Morris, mi peluquero, era un sobreviviente del Holocausto

16/07/2023

6 min de lectura

Después de descubrir el oscuro secreto del peluquero local, cortarme el pelo no fue lo mismo.

Había algo especial respecto a Morris, mi peluquero.

Siempre me sentí atraído hacia este personaje con una risa de Popeye que me daba la bienvenida con una sonrisa cada vez que entraba a la popular peluquería del Bronx con mi padre y mi hermano menor.

Los clientes adultos que lo visitaban (judíos, italianos, irlandeses), se sentaban en antiguas sillas color crema. Los niños tenían otro atractivo: un camión de bomberos rojo brillante y una caja siempre llena de golosinas.

Puede que yo tuviera sólo seis años, pero Morris me hacía sentir como un adulto.

"Nu, colégale, ¿cómo quieres la nuca? ¿Una línea derecha o natural?, preguntaba, invocando la afectuosa palabra en ídish para colega. Entonces colocaba la suave tela blanca alrededor de mi cuello, cerraba los broches y me sacaba la kipá.

Morris participando en el jálake de Mordejai, el hijo de mi hermano, 1998.

"¡Cuidado con los peies!, le advertía mi padre, que era el rabino de Morris, dirigiendo el corte de cabello como si fuera una escena de una película. Entonces Morris cortaba mis peies exactamente a la altura de los pómulos.

El mero roce de la ruidosa afeitadora eléctrica de Morris sobre la base de mi cuello me hacía cosquillas y me provocaba ataques de risa histérica. "¡Nu, zai shtil!", me susurraba Morris, en un intento vano para que dejara de moverme.

Entonces, en los momentos finales del corte, sacaba su arma secreta (lo que él llamaba el "peine caliente"), en un intento semi-exitoso de domar los dos obstinados mechones a cada lado de mi frente. Yo los llamaba "cuernos".

El resto del tiempo, Morris conversaba con mi padre en ídish. Yo no entendía ni una palabra, pero los profundos suspiros y las largas pausas, hablaban volúmenes.

Y todo el tiempo se escuchaba el sonido perpetuo, casi inquietante, de las tijeras de Morris.

Además de nuestras visitas regulares a su peluquería, yo veía a Morris durante las festividades en la sinagoga de mi padre, cuando venía a recitar Izkor, la plegaria en recuerdo de los fallecidos.

En esas ocasiones, veía a un hombre diferente. Morris no se mezclaba con el resto de las personas de la congregación, aunque claramente todos ellos eran sus clientes. Él se sentaba en la última fila de bancos con la mirada perdida en su libro de plegarias, a veces miraba hacia adelante, pero aparentemente no veía a nadie.

Con el tiempo, supe que Morris, mi padre y prácticamente toda la congregación tenían algo en común: eran sobrevivientes del Holocausto.

Descubrí que la "KL" de color azul oscuro tatuada en el antebrazo derecho de Morris, la marca que observé durante años, era de un campo de concentración, y comencé a prestar atención a las repetidas referencias a los nazis en las conversaciones en ídish entre Morris y mi padre.

También supe que mi nombre no era sólo un nombre bíblico, me habían llamado así por mi abuelo paterno, quien había sido asesinado junto con uno de sus hijos y más de 50 judíos en julio de 1941.

Para mí, el comportamiento solitario, triste y distante de Morris en la sinagoga eclipsaba su personalidad como peluquero. En una congregación de sobrevivientes del Holocausto que parecían felices y bien adaptados, Morris de cierta forma se destacaba. Sus suspiros hubieran podido mover montañas.

Pero no me atrevía a preguntarle nada.

Revelar el misterio

Durante mis años de escuela secundaria, me alejé de mi hogar, me alejé de Morris. Con mi deseo adolescente de encontrar mi propio "espacio", llegó el deseo de replicar los cortes de cabello de capas perfectas que tenían mis amigos. El flequillo se peinaba hacia atrás. La peluquería de Morris fue reemplazada por un moderno salón de Manhattan, con música rítmica y libre de las directivas paternas, el ídish y los característicos suspiros.

A lo largo de los años, veía a Morris en la sinagoga y me sentía culpable. Él observaba la variedad de mis cortes de cabello especiales para las festividades (un año vio una permanente que salió mal), y me preguntaba: "¿Quién te corta el cabello? ¡Er hut tzvei linke hendt - Tiene dos manos izquierdas!".

Sólo a los 31 años, como graduado de periodismo en búsqueda de un tema para hacer un documental, tuve mi primer encuentro profundo con Morris. Fui a buscar a este hombre, quien ya se había jubilado pero seguía cortándole el cabello a su rabino en nuestro hogar, decidido a develar el misterio de su pasado.

"¿Qué te gustaría saber?", me preguntó con su fuerte acento. "Ven a casa y conversaremos".

Algunos días más tarde, fui a visitar a Morris y a su esposa en su departamento en el Bronx. De inmediato me llamó la atención una descolorida foto en blanco y negro de una bebita en su cochecito de bebé.

"Has crecido", me dijo Morris, que no me había visto desde que me había mudado a Manhattan. Su esposa, Fela, salió de una de las habitaciones con una vieja foto en color: era del tradicional primer corte de cabello (jálake) de mi hermano Itzjak, a los tres años. Era el año 1969 y en la foto se veía al lado de mi hermano a Morris, sosteniendo su clásica tijera.

"Una vez tuve una hija… Tenía sólo cinco años cuando se la llevaron".

"Una vez tuve una hija", comenzó a decirme. "Se llamaba Rívkale. Tenía sólo cinco años cuando se la llevaron".

Entonces Morris, que debe haber tenido en ese momento 80 años, me mostró sus manos.

"¿Ves esto?", me preguntó. Había un pequeño temblor en sus manos gruesas, teñidas de rojo, apenas con alguna arruga. "Esto es lo que me mantuvo con vida".

"No entiendo", le dije con la esperanza de que me lo explicara.

"Los nazis necesitaban peluqueros en los guetos y en los campos", dijo con naturalidad. "De lo contrario, ¿por qué me hubieran mantenido vivo?".

Mientras estaba allí sentado, imaginé a Morris unos 50 años antes con un uniforme de prisionero a rayas. Observé sus manos, las mismas manos que durante años acariciaron mi rostro, me ofrecieron dulces y me taparon los ojos al cortarme el flequillo. Pensé en esas otras personas que se sentaron en su silla de peluquero durante la guerra en Polonia: oficiales de la SS que se iban a afeitar cada día, e innumerables judíos a quienes les cortaban el cabello antes de hacerlos entrar a la cámara de gas.

Durante dos horas, Morris describió la desgarradora historia del asesinato de su hija. Me dijo que a menudo soñaba con ella y seguía preguntándose si hubiera podido salvarla.

"Una vez, un polaco me suplicó que le entregara a mi hija. Él quería criarla. Ella tenía el cabello rubio y no se veía judía".

Morris me contó sobre sus experiencias en cinco campos de concentración, su liberación de Dachau y su llegada a los Estados Unidos con su primera esposa, quien para entonces estaba enferma y ya no podría tener hijos. Ella falleció en 1970.

"Doss iz iss", dijo Morris con un suspiro resumiendo todo. "Eso fue lo que pasó. No había nadie a quien pudiéramos gritar pidiendo ayuda".

Me contó cómo ayudaba a prolongar la vida de sus compañeros compartiendo con ellos las raciones de comida que se ganaba como peluquero. Y supe sobre su encuentro con el asesino de su hija, cuando testificó en su contra en el juicio por crímenes de guerra en Alemania.

"Lo escupí en la cara, ese nazi bastardo", dijo Morrris, en su única manifestación abierta de emoción.

Durante el año posterior a nuestra entrevista, volví a visitar a Morris y me aseguré de estar presente en la casa de mis padres cada vez que él iba a cortarle el cabello a mi padre.

Ahora yo quería que Morris me cortara el cabello.

Después de hacer aliá a Israel, mantuve mi contacto con Morris, hablando con él antes de las festividades judías. Él emergió de su retiro de la profesión para el tradicional primer corte de pelo de cada uno de los cuatro hijos de mi hermano.

Mi padre y Morris ya han fallecido, y desde entonces cortarse el cabello no es lo mismo.

Por lo general, la silla de mi peluquero parece muy fría. Mis recuerdos me llevan de regreso al Bronx, a las voces y las imágenes de dos hombres compartiendo su pasado y su dolor en una serie de conversaciones bimensuales a lo largo de 40 años.

Y todavía puedo oír el ruido de las tijeras.

Hoy en día, la antigua peluquería de Morris es una papelería. El legado de ese espacio quedó atrás en la historia, desconocido para una nueva generación. Pero para mí, la luz del comercio sigue encendida. El poste indicador de la peluquería debajo de la línea del metro sigue girando.

"¿Cómo le corto?", me preguntó el peluquero bilingüe de unos cuarenta años cuando hace poco me fui a cortar el cabello en Jerusalem.

"La nuca cuadrada, y… cuidado con los peies".

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.