Tener el coraje de admitir los errores

30/04/2024

6 min de lectura

Ajarei Mot (Levítico 16-18 )

Hace algunos años, me visitó el entonces embajador norteamericano en la Corte de St. James, Philip Lader. Él me contó sobre un fascinante proyecto que había iniciado con su esposa en 1981. Ellos comprendieron que muchos de sus contemporáneos llegarían a puestos de influencia y poder en un futuro no muy distante. Pensaron que sería útil y creativo si todos se reunían cada tanto un par de días para compartir ideas, escuchar a expertos y forjar amistades, pensando colectivamente sobre los desafíos que enfrentarían en los años siguientes. Así crearon Renaissance Weekend. Esto sigue hasta la actualidad.

Lo más interesante que me contó fue que descubrieron que había una cosa que a los participantes, todas personas excepcionalmente dotadas, les resultaba muy difícil: admitir que cometían errores. Los Lader entendían que esto era algo importante que debían aprender. Los líderes, sobre todo, deben ser capaces de reconocer cuándo y cómo se han equivocado, y cómo corregirlo. Tuvieron una idea maravillosa. Cada fin de semana dedicaban una sesión a una charla dada por una estrella reconocida en cualquier campo, sobre el tema "Mi mayor blooper". Siendo inglés y no norteamericano, tuve que pedirle una traducción. Así descubrí que un blooper es un error embarazoso. Una metedura de pata. Un paso en falso. Una fashla. Un balagán. Algo que no deberías haber hecho y te avergüenza admitir que lo hiciste.

En esencia, esto es Iom Kipur en el judaísmo. En el Tabernáculo y en los tiempos del Templo, era el día en el cual el hombre más sagrado de Israel, el Gran Sacerdote, expiaba, primero por sus propios pecados, luego por los pecados de su "casa", y finalmente por los pecados de todo Israel. Desde el día en que el Templo fue destruido, ya no tenemos Gran Sacerdote ni los ritos que él llevaba a cabo, pero seguimos teniendo el día, y la capacidad de confesarnos y rezar pidiendo perdón. Es mucho más fácil admitir tus pecados, errores y fracasos cuando también lo hacen otras personas. Si un Gran Sacerdote, o el resto de los miembros de nuestra congregación, pueden admitir pecados, también nosotros podemos hacerlo.

En la introducción al Majzor Koren de Iom Kipur, expliqué que pasar del primer Iom Kipur al segundo fue una de las mayores transiciones en la espiritualidad judía. El primer Iom Kipur fue la culminación de los esfuerzos de Moshé para asegurar que el pueblo fuera perdonado después del pecado del Becerro de Oro (Éxodo 32:34). El proceso, que comenzó el 17 de tamuz, culminó el 10 de tishrei, el día que luego se convirtió en Iom Kipur. Ese fue el día que Moshé descendió de la montaña con las segundas tablas, la señal visible de que Dios había reafirmado su pacto con el pueblo. El segundo Iom Kipur, un año más tarde, dio comienzo a la serie de ritos que encontramos en la parashá de esta semana (Levítico 16), llevados a cabo en el Mishkán por Aharón en su rol como Gran Sacerdote.

Las diferencias entre ambos son inmensas. Moshé actuó como un profeta. Aharon eran un sacerdote. Moshé seguía su corazón y su mente, improvisando en respuesta a la respuesta de Dios a sus palabras. Aharón seguía un ritual con una coreografía precisa, cada detalle estaba establecido de antemano. En encuentro de Moshé fue ad hoc, un drama único e irrepetible entre el cielo y la tierra. Aharón fue lo opuesto. Las reglas que él seguía nunca cambiaron a lo largo de las generaciones, mientras el Templo estuvo de pie.

Las plegarias de Moshé en beneficio del pueblo estaban llenas de audacia, lo que los sabios llaman jutzpá klapei shemaia, "audacia hacia el cielo". Esto llegó a su clímax en las sorprendentes palabras: "Ahora, perdona su pecado, y si no, bórrame del Libro que Tú has escrito" (Éxodo 32:32). En contraste, el comportamiento de Aharón estaba marcado por la obediencia, la humildad y la confesión. Había rituales de purificación, ofrendas de pecado y expiación, por sus propios pecados y por los de su "casa", así como por los del pueblo.

El cambio de Iom Kipur 1 a Iom Kipur 2 fue una instancia clásica de lo que Max Weber llamó la "rutinización del carisma". Esto es, tomar un momento único y traducirlo en un ritual, convertir una "experiencia cumbre" en parte habitual de la vida. Pocos momentos de la Torá rivalizan en intensidad con el diálogo entre Moshé y Dios después del pecado del Becerro de Oro. Pero la pregunta a partir de entonces fue: ¿Cómo podemos lograr el perdón cuando ya no tenemos un Moshé, ni profetas ni acceso directo a Dios? Los grandes momentos cambian la historia. Pero lo que nos cambia es el hábito poco espectacular de realizar ciertos actos una y otra vez hasta que reconfiguran el cerebro y cambian los hábitos del corazón. Los rituales que realizamos repetidamente son los que nos dan forma.

Además, la mediación de Moshé ante Dios no indujo, por sí misma, un estado de ánimo penitente en el pueblo. Sí, él realizó una serie de actos dramáticos para demostrar al pueblo su culpabilidad. Pero no tenemos pruebas de que lo interiorizaran. Los actos de Aharón fueron diferentes. Ellos incluían confesión, expiación y búsqueda de purificación espiritual. Suponían un reconocimiento sincero de los pecados y los fracasos del pueblo, y comenzaba con el propio Gran Sacerdote.

El efecto de Iom Kipur, extendido a las plegarias durante gran parte del resto del año a través de tajanún (plegarias de súplicas), vidui (confesión) y selijot (plegarias de perdón), fue crear una cultura en la cual las personas no se avergonzaran de decir: "Me equivoqué, pequé, cometí errores". Eso es lo que hacemos en la letanía de errores que enumeramos en Iom Kipur en dos listas alfabéticas, una que empieza "Ashamnu, bagadnu" y la otra que empieza "Al hajet shejatanu".

Como descubrió Philip Laner, la capacidad de admitir los errores es algo poco generalizado. Racionalizamos. Justificamos. Negamos. Culpamos a los demás. En los últimos años se han publicado varios libros impactantes sobre el tema, entre ellos: "Pensamiento Caja Negra: la sorprendente verdad de éxito(y por qué algunos nunca aprenden de sus errores), por Mathew Syed; "En defensa del error – Un ensayo sobre el arte de equivocarse", por Kathryn Schulz, y "Mistakes were make, but not by me" por Carol Tavris y Elliot Aronson.

A los políticos les cuesta admitir errores. También a los médicos: los errores médicos evitables causan más de 400.000 muertes al año en los Estados Unidos. Lo mismo ocurre con los banqueros y los economistas. El quiebre financiero del 2008 fue predicho por Warren Buffett en el 2002. Pero ocurrió a pesar de las advertencias de varios expertos respecto a que el nivel de préstamos hipotecarios y el apalancamiento de la deuda eran insostenibles. Tavris y Aronson cuentan una historia similar sobre la policía. Una vez que han identificado a un sospechoso, les cuesta admitir evidencia respecto a su inocencia. Y la tendencia continúa.

Las estrategias de evasión son casi infinitas. La gente dice: "No fue un error". O "dadas las circunstancias era lo mejor que se podía hacer". O "fue un pequeño error". O "era inevitable teniendo en cuenta lo que sabíamos en ese momento". O "la culpa fue de otro". "Nos dieron datos erróneos". "Nos aconsejaron mal". De esta forma le quitan importancia, lo niegan o se ven a sí mismos como víctimas.

Tenemos una capacidad casi infinita de interpretar los hechos para reivindicarnos. Como dijeron los Sabios en el contexto de las leyes de pureza: "Nadie puede ver sus propias manchas, sus propias impurezas".(1) Somos nuestros mejores abogados en el tribunal de la autoestima. Es raro el individuo que tiene el valor de decir como lo hizo el Gran Sacerdote o como el rey David después de que el profeta Natán lo confrontara respecto a su culpa con Urías y Batsheva: jatati – "he pecado".(2)

El judaísmo nos ayuda a admitir nuestros errores de tres maneras. La primera es saber que Dios perdona. Él no nos pide que no pequemos nunca. Ya sabía de antemano que a veces haríamos mal uso de Su don de la libertad. Lo único que nos pide es que reconozcamos nuestros errores, que aprendamos de ellos, que nos confesemos y decidamos no volver a cometerlos.

En segundo lugar, el judaísmo establece una clara separación entre el pecador y el pecado. Podemos condenar un acto sin perder la fe en el agente que lo cometió.

En tercer lugar está el aura que Iom Kipur difunde al resto del año. Esto ayuda a crear una cultura de honestidad en la que no nos avergonzamos de reconocer los errores que hemos cometido. A pesar de que, técnicamente, Iom Kipur se centra en los pecados entre nosotros y Dios, una simple lectura de las confesiones en Ashamnu y Al Jet, nos muestra que en realidad la mayoría de los pecados que confesamos tienen que ver con nuestro trato con otras personas.

Lo que Philip Lades descubrió sobre sus contemporáneos de alto vuelo, el judaísmo lo internalizó mucho antes. Ver a los mejores admitir que ellos también cometen errores da mucha fuerza al resto de las personas. El primer judío que admitió haber cometido un error fue Iehudá, quien acusó erróneamente a Tamar de mala conducta sexual, y luego, al comprender que él había estado mal, dijo: "Ella es más justa que yo" (Génesis 38:26).

Sin dudas es más que una mera coincidencia que el nombre Iehudá derive de la misma raíz que Vidui, "confesión". En otras palabras, el mismo hecho de ser llamados judíos, iehudim, implica que somos el pueblo que tiene el coraje de admitir sus errores.

La autocrítica honesta es una de las marcas indiscutibles de la grandeza espiritual.


Notas

  1. Bejorot 38b
  2. Samuel II 12:13
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