Entre la esperanza y la humanidad

27/03/2024

4 min de lectura

Debería haber sido un día de grandes celebraciones. El Tabernáculo, la primera casa colectiva de culto de Israel, se había completado. Habían hecho todos los preparativos. Durante siete días, Moshé llevó adelante la inauguración. Ahora había llegado el octavo día, el primero de nisán. Los sacerdotes, dirigidos por Aharón, estaban listos para comenzar su servicio.

Entonces ocurrió la tragedia. Dos de los hijos de Aharón, Nadav y Avihu, llevaron un "fuego extraño, que [Dios] no les había ordenado" y "salió un fuego de delante de Dios", y ellos murieron. A continuación sucedieron dos escenas entre Moshé y Aharón. La primera:

Moshé dijo a Aharón: "Acerca de esto habló Hashem, para decir; 'Yo seré santificado a través de Mis allegados y en presencia de todo Israel seré glorificado'". Y Aharón se quedó callado. (Levítico 10:3)

Entonces Moshé ordenó que sacaran los cuerpos, le prohibió a Aharón y a sus otros hijos que se dedicaran a los rituales de duelo. Les dio instrucciones para evitar que volviera a ocurrir otra tragedia similar en el futuro, y procedió a revisar si los sacrificios del día se habían llevado a cabo. Moshé descubrió que Aharón y sus hijos habían quemado una ofrenda de pecado, en vez de comerla como les habían ordenado:

Moshé inquirió reiteradamente por el macho cabrío de la ofrenda de pecado, pero he aquí que había sido quemado y se enfureció con Elazar e Itamar, los restantes hijos de Aharón, y preguntó: "¿Por qué no comieron la ofrenda de pecado en el lugar sagrado? Es sumamente sagrada y Él se las ha dado para obtener perdón por el pecado de la asamblea, para hacer expiación por ellos delante del Eterno. He aquí que su sangre no fue llevada al interior del Santuario; debieron haberla comido, como yo ordené",

Aharón le respondió a Moshé: Es que fueron ellos los que ofrendaron en este día su ofrenda de pecado y su ofrenda de ascensión delante del Eterno. Ahora que cosas como éstas me han sucedido, si hubiera comido de la ofrenda de pecado en este día, ¿acaso hubiera sido correcto ante el Eterno? Moshé escuchó y estuvo de acuerdo. (Levítico 10:16-20)

Sin entrar en los detalles de estos intercambios, su psicología es apasionante. Moshé intenta consolar a su hermano, que ha perdido a dos de sus hijos. Le dice que Dios ha dicho: "Seré santificado a través de Mis allegados". Rashi explica que le dijo: "Ahora veo que ellos (Nadav y Avihu) eran más grandes que tú y yo". Cuanto más santa es la persona, más Dios exige de ella.

Es como si Moshé le dijera a Aharón: "Hermano mío, no te rindas ahora. Hemos llegado muy lejos. Hemos ascendido muy alto. Sé que tu corazón está quebrado. También lo está el mío. ¿Acaso tú y yo no pensábamos que nuestros problemas habían quedado atrás, que después de todo lo que sufrimos en Egipto, en el Mar Rojo y en la batalla contra Amalek, y con el pecado del Becerro de Oro por fin estábamos a salvo y éramos libres? Y ahora ha ocurrido esto. Aharón, no te rindas, no pierdas la fe, no desesperares. Tus hijos no murieron porque fueran malos, sino porque eran santos. Aunque su acto fue equivocado, sus intenciones eran buenas. Simplemente se esforzaron demasiado". Pero a pesar de las palabras de consuelo de Moshé, "Aharón se quedó callado", perdido en un dolor demasiado profundo para las palabras.

En el segundo intercambio, Moshé está preocupado por otra cosa: la comunidad, cuyos pecados debían ser expiados por la ofrenda de pecado. Es como si hubiera dicho a Aharón: "Hermano mío, sé que estás afligido. Pero no eres sólo una persona privada. También eres el Sumo Sacerdote. El pueblo necesita que cumplas con tu deber, sean cuales sean tus sentimientos". Aharón respondió: "¿acaso hubiera sido correcto ante el Eterno?" Sólo podemos adivinar el significado exacto de estas palabras. Tal vez significan: "Sé que, en general, el Sumo Sacerdote tiene prohibido lamentarse como si fuera un individuo ordinario. Esa es la ley, y la acepto. Pero si yo actuara en este día inaugural como si nada hubiera sucedido, como si no hubiesen muerto mis hijos, ¿eso no daría al pueblo la impresión de que no tengo corazón, como si la vida y la muerte no significaran nada, como si el servicio de Dios implicara renunciar a mi humanidad?". Esta vez, Moshé se quedó callado. Aharón tenía razón, y Moshé lo entendió.

En este intercambio entre dos hermanos nace un coraje trascendental; el coraje de Aharón que tiene la fuerza de llorar y no aceptar ningún consuelo fácil, y el coraje de Moshé que tiene la fuerza de seguir adelante a pesar del dolor. Es como si asistiéramos al nacimiento de una configuración emocional que caracterizará al pueblo judío en los siglos venideros. Los judíos son un pueblo que ha sufrido más de la cuenta. Como Aharón, nunca perdieron su humanidad. No permitieron que su sentido del dolor se embotara, muriera o se insensibilizara. Pero tampoco perdieron su capacidad de seguir adelante, de tener esperanza. Como Moshé, nunca perdieron la fe en Dios. Pero como Aharón, no permitieron que esa fe anestesiara sus sentimientos, su vulnerabilidad humana.

En mi opinión, eso fue lo que ocurrió con el pueblo judío después del Holocausto. No hubo ni hay palabras para acallar el dolor o poner fin a las lágrimas. Podemos decir, como Moshé le dijo a Aharón, que las víctimas eran inocentes, sagradas, y que murieron al kidush Hashem, santificando el Nombre de Dios. Sin duda eso es cierto. Sin embargo, "Aharón se quedó callado". Cuando todas las explicaciones y los consuelos fueron expresados, queda el dolor, inalterable. De otra forma no seríamos humanos. Sin duda ese es el mensaje del Libro de Job. Quienes trataron de consolar a Job eran piadosos en sus intenciones, pero Dios prefirió el dolor de Job a su reivindicación de la tragedia.

Sin embargo, al igual que Moshé, el pueblo judío encontró la fuerza para seguir adelante, para reafirmar la esperanza frente a la desesperación, la vida ante la presencia de la muerte. Sólo tres años después de haberse enfrentado cara a cara con el Ángel de la Muerte, el pueblo judío, al establecer el estado de Israel, efectuó la afirmación más poderosa en dos mil años respecto a que Am Israel Jai, el pueblo judío vive.

Moshé y Aharón eran como los dos hemisferios del cerebro judío: por un lado la emoción humana, por el otro la fe en Dios, el pacto y el futuro. Sin el segundo, habríamos perdido la esperanza. Sin el primero, habríamos perdido nuestra humanidad. No es fácil mantener este equilibrio, esta tensión. Pero es esencial. La fe no nos vuelve invulnerables a la tragedia, pero nos da las fuerzas para llorar y luego, a pesar de todo, seguir adelante.

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