La abortista de Auschwitz

11/07/2023

10 min de lectura

Durante el Holocausto, la Dra. Gisella Perl fue obligada a asistir a decenas de miles de mujeres.

En mayo de 1944, el gueto judío del pueblo de Sziget, Hungría, fue liquidado y los judíos que sobrevivieron fueron enviados a Auschwitz. Entre los miles de judíos aterrorizados que subieron a los vagones de ganado rumbo a Auschwitz estaba la Dra. Gisella Perl, una distinguida intelectual que había crecido en el pueblo. Después de estudiar medicina en Alemania, Gisella se convirtió en una de las primeras mujeres médicas de Europa, y se especializó en ginecología, ayudando en los partos y ofreciendo atención médica a las mujeres de Sziget y las áreas aledañas.

En Auschwitz, ordenaron que todas las médicas del grupo debían identificarse. Gisella reconoció al médico nazi que dio la orden. Ella y su esposo una vez habían recibido en su hogar al Dr. Victor Kapezius para una cena en 1943, sin saber que era miembro de la SS. Kapezius miró a Gisella con una sonrisa fría y le dijo: "Tú serás la ginecóloga del campo. No te preocupes por los instrumentos… no tendrás ninguno. Tu instrumental ahora me pertenecen",

De esta forma, Gisella fue separada de su amado esposo, Efraim, y entró a los anillos del infierno.

El hospital en Auschwitz

Gisella, con otros cuatro médicos y cuatro enfermeras, estuvo a cargo de crear un hospital en el Grupo C de Auschwitz, que estaba destinado para las mujeres que hacían trabajos forzosos. Gisella sólo tenía un cuchillo para operar, y debía afilarlo con una piedra. Su hospital no tenía medicamentos y sólo ocasionalmente contaban con vendas de papel. Los nazis insistían en que todo se mantuviera meticulosamente limpio. Cada día, Gisella y sus colegas debían barrer el piso con sus manos. Cualquier evidencia de suciedad o desorden resultaba en una golpiza o la muerte.

Aunque se había especializado en ginecología, Gisella estaba ocupada desde el amanecer hasta la noche arreglando los huesos rotos de los prisioneros que eran golpeados por los guardias, operando las profundas laceraciones provocadas por los látigos nazis que se habían infectado, y tratando a prisioneros con tifus, neumonía y otras enfermedades.

Gisella fue asignada a supervisar un contingente de 32.000 mujeres que eran mantenidas vivas para hacer trabajos forzados en Auschwitz.

"Esas primeras semanas en Auschwitz fueron insoportablemente miserables debido a las diversas erupciones cutáneas provocadas por la exposición al clima, la falta de alimentos y la carencia de agua para beber y lavarse", escribió Gisella. "La plaga de piojos hacía que esas erupciones fueran más graves. Incluso si al estar despiertos lográbamos ser fuertes y evitar rascarnos, lo hacíamos mientras dormíamos, y las lastimaduras se infectaban hasta que todo nuestro cuerpo quedaba cubierto de lastimaduras profundas como cráteres".

Gisella fue asignada a supervisar un contingente de 32.000 mujeres que eran mantenidas vivas para hacer trabajos forzados en Auschwitz. Seis meses más tarde fue testigo de la espantosa "liquidación" de este grupo, para hacer lugar a un nuevo grupo de esclavas. Los meses que esas mujeres fueron mantenidas vivas estuvieron repletos de una miseria insoportable.

Gisella escribió sobre un Tishá BeAv en Auschwitz, el día de duelo nacional judío, cuando a ella y a otras prisioneras les "ordenaron sentarse sobre las cenizas que una y otra vez les decían eran los últimos remanentes de sus padres, sus esposos y sus hijos. Nos iban a dar un concierto". (Como todo lo demás en Auschwitz, este concierto estaba destinado a desmoralizar a los prisioneros. El duelo en Tishá BeAv incluye el hecho de no escuchar música).

"Desde ese momento hasta muy tarde en la noche, ellas (la orquesta de prisioneras de Auschwitz) tocaron canciones alegres… mientras que los cuatro crematorios convertían la carne viva en cenizas grises. Decenas de miles de personas fueron quemadas ese día en cada uno de los hornos. El incesante baile de las llamas era más brillante y daba más calor que el sol; un humo espeso llenaba nuestras narices, y un hollín espeso y negro se asentó sobre la multitud inmóvil, mientras los rostros inexpresivos de las treinta y dos mil mujeres derrotadas, cuyo dolor superaba con creces el consuelo de las lágrimas, no registraban nada más que pura desesperación".

Gisella Perl

Rodeada de muerte, Gisella con frecuencia veía mujeres y niños que eran asesinados de forma brutal, a menudo los arrojaban vivos a las llamas ardientes del crematorio. Ella estaba decidida a brindarles a sus compañeras prisioneras una forma de volver a sentirse humanas, aunque fuera por unos pocos instantes. Comenzó con un ritual que muy pronto se dispersó por las barracas de Auschwitz. Cada noche en las barracas, encerradas en medio de una profunda oscuridad, ella susurraba a las mujeres que estaban más cerca, fantaseando sobre el día perfecto. Juntas describían cómo ese día "habían ido de compras", "visitaron un museo" o "disfrutaron de una comida deliciosa". Durante unos breves momentos, recordaban cómo podía ser la vida fuera de Auschwitz.

Las mujeres embarazadas en Auschwitz

Cuando las comunidades judías de Hungría fueron enviadas a Auschwitz durante la primavera y el verano de 1944, ordenaron que las mujeres que estaban embarazadas debían informarlo a las autoridades. Ellas fueron llevadas a un campo diferente, donde los nazis les dijeron que recibirían una porción doble de pan. "Grupo tras grupo de mujeres embarazadas partieron del Campo C", escribió Gisella. "Incluso yo fui suficientemente ingenua en ese momento como para creerles a los nazis, hasta que un día tuve que hacer algo cerca de los crematorios y vi con mis propios ojos lo que les hacían a esas mujeres… Las golpeaban con palos y látigos, los perros las desgarraban, las arrastraban del cabello y pateaban sus estómagos con las pesadas botas alemanas. Cuando ellas colapsaban, las arrojaban vivas al crematorio".

Al conocer el brutal destino que esperaba a las judías embarazadas, Gisella decidió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que no hubiera ninguna prisionera embarazada en Auschwitz.

Gisella no podía creer lo que había visto. Corrió de regreso a las barracas y con urgencia contó a las otras prisioneras el horror del que había sido testigo. "Nunca más una mujer debe revelar su condición", les suplicó. Gisella hizo una promesa solemne: Al conocer el brutal destino que esperaba a las judías embarazadas, haría todo lo que estuviera a su alcance para asegurarse de que no hubiera ninguna prisionera embarazada en Auschwitz.

En el judaísmo, el aborto está permitido cuando se trata de salvar la vida de la madre embarazada. "De mí dependía salvar la vida de las madres, si no había otra manera, incluso destruyendo la vida de sus hijos que aún no habían nacido", recordó Gisella en su autobiografía "I Was a Doctor in Auschwitz" (Yo fui una doctora en Auschwitz), publicado en 1948. Sin agua ni desinfectante, y en absoluto secreto, Gisella hizo abortos a las prisioneras embarazadas, permitiéndoles vivir por lo menos un poco más.

Arriesgar su vida para ayudar a otros

Ser médica le permitió a Gisella ayudar a las prisioneras de formas pequeñas. Cuando los nazis exigían muestras de sangre de las pacientes del hospital para ver si tenían enfermedades infeccionas, Gisella sabía que aquellas que tuvieran tifus u otras enfermedades serían asesinadas, por lo que ella y las otras médicas enviaban en cambio muestras de su propia sangre. Cuando los SS llegaban para enviar a las pacientes más enfermas al crematorio, Gisella a veces sacaba a escondidas a las enfermas fuera del edificio, enviándolas de regreso a sus barracas.

"Sin el conocimiento médico de la Dra. Perl y su disposición a arriesgar su vida para ayudarnos, sería imposible saber qué me hubiera pasado a mí y a otras prisioneras enfermas… Ella era la médica de los judíos", explicó una sobreviviente, identificada sólo como "La Sra. B" en un testimonio en la Conferencia de Reclamos Materiales Judíos contra Alemania. Muchas reclusas la llamaban "Doctora Gisi", con un cariño que reflejaba su profundo amor y admiración.

Gisella fue obligada a trabajar en estrecha colaboración con el Dr. Josef Mengele, el tristemente famoso médico de Auschwitz que realizó experimentos y vivisecciones en los prisioneros.

Gisella fue obligada a trabajar en estrecha colaboración con el Dr. Josef Mengele, el tristemente famoso médico de Auschwitz que realizó experimentos y vivisecciones en los prisioneros. Sus demandas eran caprichosas. En un complot particularmente cruel, el Dr. Mengele le dijo a Gisella que a partir de ese momento, las mujeres judías tendrían permitido dar a luz en Auschwitz. "Obviamente, yo misma tendría que llevar a los niños al crematorio", escribió posteriormente Gisella, "pero permitirían vivir a las mujeres. Yo estaba feliz. Las mujeres que dieran a luz en nuestro 'hospital', con su suelo limpio y la ayuda de los pocos instrumentos primitivos que me habían dado, tendrían más oportunidades de salir de ese campo de exterminio no sólo vivas, sino con la capacidad de poder tener hijos en el futuro".

Poco después, había 292 mujeres embarazadas en el hospital de Gisella, cuando el Dr. Mengele regresó blandiendo un palo y un arma. Él cargó a todas las pacientes en un camión y las llevó al crematorio, donde las arrojaron vivas al fuego.

Dar a luz en Bergen Belsen

Después de servir siete meses en Auschwitz, Gisella fue transferida a un campo de trabajo nazi cerca de Hamburg para trabajar allí en el hospital. A comienzos de marzo de 1945, fue transferida a Bergen Belsen. "Bergen Belsen nunca podrá ser descripto, porque todos los idiomas carecen de palabras adecuadas para describir sus horrores… Allí no había crematorios para quemar los cadáveres. Los dejaban donde morían hasta que alguien con suficientes fuerzas podía arrastrarlos y arrojarlos en la montaña de estiércol. Todos tenían tifus, todos estaban cubiertos de piojos, las ratas los comían vivos y no había comida, agua, ni medicinas. Las estrechas calles entre los bloques estaban repletos de hombres y mujeres esqueléticos que se arrastraban sobre la tierra buscando una gota de agua, un bocado de algo comestible, hasta que, completamente exhaustos, se sentaban junto a una de las montañas de cadáveres para morir… Llegué allí el 7 de marzo de 1945, y al día siguiente encontré entre los muertos los cuerpos de mi hermano y de mi cuñada de veinte años…"

Gisella en tiempos más felices.

Gisella fue puesta a cargo del "hospital" en el Bloque III, donde trató de dar consuelo a los moribundos. El 15 de abril de 1945, llevaron al hospital a una nueva paciente, una joven no judía, miembro de la resistencia polaca, llamada Marusa. Ella estaba embarazada y en trabajo de parto. Mientras Gisella estaba ayudándola a dar a luz, oyó una conmoción afuera: las tropas británicas estaban liberando Bergen Belsen. Después del parto, Marusa tuvo una peligrosa hemorragia. Sin remedios, instrumentos ni agua corriente, Gisella salió corriendo y suplicó a las tropas británicas recién llegadas que la ayudaran. Finalmente, le preguntó a un oficial muy alto si hablaba francés. Cuando le respondió afirmativamente, lo llevó al hospital. El oficial era el General de Brigada Glyn Hughes, el primer médico aliado que entró a Bergen Belsen. En media hora, él le proveyó instrumental médico y Gisella pudo salvar la vida de la joven madre.

Testificar sobre las atrocidades nazis

Después del Holocausto, Gisella deambuló a pie por Alemania durante 19 días, buscando a su familia. Supo que su esposo y su hijo habían sido asesinados. Los guardias nazis habían golpeado a su esposo Efraim hasta matarlo, pocos días antes de la liberación. Durante años no supo qué había pasado con su hija, Gabriella. Al parecer, durante la guerra Gisella confió a su hija al cuidado de una pareja no judía y luego perdió el contacto con ellos. Cuando Gisella escribió su autobiografía poco después de la liberación, ni siquiera mencionó a su hija. Tal vez le resultaba demasiado doloroso pensar qué había sucedido con ella, o quizás se sentía culpable por no haber logrado encontrarla.

Después del Holocausto, Giselle tomó una decisión: ella le contaría al mundo lo que había sucedido. Gisella escribió una larga y emotiva súplica al Departamento de Justicia de los Estados Unidos: "Leí en los periódicos sobre la captura del Dr. Mengele, el principal médico del campo de exterminio de Oswiecim (Auschwitz). Quiero ofrecer mis servicios como testigo material contra el más perverso asesinato masivo del siglo XX… Yo fui prisionera en Auschwitz, me obligaron a actuar como médica bajo sus órdenes. En esta capacidad, tuve todas las oportunidades de observar al Dr. Mengele en su aspecto más bestial. Puedo dar testimonio a partir de mis observaciones personales respecto a que él fue responsable de todas las atrocidades y que inventó las más perversas formas en que fueron cometidas".

En vez de ser sometido a la justicia, Mengele se escapó de Alemania y vivió en Sudamérica, estableciéndose primero en Paraguay y luego en Brasil. Él murió en 1979 en un accidente en una piscina cuando estaba de vacaciones en Brasil.

Gisella dio incesantes conferencias sobre sus experiencias y escribió su memoria. Ella se denominó a sí mismas una "embajadora de los Seis Millones". Un encuentro con Eleanor Roosevelt en 1948 cambió la trayectoria de la vida de Gisella. La Sra. Roosevelt había escuchado parte de la historia de Gisella y la invitó a almorzar. Gisella le explicó que dado que ella cuidaba el kashrut, no podía ir a comer en un restaurante con la Primera Dama. La Sra. Roosevelt respondió que en ese caso, ella prepararía un almuerzo kasher. En la comida, la Sra. Roosevelt alentó a Gisella a retomar su práctica de la medicina, que siempre había amado, y a seguir adelante con su carrera.

Cada vez que Gisela asistía a un parto, se detenía y elevaba una plegaria: "Dios, me debes una vida, un bebé vivo".

Gisella siguió su consejo y aceptó un trabajo en el departamento de partos del hospital Monte Sinaí en Nueva York, donde era la única médica mujer. Posteriormente abrió su propio consultorio dedicado a ayudar a las mujeres a superar problemas de infertilidad. Muchas de sus pacientes eran sobrevivientes del Holocausto que había conocido en Europa. "Yo era la médica más pobre en Park Avenue, pero tenía la mayor cantidad de pacientes. Todas las sobrevivientes de Auschwitz y Bergen Belsen eran mis pacientes", contó al "New York Times" en 1982.

En 1978, cuando estaba dando una conferencia sobre sus experiencias, alguien de la audiencia le dijo que su hija Gabriela estaba viva y había construido una vida en Israel.

Gisella se fue a Israel para estar con ella. Allí trabajó como voluntaria en la clínica de obstetricia del Hospital Shaarei Tzedek en Jerusalem. Cada vez que Gisella asistía a un parto, se detenía y elevaba una plegaria: "Dios, me debes una vida, un bebé vivo".

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
1 Comment
Más reciente
Más antiguo Más votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Irena
Irena
14 días hace

Todo el horror del holocausto es un indicativo de que la maldad y la malignidad sí existen. Duele como judía, duele como ser humano y duele como mujer. Duele lo sucedido, lo que sucede y lo que algunos desean que suceda.
¿Qué hace que algunas personas sientan tanto odio, o no sientan nada, como para cometer estos actos?
No todos somos hijos de D-os. Algunos son hijos de ese demonio que se le opone a Su Divinidad

EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.