La diferencia entre comunidad y multitud

03/03/2024

6 min de lectura

Vaiakel (Éxodo 35:1-38:20 )

Melanie Reid es una periodista que escribe regularmente una columna para el Times (de Londres). Siendo una parapléjica con una irónica falta de autocompasión, ella llama a su ensayo semanal "Columna vertebral". El 4 de enero del 2020, Melanie contó la historia de cómo ella, su esposo y otros vecinos en su pueblo escocés compraron una antigua posada para convertirla en un pub y un centro comunitario, un bien compartido por el barrio.

Entonces ocurrió algo extraordinario. Un gran número de habitantes locales ofrecieron voluntariamente sus servicios para ayudar a abrirlo y operarlo. "Teníamos a famosos músicos clásicos limpiando los inodoros o lijando las mesas. Detrás del bar había escultores, trabajadores de la construcción, ministros humanistas, oficiales de la marina mercante, abuelas, ejecutivos de relaciones públicas y agentes estatales… Directores ejecutivos jubilados hachaban leña para encender el fuego; septuagenarios… atendían lss mesas; los topógrafos miraban las paredes internas que iban a ser derribadas y los ambiciosos e idealistas arreglaban las canaletas bloqueadas".

Esto no sólo se convirtió en un centro comunitario, sino que energizó dramáticamente a la comunidad. Gente de todas las edades llegaba a jugar, beber, comer o participar de eventos especiales. Allí se desarrollaron una rica variedad de actividades y servicios comunitarios. Melanie habla de "la alquimia de lo que se puede lograr en un pueblo cuando todos se unen por un objetivo compartido".

La razón por la que menciono esto es que Melanie fue suficientemente bondadosa como para citarme sobre el tema de la magia cuando el "yo" se convierte en "nosotros". "Cuando se construye una casa juntos… se crea algo más grande que cualquier cosa que hubieras podido hacer solo o pagar para que lo hicieran". El libro que yo escribí sobre este tema, "La casa que construimos juntos", se inspiró en la parashá de esta semana: Vaiakel. Esta es la guía de la Torá respecto a cómo construir una comunidad.

Lo hace de una forma sutil. Usa un solo verbo k-h-l para describir dos actividades diferentes. La primera aparece en la parashá de la semana pasada, al comienzo de la historia del becerro de oro. "Cuando el pueblo vio que Moshé se había demorado en descender de la montaña, el pueblo se congregó (vaikael) alrededor de Aharón y le dijeron: 'Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque de este hombre Moshé, que nos hizo subir de la tierra de Egipto, no sabemos qué ha sido de él'" (Éxodo 32:1). La segunda la encontramos en el versículo que abre la parashá de esta semana: "Moshé congregó (vaiakel) a toda la asamblea de los hijos de Israel y les dijo: 'Estas son las cosas que Dios ha ordenado hacer'" (Éxodo 35:1).

Suenan similares. Ambos verbos pueden traducirse como "congregarse" o "reunirse". Pero entre ellos hay una diferencia fundamental. La primera reunión fue sin un liderazgo; la segunda tuvo un líder, Moshé. La primera fue una multitud, una masa, la segunda fue una comunidad.

En una masa, los individuos pierden su individualidad. Una especie de mentalidad colectiva toma el mando y la gente se encuentra haciendo cosas que nunca hubieran considerado hacer por sí mismos. Charles Mackay es famoso por haber hablado de la locura de las masas. Él dice que la gente "se enloquece en grupos, mientras que solos recuperan sus sentidos lentamente, uno por uno". Juntos actúan en un frenesí. Los procesos deliberativos normales desaparecen. A veces esto se expresa en violencia, en otros momentos es un comportamiento económico impulsivo que da lugar a booms insostenibles y subsecuentes caídas. Las multitudes carecen de las inhibiciones y las restricciones que forman nuestros controles internos como individuos.

Elías Cannetti, cuyo libro "Masa y poder" es un clásico sobre el tema, escribió que "la multitud es lo mismo en todas partes, en todos los períodos y culturas; en esencia es lo mismo entre hombres de diversos orígenes, educación y lenguaje. Una vez que comienza, se extiende con violencia. Pocos pueden resistirse a su contagio, siempre desea seguir creciendo y no hay límites inherentes a su crecimiento. Puede surgir cuando la gente está junta, y su espontaneidad y brusquedad son asombrosas".

La masa que se reunió alrededor de Aharón estaba en un ataque de pánico. Moshé era su único contacto con Dios, y por lo tanto con las instrucciones, la dirección, el milagro y el poder. Ahora él ya no estaba allí y no sabían qué le había sucedido. Su pedido de "dioses que vayan delante de nosotros" fue una mala consideración y una regresión. Su comportamiento cuando el becerro fue creado, "el pueblo se sentó a comer y a beber y se levantaron para divertirse", fue indisciplinado y libertino. Cuando Moshé bajó de la montaña por orden de Dios, "vio al pueblo que se estaba volviendo loco porque Aharón los había dejado correr fuera de control y convertirse en un hazmerreír para sus enemigos". Lo que Moshé vio ejemplifica la descripción de Carl Jung: "La psicología de una gran multitud inevitablemente se hunde al nivel de la psicología de masas". Moshé vio una masa.

El Vaiakel de la parashá de esta semana es bastante diferente. Moshé quiso crear una comunidad propiciando que la gente hiciera contribuciones personales para un proyecto colectivo: el Mishkán, el Santuario. En una comunidad, los individuos siguen siendo individuos. Su participación es esencialmente voluntaria: "Que cada uno a quien su corazón lo motive traiga una ofrenda". Sus diferencias son valoradas porque ellas implican que cada uno tiene algo diferente que contribuir. Algunos dieron oro, otros, plata y otros bronce. Algunos llevaron lana o cueros de animales. Otros dieron piedras preciosas. Y otros dieron su trabajo y sus habilidades.

Lo que los unió no fue la dinámica de la masa en la cual todos se ven atrapados en un frenesí colectivo, sino más bien un sentido de propósito compartido, de ayudar a crear algo más grande de lo que cada uno podía lograr solo. Las comunidades construyen, no destruyen. Ellas sacan lo mejor de las personas, no lo peor. Ellas no les hablan a nuestras emociones más bajas tales como el miedo, sino a las aspiraciones más elevadas, como construir un hogar simbólico para la Presencia Divina en medio del pueblo.

A través del sutil uso del verbo k-h-l, la Torá enfoca nuestra atención no sólo en el producto sino también en el proceso; no sólo en lo que la gente hizo sino en lo que se convirtieron al hacerlo. Esto es lo que escribí en "La casa que construimos juntos": "Una nación, la clase de nación en que debían convertirse los israelitas. Se crea a través del mismo acto de creación. No todos los milagros del éxodo combinados, no las plagas, la división del mar, el maná del cielo, ni el agua de la roca, ni siquiera la revelación del Sinaí, convirtieron a los israelitas en una nación. Al ordenarle a Moshé que el pueblo hiciera el Tabernáculo, Dios en efecto le estaba diciendo: para convertir a un grupo de individuos en una nación con un pacto, ellos deben construir algo juntos.

"La libertad no puede conferirse desde una fuerza externa, ni siquiera por Dios mismo. Sólo puede lograrse cuando hay un esfuerzo colectivo, colaborativo por parte del pueblo mismo. Por eso la construcción del Tabernáculo. Un pueblo se hace haciendo. Una nación se construye construyendo".

La distinción entre comunidad y masa o multitud se ha vuelto todavía más significativa en el siglo XXI. El ejemplo clásico es la Primavera Árabe del 2011. Protestas masivas tuvieron lugar en gran parte del mundo árabe, en Túnez, Argelia, Jordania, Omán, Egipto, Yemen, Sudán, Irak, Bahréin, Libia, Kuwait, Siria y otros lugares. Sin embargo, eso se convirtió rápidamente en lo que se ha llamado el invierno árabe. Las protestas continuaron en algunos de estos países, pero sólo en Túnez llevaron a la democracia constitucional. Las protestas, por sí mismas, nunca son suficientes para generar sociedades libres. Ellas pertenecen a la lógica de la masa, no de la comunidad.

Lo mismo ocurre con las redes sociales, incluso en las sociedades libres. Ellas dan realce a las comunidades ya existentes, pero no ayudan a crear comunidades. Para eso hace falta la interacción cara a cara y la disposición a hacer sacrificios por el bien del grupo. Sin eso, como dijo Mark Zuckerberg en el 2017, "las redes sociales pueden contribuir a la división y el aislamiento". De hecho, cuando se usan para señalizar la virtud, avergonzar o confrontar agresivamente, pueden crear una nueva forma de comportamiento: el rebaño electrónico.

En su libro "A time to build", Yuval Levin argumenta que las redes sociales han socavado nuestra vida social. "Ellas alientan los vicios más peligrosos para una sociedad libre. Nos llevan a hablar sin escuchar, a acercarnos a los demás de forma agresiva y en confrontación y no con apertura, a difundir conspiraciones y rumores, a desmerecer e ignorar lo que preferimos no escuchar, a hacer público lo privado, a simplificar en demasía un mundo complejo, a reaccionar al otro mucho más rápido y de forma más cortante. Ellas carcomen nuestra capacidad de tolerar con paciencia, nuestro decoro, nuestra moderación". Estos son los comportamientos de la multitud, no de la comunidad.

Las desventajas de las masas siguen con nosotros. Lo mismo ocurre con las ventajas de la comunidad, como lo demostró el pub escocés de Melanie Reid. Creo que crear una comunidad requiere mucho trabajo y hay pocas cosas en la vida que valgan la pena más que esto. Construir algo con otros, descubrir la alegría de ser parte de algo más grande de lo que podrías lograr solo.

Shabat Shalom.

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