La fe es algo mucho más profundo de lo que piensas

27/04/2023

5 min de lectura

¿Qué ocurre si la fe es más confiable que la lógica?

Una parte significativa de mi primer libro (The Jewish Self), la escribí mientras servía en la reserva del ejército de Israel. Cuando una unidad tiene la tarea de patrullar un segmento de la frontera, se alberga en una pequeña base en esa frontera y una de sus responsabilidades es proteger la base.

Con esto en mente, antes de presentarme para el mes de servicio de reserva, compré un cable alargador de 50 metros para poder utilizar una pequeña laptop. Cuando me asignaban a una guardia diurna en una de las torres de guardia, buscaba el enchufe más cercano, enchufaba mi computadora y subía entusiasmado a cumplir un turno de ocho horas durante las cuales observaba la suave belleza de Israel buscando señales de peligro y también tipeaba en mi laptop.

Cuando regresé para otro mes de servicio obligatorio al año siguiente, le di una copia del libro terminado a uno de mis comandantes, un israelí inusualmente inteligente y sensible. Cuando tuve que presentarme un año más tarde, él ya lo había leído y de allí en adelante me llamó "profesor".

Yo lo desconcertaba. Su educación israelí secular no lo había preparado para conocer a alguien que fuera religioso y que pensara. No para desafiarme, sino claramente perplejo, me preguntó: "¿Realmente crees todo esto?". Desafortunadamente, no estábamos en un contexto que invitara a una discusión sincera. Pero pensé: "Él piensa que la fe es algo que uno tiene o no tiene, pero en realidad es una disciplina".

Mientras que tener fe en la existencia de Dios puede parecer algo simple (la tienes o no la tienes), en verdad no es así. La idea de que uno "tiene" fe o "no la tiene" se basa en un mal entendimiento de lo que implica tener fe en un sentido significativo.

¿Qué es la fe?

La fe no es el producto de una deducción lógica, eso se llama conocimiento. El conocimiento conlleva la certeza convincente que es característica de la lógica. Dado que la fe no se basa en la lógica, asumimos que carece de certeza, y por ende creemos que es un "sentimiento", una "emoción" o "conciencia subjetiva" sin ninguna base real y confiable, algo puramente subjetivo que tienes o no tienes. Pero esa clase de fe no es la fe de la Torá.

La suposición de que la única alternativa a la lógica es la subjetividad sin fundamento, se basa en la aceptación implícita de que la verdad es el ámbito exclusivo de la comprensión y, por lo tanto, una certeza significativa sólo puede provenir de la razón. Sin embargo, hay un nivel de realidad más fundamental que la comprensión, a cuya verdad se accede de una manera muy diferente. Esto es la existencia o el 'ser'. Los pensamientos no existen por sí mismos: nosotros pensamos pensamientos. El pensamiento sólo existe dentro del contexto de nuestra existencia: la existencia es la primera realidad. En el pensamiento, tomamos conciencia de la existencia, pero la existencia misma es indiferente a nuestros pensamientos.

La idea de que uno "tiene" fe o "no la tiene" se basa en un mal entendimiento de lo que implica tener fe en un sentido significativo.

Estamos seguros de nuestra existencia. A fin de cuentas, Descartes nos enseñó: "Pienso, luego existo". Pero aquí hay un gran error. No es porque pienso que concluyo que debo existir. Más bien, en mi conciencia de ser, existo. ¡Descartes nos invita a salir de la realidad primaria del ser para confiar en la lógica para probar que existimos! Es como estar frente al Monte Cervino, sacarle una foto, y observar la imagen para determinar si el Monte es impresionante.

Nuestra existencia es la única realidad a la que accedemos. Descartes sugiere que abandonemos este único punto de acceso y lo sustituyamos por la prueba de la existencia. Pero la verdadera existencia es autoevidente en nuestra conciencia de ser. Introducir un paso lógico sólo complica nuestro compromiso con la realidad.

En la existencia hay un continuo infinito de profundidad y, a través de la conciencia, tenemos el potencial para acceder a una buena parte de esa profundidad. Sin embargo, si sólo llegamos a un nivel superficial, sólo tenemos conciencia de nuestra propia individualidad. Dado que este es nuestro acceso a la existencia y por lo tanto determina nuestras suposiciones sobre la naturaleza del ser, esta superficialidad puede llevar a profundas distorsiones en nuestro entendimiento de la realidad. Pero podemos desarrollar nuestro compromiso con el ser para poder llegar a un nivel más profundo, uno en el cual tomamos conciencia de que la existencia que experimentamos se extiende más allá de nuestra individualidad  y no nos pertenece.

En otras palabras, experimentamos nuestro ser emanando de una fuente que está más allá de nuestra individualidad. La conciencia de que la existencia tiene una base fuera de nosotros mismos, que existe una Fuente para la existencia, es el terreno de la fe. Por eso, el nombre de Dios más profundo en la Torá, el nombre de cuatro letras, es una fusión de היה, הוה, y יהיה – 'fue, es y será', en otras palabras: Dios es la existencia, y cualquier cosa que existe en todos los niveles deriva su existencia de Dios. La conciencia de que la existencia tiene una fuente fuera de nosotros es la base y el primer paso para tener fe en la existencia de Dios.

La fe basada en un compromiso de existencia carece de la certeza del conocimiento lógico, pero tiene un grado de certeza mucho más poderoso, porque esta fe está indisolublemente ligada a la conciencia de nuestra propia existencia. Si cuestionas la validez de esta forma de certeza autoevidente, vale la pena recordar que toda certeza lógica comienza a partir de premisas. Las premisas no son el resultado de un argumento lógico. Las premisas de nuestros argumentos metafísicos se basan en verdades que, para nosotros, son evidentes. La evidencia de estas premisas es consecuencia de que están indisolublemente ligadas a la naturaleza de nuestra conciencia.

El Salmista dijo: "Para reconocer Tu bondad en la mañana, y declarar nuestra fe en Ti en la noche" (Salmos 92:3). La luz del día nos revela el esplendor de todo lo que llena la creación, y nos abrumamos —o distraemos— por la generosidad y la bondad de Dios. La noche, cuando la oscuridad cubre todo menos nuestra conciencia sobre nosotros mismos, es el momento de la fe.

Vivimos en un momento cultural en el que estamos tan enfocados en el mundo que nos rodea que olvidamos nuestra propia existencia, lo que lleva a una crítica falta de contexto en nuestra percepción de la realidad. Esto se ve exacerbado por el hecho de que nuestro mundo, en las palabras de Rav Moshé Shapiro, "le ha declarado la guerra a la noche". No hay un momento en que se apaguen las luces y nuestra atención pueda enfocarse en nuestra pura existencia.

En esas raras ocasiones en las que realmente estamos solos con nosotros mismos, recurrimos a nuestros dispositivos tecnológicos para evitar lo que experimentamos como el vacío. Ese vacío percibido es un reflejo de nuestro olvido respecto a nuestra propia existencia, un olvido que debería preocuparnos ya que es la base y el requisito previo de toda experiencia. Hemos olvidado nuestra existencia y, al hacerlo, perdimos el acceso a una fe significativa y fundamentada.

Al explorar la fe, no es útil mirar hacia adentro y simplemente preguntarnos si la encontramos o no allí. En cambio, debemos preguntarnos si estamos preparados para tener la disciplina necesaria que hace posible una fe honesta y significativa. Sin intentar al menos despertarnos a nuestra existencia y saborear ese nivel de conciencia, preguntarnos si tenemos fe es como preguntarnos si hablamos francés cuando nunca nos tomamos la molestia de aprender ese idioma.

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