Perfiles
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Anhelamos amor y conexión, y a la vez tendemos hacia la gratificación física.
Por naturaleza, los seres humanos buscamos placer. La mayoría de las decisiones que tomamos están motivadas por el deseo de experimentar placer o de evitar el dolor. A medida que avanzamos por la vida, nos convertimos en exploradores que tratan de descubrir qué es lo que nos dará verdadero placer.
A diferencia del reino animal, no estamos satisfechos sólo viviendo con lo mínimo indispensable para mantenernos a salvo y seguros, cuando existen una multitud de experiencias placenteras que queremos probar. No somos complacientes, no nos conformamos con pan y agua para sobrevivir cuando podemos disfrutar de un buen bife o de un plato de sushi. Pero todavía mayor que la mera gratificación física, nuestro deseo de placer anhela algo más profundo y significativo. Un placer que sólo puede encontrarse a través de los sentimientos de amor y conexión.
Esto nos lleva a la lucha que existe con el elemento de agua de la persona, el elemento que representa el nivel emocional/de placer del alma. En este nivel experimentamos tanto un anhelo de amor y conexión, como un impulso hacia la gratificación física. De hecho, las investigaciones demuestran que tanto los sentimientos de amor como los placeres físicos activan áreas relacionadas en nuestros cerebros, conocidas como los centros de placer. La relación íntima entre estos dos aspectos nos muestra que el deseo de placer físico cuando se lo usa correctamente es una herramienta poderosa que lleva al amor y a dar realce al amor que ya existe.
Así como el agua es la fuente de toda vida y crecimiento, también lo es el amor y la conexión que sentimos y que son la fuente de toda nuestra vitalidad. Cuando nos sentimos amados, sentimos una inmensa sensación de placer. Y cuando sentimos una falta de amor y conexión, comenzamos a sentir un vacío interno que provoca que nuestros cerebros busquen una forma sencilla de sustituir la sequía causada por nuestra soledad. Naturalmente gravitamos a sustituir ese deseo de placer con otras experiencias placenteras que nos den una "solución rápida", engañando a nuestros cerebros para que piensen temporariamente que todo está bien. Esto puede llevarnos a ser indulgentes en excesos de placeres y generar sentimientos de lujuria y deseos inapropiados.
Por esta razón, muchos profesionales de salud mental descubrieron que muchos clientes que cayeron en la trampa de ciertas adicciones en esencia estaban buscando amor y conexión. El vacío de su corazón que en verdad necesitaba llenarse con amor y afecto, los lleva a buscar un suplemento de esa carencia siendo indulgentes en otros placeres que les dan una falsa sensación de satisfacción, como por ejemplo la comida, el azúcar, el alcohol, la droga, los cigarrillos o la pornografía. Ese deseo interno puro de sentir amor y conexión es reemplazado por una sed insaciable de más placer físico. Esta es la razón por la cual los placeres físicos ilícitos en la Torá son llamados "aguas robadas" (Proverbios 7:19).
Para llegar a dominar sobre el elemento agua, necesitamos aprender a destacarnos en las siguientes áreas:
Nuestros Sabios enseñan sobre una cualidad llamada guevurá, lo que podemos traducir como fuerza interior o disciplina. Para entender esta cualidad, tenemos que acudir a nuestros Sabios en Pirkei Avot, donde nos enseñan: "¿Quién se considera una persona fuerte? El que aprende a conquistar sus deseos".
Conquistar los deseos no implica hacer que desaparezcan, sino tenerlos bajo control para usarlos de la forma en que deseamos. Cuando un ejercito conquista una ciudad, la mayor expresión de fuerza no es destruir al enemigo, sino tenerlo bajo control. Esta es la verdadera guevurá, la disciplina.
El camino de elevación nos alienta a reenfocar la forma en que vemos el placer y tratar de transformarlo en una experiencia de crecimiento. De esta manera, en vez de dedicarnos a una actividad física placentera sólo por el placer que obtenemos de la misma, tratamos de desarrollar una concepción respecto a lo que realmente estamos logrando a través de esa actividad. Algunas de las formas en las que podemos llegar a tomar más consciencia es enfocarnos en los siguientes aspectos:
El agua está formada por dos elementos: oxígeno e hidrógeno. Cuando estos se unen crean algo nuevo: agua, la base de la vida. Pero la única razón por la que estos elementos se combinan es por su polaridad. La belleza del amor es cuando dos individuos se unen. No por razones egoístas ni para su propio beneficio, sino por el deseo específico de complementarse mutuamente. También el movimiento y la flexibilidad del agua simbolizan la flexibilidad de ambas partes, lo que les permite crecer juntos. El agua se mezcla fácilmente y se convierte en una unidad. Nuestra parte de agua es la que nos permite unirnos con otra persona.
Hay un proverbio que lleva un paso más lejos el paralelo entre el amor y el agua: "Así como en el agua un rostro refleja un rostro, así también un corazón refleja otro corazón" (Proverbios 29:17). Cuando vemos nuestro reflejo en el agua, comprendemos que nos miramos a nosotros mismos. Las relaciones exitosas tienen lugar cuando comenzamos a ver al otro como una parte de nuestro ser. En un nivel corporal, podemos ser dos personas separadas, pero a nivel de alma estamos conectados. El crecimiento del otro es mi propio crecimiento, su dolor es mi dolor, etc. La transformación del deseo en amor ocurre cuando ya no nos vemos como entidades separadas sino como un mismo ser. Hasta entonces, uno seguirá priorizando sus propios intereses. Una relación que se centra en lo que cada miembro de la misma se beneficia, es una relación que fácilmente puede quebrarse cuando aparece un objeto externo de deseo.
Mientras más desarrollemos el hábito del placer consciente y nos llenemos con el profundo y verdadero placer de las conexiones profundas y afectuosas, encontraremos que el reino del agua interno desborda con "aguas de vida" que nos proporcionan una vida de significado y vitalidad.
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