Las palabras que ninguna madre quiere escuchar: “no escucho latidos”

22/08/2023

3 min de lectura

Cómo enfrentamos la pérdida de un embarazo.

Estaba sentada en el consultorio esperando al médico y la enfermera me preguntó: “¿Cuántos embarazos?”.

Odio esta pregunta.

“Seis. Incluyendo este”.

Sin tomarse la molestia de levantar la mirada de la hoja, preguntó, “¿Cuántos niños vivos?”.

Me vi obligada a responderle: “Cuatro”.

Esto me recordó aquel aborto espontáneo; ese bebé que nunca llegó a este mundo.

Ese examen tuvo lugar en la misma habitación en la que me dieron la mala noticia años atrás. Esta vez la cita fue en medio de la pandemia de COVID, así que estaba sola cuando brotaron las lágrimas y comenzaron a filtrarse los recuerdos tristes y oscuros.

No escucho latidos

Años atrás, mi esposo y yo esperábamos ansiosamente mientras el médico realizaba una ecografía.

Había un silencio absoluto.

“¿Está todo bien?”, le preguntamos.

Más silencio. El suspenso era insoportable.

Finalmente, el médico dijo: “No escucho latidos”.

Se me paró la respiración. Vamos, encuéntralo. ¡Encuéntralo!

Me dije a mi misma que debía ser un error. El médico supuso que había algún error con las fechas y nos indicó que regresáramos en unas cuantas semanas.

En la cita siguiente, fue confirmado. “Lo siento, pero no van a tener un bebé de este embarazo”.

No podía entender cómo mi cuerpo podía haberme traicionado. Me cuidaba tanto. Mi primer embarazo había sido perfecto. ¡El bebé estaba perfectamente sano! Es cierto que nació en un taxi de Nueva York, pero aparte de eso, todo lo demás fue perfecto. ¿Cómo podía pasarme esto a mí? ¿Cómo podía pasarnos a nosotros?

Seguí recorriendo las diferentes etapas de duelo. Incredulidad, negación, enojo, tristeza, sentimientos de abandono…

De mala gana agendé un turno para un procedimiento de dilatación y legrado que se realiza después de un aborto. El dolor del procedimiento superó cualquier dolor de parto que haya experimentado. Nadie podría haberme preparado para eso. Tuve un sangrado excesivo, sólo superado por una tristeza excesiva. Todo ese dolor para quedarme tan sólo con un vientre hinchado, un corazón desinflado y dolores de cabeza por la fuerte disminución de hormonas.

La tristeza me sacudía intensamente y sin ningún previo aviso: en el auto con una amiga, en el supermercado, en la escuela de mi hijo.

La recuperación física fue difícil pero la recuperación emocional fue todavía más desafiante. Durante muchos meses no tuve control sobre mis lágrimas. La tristeza me sacudía intensamente y sin ningún previo aviso: en el auto con una amiga, en el supermercado, en la escuela de mi hijo. Me veía obligada a usar toda mi fuerza emocional para contener las lágrimas. En la noche, los sentimientos resurgían y me refugiaba en mi almohada para intensas sesiones de llanto.

Mi esposo me apoyó lo más que pudo, pero él se sentía igualmente vulnerable cuando trataba de consolarme. Por momentos se sentía paralizado, sin saber cómo actuar.

Él sentía una tremenda pérdida de potencial, pero también sentía que no tenía el lujo de estar de duelo. Tenía que acallarlo porque quería darme fuerzas, ser mi apoyo y mi roca. Un día me dijo: “En verdad yo traté de no pensar en nuestra pérdida. Simplemente lo bloqueé.” Él encontró fuerza en su creencia respecto a que Dios sabía lo que estaba haciendo y nos salvó de un desafío mucho más difícil.

Para mí, el miedo a lo desconocido era la parte más vulnerable. ¿Podría quedar embarazada de nuevo? Y si quedaba embarazada, ¿sería un embarazo viable? ¿Tendría que repetir este ciclo una y otra vez?

Aprendí que la vulnerabilidad no es debilidad, pero requiere fuerza. Tuve que acudir a todo mi coraje interno para volver a intentarlo.

Cuando me largué a llorar ese día en el consultorio del médico, muchos años después del aborto, el doctor se preocupó y me pregunto: “¿Está todo bien?”.

No sentí vergüenza. Sabía que las lágrimas eventualmente llegarían y las acepté. Podemos tener dos emociones diferentes al mismo tiempo. Alegría por el nuevo bebé y tristeza por el bebé que nunca nació.

Aunque uno de cada cuatro embarazos termina en aborto espontáneo, esta es una pérdida que muchas mujeres experimentan en silencio. Las mujeres que experimentan un aborto tienen que saber que no están solas y que no hay nada de qué avergonzarse. Cuando la carga se comparte con otras mujeres que han experimentado este dolor, se vuelve un poco más liviana. Juntas, podemos darnos fuerzas las unas a las otras.

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