evitar futuros percances. Por ejemplo, puedes entender que a menudo te precipitas sin tener en cuenta lo que ocurre a tu alrededor. Puede que decidas trabajar sobre tu impulsividad, intentar pensar antes de actuar. De esta manera, tu caída acabará repercutiendo positivamente en tu vida. En ese momento, puede que tengas la sutil sensación de que aunque Dios no suspendió para ti las leyes de gravedad y velocidad, el hecho de que estuvieras en ese lugar en ese momento no fue totalmente "accidental".

Cuando ocurren catástrofes naturales, estas no tienen lugar en medio de un vacío de conciencia Divina. Por el contrario, Él tiene plena consciencia del impacto que esto tiene. De formas que no necesariamente están a nuestro alcance, cada interacción va llevando al mundo hacia su perfección final. Rabí Najman de Breslov nos dice que el sonido del trueno es un regalo que recibimos para "enderezar lo torcido del corazón" (Likutei Moharán 5:3). Cuando nos dejamos llevar por nuestra propia arrogancia, a veces a nivel grupal nos vemos obligados a experimentar nuestra mortalidad y fragilidad como especie. Por ejemplo, la sensación de vulnerabilidad que provoca un terremoto remedia la ilusión humana de ser los amos supremos de la tierra.

La pregunta que a menudo se formula es por qué los buenos deben sufrir junto con los malvados en momentos de desastres colectivos. Dios colocó el mundo bajo la rúbrica del libre albedrío. Como han demostrado los psicólogos conductistas, si se recompensa a una persona o incluso a un animal cada vez que repite una acción A y se lo castiga cada vez que repite una acción B, todos los organismos aprenderán a hacer A y a abstenerse de hacer B. Dado que la voluntad de Dios no es reducir a los seres humanos a robots descerebrados, Él no castiga de forma obvia a los malvados ni recompensa a los buenos en este mundo. De acuerdo con el judaísmo, hay tiempo de sobra para ajustar cuentas en los reinos espirituales en los que entra el alma después de morir el cuerpo, pero en este mundo sería contraproducente que los titulares dijeran: "TERREMOTO EN LOS ÁNGELES. LOS ESTUDIOS PORNOGRÁFICOS SE DESTRUYERON; LAS SINAGOGAS QUEDARON INTACTAS".

IDENTIFICAR LA FUENTE DEL SUFRIMIENTO

Hemos explorado tres fuentes distintas de sufrimiento: la posibilidad de castigo, la posibilidad de expresar nuestro potencial y el dolor inherente a vivir en el mundo natural. Todo sufrimiento acabará cayendo en una de estas categorías. Así pues, cuando nosotros o alguien cercano a nosotros sufra y nos preguntemos "¿por qué?", ¿seremos capaces de identificar la fuente? Por lo general, no.

Las personas muy santas que tienen registros muy limpios a veces pueden observar sus vidas e identificar con precisión de dónde viene cada carencia y cuál es su rectificación. Somos pocos los que podríamos hacerlo, sencillamente porque nuestras pizarras internas están garabateadas por todas partes con tantos malos actos, prevaricaciones y omisiones que es imposible distinguir las conexiones causales.

Crecí en Brooklyn y conocí a una anciana que era realmente muy sagrada. Ella vestía medias muy gruesas y una babushka sobre su cabello. Aunque trabajó duro toda su vida, en vez de jubilarse en su vejez dedicaba casi todas sus horas de vigilia a ayudar a los demás. Ella tenía una pequeña tienda. Le pedía a la gente sus ropas viejas, las vendía y donaba el dinero para obras benéficas.

Un Shabat, sus velas de Shabat cayeron sobre la mesa y el fuego causó mucho daño material. Ella consultó con su consejero espiritual y le preguntó qué había hecho para causar ese fuego. Esta persona, un místico, le respondió que se debió a que UNA vez habló negativamente sobre alguien. Ella lo pensó un minuto y respondió: "Sí. Hablé negativamente".

Si hubiera sido yo, habría tenido que preguntar: "¿A qué vez se refiere? ¿Esta semana? ¿La semana pasada? ¿Qué día de la semana?". Nuestras transgresiones son numerosas, y se vuelve difícil conectar nuestro sufrimiento con causas específicas.

Por lo tanto, a menudo cuando buscamos, no encontramos nada. A veces, cuando pensamos que lo hemos encontrado, en verdad establecemos conexiones erróneas. Esto es especialmente cierto cuando tenemos la enorme arrogancia de interpretar el sufrimiento de otras personas, una tendencia en la que muchos somos expertos. "Yo sé por qué perdió su dinero. Se debe a que es muy tacaño". La respuesta apropiada al sufrimiento de otras personas es compartir su dolor, no pontificar respecto a por qué lo merecían.

Vivir dentro de un mundo definido por el ocultamiento es uno de los desafíos más difíciles que enfrentamos los seres humanos. Este es el desafío de no ser capaces de interpretar los eventos con total claridad. A pesar de nuestros sinceros esfuerzos de introspección y análisis de nuestros actos, a veces simplemente no podemos entender por qué nos ha ocurrido una aflicción particular. Su fuente está en un nivel de realidad que está tan oculto que no tenemos la capacidad de revelarla en este mundo. Sin embargo, la fuerza de nuestro sufrimiento para catapultarnos al cambio y al crecimiento no se ve mermado por nuestras dificultades.

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