Cómo caen los líderes

05/03/2023

6 min de lectura

Ki Tisá (Éxodo 30:11-34:35 )

Como vimos tanto en la parashá Vaietzé como en Vaerá, el liderazgo está marcado por el fracaso. Recuperarse de esa caída es lo que marca la verdadera medida de un líder. Los líderes pueden caer por dos razones. La primera es externa. Puede que no sea el momento correcto. Las condiciones pueden ser desfavorables. Puede que del otro lado no haya nadie con quien hablar. Maquiavelo llamó a esto "fortuna": el poder que tiene la mala suerte para vencer incluso a los individuos mas elevados. A veces fracasamos a pesar de nuestros mejores esfuerzos. Así es la vida.

La segunda clase de fracaso es interna. Un líder simplemente puede carecer del coraje para liderar. A veces los líderes tienen que oponerse a la multitud. Tienen que decir "no" cuando todo el mundo grita "sí". Eso puede ser aterrador. Las multitudes tienen una voluntad y su propio impulso. Decir que no puede poner en riesgo su carrera, incluso su vida. Allí es donde hace falta el coraje, y no manifestarlo puede constituir un fracaso moral de la peor calaña.

El ejemplo clásico es el Rey Saúl, quien falló en cumplir las instrucciones del profeta Samuel en su batalla contra los amalequitas. A Saúl le dijeron que no debía dejar nada ni nadie con vida. Esto es lo que ocurrió:

Cuando Samuel llegó a él, Saúl le dijo: "¡Que el Eterno te bendiga! He cumplido con lo que Dios ordenó hacer".

Pero Samuel le dijo: "Entonces, ¿qué son esos balidos de ovejas y esos bramidos de vacas que llegan a mis oídos?"

Saúl le respondió: "Esos animales fueron traídos de Amalek. El pueblo dejó con vida a las mejores ovejas y vacas, para sacrificarlas a Dios. Todo lo demás fue destruido".

Pero Samuel dijo: "¡Suficiente! Escucha bien lo que Dios me dijo durante la noche".

"Te escucho", le respondió Saúl.

Samuel dijo: "A pesar de que tú mismo te consideres insignificante, ¿no eres el jefe de las tribus de Israel? Dios te ungió como rey sobre Israel. Y Él te dio una misión, cuando te dijo: 'Ve y destruye por completo a ese pueblo malvado, a los amalequitas. Combátelos, hasta acabar con todos ellos'. Entonces, ¿por qué no has obedecido lo que Dios te ordenó, sino que has traído contigo lo que le quitaste a tus enemigos y has actuado mal a los ojos de Dios?"

Saúl le respondió: "Pero yo cumplí con lo que me ordenó el Eterno. Cumplí con la misión que me encargaron. Destruí por completo a los amalequitas, y como prueba he traído a Agag, su rey. Los soldados tomaron lo mejor de las ovejas y las vacas para ofrecer sacrificios al Eterno, tu Dios, en Guilgal". (Samuel I 15:13-21)

Saúl inventó excusas. No era su fracaso, era culpa de sus soldados. Además, tanto él como sus soldados tenían las mejores intenciones. Las ovejas y vacas habían sido cuidados para ofrecerlos como sacrificios. Saúl no mató al rey Agag sino que lo tomó prisionero. Samuel no se conmovió. Le dijo: "Dado que rechazaste la palabra del Eterno, Él te ha rechazado como Rey" (Samuel I, 15:23). Sólo entonces Saúl admitió: "He pecado" (15:24). Pero en ese momento ya era demasiado tarde. Él había demostrado que no era digno de dar comienzo a la línea dinástica de Israel.

Hay una cita apócrifa atribuida a diversos políticos: "Claro que sigo al partido. A fin de cuentas, soy su líder".(1) Hay líderes que siguen en lugar de liderar. Rav Israel Salanter los comparó con un perro que pasea con su dueño. El perro corre adelante, pero todo el tiempo gira la cabeza para ver si va en la dirección correcta. El perro puede pensar que está liderando el camino, pero en verdad está siguiendo a su amo.

En una lectura superficial, podemos entender que eso fue lo que ocurrió con Aharón en la parashá de esta semana. Moshé ya llevaba cuarenta días en la montaña. El pueblo estaba asustado. ¿Acaso había muerto? ¿En dónde estaba? Sin Moshé se sentían perdidos. Él era su punto de contacto con Dios. Él efectuó los milagros, partió el mar, les dio agua para beber y alimento para comer. Así describe la Torá lo que ocurrió a continuación:

El pueblo vio que Moshé se había demorado en descender de la montaña, y se congregó alrededor de Aharón y le dijeron: "Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque no sabemos qué ha sido de este hombre Moshé que nos sacó de Egipto". Aharón les dijo: "Despréndanse d ellos zarcillos de oro que están en las orejas de sus mujeres, de sus hijos y de sus hijas, y tráiganmelos". Entonces todo el pueblo se desprendió de los zarcillos de oro que tenían en sus orejas y los llevaron a Aharón. Él los tomó de sus manos, le dio forma con un buril e hizo un becerro de fundición. Ellos dijeron: "¡Este es tu dios, Israel, que te hizo salir de la tierra de Egipto!" (Éxodo 32:1:4)

Dios se enojó. Moshé le suplica que perdone al pueblo. Luego Moshé desciende de la montaña, ve lo que ha ocurrido y quiebra las Tablas de la Ley que bajó con él; quema el ídolo, lo pulveriza, lo mezcla con agua y hace que los israelitas beban esa agua. Luego le pregunta a su hermano Aharón: "¿Qué has hecho?".

Aharón le respondió: "No se encienda la ira de mi señor. Tú conoces al pueblo, que tiende al mal. Ellos me dijeron: 'haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque no sabemos qué ha sido de este hombre Moshé que nos sacó de Egipto'. Entonces yo les dije: '¿Quién tiene oro?' Ellos se desprendieron del oro y me lo dieron, yo lo arrojé al fuego y salió este becerro" (Éxodo 32:22-24)

Aharón culpa al pueblo. Ellos fueron quienes llegaron con el pedido ilegítimo. Él niega la responsabilidad por hacer el becerro. Simplemente ocurrió. "Yo lo arrojé al fuego y salió este becerro". Es la misma clase de negación de responsabilidad que encontramos en la historia de Adam y Javá. El hombre dijo: "Fue la mujer". La mujer dijo: "Fue la serpiente". Ocurrió. No fui yo. Yo fui la víctima, no el perpetrador. En cualquier persona, esta evasión es una falla moral; en un líder como Saúl el Rey de Israel y Aharón el Gran Sacerdote, era mucho más grave.

Lo extraño es que Aharón no fue castigado de inmediato. De acuerdo con la Torá, él fue condenado por otro pecado cuando años más tarde, él y Moshé hablaron con enojo contra el pueblo cuando se quejaron porque no tenían agua: "Aharón será recogido a su pueblo. Él no entrará a la tierra que Yo he entregado a los hijos de Israel, por cuanto ustedes se rebelaron contra Mi palabra en las aguas de Meribá" (Números 20:24).

Sólo más tarde, en el último mes de vida de Moshé, Moshé le dijo al pueblo algo que había mantenido callado hasta ese momento: "Pues temía de la ira y la cólera de Dios, porque Él se había enfurecido con ustedes y quería exterminarlos. Y Él me escuchó también en aquella ocasión. Y Dios se enfureció mucho con Aharón, para aniquilarlo, así que también recé por Aharón en ese momento" (Deuteronomio 9:19-20). De acuerdo con las palabras de Moshé, Dios estaba tan enojado con Aharón por el pecado del becerro de oro que estuvo a punto de matarlo, y lo hubiera hecho de no ser por la plegaria de Moshé.

Es fácil criticar a las personas que fallan en la prueba del liderazgo cuando se trata de oponerse a la multitud, desafiar el consenso, bloquear el camino que la mayoría intenta tomar. La verdad es que es difícil oponerse a la masa. Pueden ignorarte, quitarte del medio, incluso asesinarte. Cuando una multitud se sale de control no hay una solución elegante. Incluso Moshé fue impotente ante las demandas del pueblo durante el episodio de los espías (Números 14:5).

Tampoco para Moshé fue sencillo restaurar el orden. Ahora tuvo que dar un paso dramático: quebrar las Tablas y pulverizar el becerro. Luego pidió ayuda y la recibió por parte de los levitas. Ellos tomaron represalias contra la multitud, y ese día mataron a tres mil personas. La historia juzga a Moshé como un héroe, pero bien podría haber sido visto por sus contemporáneos como un autócrata brutal. Gracias a la Torá, nosotros sabemos lo que pasó entre Dios y Moshé en ese momento. Los israelitas que esperaban al pie de la montaña no sabían nada respecto a lo cerca que estuvieron de ser destruidos por completo.

La tradición trata con amabilidad a Aharón. Se lo presenta como un hombre de paz. Quizás por eso fue elegido como Gran Sacerdote. Hay más de una clase de liderazgo, y el sacerdocio implica seguir reglas, no tomar posición ni influir sobre la masa. El hecho de que Aharón no fuera un líder en el mismo molde que Moshé no significa que fuera un fracaso. Significa que estaba hecho para cumplir un papel diferente. Hay momentos en los que necesitas a alguien con el coraje para enfrentarse a la multitud y otros en los que hace falta alguien que sea un pacificador. Moshé y Aharón eran diferentes. Aharón fracasó cuando tuvo que tomar un rol como el de Moshé, pero se convirtió en un gran líder por derecho propio en una capacidad diferente. Y como dos líderes diferentes trabajando juntos, Aharón y Moshé se complementaban mutuamente. Ninguna persona puede hacerlo todo.

La verdad es que cuando una multitud se sale de control, no hay una respuesta sencilla. Por eso, todo el judaísmo es un largo seminario sobre la responsabilidad individual y colectiva. Los judíos no deben transformarse en multitudes. Cuando lo hacen, hace falta que llegue un Moshé para restaurar el orden. Pero otras veces, hace falta que llegue un Aharón para mantener la paz.


NOTAS

  1. Esta frase fue atribuida a Benjamín Disraeli, Stanley Baldwin y Alexandre Auguste Ledru-Rollin
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