El líder inesperado

27/12/2022

6 min de lectura

Vaigash (Génesis 44:18-47:27 )

En una oportunidad, estuve presente cuando le pidieron al gran historiador del islam, Bernard Lewis, que predijera el curso de los acontecimientos en el Medio Oriente. Él respondió: "Yo soy historiador, así que sólo hago predicciones sobre el pasado. Además, soy un historiador jubilado, por lo que incluso mi pasado está pasado de moda". Las predicciones son imposibles en los asuntos de los seres humanos vivos, porque somos libres y no hay manera de saber a priori cómo reaccionará un individuo ante los grandes desafíos de su vida.

Si hay algo que pareció estar claro en el último tercio del libro de Génesis, es que Iosef emergerá como el líder arquetípico. Él es el personaje central de la historia, y sus sueños y los cambios en las circunstancias de su vida apuntan todos en esa dirección. Un candidato menos probable es Iehudá, el hombre que propuso vender a Iosef como esclavo (Génesis 37:26:27), a quien a continuación vemos separado de sus hermanos, viviendo entre los canaanitas, casado con una mujer de ellos, perdiendo a dos de sus hijos por el pecado y teniendo relaciones sexuales con una mujer que pensó que era una prostituta. El capítulo que describe todo esto comienza con la frase: "Y sucedió en aquel entonces que Iehudá descendió de sus hermanos" (Génesis 38:1). Los comentaristas entienden que esto implica un decline moral.

Sin embargo, la historia resulta de otro modo. Los descendientes de Iosef, las tribus de Efraim y Menashé, desparecieron de las páginas de la historia tras la conquista asiria en el año 722 AEC, mientras que los descendientes de Iehudá, comenzando con David, se convirtieron en reyes. La tribu de Iehudá sobrevivió a la conquista babilonia, y el nombre que llevamos como pueblo es el de Iehudá. Somos iehudim, judíos. La parashá de esta semana, Vaigash, explica por qué es así.

Ya en la parashá de la semana pasada comenzamos a ver las cualidades de liderazgo de Iehudá. La familia había llegado a un punto crítico. Necesitaban comida con desesperación, pero sabían que el virrey egipcio insistía en que llevaran con ellos a su hermano Biniamín, y Iaakov se negaba a permitirlo. Ya había perdido al primer hijo de su amada esposa Rajel (Iosef), y no estaba dispuesto a permitir que el otro, Biniamín, fuera llevado a un viaje tan peligroso. Reubén de forma acorde con su carácter inestable, hizo una sugerencia absurda: "Si no traigo a Biniamín de vuelta a salvo, mata a mis dos hijos" (Génesis 42:37). Al final fue Iehudá, con su tranquila autoridad, quien persuadió a Iaakov para que dejara ir a Biniamín con ellos, y le dijo: "Yo mismo garantizaré su seguridad; puedes considerarme personalmente responsable de él" (Gñenesis 43:9).

Ahora, cuando los hermanos intentan partir de Egipto y regresar a su hogar, tiene lugar una escena de pesadilla: encuentran en posesión de Biniamín la copa de plata del virrey de Egipto. El oficial dictamina su veredicto: Biniamín debe quedar como esclavo. Los otros hermanos pueden partir. En este momento, Iehudá se adelanta y da un discurso que cambia la historia. Él habla elocuentemente sobre el dolor de su padre ante la pérdida de uno de los hijos de Rajel. Si pierde al otro hijo, morirá de pena. Iehudá le dice que él, personalmente, garantiza que Biniamín regresará a salvo. Y concluye:

"Y ahora, que tu siervos se queden en el lugar del joven como esclavo de mi señor y que el joven ascienda con sus hermanos. Pues, ¿cómo he de regresar a mi padre si el joven no está conmigo? No sea que vea yo el mal que le sobrevendrá a mi padre" (Génesis 44:33-34)

Apenas dijo estas palabras, Iosef se vio sobrepasado por la emoción, reveló su identidad y todo el drama llega a su cierre. ¿Qué es lo que ocurre aquí y qué tiene que ver esto con ser el líder?

Los Sabios articulan un principio: "En el lugar que están los penitentes (baalei teshuvá), no pueden estar ni los tzadikim más perfectos" (Brajot 34b). El Talmud trae una prueba del texto de Isaías: "Paz, paz al lejano y al cercano" (Isaías 57:19), colocando al alejado (al pecador arrepentido) antes que al cercano (el justo perfecto). Sin embargo, casi con certeza la fuente real se encuentra aquí, en la historia de Iosef y Iehudá. Iosef es conocido por la tradición como hatzadik, el justo.(1) Iehudá, como veremos, es un penitente. Iosef se convirtió en el "segundo del rey". Sin embargo, Iehudá es el ancestro de los reyes. Por lo tanto, donde se encuentran los penitentes, no pueden llegar los justos perfectos.

Iehudá es la primera persona en la Torá que logró un arrepentimiento perfecto (teshuvá guemurá), definido por los Sabios como cuando te encuentras en una situación en la que probablemente te vayas a ver tentado a repetir un pecado previo, pero eres capaz de resistir porque ahora eres una persona cambiada.(2)

Muchos años antes, Iehudá fue responsable de que Iosef fuera vendido como esclavo:

Iehudá dijo a sus hermanos: "¿Qué beneficio habrá si matamos a nuestro hermano y cubrimos su sangre? Vengan, vendámoslo a los ishmaelim, pero que nuestra mano no esté sobre él, pues él es nuestro hermano, nuestra propia carne. Y sus hermanos lo escucharon. (Génesis 37:26-27

Ahora, al enfrentar un prospecto similar ante la posibilidad de dejar a Biniamín como esclavo, su respuesta es diferente. Él dice: "Déjame quedarme en lugar del joven como esclavo y que el joven parta con sus hermanos" (44:33). Este es un arrepentimiento completo, y fue lo que llevóa que Iosef revelara su identidad y perdonara a sus hermanos.

La Torá ya aludió a un cambio en el carácter de Iehudá en un capítulo previo. Al acusar a su nuera Tamar de quedar embarazada de una relación sexual prohibida, ella lo enfrenta con la evidencia de que él mismo es el padre del niño y su respuesta es declarar de inmediato: "Ella es más justa que yo" (Génesis 38:26). Esta es la primera vez en la Torá que vemos a un personaje admitir que se equivocó. Si Iehudá fue el primer penitente, Tamar, la madre de Peretz, de quien desciende e Rey David en definitiva fue la responsable.

Quizás el futuro de Iehudá y su cambio de carácter ya estaba implícito en su nombre, porque si bien el verbo lehodot, del cual deriva la palabra "agradecer" (Leá llamó a su cuarto hijo Iehudá y dijo: 'Esta vez agradeceré al Eterno', Génesis 29:35); esta palabra también tiene relación con lehitvadot. Que significa "admitir" o "confesar", y de acuerdo con el Rambam, la confesión es el eje del mandamiento del arrepentimiento.

Los líderes cometen errores. Ese es un riesgo de la profesión. Los directores siguen reglas, pero los líderes se encuentran en situaciones para ls cuales no existen reglas. ¿Declaras una guerra en la cual morirán personas, o evitas hacerlo arriesgándote a permitir que el enemigo se vuelva más fuerte y que -en consecuencia- después mueran más personas? Ese fue el dilema que enfrentó Chamberlain en 1939, y sólo un tiempo más tarde quedó claro que él se equivocó y que Churchill tenía razón.

Pero los líderes también son humanos, y sus errores a menudo no tienen nada que ver con el liderazgo mismo sino con las debilidades y las tentaciones humanas. La conducta sexual inapropiada de John F. Kennedy, Bill Clinton y muchos otros líderes sin duda fue mucho menos que perfecta. ¿Acaso eso afecta nuestro juicio sobre ellos como líderes? El judaísmo sugiere que debería afectarnos. El profeta Natán fue implacable con el rey David por acercarse a la esposa de otro hombre. Pero el judaísmo también toma en cuenta lo que pasa después.

La Torá nos dice que lo que importa es que te arrepientas, que reconozcas y admitas tus errores y que en consecuencia cambies. Como señaló Rav Soloveitchik, tanto Shaúl como David, los dos primeros reyes de Israel, pecaron. A ambos los reprendió un profeta. Ambos dijeron "jatati", "he pecado"(3). Pero sus suertes fueron radicalmente diferentes: Shaúl perdió el trono, David no. Rav explica que la razón de esto fue que David confesó de inmediato su error. Shaúl transgredió y buscó excusas antes de admitir su pecado.(4)

Las historias de Iehudá y su descendiente, David, nos dicen que lo que distingue a un líder no es necesariamente que sea perfecto, sino la capacidad de admitir sus errores, aprender de ellos y crecer a partir de eso. El Iehudá que vemos al comienzo de la historia no es el hombre que encontramos al final, tal como el Moshé que encontramos en la zarza ardiente (tartamudeando, dubitativo), no es el héroe poderoso que encontramos al final, "su visión no se había opacado ni había perdido la lozanía". Un líder es aquél que a pesar de que pueda caer y tropezar, se levanta más honesto, humilde y valiente de lo que era antes.


Notas:

  1. Ver Tanjuma (Buber), Nóaj, 4, s.v. ele, sobre la base de Amos 2:6: "Venden al justo por plata".
  2. Mishné Torá, Hiljot Teshuvá 2:1
  3. Samuel I 15:24 y Samuel II 12:13
  4. Joseph Soloveitchik, Kol Dodi Dofek: Listen – My Beloved Knocks (Jersey City, N.J.: Ktav, 2006), 26.
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