Poder versus influencia

18/06/2023

8 min de lectura

Koraj (Números 16-18 )

La rebelión de Koraj fue una alianza negativa de individuos y grupos que no estaban contentos con el liderazgo de Moshé. Allí estaba Koraj mismo, miembro de la tribu de Levi, molesto (según Rashi) porque no le habían dado un rol más destacado. Estaban Datan y Aviram (de la tribu de Reubén), a quienes les molestaba el hecho de que los puestos claves de liderazgo fueran ocupados por levitas y no por miembros de su propia tribu. Reubén había sido el primogénito de Iaakov, y algunos de sus descendientes sentían que se les debería haber otorgado más importancia. Estaban también los doscientos cincuenta "príncipes de la congregación, líderes de la asamblea, los convocados a la reunión, varones de renombre" que se sintieron agraviados (de acuerdo con el Ibn Ezra) porque después del pecado del Becerro de Oro el liderazgo había pasado de los primogénitos a una sola tribu: los levitas. Plus ça change, plus c'est la même chose. La historia de Koraj es una historia demasiado conocida de ambición frustrada y celos mezquinos, lo que los sabios llamaron "una discusión que no es por amor al Cielo".

Sin embargo, lo que es más extraordinario sobre el episodio es la reacción de Moshé. Por priemra y única vez, él pidió un milagro para probar la autenticidad de su misión:

Entonces Moshé dijo: "En esto sabrán que Hashem me envió para realizar todos estos actos, que no fue mi propia idea. Si estos hombres mueren de una muerte natural y experimentan sólo lo que habitualmente sucede a los hombres, entonces Hashem no me ha enviado. Pero si Hashem crea algo completamente nuevo y la tierra abre su boca y los traga a ellos y a todo lo que les pertenece, y ellos descienden vivos a su tumba, entonces sabrán que estos hombres han provocado la ira de Hashem".

 En efecto, Moshé usó su poder para eliminar a la oposición. ¡Qué contraste con la generosidad de espíritu que manifestó unos pocos capítulos antes, cuando Iehoshúa le dijo que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento, lejos de Moshé y de los setenta ancianos! Iehoshúa consideró que eso era una potencial amenaza al liderazgo de Moshé y dijo: "¡Mi señor, Moshé, acábalos!". La respuesta de Moshé es una de las más majestuosas de todo el Tanaj:

¿Acaso celas tú por mí? ¡Quien diera que todos en el pueblo de Hashem fueran profetas, si Hashem pusiera Su espíritu sobre ellos!

¿Cuál es la diferencia entre Eldad y Medad por un lado y Koraj y sus seguidores por el otro? ¿Cuál es la diferencia para que Moshé dijera "¡Quien diera que todos en el pueblo de Hashem fueran profetas!" y el argumento de Koraj respecto a que "Toda la comunidad es sagrada, cada uno de ellos, y Hashem está con ellos"? ¿Por qué el primero fue un sentimiento legítimo pero no así el segundo? ¿Acaso Moshé fue inconsistente? No es muy probable. Apenas hubo otro líder con mayor claridad que Moshé. Aquí hay una distinción que llega al eje mismo de las dos narrativas.

Los Sabios, en una de sus más profundas y metódicas observaciones, dijeron que "Las palabras de la Torá pueden ser pobres en un lugar y ricas en otro". Con esto implicaron que si queremos entender un pasaje confuso, puede ser necesario buscar una pista en otra parte de la Torá. Una idea similar es expresada en la última de las trece reglas de interpretación bíblica de Rabí Ishmael: "Cuando hay dos pasajes que se contradicen mutuamente, el significado puede determinarse sólo cuando se encuentra un tercer pasaje que logra armonizarlos".

En este caso, la respuesta se encuentra más adelante en el libro de Bamidbar, cuando Moshé le pide a Dios que elija al siguiente líder de los israelitas. Dios le dice que tome a Iehoshúa y lo nombre como su sucesor:

Toma para ti a Iehoshúa, hijo de Nun, varón en quien hay espíritu, e impón tu mano sobre él. Harás que se pare delante de Elazar el Cohen, y delante de toda la asamblea, y encomiéndale ante la vista de ellos. Y pondrás algo de tu gloria sobre él, a fin de que lo escuche toda la asamblea de los Hijos de Israel.

A Moshé se le ordena realizar dos actos para presentar a Iehoshúa al sacerdote y al pueblo. Primero debe "imponer su mano" sobre Iehoshúa. Luego debe darle "algo de su gloria". ¿Qué significan estos dos gestos? ¿Qué diferencia hay entre ellos? ¿Cuál de ellos implica el paso del poder? Los Sabios, en Midrash Rabá, agregan un comentario que a primera vista sólo logra profundizar el misterio:

"Impón tu mano sobre él" – esto es como encender una vela a partir de otra. "Y pondrás algo de tu gloria sobre él" – esto es como verter de un recipiente a otro.

Esta es la declaración que nos permitirá decodificar el misterio.

Hay dos formas o dos dimensiones del liderazgo. Una es el poder, la otra, la influencia. A menudo las confundimos. En definitiva, aquellos que tienen poder a menudo tienen influencia, y quienes tienen influencia cuentan con cierta clase de poder. Sin embargo, de hecho se trata de dos cosas bastante diferentes, incluso opuestas.

Esto podemos entenderlo a través de un simple experimento. Imagina que tienes poder absoluto y decides compartirlo con otras nueve personas, Ahora tienes una décima parte del poder que tenías en un primer momento. En contraste, imagina que tienes cierta medida de influencia, y ahora lo compartes con otras nueve personas. ¿Cuánto te ha quedado? No perdiste nada. De hecho, tienes más. Inicialmente eras sólo uno, ahora son diez. Tu influencia se ha dispersado. El poder opera a través de la división, la influencia por la multiplicación. Con poder, mientras más compartes, menos tienes. Con la influencia, mientras más lo compartes, más tienes.

La diferencia es tan profunda que la Torá les dedica dos roles de liderazgo diferentes: rey y profeta. Los reyes tienen poder. Ellos pueden imponer impuestos, reclutar a las personas para servir en su ejército y decidir cuándo y contra quién hacer la guerra. Ellos pueden imponer castigos no judiciales para preservar el orden social. Hobbes llamó a la realeza un "leviatán" y la definió en términos de poder. Él argumentó que la naturaleza misma del contrato social era la transferencia de poder de los individuos a una autoridad central. Sin esto, no puede haber un gobierno, ni defensa de un país, ni protección contra la anarquía.

En contraste, los profetas no tienen poder en absoluto. Ellos no dirigen ningún ejército. No ponen impuestos. Ellos transmiten la palabra de Dios, pero no tienen los medios para hacerla cumplir. Todo lo que tienen es influencia, ¡pero qué influencia! Hasta la actualidad, la lucha de Elías contra la corrupción, la convocatoria de Amos por la justicia social y la visión de Isaías del fin de los días pueden emocionarnos por la fuerza de su inspiración. ¿Pero quién se ve motivado por las vidas de Ajab, Josafat o Jehú? Cuando un rey muere, su poder se acaba. Cuando un profeta muere, comienza su influencia. Volviendo a Moshé, él ocupaba dos roles de liderazgo, no uno. Por un lado, aunque todavía no existía la monarquía, él tenía el poder y era el equivalente funcional de un rey. Moshé condujo a los israelitas para salir de Egipto, los comandó en la batalla, nombró líderes, jueces y ancianos, y dirigió la conducta del pueblo. Él tenía poder.

Pero Moshé también era un profeta, el más grande y más autorizado. Era un hombre de visión. Escuchó y transmitió la palabra de Dios. Su influencia es incalculable. Como escribió Jean Jacques Rousseau en un manuscrito encontrado luego de su muerte:

…un espectáculo asombroso y verdaderamente único es ver a un pueblo expatriado, que no tuvo un lugar ni una tierra durante casi dos mil años… un pueblo disperso por el mundo, esclavizado, perseguido, despreciado por todas las naciones, y sin embargo conservando sus características, sus leyes, sus costumbres, su amor patriótico de la primera unión social, cuando todo vínculo con ella parece roto. Los judíos nos brindan un espectáculo asombroso. Las leyes de Numa, Licurgo, Solón están muertas; las leyes mucho más antiguas de Moisés todavía están vivas. Atenas, Esparta, Roma han perecido y no les quedan hijos en la tierra; Sión, destruida, no ha perdido a sus hijos.

Ahora se ha resuelto el misterio de la doble envestidura de Iehoshúa. Primero le dijeron a Moshé que diera a Iehoshúa su autoridad como profeta. La misma frase usada por la Torá (vesamajta et iadeja – impón tu mano sobre él) es usada hoy en día para describir la ordenación rabínica: semijá, lo que implica imponer las manos del maestro sobre el discípulo. En segundo lugar, Dios le dijo a Moshé que le diera a Iehoshúa el poder del reinado, lo que la Torá llama "gloria" (quizás majestad hubiera sido una mejor traducción). La naturaleza de este rol como jefe de estado o comandante del ejército queda bastante clara en el texto. Dios le dijo a Moshé: "Y pondrás algo de tu gloria sobre él, a fin de que lo escuche toda la asamblea de los Hijos de Israel… por su palabra saldrán y por su palabra entrarán él y todos los Hijos de Israel junto con él". Esto expresa no influencia sino poder.

Ahora también queda claro el significado del Midrash. La transferencia de la influencia ("impón tu mano sobre él") es "como encender una vela con otra". Cuando encendemos una vela con otra vela, la luz de la primera no disminuye. Así también, cuando compartimos nuestra influencia con otros, no tenemos menos que antes. En cambio, la suma total de luz se ve incrementada. El poder, sin embargo, es diferente. Es como "verter de un recipiente a otro". Mientras más vertimos en el segundo recipiente, menos queda en el primero. El poder es un juego de suma cero. Mientras más damos, menos tenemos.

Por lo tanto, esta es la solución al misterio de por qué cuando Iehoshúa temió que Eldad y Medad (quienes "profetizaban dentro el campamento") fueran una amenaza a la autoridad de Moshé, Moshé le respondió: "¡Quien diera que todos en el pueblo de Hashem fueran profetas!". Iehoshúa había confundido influencia con poder. Eldad y Medad no buscaban ni obtuvieron poder. En cambio, por un rato, recibieron una porción del espíritu profético que estaba sobre Moshé. Ellos participaron en su influencia. Eso nunca es una amenaza a una autoridad profética. Por el contrario, cuanto más se comparte, más hay.

Pero lo que Koraj y sus seguidores buscaban era el poder, y en el caso del poder, la rivalidad es una amenaza a la autoridad. Nuestros Sabios dijeron: "Hay un líder en cada generación, no dos". O como dice en otra parte: "¿Acaso dos reyes pueden compartir una misma corona?". Hay muchas formas de gobierno (monarquía, oligarquía y democracia), pero lo que tienen en común es la concentración del poder en un solo cuerpo, ya sea una persona, un grupo o una institución (como un parlamento).

Sin este monopolio del uso legítimo de la fuerza coercitiva no existe el gobierno. Por eso en la ley judía "no se le permite a un rey renunciar al honor que le corresponde".

El pedido de Moshé de que Koraj y sus seguidores fueran tragados por la tierra no fue por enojo ni por miedo. No fue originado por ninguna motivación personal. Fue simplemente porque Moshé entendió que si bien la profecía se puede compartir, la realeza no. Si hay dos o más fuentes de poder en competencia dentro de un mismo dominio, no hay liderazgo. Si Moshé no hubiera actuado de forma decisiva contra Koraj, habría comprometido de forma fatal el cargo que le habían otorgado.

Es raro encontrar otro ejemplo en el cual pueda verse con tanta claridad la diferencia entre influencia y poder como en estos dos episodios: por un lado Eldad y Medad y, por el otro, Koraj y sus seguidores. Los últimos representan un conflicto que había que resolver. O Moshé o Koraj saldrían victoriosos, ambos no podían ganar. Lo primero no representaba un conflicto en absoluto. El conocimiento, la inspiración, la visión son cosas que se pueden compartir sin perderlas. Quienes lo comparten con otros aumentan la riqueza espiritual de la comunidad sin perder la propia.

Parafraseando a Shakespeare: "La influencia que tenemos vive después de nosotros; el poder a menudo es enterrado con nuestros huesos". Gran parte del judaísmo es un extenso ensayo sobre la supremacía de los profetas sobre los reyes, de los justos sobre los poderosos, de la enseñanza en vez de la coerción, de la influencia en vez del poder. Sólo durante una pequeña fracción de nuestra historia los judíos tuvieron poder, pero en todo momento tuvieron influencia sobre la civilización occidental. La humanidad sigue luchando por el poder. Ojalá entendiéramos cuán estrechos son sus límites. Una cosa es obligar a la gente a comportarse de cierta manera, algo muy distinto es enseñarles a ver el mundo de otra forma para que, por sí mismos, llegan a actuar de una forma diferente. El uso del poder disminuye a los demás; el ejercicio de la influencia los engrandece. Esta es una de las verdades más humanizadoras del judaísmo. No todos tenemos poder, pero todos somos capaces de ser una buena influencia.

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