Crecimiento personal
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¿Una verdad moral puede llegar a cambiar o la moralidad necesita actualizarse constantemente para ser verdaderamente moral?
¿De dónde surge nuestro sentido de lo que es bueno o malo? ¿Las verdades morales no cambian o tienen que ir actualizándose con el tiempo, junto a todo lo demás? ¿Por qué no ambas cosas?
Dos campeones de la filosofía griega presocrática, Heráclito y Parménides, proveen dos arquetipos para el entendimiento de la existencia, como ya expliqué en otro artículo. De acuerdo con Heráclito, todo cambia, nada es fijo, y la única constante es el flujo mismo. De acuerdo con Parménides, el cambio sólo parece ser real, pero en verdad el mundo es como es, fue y será para siempre, porque el tiempo es una ilusión.
¿Todo cambia o nada cambia? ¿Qué es lo correcto? Voy a darte la básica respuesta judía: ambas cosas.
A fin de cuentas, uno de los privilegios de ser judío es poder sostener simultáneamente dos ideas opuestas. Eso es lo que nosotros hacemos.
Aquí hay un ejemplo: tenemos la obligación de dejar el mundo siendo un lugar mejor de lo que lo encontramos. Sin embargo, también reconocemos que hay una esencia más elevada, esencial, que permanece constante.
O considera la Torá: ella es la moral y la brújula espiritual que ha guiado al pueblo judío durante miles de años, y es el plano para la creación del mundo (1). No hay nada más adecuado al pensamiento de Parménides que eso. Sin embargo, el mismo acto de estudiar Torá es un proceso dinámico y continuo. En cada generación, en todas las situaciones, la ley es interpretada y aplicada nuevamente a las realidades cambiantes. Sin embargo, no la interpretamos ni la aplicamos de la forma en que nos parece adecuado. Hay pautas estrictamente definidas, porque estos textos sagrados son elucidados de acuerdo con principios sagrados con suma sensibilidad.
Similarmente, tenemos una Tradición Oral, un cuerpo vivo de conocimiento que "no está en el cielo"(2). Y entendemos que cada uno tiene su propia "porción" en la Torá, incluyendo perspectivas únicas que sólo nosotros podemos encontrar, conectarnos con ellas y compartir, de acuerdo con nuestra propia experiencia.
Si todo esto suena un poco abstracto, prestemos atención por un momento a otra cosa.
Todos somos agentes morales. Ya sea que pensemos o no conscientemente en esto, estamos gobernados por principios inquebrantables. Incluso cuando parece que actuamos por puro instinto, estamos guiados por reglas éticas.
El punto no es que siempre sepamos exactamente qué es lo correcto que se debe hacer. No lo sabemos. Sin embargo, no vivimos como nihilistas. Podemos fracasar y no cumplir nuestros ideales (como ocurre a menudo), nos sentimos bastante mal y tratamos de justificar nuestros actos. Pero nadie se siente de esa manera a menos que crea que hay algún estándar verdadero en base al cual se puede juzgar la conducta.
Por lo tanto, Parménides tiene razón. La verdad moral, lo que realmente importa, es constante, incambiable y eterna. Sigue los mandamientos de Dios y no te preocupes por los pequeños detalles.
Pero espera un segundo, no pienses que es tan simple.
En realidad, si a la mayoría nos pidieran dar una explicación detallada de nuestros principios morales, nos resultaría difícil hacerlo. "Trata a los demás como te gusta que te traten" parece un principio sólido. ¿Pero se aplica cuando se trata de castigar a un asesino? La mayoría sentimos que no es correcto mentir, ¿pero qué ocurre si la mentira puede evitar un daño mayor?
O considera a un médico que tiene que tiene que decidir a qué pacientes atender primero en una situación de crisis. Te dirán que no es tan simple. Está el ideal del cuidado perfecto sobre el que puedes filosofar y teorizar, y está la realidad desordenada, en la que constantemente necesitas tomar decisiones difíciles. A veces al elegir ayudar aquí, inevitablemente causarás daño allí. O piensa en los comandantes en un campo de batalla que tienen que tomar decisiones de vida o muerte que los demás apenas podemos llegar a comprender.
¿Qué ocurre cuando nuestras verdades morales inmutables ya no tienen más sentido?
La respuesta, por supuesto, es que el mundo real, imperfecto y fluctuante de Heráclito no lleva a que nuestros valores pierdan su significado. Más bien, la rigurosa prueba de esos valores es lo que lleva a que realmente sean significativos (3).
Porque precisamente en el mundo desordenado de los seres humanos imperfectos que tratan de hacer lo mejor bajo condiciones difíciles, es cuando los valores abstractos toman una forma tangible. En un sentido concreto, ellos se vuelven verdaderos. Pero ocurre que esas verdades no siempre son lo que uno hubiera esperado que surgiera cuando estaba sentado en el sillón del filósofo.
Por lo tanto, Parménides tiene razón. Hay absolutos fijos. Pero esta realidad fundamental sólo se vuelve real cuando es puesta a prueba en el mundo. De lo contrario, es sólo un experimento del pensamiento.
La verdad eterna y el cambio eterno van de la mano para producir una realidad moral.
Retornando a la tradición judía, hay una razón por la que se puede elegir al azar una página del Talmud y ver que nuestros sabios más brillantes y honrados hablan sobre cosas como el robo de ovejas o cómo interpretar un contrato de matrimonio. Estos no son sólo juegos de lenguaje. Nuestros más grandes intelectuales, pensadores y sabios con inmenso poder espiritual se arremangan y hacen el trabajo duro conectando lo sublime con lo más mundano, anhelando llegar a los principios eternos, incambiables sobre un blanco móvil. Esta es la diferencia entre una filosofía puramente académica y vivir los valores.
Y como los hechos sobre el mundo mundano siguen cambiando, en cada generación, necesitamos aplicar nuestras mentes nuevamente para conectar la verdad moral con la realidad que vivimos. Y esto es un trabajo difícil.
Entonces, ¿qué pueden enseñarnos dos de los sabios más famosos en el Talmud, Hilel y Shamai (4), sobre vivir una vida significativa en una era de armas termonucleares, Inteligencia Artificial y Redes Sociales? Mucho. Tenemos una obligación ética de tomar las lecciones que nos han transmitido nuestros maestros y aplicarlas de forma creativa a las realidades contemporáneas.
E incluso dentro de nuestra tradición, no siempre estamos de acuerdo sobre los detalles más finos de las prácticas éticas. La gran batalla por la verdad entre los estudiantes de Hilel y Shamai se extiende a las grandes mentes de cada generación. El principio es que, de alguna manera, a través de estar constantemente en desacuerdo, nos ayudamos mutuamente a acercarnos a la verdad. Pero ese es otro misterio judío, para otro momento.
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