La soledad y la fe

31/05/2023

4 min de lectura

Behaalotjá (Números 8-12 )

Mucho tiempo me intrigó un pasaje de la parashá de esta semana. Después de una larga estadía en el desierto del Sinaí, el pueblo está a punto de comenzar la segunda parte de su viaje. Ya no viajan "de", sino que viajan "hacia". Ya no están escapando de Egipto, sino que se dirigen a la Tierra Prometida.

La Torá agrega un largo prefacio a esta historia, que abarca los diez primeros capítulos de Bamidbar. El pueblo es censado. Se reúnen, tribu por tribu, alrededor del Tabernáculo, en el orden con el cual van a marchar. Efectúan los preparativos para purificar el campamento. Preparan trompetas de plata para reunir al pueblo y darles la señal de comenzar a marchar. Finalmente, comienza la marcha.

Lo que sigue es un anticlímax trascendental. Primero hay una queja no especificada (Números 11:1-3). Luego leemos: "La chusma que estaba con ellos comenzó a desear otros alimentos, y nuevamente los israelitas comenzaron a llorar junto con ellos y dijeron: '¡Si tan sólo tuviéramos para comer carne! Recordamos el pescado que comíamos gratis en Egipto, también los pepinos, las sandías, el puerro, las cebollas y los ajos. Pero ahora nuestra alma está seca y no hay nada salvo el maná que está ante nuestros ojos!'" (Números 11:4-6).

Aparentemente, el pueblo había olvidado que en Egipto eran esclavos oprimidos, que asesinaron a sus hijos varones, y que habían gritado pidiéndole a Dios que los liberara. El recuerdo que la tradición judía preservó de la comida que comían en Egipto es el pan de la aflicción y el sabor de la amargura, no carne y pescado. Respecto a que comían gratis, su alimento sí tenía un costo: su libertad.

Había algo monstruoso en este comportamiento del pueblo, y eso llevó a Moshé a sufrir lo que hoy llamaríamos un quiebre:

Él le preguntó a Dios: "¿Por qué has hecho mal a tu siervo y por qué no he hallado gracia en Tus ojos para que me impongas la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Acaso yo concebí a todo este pueblo? ¿O acaso yo lo engendré? … Yo solo no puedo cargar a todo este pueblo, la carga es demasiado pesada para mí. Si me vas a tratar de este modo, por favor te ruego que me des muerte, si es que he hallado gracia a tus ojos, para que yo no vea mi propia ruina" (Números 11:11-15)

Este fue el punto más bajo en la carrera de Moshé. La Torá no nos dice directamente qué le estaba sucediendo, pero podemos inferirlo a partir de la respuesta de Dios. Él le dijo que nombrara a setenta ancianos que compartirían con él la carga del liderazgo. En consecuencia, podemos deducir que Moshé sufría de una falta de compañía. Se había convertido en el solitario hombre de fe.

Moshé no fue la única persona del Tanaj que se sintió solo y rezó pidiendo morir. También lo hizo Elías cuando Izebel ordenó que lo arrestaran y lo mataran tras su confrontación con los profetas del Baal (Reyes I 19:4). También lo pidió Jeremías cuando el pueblo una y otra vez no hacía caso a sus advertencias (Jeremías 20:14-18). También lo pidió Jonás cuando Dios perdonó al pueblo de Nínive, aparentemente quitando credibilidad a su advertencia respecto a que la ciudad sería destruida en cuarenta días (Jonás 4:1-3). Los profetas se sintieron solos y no escuchados. Ellos llevaban la pesada carga de la soledad y sintieron que no podían seguir adelante.

Pocos libros explotan este terreno con mayor profundidad que Los Salmos. Una y otra vez leemos sobre la angustia del Rey David, cuando (usando las palabras de Shakespeare) "completamente solo lloraba por mi estado de paria".

Me he consumido a fuerza de gemir.

Todas las noches inundo mi lecho de llanto, riego mi cama con mis lágrimas (Salmos 6:6)

¿Hasta cuando Hashem? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo ocultarás Tu rostro de mí? (Salmos 13:1)

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has olvidado? ¿Por qué estás tan lejos de mis gritos de angustia? (Salmos 22:2)

Desde las profundidades te suplico, Hashem… (Salmos 130:1)

Y hay muchos otros Salmos con expresiones similares.

Algo similar podemos encontrar en tiempos modernos. Cuando Rav Kook llegó a Israel, escribió: "No hay nadie, joven o anciano, con quien pueda compartir mis pensamientos, que sea capaz de entender mi perspectiva, y eso me desgasta".(1)

Todavía más cándido fue Rav Joseph Dov Soloveitchik. Casi al comienzo de su famoso ensayo "La soledad del hombre de fe", él escribió: "Estoy solo. Estoy solo porque a veces me siento rechazado y alejado por todos, sin excluir a mis amigos más íntimos, y las palabras del salmista: 'Mi padre y mi madre me han abandonado', suenan a menudo en mis oídos como el arrullo lastimero de la tórtola".(2)

En momentos de soledad, hallé mucho consuelo en estos pasajes. Ellos me dicen que no soy el único que se sintió solo. Otras personas ya lo han experimentado antes.

Moshé, Elías, Jeremías, Jonás y el Rey David se encuentran entre los más grandes líderes espirituales que han existido. Ese es el realismo psicológico del Tanaj, que nos da la posibilidad de percibir sus almas. Ellos fueron personas destacadas, pero seguían siendo humanos, no sobrehumanos. El judaísmo consistentemente evita una de las grandes tentaciones de la religión: borrar el límite entre el cielo y al tierra, convertir a los héroes en dioses o semidioses. Las figuras más destacas de los comienzos de la historia del judaísmo no sintieron que su tarea fuera sencilla. Nunca perdieron la fe, pero a veces llegaron casi al punto de quiebre. La honestidad intransigente del Tanaj es lo que lo vuelve tan convincente.

Las crisis psicológicas que ellos experimentaron pueden entenderse. Asumían tareas casi imposibles. Moshé trataba de convertir a una generación formada en la esclavitud en un pueblo libre y responsable. Elías fue uno de los primeros profetas que criticó a los reyes. Jeremías tuvo que decirle al pueblo lo que no querían escuchar. Jonás tuvo que enfrentar el hecho de que el perdón Divino se extiende incluso a los enemigos de Israel y que puede anular profecías de destrucción. David tuvo que enfrentar desafíos políticos, militares y espirituales, además de una compleja vida personal.

Al relatarnos sus luchas espirituales, el Tanaj nos transmite algo con inmensas consecuencias. En su aislamiento, soledad y profunda desesperación, estas figuras clamaron a Dios "desde la profundidad", y Dios les respondió. Él no hizo que sus vidas fueran más sencillas. Pero los ayudó a sentir que no estaban solos.

Esa misma soledad los llevó a una cercanía sin paralelos con Dios. En nuestra parashá, y en el siguiente capítulo, Dios mismo defiende el honor de Moshé ante las palabras de Miriam y Aharón. Después de desear morir, Elías se encontró con Dios en el Monte Joreb como una "voz calma, pequeña". Jeremías encontró las fuerzas para continuar profetizando, y Jonás recibió de Dios mismo una lección sobre la compasión. Separados de sus contemporáneos, ellos estaban unidos a Dios y descubrieron la profunda espiritualidad de la soledad.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Igrot HaRaaiá 1, 128
  2. Joseph Dov Soloveitchik, "The Lonely Man of Faith", Doubleday, 1992, 3
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