El falsificador que salvó a 14.000 judíos

02/02/2023

8 min de lectura

En su adolescencia, Adolfo Kaminsky falsificó pasaportes para ayudar a que niños pudieran huir de los nazis.

Adolfo Kaminsky, un héroe del Holocausto, falleció hace poco a los 97 años.

La vida de Adolfo Kaminsky refleja muchos de los violentos cambios que sufrió la vida judía en el siglo XX. Sus padres eran judíos de Rusia. Su madre, Ana, huyó a Argentina para escapar de los pogromos de principios del siglo XX. Salomón, el padre de Adolfo, fue enviado a Buenos Aires por un periódico judío comunista. Él y Ana se conocieron y formaron su familia en Argentina. Adolfo, su hijo menor, nació allí en 1925.

A comienzos de la década de 1930, la familia se fue a vivir al pueblo de Vire, en la región de Normandía, al norte de Francia. Eran terriblemente pobres y Adolfo dejó la escuela a los 13 años para ir a trabajar. Él pasó por diversos trabajos hasta que finalmente encontró uno que le gustaba mucho, trabajando para alguien que teñía telas. Le gustaba tanto el aspecto químico de su trabajo que tomó un segundo trabajo como asistente de un químico en una lechería. Las lecciones que aprendió allí lo ayudarían más adelante en su nueva vida como miembro de la resistencia, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial.

Prisionero en Drancy

En 1940, Alemania invadió Francia. Adolfo y su familia, al igual que todos los judíos, fueron obligados a registrarse ante las autoridades locales. Al año siguiente, en agosto de 1941, los nazis establecieron un campo de concentración en las afueras de París, en el suburbio de Drancy. El primer contingente de judíos que enviaron al campo estaba conformado por 4.200 hombres judíos que habían sido arrestados en París. Muy pronto, los judíos de toda la Francia ocupada fueron transferidos a Drancy.

Bajo el control de policías franceses, Drancy era un área de detención de los judíos antes de deportarlos a Auschwitz. Construido para albergar a 700 prisioneros, en su momento pico hubo allí diez veces ese número. Las condiciones dentro de Drancy eran terribles. Muchos murieron de enfermedades y malos tratos. Los niños pequeños eran arrancados de sus padres cuando entraban al campo.

Adolfo y su familia fueron enviados a Drancy en 1941. "Yo sabía lo que esperaba a quienes eran deportados", recordó posteriormente. Como ciudadanos argentinos, los hermanos de Adolfo tenían la esperanza de salvarse. Uno de sus hermanos escribió cartas desesperadas al consulado argentino mientras estaban prisioneros. Como argentinos, tenían permitido enviar cartas, un derecho que se le negaba a otros prisioneros. Finalmente, las autoridades argentinas intervinieron y Adolfo, sus dos hermanos mayores y sus padres fueron liberados.

Entrar en contacto con la resistencia

"Pero seguíamos estando en peligro. Teníamos que desaparecer", recordó Adolfo años más tarde.

Su padre se puso en contacto con un miembro del movimiento de resistencia francés, y pidió ayuda para obtener documentos falsos para ocultar sus identidades judías. Su padre envió a Adolfo, que en ese momento tenía 16 años, a encontrarse con un contacto de la resistencia. "Me encontré con un hombre pequeño que usaba el apodo 'pingüino'. Él me dijo: 'te haré pasar por un estudiante'". Adolfo le explicó que tenía que ir a trabajar, y el miembro de la resistencia le preguntó cuál era su trabajo. "Tiño telas", respondió Adolfo.

Ese fue un momento clave que salvó no sólo la vida de Adolfo sino la de otros miles. El miembro de la resistencia miró a Adolfo a los ojos y le preguntó: "¿Tiñes telas? ¿Sabes cómo quitar manchas de tinta?". Adolfo respondió afirmativamente y fue reclutado para ayudar en la lucha.

Él se unió a una unidad elite de la resistencia llamada "La Sixieme", que se dedicaba a alterar documentos oficiales. Toda la vida de Adolfo lo había preparado para ese momento. En la escuela, él había trabajado en el periódico escolar, y sabía mucho sobre fuentes y cómo crear documentos que parecieran oficiales. Al teñir telas había aprendido cómo disolver la tinta, y en su trabajo en la lechería había aprendido que el ácido láctico que contiene la leche puede disolver la tinta, incluso la tinta azul "indeleble" de Waterman, que se usaba en los documentos de identidad franceses.

Documentos falsificados por Adolfo Kaminsky

Adolfo no estaba acostumbrado a transgredir la ley, y nunca pudo olvidar el momento en que lo hizo para crear su primer documento falsificado: su propio documento de identidad. Creó una cédula de identificación falsa con el nombre Julien Adolphe Keller, nacido en Alsacia. También creó un pasaporte falsificado, un certificado de bautismo y un certificado de nacimiento para consolidar su nueva identidad. Este era un patrón que repetiría una y otra vez, miles de veces, creando identidades completamente nuevas para los judíos franceses, para ayudarlos a esconderse y escapar de Francia.

Los judíos franceses estaban en peligro

A comienzos de 1942, en la conferencia de Wannsee, decidieron el destino de los judíos de Europa: el asesinato a gran escala de todos los hombres, mujeres y niños judíos se adoptó como la política oficial nazi, aplicable en todos los territorios que habían ocupado. En Francia, el efecto fue inmediato. Los judíos fueron detenidos y deportados a Auschwitz en masa. El 16 y 17 de julio de 1942, la policía francesa arrestó en París a 13.000 judíos y los envió al velódromo d'Hiver, donde estuvieron encarcelados bajo el calor del verano durante varios días, sin recibir agua ni comida. A fines de 1942, 42.000 judíos franceses habían sido deportados desde el campo de concentración de Drancy.

Una de estas redadas de judíos destrozó el mundo de Adolfo. Su madre, Ana, se enteró que habría un arresto masivo de judíos y viajó a París para advertirle a uno de los hermanos de Adolfo que corría riesgo de ser arrestado. Ana fue asesinada en el tren cuando regresaba a su casa. Después de esto, Adolfo se dedicó todavía más a su trabajo.

"Como cubierta, nos hacíamos pasar por pintores", contó. Era una forma ideal de explicar el olor a químicos que impregnaba el departamento donde trabajaban Adolfo y sus colegas. La historia satisfizo a los vecinos. "También al inspector que llegó para leer el medidor de electricidad. Cada vez que venía a nuestro laboratorio, nos felicitaba por nuestros cuadros". Adolfo construyó un equipo para envejecer documentos a partir de artículos domésticos comunes, como una pipa y una rueda de bicicleta. "Hicimos cédulas de identidad, cartillas de racionamiento, cartillas de tabaco, actas de bautismo, actas de matrimonio, actas de nacimiento… Ellos no sabían quién fue el que los salvó. Yo era un extraño", describió en un documental que su hija Sará ayudó a hacer sobre su vida con "The New York Times".

Salvarse por un pelo

Comenzó a correrse la voz de que en París trabajaba un maestro falsificador. La policía francesa y los funcionarios nazis estaban decididos a encontrar al fugitivo a toda costa. Un día, los oficiales de policía entraron al vagón del Metro de París en el cual viajaba Adolfo, buscando al falsificador. Comenzaron a recorrer el pasillo gritando: "¡Control de identidad! ¡Búsqueda general!". Se detuvieron frente a Adolfo y exigieron ver qué llevaba en su bolso.

Allí estaba el material falsificado que ellos buscaban: sellos de goma, lapiceras, una abrochadora y 50 cédulas de identidad en blanco. Adolfo, que era un delgado adolescente, miró a los oficiales y fanfarroneó. "¡Sándwiches!", les dijo ofreciéndoles su bolso. "¿Quieren ver uno?" Los oficiales sacudieron la cabeza y siguieron adelante. Nunca se les ocurrió que un niño pudiera ser el falsificador que estaban buscando.

"Si yo dormía una hora, morirían 30 personas"

Adolfo era tan exitoso que su célula de la resistencia se convirtió en un imán de pedidos de documentos falsos para ayudar a los judíos a evitar ser detenidos en todo Francia, especialmente a los niños. Un día, Adolfo y sus colegas recibieron un pedido que parecía imposible: un grupo de la resistencia quería sacar a 300 niños judíos hacia Suiza u otro lugar seguro. Ellos querían que Adolfo creara 300 certificados de nacimeinto, 300 certificados de bautismo y 300 cartillas de raciones. Tenía tres días para completar la tarea.

Adolfo con su hija Sará

"Mi mayor temor era cometer un error técnico, un pequeño detalle que pudiera pasar por alto", explicó Adolfo. "De cada documento dependía la vida o la muerte de un ser humano. Por lo que trabajé, trabajé, y seguí trabajando hasta que me desmayé. Cuando me desperté, seguí trabajando. No podíamos detenernos... En una hora podía hacer 30 documentos. Si yo dormía una hora, morirían 30 personas".

Terminó la tarea justo a tiempo. Ese ritmo de trabajo agotador tuvo consecuencias. Después de años de arduo trabajo, Adolfo perdió la vista de un ojo. Él calculó que creó documentos para 14.000 judíos, la mayoría de ellos niños.

Ayudar al movimiento Brijá y al Irgún

El trabajo de Adolfo como falsificador no concluyó con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ya en 1944, los partisanos judíos de la Tierra de Israel comenzaron a planear cómo ayudar a los judíos que habían sobrevivido al Holocausto, para partir de Europa y navegar al Mandato de Palestina. "Brijá" en hebreo significa escape, y fue el nombre que recibió el audaz y ultrasecreto plan para llevar a los desesperados sobrevivientes del Holocausto a la Tierra de Israel.

En ese momento, los británicos controlaban la Tierra de Israel, y se oponían a cualquier inmigración judía. Sin embargo, después del Holocausto, había casi un cuarto de millón de judíos sobrevivientes en campos de refugiados en Alemania, Austria e Italia con el objetivo de viajar a puertos a lo largo del Mediterráneo y subir a barcos que los llevaran a la Tierra de Israel, o al Mandato de Palestina, como era llamado en ese momento. Miles de judíos lograron llegar al sur de Italia, donde los esperaban barcos de Brijá que intentarían superar el bloqueo británico y llevarlos al puerto de Haifa.

Adolfo creó documentos falsos para los judíos que querían inmigrar a Palestina. Posteriormente él se fue a Israel y trabajó como falsificador para el Irgún, el movimiento clandestino judío que luchó por la independencia judía del dominio británico.

Acosado por el pasado

Adolfo siguió trabajando como falsificador para diversos movimientos políticos radicales de todo el mundo, incluso en Argelia, donde vivió un tiempo, y en América Latina. Nunca le contó a su familia sobre su activismo político. A partir de 1970, comenzó a trabajar como fotógrafo artístico, capturando paisajes urbanos y otras imágenes bellas en Francia. Sin embargo, seguía atormentado por el Holocausto y la pérdida de muchos de sus amigos, parientes y compañeros de la Resistencia durante el Holocausto. Muchos de sus amigos de la resistencia francesa que sobrevivieron, se suicidaron después de la guerra.

"Recuerdo que un día llamé a todas las puertas de una lista que había recibido el día anterior y pasé las noche aprendiéndola de memoria. Los nombres y las direcciones de decenas de familias judías que serían tomadas prisioneras al día siguiente, al amanecer. Recuerdo a una viuda de la calle Oberkampf, llamada Madam Drawda. Cuando le ofrecí documentos falsos, se ofendió: '¿Por qué voy a tener que esconderme? No he hecho nada, estamos en Francia desde hace muchas generaciones'. Intenté todo para convencerla. Sabía que si se quedaba, ella y sus hijos serían deportados y morirían".

Probablemente ella y sus hijos murieron.

"Continué luchando. Pienso que eso fue lo que me salvó", explicó Adolfo. Al ayudar a grupos de resistencia por todo el mundo, pudo sentir que seguía ayudando a otros y marcando una diferencia.

Adolfo se casó con Heanine Korngold en 1952, pero se divorciaron muy pronto. Muchas décadas más tarde volvió a casarse. Él falleció el 9 de enero del 2023, y dejó a su esposa y cuatro hijos, además de nueve nietos. "Tuve una vida muy feliz con una esposa adorable e hijos", explicó en un documental sobre su vida del 2017. "Realmente es algo para estar orgulloso. Pero hay demasiados cadáveres. Si no hubiera podido hacer nada, no habría sido capaz de soportarlo".

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