El lenguaje secreto del amor: Llamar a un niño por su nombre

06/02/2023

3 min de lectura

La clase magistral de mi abuela respecto a cómo brindar amor es exactamente lo que necesitamos hoy en día.

Mi abuela amaba la vida con pasión. A pesar de sobrevivir el angustiante sufrimiento de Bergen Belsen, mi abuela nunca perdió su pasión por vivir. A menudo me pregunto cómo, siendo una madre joven, pudo resistir al ver a sus pequeños hijos metidos a empujones en vagones de ganado, hambrientos, temblando, aterrados y rodeados del hedor de la muerte.

Foto: Las ollas de mi abuela colgadas en la pared. De esa pequeña cocina salió mucho amor.

Llegar a los Estados Unidos trajo aún más dolor. ¿Cómo se vuelve a comenzar una vida de cero?

Mis abuelos decidieron que ellos de alguna manera construirían una escuela judía como testimonio al espíritu eterno de nuestro pueblo. Podemos pasar por la oscuridad, pero encendemos una luz e iluminamos el mundo a nuestro alrededor. Nunca nos rendimos.

En el barrio había muchos niños judíos que no tenían conciencia de su legado. Shabat, las festividades judías, las historias de nuestro pueblo… Todo era un misterio para ellos. Incluso nuestros nombres judíos eran algo desconocido, no los utilizábamos.

Recuerdo haber dormido en la diminuta casa de mis abuelos. Al amanecer me despertaba el sonido del metal de las ollas. Mi abuela ya estaba horneando sus deliciosos pasteles húngaros y galletas para los alumnos de la escuela. Luego llenaba su enorme bolsa de golosinas y kipot. Siempre llegábamos a tiempo para cuando llegaban los autobuses.

Mi abuela se paraba en la puerta de la escuela, asegurándose de no saltear a ningún niño. A pesar de medir menos de 1 metro y medio, su espíritu llegaba al cielo. Nadie se atrevía a discutir con mi abuela.

“¡Boker tov, buenos días!”, saludaba mi abuela a cada alumno antes de que entrara al edificio. Ella decía el nombre y besaba la cabeza de cada niño. Sólo después de que le respondían “Boker tov abuela”, ella metía la mano en su bolsa y les entregaba una de sus delicias caseras. “Digamos juntos la brajá, la bendición”. Mama recitaba pacientemente cada palabra y luego le deseaba al niño un día maravilloso.

En ese momento no lo entendí, pero estaba aprendiendo una de las más grandes lecciones de amor.

Usa el nombre del niño. Míralo. Hazlo sentir querido. Muéstrale que a ti te importa.

Hasta el día de hoy me encuentro con adultos que no pueden evitar sonreír cuando se acuerdan de mi abuela. De alguna manera, la imagen de la pequeña mujer con el corazón enorme sigue viva. Ellos recuerdan los amables saludos, el sonido de sus nombres en hebreo y las bendiciones que decían juntos.

“No puedes imaginar lo que esas mañanas significaban para mí”, me dicen una y otra vez.

Este año tuve el privilegio de enseñar a jovencitas en la escuela secundaria de Manhattan. Salgo de mi casa antes de que salga el sol y a veces llegó un poco temprano, dependiendo del tráfico con que me encuentre. Parada en las escaleras, veo una figura saludar a cada niña por su nombre, con un cálido “buenos días”.

Por un momento es como si volviera a ver a mi abuela.

Me acerco a la mujer en las escaleras.

“Sra. Rottenberg, tengo que decirle que me recuerda a mi abuela”. Comienzo a describir el lenguaje de amor de mi abuela y la Sra. Rottenberg sonríe. “¿De dónde crees que aprendí esto? ¡Yo trabajaba con tu abuela cada día en la ieshivá! Nunca voy a olvidar cómo ella saludaba a cada niño por su nombre”.

Estoy anonadada.

Foto de mi boda. Mi abuela me bendice antes de la jupá.

“Sabes, mi padre estuvo en los campos de concentración. Él me dijo que lo primero que hicieron los nazis fue robarle su identidad. Ellos borraron su nombre y lo redujeron a un número. Mi padre siempre nos dijo cuánto debemos valorar y atesorar nuestros nombres judíos”, me cuenta.

Tenemos la oportunidad de darles a nuestros hijos el mayor regalo de su vida. Cada día.

Llama a tu hijo por su nombre. Míralo a los ojos. Dale calidez. Muéstrale que lo amas.

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