Bob Dylan, Kierkegaard y el sacrificio de Itzjak

18/09/2023

5 min de lectura

Cómo sea que lo mires, el sacrificio de Itzjak es una historia que exige una explicación.

¿Qué estaba pensando Abraham?

Oh, Dios le dijo a Abraham: "Mata a tu hijo".

Abi dijo: "Tío, debes estar bromeando".

Dios dijo "no", Abi dijo: "¿Qué?".

Dios dijo: "Haz lo que quieras, Abi, pero la próxima vez que me veas mejor que salgas corriendo"

"Bueno", dijo Abi, "¿dónde quieres que lo mate?".

Para muchos estas palabras pueden ser desconocidas, pero los lectores de cierta edad reconocerán que se trata de la letra de la canción "Highway 61 Revisited", del álbum de 1965 de Bob Dylan.

Como ocurre a menudo con Dylan, la canción es a la vez provocativa, incendiaria, mistificadora y un poco chistosa.

Pero si prestamos atención podemos apreciar que este agradable joven judío de Duluth presenta algunas profundas preguntas teológicas. Y lo mismo ocurrirá con cualquiera que abra la Torá. A fin de cuentas: ¿cómo podía Abraham cumplir el mandamiento de sacrificar a su propio hijo? Es algo casi inconcebible.

Un posibilidad es decir que, ninguna persona normal decidiría matar a su propio hijo, a menos que, se enfrente a un terror absolutamente estremecedor, como por ejemplo, ante un Creador iracundo. En ese caso incluso una persona normal podría llegar a realizar tal sacrificio.

Sin embargo, todo lo que sabemos sobre Abraham contradice esta interpretación. Abraham encarnó la bondad. La cualidad que lo definía era recibir a extraños, mostrar calidez y hospitalidad hacia todos. Él le rogó a Dios que salvara a los habitantes de Sodoma, que perdonara incluso a los malvados de esa ciudad del castigo que parecían merecer con toda justicia.

Bob Dylan www.biography.com

Y si piensas que esto es impresionante, no olvidemos que Abraham se circuncidó a sí mismo a los 99 años. Si eso no es evidencia de agallas, determinación y valentía, no sé qué puede serlo.

Entonces, volvamos a la pregunta original. He aquí que tenemos a una persona muy valiente y de bondad ilimitada. Defensora de los débiles y de los pecadores. Pero cuando el Creador del universo le dice: "Oye, Abi, ve a matar a tu hijo", él acepta sin cuestionarlo porque tiene miedo. No se entiende.

Pero esto a su vez abre otra posibilidad que tampoco nos gusta mucho. ¿Tal vez Abraham aceptó matar a Itzjak porque eso era lo correcto, lo que debía hacer?

El salto de fe de Kierkegaard

Una forma posible de salir de este embrollo teológico viene de una fuente poco probable: un excéntrico filósofo danés del siglo XIX llamado Soren Kierkegaard.

Kierkegaard parecía ser un poco raro. Su vida romántica parecía sacada de una novela para adultos jóvenes. Él no pudo evitar entrar en discusiones contraproducentes con personas importantes. Escribió bajo varios seudónimos, a menudo discutiendo consigo mismo en el proceso. Y su prosa puede ser tan complicada que leer su obra es como viajar por la red ferroviaria de Tokio.

También fue un genio que abrió el camino para el existencialismo del siglo XX y tuvo un gran impacto en los filósofos y los teólogos modernos.

Kierkegaard dice que sólo podemos entender la decisión de Abraham en términos de una "suspensión teleológica de lo ético" (quizás esto suene mejor en el danés original).

Simplificándolo en gran medida, Kierkegaard sugiere que los deberes éticos ordinarios no se sostienen ante una orden directa de Dios. En vez de considerar los resultados éticos o la teleología de un acto, damos un salto de fe y aceptamos una ética de fe: lo que Dios nos dice que hagamos es lo correcto. Basados en nuestra relación singular con Dios, suspendemos nuestro compromiso con nuestro sentido ordinario del bien y el mal y aceptamos que el propósito de Dios es, en definitiva, para un bien mayor.

De hecho, Kierkegaard insiste que Abraham se habría visto "tentado por lo ético". Él habría pensado: "No, esto es erróneo. No puedo obedecer el mandato de Dios". ¡Él podría haberse dejado llevar y actuar éticamente! Pero a través de un acto de fe tremendo, Abraham suspendió lo ético y siguió el bien superior del propósito de Dios. Esta es una proposición moral genuinamente alucinante.

Finalmente, como todos sabemos, Dios salvó la vida de Itzjak, el hijo que había nacido milagrosamente a Abraham cuando tenía cien años. Itzjak nunca iba a ser asesinado. Eso no estaba en los planes. Pero Abraham no lo sabía. Él dio un salto de fe tremendo y confió en la sabiduría infinita y la bondad de Dios, en contra de todos sus instintos, e incluso en contra de todas sus inclinaciones naturales.

La duda de Abraham

Pero todavía no salimos por completo del embrollo ético. Si todo esto se reduce a: "Abraham cumplió el mandato de Dios porque tenía fe", eso no logra resolver el profundo misterio de la historia. A fin de cuentas, todo el problema es que sabemos que Abraham era una persona bondadosa y compasiva. Asesinar a un hijo amado parece una cosa sumamente espantosa.

Entonces, ¿por qué cumplió este mandamiento? Kierkegaard parece estar escribiendo un manual para los fanáticos religiosos.

De hecho, podemos contrastar la acción en este episodio con la respuesta de Abraham cuando Dios quiso destruir Sodoma y él de inmediato comenzó a discutir. "Vamos", insistió Abraham, "no pueden ser tan malos. Bueno, de acuerdo, son malos, ¿pero qué ocurre si logro encontrar cincuenta personas justas entre los malvados? Bueno, cuarenta… Diez, sólo diez… Estoy seguro que puedo encontrar diez personas buenas…".

Ese no es el comportamiento de un fanático religioso. Un fanático hubiera dicho: "Sí Dios, por supuesto. No te preocupes. Yo buscaré venganza en tu Nombre. Coloca una espada en mi mano y yo los castigaré a todos".

Y sin lugar a duda Abraham vio la justicia del juicio Divino y pudo apreciar la lógica de la decisión de Dios, sin embargo luchó contra esa lógica. Podemos imaginar que Abraham pensó: "Tu juicio es verdadero, justo y perfecto, pero te ruego que de todos modos los perdones". Él trató desesperadamente de mitigar las circunstancias para un grupo de personas que, hablando de forma estricta, no merecían la mínima misericordia.

Søren Kierkegaard

Y aquí está el eje del problema. Su conducta se opone a la intuición. A diferencia de lo ocurrido en el caso de Sodoma, acá no había posibles circunstancias atenuantes que pudieran alterar la muerte de Itzjak porque no había nada que mitigar. Abraham no podía cuestionar la lógica de Dios por razones humanitarias, porque no había lógica. Al menos ninguna lógica que algún mortal pudiera comprender.

En cierto sentido, la fe pura de Abraham dependía de la duda. Él tenía que tener suficientes dudas sobre su propia sensibilidad ética y su capacidad para razonar lógicamente lo que es verdadero y bueno para poder dar ese salto.

A veces, la fe implica reconocer que no tenemos todas las respuestas. Que en verdad apenas sabemos algo, y que hay más en la verdad y la bondad de lo que podemos imaginar.

¿Esto suena un poco borroso y en el aire? Al contrario, así procede la ciencia más dura. Para obtener conocimiento, probamos nuestras hipótesis contra la evidencia. Rechazamos teorías cuando la realidad demuestra su falsedad, e incluso cuestionamos nuestros métodos para hacer ciencia.

Ese no es el camino del fanático. La fe absoluta en algo que está más allá de nosotros mismos es lo opuesto a la fe ciega en nuestro propio genio moral e intelectual.

A veces, la fe implica reconocer que no tenemos todas las respuestas.

No podemos entender por completo la mentalidad de alguien que se dirige a cometer un atentado suicida o un acto de limpieza étnica ideológica. Pero apuesto que ellos no tienen ninguna duda sobre la misión en cuestión. Pueden tener segundos pensamientos y estar asustados. Pero no dicen: "Mmmmm, bueno, no sé por qué estoy haciendo esto, pero debe ser lo correcto por razones que no puedo entender. Espero que alguien venga y me detenga". Ellos ven la lógica fría de lo que deben hacer con una claridad aterradora.

Esa no es la fe de Abraham. "El temor a Dios", escribió el Rey Shlomó, el más sabio de todos los hombres, "es el principio del conocimiento". Necesitamos ser conscientes de nuestra propia falibilidad. Hay consecuencias por hacerlo mal y, en todo momento, corremos el riesgo de cometer errores catastróficos. Al final, la verdadera sabiduría sólo es posible a través de la fe. Y la fe verdadera depende de la duda.

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