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En su descripción de los sacerdotes, la Torá habla de su estatus singular, algo que los diferencia de las personas comunes y corrientes. Para santificar su rol particular, los sacerdotes tienen limitaciones respecto a su apariencia y su participación en ciertos aspectos del ciclo de vida judío, tales como en el matrimonio y los entierros. Sólo dos capítulos antes, todo el pueblo judío recibió el mandato de ser sagrados, en ese caso sin ninguna limitación: "Sean santos, porque Yo, Hashem su Dios, soy Santo" (Levítico 19:2). Aquí se le ordenó claramente al pueblo judío ser santo para imitar la santidad de Dios, la cual por definición es ilimitada.
En consecuencia, es extraño que sólo dos capítulos más adelante la Torá presente a los sacerdotes con un mensaje sutilmente diferente: "Santos serán para su Dios y no profanarán el Nombre de su Dios, ya que las ofrendas ígneas de Hashem, el alimento de su Dios, ellos ofrecen, por ello deberán permanecer santos" (Levítico 21:6). Este mandamiento especial, sólo para los sacerdotes, contiene los requerimientos adicionales de dirigir su santidad "a Dios" y predica el mandamiento en su servicio en el Templo. ¿Qué diferencia hay entre este mandamiento y el que recibió toda la nación?
Cada individuo merece ser tratado con dignidad. Como dice en el Tratado de Avot: "¿Quién es respetable? El que respeta a todas las creaciones" (Mishná, Tratado Avot 4:1). Sin embargo, más allá de este nivel elemental de respeto, los individuos que cumplen ciertos roles son tratados con niveles adicionales de deferencia. Por ejemplo, alguien puede recibir más respeto si nació en un puesto de nobleza o realeza, o si se ganó la estima a través de logros dignos.
Mientras que el pueblo judío es inherentemente sagrado y se le ordenó comportarse de una manera que refleje el hecho de haber sido creado a imagen de Dios, los sacerdotes tienen un estatus elevado, lo que queda sugerido por las restricciones que reciben a su comportamiento. Ellos tienen un rol singular como los embajadores del pueblo judío ante Dios. Por lo tanto, no sólo se les otorga un nivel superior de respeto y se les ordena comportarse de forma acorde, sino que la manera en la que reciben este mandamiento es diferente del mandamiento genérico de santidad que antes fue comunicado a toda la nación.
Sin embargo, dado que este mandamiento y sus detalles están diseñados para que el pueblo judío vea a los sacerdotes como diferentes y especiales, la Torá teme que los sacerdotes comiencen a pensar que ellos son superiores. De acuerdo con el Netziv, se agregó la estipulación "de Dios" para recordarle a los sacerdotes que su grandeza deriva de Dios y existe en un contexto específico, por lo que no deben dejar que eso los vuelva arrogantes (HaEmek Davar y Harjev Davar sobre Levítico 21:6). Su grandeza es una responsabilidad y no un privilegio. Es una obligación que llega con su posición y no debe llevarlos a pensar que ellos son mejores que el resto del pueblo, sino que simplemente debe expresarse a través de su rol diferente.
En algún punto de nuestras vidas, muchos nos encontramos en alguna clase de puesto de autoridad que legítimamente exige más respeto, ya sea como un consejero juvenil, como director en el contexto profesional, como padres o como líderes comunitarios. La forma en que se le comunica a los sacerdotes la obligación de ser santos es un recordatorio constante para quienes ocupan un puesto de autoridad, para que no olvide que debe utilizar su rol para mejorar la situación de quienes lo rodean, apoyarlos y promoverlos, y no dedicarse a alimentar su propio ego. Constantemente debemos esforzarnos por equilibrar la fuente y el propósito del respeto que recibimos, y llevar nuestra autoridad con humildad.
Como el "pueblo elegido" (Deuteronomio 14:2), a veces se acusa a los judíos de pensar que son superiores a los demás. Así como los sacerdotes necesitaban tener consciencia de que su santidad estaba específicamente dirigida hacia Dios y el servicio del Templo, también nosotros debemos comprender que somos una "nación de sacerdotes-maestros, una nación santa" (Ibid., Éxodo 19:6). Dios mismo, la fuente de la santidad, nos dio la tarea de redimir al mundo fracturado en el cual vivimos siendo una "luz para las naciones" (Isaías 49:6), a través de una vida de rectitud moral sin permitirnos caer en la trampa de sentirnos mejores que los demás.
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