La heroína del Holocausto ucraniana de apenas seis años

10/08/2023

7 min de lectura

Yaroslava Levytska es la persona más joven reconocida como "Justa entre las Naciones" por salvar vidas judías durante el Holocausto.

Ubicada a unos 60 kilómetros al este de Lviv, Zolochiv era una próspera ciudad ucraniana. Al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939, un gran número de refugiados judíos polacos huyeron a Zolochiv, que estaba ocupada por los soviéticos. Antes de que los soviéticos se retiraran en 1941, la policía secreta de Stalin asesinó a varios cientos de nacionalistas ucranianos, junto con algunos civiles judíos y polacos, y enterraron los cuerpos en fosas comunes.

Cuando los nazis ocuparon Zolochiv en julio de 1941, Yaroslava Levytska era una niña ucraniana de seis años.

Mi familia era muy pobre. Mi abuelo Oleksandr Levytsky trabajaba como carpintero construyendo iglesias en Zolochiv. Era un devoto católico griego.

Yaroslava Levytska, archivo de Yad Vashem

Apenas los nazis introdujeron leyes antijudías, Oleksandr Levytsky comenzó a suministrar alimentos y medicinas a sus amigos judíos en el gueto. No habría podido hacerlo sin la ayuda de su valiente nieta, Yaroslava, quien actuó como su mensajera sin despertar sospechas entre los guardias ucranianos.

Durante tres años difíciles, esta valiente niña ayudó a su abuelo y a su madre a llevar comida a los judíos del gueto. Yaroslava llevaba en una mochila comida escondida debajo de sus cuadernos escolares y se deslizaba por un hueco en la cerca de alambre de púas. Posteriormente, cuando cerraron el hueco, ella entraba audazmente por la puerta cuando los guardias no prestaban atención.

Durante tres años difíciles, esta valiente niña ayudó a su abuelo y a su madre a llevar comida a los judíos del gueto.

"Por supuesto que daba miedo, pero los alemanes nunca golpeaban a los niños no judíos", recordó Yaroslava en una entrevista con el periodista e historiador israelí Shimon Briman.

Una vez, un alemán golpeó a mi madre y no la dejó llevar comida a una casa judía en la que habían pintado con rojo una estrella judía.

Vivíamos juntos con los judíos, en la misma calle. Mi padre había ido a la escuela con ellos. Todos los niños nos queríamos y crecimos juntos. Decidimos ayudarlos porque éramos vecinos y nunca pensamos siquiera en que fueran judíos; su nacionalidad no nos importaba. Mi madre nos vestía a mí y a mi hermana idénticas. Mi hermana y yo teníamos abrigos pequeños, y cuando nuestra vecina, Batia, una niña judía, creció y no tenía ropa, le dimos un abrigo. Cuando sucedían desgracias, ayudábamos con lo que teníamos en nuestras almas, en nuestros corazones. Eran personas, nuestros vecinos.

Centro de Zolochiv

Los nazis culparon a los judíos de los asesinatos cometidos por la policía secreta de Stalin. Las turbas ucranianas, apoyadas por las autoridades alemanas, atacaron y mataron a unos 3.000 judíos durante ese pogromo.

"Durante el pogromo de julio de 1941, mamá no nos dejó salir a la calle”, recuerda Yaroslava. “Nos dijeron que habría medidas severas contra los judíos. Interpretamos que eso también nos pasaría a nosotros. Que ellos serían los primeros y nosotros los siguientes. Cuando vimos que se llevaban a Batia para fusilarla, gritamos y lloramos. '¡Se han llevado a nuestra Batia!' Estábamos tan tristes que mamá no pudo soportarlo y cubrió la ventana con una colcha para no ver esa horrible escena".

Yaroslava cree que fue su fe lo que permitió que su familia escondiera judíos en su casa, contrabandeara alimentos al gueto y ayudara a los refugiados judíos.

Lo que nos motivó a mí y a mi madre fue nuestra fe, también la preocupación por nuestros vecinos. En abril de 1943, un camión tras otro se dirigía al bosque, donde tenían lugar las masacres de judíos. Desde Lviv llegó un camión con ametralladoras y la policía ucraniana participó. Los vecinos dijeron que los judíos fueron enterrados en fosas comunes donde la tierra continuó moviéndose durante muchos días.

Otro terrible incidente ocurrió ante mis ojos. Yo caminaba a casa con dos niñas vecinas. Vimos un camión que subía la colina y una mujer judía saltó del camión y comenzó a correr hacia nosotras. Entonces saltó del camión un policía ucraniano y también corrió hacia nosotras. Pero la pobre mujer no tenía a dónde escaparse. El edificio más cercano estaba cerrado y en la otra dirección había alambre de púas. El policía corrió tras ella y nos preguntó por qué estábamos caminando allí. ‘¡Por culpa de esa asquerosa judía podría haberle disparado a un niño!’, gritó.

Pero sí le disparó a la mujer. Nos acercamos a ella y vimos que le salía sangre de la cabeza. Era una mujer hermosa, llevaba una chaqueta marrón clara. Cuando llegamos a casa, nuestra vecina se retorció las manos y dijo: ‘¡Era la esposa de nuestro amigo, el doctor de Sasiv!’

Otra vez vi cuando fusilaron a dos niños. Estaban acostados uno al lado del otro, y su padre junto a ellos. Quizás les dispararon los policías.

Un niño judío llamado Abram Shapiro terminó en el campo, cerca de Zolochiv. Él escapó y fue a la casa de nuestra vecina. Ella le dijo: ‘Te lo suplico. Tengo un hijo. Si me atrapan por tu culpa, te matarán a ti, a mí y a mi hijo’. Entonces él cruzó la carretera y llegó a nuestra casa.

Mamá vino y nos dijo: ‘Un niño pelirrojo llegó a las cuatro de la mañana. Si me atrapan con él… tienen que saber que si no regreso, es porque nos han disparado a los dos.

Monumento en el cementerio judío destruido en Zolochiv

Teníamos consciencia del peligro, pero no había dudas. Mamá sabía cómo entrar en el gueto sin ser vista y llevó allí a Abram y le instruyó que dijera que venía de parte de los Levytska. Mi abuela le preparaba  panqueques de papa durante el día y él los comía fríos por la noche. Él llevaba alimentos al gueto como un mensajero. Viajábamos en tren a casa de nuestros amigos, llevándoles mantequilla y otros alimentos. No teníamos dinero, pero los judíos nos daban ropa que intercambiábamos por alimentos y los ayudábamos.

Al búnker en donde se escondía un grupo de judíos sólo se podía acceder a través del sistema de alcantarillado, pero mi abuelo fue allí. Encontró a un niño llamado Yurko Shenker que lloraba porque no quería quedarse en el búnker. Alimentamos a Yurko, que se quedó con nosotros durante unos días, disfrazado como una niña con un vestido y un pañuelo. Yurko, mi hermana y yo estábamos caminando cuando de repente llegó una vecina a traernos leche. Entonces mi padre empujó a Yurko con todas sus fuerzas para que se escondiera debajo de la cama. Estábamos muy asustados. Esa noche, un policía ucraniano y mi abuelo llevaron a Yurko a caballo a Pidhirtsi, y así lo salvaron. Aún tengo una fotografía de Yurko.

En el invierno, trajeron a un grupo de judíos del gueto para limpiar la nieve de la calle junto a nuestra casa. Varios vecinos los observaban. Mi padre le dijo a mi madre: 'Prepara un almuerzo, voy a pedirle al alemán que los traiga a todos para almorzar, para que no los lleven de regreso a la ciudad'. El alemán respondió: ‘Los dejo en sus manos, pero si uno de ellos se escapa, entonces ninguno de ustedes quedará con vida’. Mi madre cocinó un balde entero de papas, y mi padre trajo pan de la panadería. Ellos comieron, luego trabajaron hasta la tarde y después los volvieron a llevar al gueto.

Cuando llegó el Ejército Rojo llegó en 1944, los judíos dejaron el búnker y después muchos se fueron a los Estados Unidos. Cuando terminó la guerra, los vecinos se rieron de nosotros, diciendo que habíamos rescatado a los judíos, pero seguimos siendo pobres y sólo teníamos nuestra vieja casa. Pensaban de esa forma porque otros habían robado a los judíos todos sus objetos de valor. En Pidhirtsi, la gente mató a todos los judíos por su oro. La única sobreviviente fue una niña pequeña que se escondió debajo de una cama. Luego algunos judíos llegaron y golpearon a los ucranianos por traicionar a los judíos a quienes les habían prometido esconderlos a cambio de dinero. El depósito de granos en Zolochiv fue construido con los ladrillos rojos de una sinagoga en ruinas. Cuando el cementerio judío fue destruido, los nombres judíos fueron borrados de algunas lápidas que fueron colocadas junto a la iglesia con nuevos nombres.

Los rusos enviaron a mi abuelo y a mi abuela a Siberia, pero luego los liberaron. Después de la guerra, los moscovitas golpearon a mi padre y le gritaron: ‘¡Tú, banderita!’ (nacionalista ucraniano)”.

De acuerdo con Yad Vashem, en el momento de la liberación en el verano de 1944, solo habían sobrevivido 90 judíos, el uno por ciento de la población de nueve mil judíos que vivían en Zolochiv antes de la guerra. Ellos sobrevivieron  escondiéndose en búnkeres, sistemas de alcantarillado y fosas en el bosque. Un tercio de esos sobrevivientes fueron salvados por tres generaciones de la familia Levytsky: el abuelo Oleksandr, su hija Kateryna y su nieta Yaroslava.

Abram Shapiro se salvó y después de la guerra se unió a su hermano que vivía en Haifa.

"En 1989, Abram me invitó a ir a Israel para recibir el título de Justa entre las Naciones y una medalla de Yad Vashem”, recordó Yaroslava. “Él me llevó por todo el país en su auto. Le agradeció mucho a nuestra familia. Abram y yo nos comunicábamos en ucraniano. Él entendía y sabía todo. Mientras estuve en Israel, la gente me preguntó sobre la situación económica en Ucrania, que era muy difícil, especialmente porque mis padres acababan de fallecer”.

Yaroslava comenzó a averiguar sobre los programas estatales que ayudan a los héroes justos a trasladarse a Israel. En 1995, en reconocimiento a su valentía durante el Holocausto, Israel le otorgó a Yaroslava la ciudadanía israelí, una pensión y un apartamento en Haifa.

Ella había vivido durante muchos años bajo un régimen comunista que suprimía la religión. “Ahora vivo en Haifa, una ciudad de tres religiones: judaísmo, islam y cristianismo, voy a una iglesia con un sacerdote que reza en ucraniano, y nadie nos molesta”. Yaroslava recibe visitas y asistencia médica de una organización benéfica israelí llamada Atzum, que tiene un proyecto dedicado a ayudar a los justos de las naciones.

"Me siento extremadamente afortunada por vivir en Israel”, dice Yaroslava. “No tengo palabras para expresarlo”.

Eso fue hace tres años, antes de que comenzara la guerra en Ucrania, destrozando las vidas de millones en todo el país y la lucha aún continúa. El 17 de junio de 2022, los rusos bombardearon Zolochiv, hiriendo a una mujer de ochenta y dos años que podría haber sido amiga de infancia de Yaroslava.

En el Jardín de los Justos de Haifa hay 18 piedras conmemorativas con los nombres de aquellos que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos durante el Holocausto. Yaroslava Levytska es la única persona honrada en vida con esta placa conmemorativa.

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