Hamás debe rendirse o ser eliminado

20/02/2024

5 min de lectura

La solución de dos estados no podrá emerger mientras tantos palestinos sigan rechazando la existencia de un estado judío.

Durante la noche del 7 de octubre, mi esposa Laureen me despertó para mostrarme las horrorosas imágenes de Israel que aparecieron en su teléfono. Como millones en Israel y en todo el mundo, nos sentimos sacudidos y asqueados en múltiples niveles.

Ya habíamos pasado un año y medio viendo el ataque no provocado del ejército ruso a su pacífico vecino ucraniano. Habíamos visto cadáveres, familias quebradas y comunidades bombardeadas. Lamentablemente, ese sólo es uno de los muchos conflictos violentos que hay hoy en el mundo. Cada una de esas imágenes hiere el corazón.

Sin embargo, esto era diferente. La naturaleza sistemática del asesinato y la evidente alegría con la que se llevaba a cabo, mostraba algo más oscuro que la guerra misma. Recordaba las cosas de las que fue testigo el mundo de mi padre.

Esto puede no haber sido un Holocausto en su alcance, pero lo fue en su forma.

Estos no eran asesinatos al azar. Era más que un ajuste de cuentas de algunos problemas intercomunitarios. Incluso iba más allá de la brutal acción militar. Eran actos de exterminio, no el asesinato de un mero enemigo, sino de aquellos que, a los ojos de los asesinos, eran menos que humanos, cuya existencia misma debía considerarse un flagelo. En síntesis, era la necesidad de cometer un genocidio en su forma más malvada.

Esto puede no haber sido un Holocausto en su alcance, pero lo fue en su forma. Y para la nación israelí, nacida bajo la sombra del Holocausto, no puede interpretarse de otra manera.

Esto tampoco puede interpretarse como un episodio aislado de violencia antisraelí. Fue la consecuencia de décadas de adoctrinamiento antisemita institucionalizado de una población, adoctrinamiento al punto en que tales actos asesinos no son considerados sólo como convenientes o tolerables, sino como necesarios y dignos de elogio.

El mundo (por lo menos nosotros en el Occidente) dijo "nunca más" al Holocausto y a las fuerzas que le dieron lugar. En aquel entonces sólo podíamos hacer esa promesa. El pueblo judío, medio aniquilado y sin una patria, no podía hacerlo en su propio nombre. Hoy pueden actuar y hacer cumplir esa promesa. Y, con toda razón, preguntan si honraremos nuestra palabra.

Desde esa perspectiva, el objetivo de la guerra para Israel, la eliminación del régimen de Hamás en Gaza, es esencial. Dejar el trabajo sin terminar, tolerando la existencia de Hamás y sus actos, ya se ha intentado y ha fallado. De forma razonable, no se le puede pedir al pueblo de Israel que retorne al estatus quo previo a la guerra. Esa es la posición que nuestras propias naciones adoptaron hacia los ataques lanzados en nuestra contra por la Alemania nazi. Israel tiene ahora el derecho absoluto a una seguridad completa tal como nosotros lo tuvimos entonces.

Por supuesto, todos deseamos que la guerra termine. Desde el continuo sufrimiento de los rehenes israelíes y sus familias a los niños palestinos atrapados en medio de los bombardeos, en ambos lados hay personas inocentes que han sufrido de forma espantosa. Por lo que esta guerra debe terminar. Y debe terminar de la misma manera que terminó nuestra guerra con los nazis, con el rendimiento incondicional de sus perpetradores. Les digo a los amigos de Israel: dejen de pedir que Israel se detenga antes de obtener la victoria. En cambio, presionen a Hamás, directamente y a través de sus aliados y socios, para obligarlos a capitular.

Una solución de dos estados no surgirá mágicamente, por la misma razón que no ocurrió en todos los años desde 1947, porque demasiados palestinos la rechazan.

Después de eso, como también nos enseñó la Segunda Guerra Mundial, comienza el trabajo todavía más difícil: asegurarnos de alcanzar la paz. Una vez más deben guiarnos nuestras propias experiencias como democracias occidentales. Sí, ayudamos a Alemania a reconstruirse. Pero también insistimos en deconstruir las ideologías que llevaron a su agresión. Y exigimos que aceptaran plenamente la ética de la coexistencia pacífica. Sólo entonces fue restaurada su soberanía y se afirmó su membresía en la familia de las naciones libres.

Sólo sobre esta base, las sugerencias de que un ejército israelí victorioso simplemente deba salir de Gaza y asumir que de la nada surgirá una "solución de dos estados", son hipócritas y nada sinceras. Me atrevo a decir que también es muy tonto. Eso es precisamente lo que Israel hizo en el 2005, y por eso terminamos donde estamos hoy en día.

Una solución de dos estados no surgirá mágicamente, por la misma razón que no ocurrió en todos los años desde 1947, porque demasiados palestinos la rechazan. El problema principal no es Israel. Sí, en Israel hay obstáculos que algún día deben ser superados. Pero Israel podría haber incorporado a todo el territorio palestino hace mucho tiempo, y no lo ha hecho.

En contraste, generaciones de palestinos han sido inculcados con mantras de un único estado: "desde el río hasta el mar", "el derecho de retorno", "colonos ocupantes", etc. En su corazón rechazan categóricamente el derecho a existir de un estado judío en cualquier porción de la tierra del antiguo mandato de Palestina. Debemos dejar de fingir que se puede buscar una solución de dos estados frente a la continua propagación de este punto de vista. Sí, debemos desarrollar una hoja de ruta que conduzca a un estado palestino, e Israel debe contribuir a eso. Pero no se le debe pedir a Israel que siga ese camino mientras se permite que sigan floreciendo tales ideologías del lado palestino.

Sin embargo, hay todavía una imagen mayor que el Occidente debe entender. Esta guerra no es un conflicto aislado entre israelíes y palestinos. Es el producto de una fuerza mucho mayor y mucho más peligrosa.

Antes del 7 de octubre, estábamos entrando a un nuevo Medio Oriente. Se estaba creando una nueva generación de líderes árabes. Decididos a ser sociedades con liderazgo mundial, estaban dejando de lado los odios religiosos del pasado y comenzaron a firmar los acuerdos de Abraham. El reino de Arabia Saudita estaba profundizando su relación con Israel mientras continuaba con una ambiciosa agenda de modernización que lamentablemente sigue siendo subestimada en el Occidente.

Es el momento de apoyar a Israel con claridad, consistencia y fuerza, no sólo porque es lo correcto, sino porque es lo mejor para la paz y la seguridad global.

Sin embargo, a pesar de todos estos desarrollos, algunos en las capitales occidentales eligen seguir buscando una reconciliación con un régimen iraní cuya visión no podría ser más diferente. De esta forma, miran a otro lado mientras Teherán continúa alentando la jihad medieval y sigue buscando construir un imperio teocrático. Observamos cómo lentamente se fueron apoderando de Iraq, el Líbano, Siria, Yemen y, por supuesto, Gaza. Ignoramos el consejo tanto de los aliados árabes como israelíes de oponernos a esas amenazas, e incluso criticamos las acciones diseñadas en su contra.

En este contexto, el apoyo de Occidente a la guerra de Israel va más allá de la obligación moral. No es más que un pequeño paso para responder a un desafío mucho mayor que deberemos enfrentar. No hablo sólo de que vuelvan a ocurrir ataques terroristas al estilo del 11 de septiembre. Ni me refiero sólo a los crecientes ataques sobre claves vías marítimas internacionales, tan alarmantes como lo son. Me refiero a la amenaza real, potencialmente global, de un poderoso estado regional que combina una ideología agresiva y malévola con la búsqueda de llegar a tener armas nucleares. Espero que logremos entender esta imagen más amplia antes de que sea demasiado tarde.

Hace casi exactamente diez años, me dirigí a la Kneset israelí. Dije que el Canadá que yo representaba estaría con Israel "a través del fuego y del agua". Lo dije en serio, y los canadienses por quienes hablé lo siguen creyendo, al igual que cientos de millones de personas en todo el mundo.

Porque sabemos lo que nos ha demostrado la historia: que el antisemitismo y el antisionismo siempre son el proverbial canario en la mina de carbón. Aquellos que abrazan tales odios tribales y sectarios, invariablemente, con el tiempo apuntan sus armas mucho más allá del pueblo judío. De hecho, si abrimos los ojos, veremos que ya lo están haciendo.

En síntesis, este es el momento de apoyar a Israel con claridad, consistencia y fuerza, no sólo porque es lo correcto, sino porque es lo mejor para la paz y la seguridad global.


Stephen J. Harper, ex Primer Ministro de Canadá.

Esta editorial apareció originalmente en "The National Post".

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