La bendición de las preguntas sin respuesta

04/02/2024

4 min de lectura

No es sabio pensar que lo sabes todo.

Isidor Isaac Rabi recibió el premio Nobel de física por su descubrimiento de la resonancia magnética nuclear, utilizada en todo el mundo en las máquinas de resonancia magnética (MRI). Él nació en una familia judía en Hungría y llegó a los Estados Unidos cuando era un niño pequeño. Una carta al New York Times en 1988, publicada poco después de que Rabi falleciera, contó una historia increíble.

Una vez le preguntaron a Rabi: “¿Por qué te convertiste en científico y no en médico, abogado o empresario, como el resto de los hijos de inmigrantes en tu barrio?”.

Rabi respondió: “Mi madre me convirtió en científico sin siquiera tener la intención de hacerlo. En Brooklyn, cuando los niños volvían de la escuela, todas las otras madres judías les preguntaban: '¿Aprendiste algo hoy?'. Pero en cambio mi madre me decía: 'Izzy, ¿formulaste una buena pregunta hoy?' Esa diferencia —el hecho de formular buenas preguntas— me llevó a convertirme en científico”.

En nuestra época, no faltan buenas preguntas. Con cada día que pasa, el mundo se vuelve más complicado y confuso. Sin embargo, a pesar de la complejidad de las preguntas que enfrentamos, y sin importar nuestra propia ignorancia o analfabetismo sobre cualquier tema, queremos dar la respuesta. No dudamos en opinar o apostar a algo.

La tecnología abre puertas a más información y respuestas, pero también nos proporciona un caso gigante de exceso de confianza.

En verdad, no es ninguna sorpresa. Vivimos en la era de la información, con acceso a terabytes de información en la punta de nuestros dedos, ofreciendo respuestas casi a cualquier cosa en milésimas de segundos. Podemos consultar videos en línea y reparar nuestros propios autos, instalar nuestro propio sistema de alarmas, reemplazar el tablero de control del secarropas o diseñar complejas hojas de cálculo. No debería sorprendernos el hecho de sentimos capaces y con derecho a entender cualquier situación y tener respuestas para todo.

Pero la verdad es que si bien la tecnología abre puertas a más información, a instrucciones más accesibles e incluso a respuestas, también nos proporciona un caso gigante de exceso de confianza.

Un estudio realizado en el 2015 reveló que los nuevos graduados universitarios sobreestiman enormemente cuánto saben sobre su área de estudio concentrado y subestiman dramáticamente cuánto ya han olvidado. Los psicólogos sociales le llaman a esto la “ilusión de la profundidad explicativa”: asumir que puedes escribir o hablar extensamente sobre un tema en particular, cuando en realidad apenas puedes rascar la superficie. Otro factor que colabora en este sentido es el efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo que engaña a las personas haciéndoles creer que son más inteligentes y que tienen más habilidades de lo que realmente tienen.

En su libro del 2011, Pensar rápido, pensar despacio, Daniel Kahneman, el economista ganador del premio Nobel, consideró que el exceso de confianza es el primer sesgo que eliminaría si tuviera una “varita mágica”. El exceso de confianza ha sido culpado por el hundimiento del Titanic, el accidente nuclear en Chernobyl, las pérdidas de los transbordadores espaciales Challenger y Columbia, la riesgosa crisis de hipotecas en el 2008, el derrame de aceite en el Golfo de México y mucho más.

El exceso de confianza ha sido culpado por el hundimiento del Titanic, el accidente nuclear en Chernobyl, la riesgosa crisis de hipotecas en el 2008, y mucho más.

El exceso de confianza no sólo es responsable por desastres naturales y grandes calamidades, sino que también es una causa central de quiebre en las relaciones, de sueños fallidos y problemas de fe para innumerables individuos. Si alguien cree y se comporta como si tuviera un monopolio sobre la verdad, y se posiciona como la fuente de todas las respuestas, alejará a todos los que lo rodean, sean amigos, compañeros de estudio, colegas o, lo más significativo, su pareja y sus hijos. Una relación genuinamente sana requiere humildad y modestia, apertura para ser influenciado y un compromiso para entender a los demás tanto como para ser entendido por ellos.

Mark Twain dijo: “Lo que te mete en problemas no es lo que no sabes, sino lo que sabes con certeza que no es así”. Una persona inteligente no es aquella que sabe más, sino la que sabe cuán poco sabe. “¿Quién es el hombre sabio?", pregunta la Mishná. “Aquel que aprende de cada persona”. La persona más inteligente en una sala es aquella que sabe que tiene algo que aprender de todos los demás.

Saber que la respuesta para casi todo está en una simple búsqueda de Google nos condiciona a sentir que sabemos mucho más de lo que sabemos en realidad, y más seguros de nosotros mismos de lo que deberíamos estar.

La prueba de nuestra generación es evitar sentirnos arrogantes, presumidos o extremadamente confiados en que entendemos políticas, reglamentos, religión y vida. Cuando fallamos esa prueba, el impacto se siente en los matrimonios, en el estudio y en la fe.

No lo sé

El Rey Salomón describe sus esfuerzos por explorar, entender y tener las respuestas para todo. “Dije que seré sabio, pero se mantuvo esquivo para mí”. Salomón confiesa que él intentó, analizó, contempló, pero en definitiva se quedó corto; a pesar de ser el más sabio de los hombres, el entendimiento completo estaba fuera de su alcance.

La realidad es que hay algunas preguntas que simplemente no somos capaces de responder. Algunas preguntas no son para que nosotros las responsamos. Tenemos que aprender a cultivar la curiosidad, el interés y buscar respuestas, y al mismo tiempo reforzar la importancia de entender nuestro lugar y reconocer que no debemos tener la jutzpá de sentirnos con el derecho o incluso la capacidad de entender todo, y que a veces no hay nada de malo en vivir con una pregunta que no podemos responder. De hecho, hay en eso algo muy hermoso y mágico.

El Talmud (Brajot 4a) dice: “Enséñale a tu lengua a decir ‘no lo sé’, no vaya a ser que te enredes en una telaraña de engaño”.

Nuestros más grandes Sabios no dudaron en decir “no lo sé”, logrando que pensáramos mejor de ellos y que confiáramos más en lo que sí decían saber.

A veces la mejor respuesta a un desconcertante desafío teológico es que aún no lo sabemos, que todavía no podemos responderlo, que el asunto no está resuelto. Debemos inculcar la humildad de admitir que no sabemos y vivir con la tensión de una pregunta no resuelta.

Si queremos relaciones sanas y funcionales en nuestras vidas, si queremos tener éxito en nuestros sueños y ambiciones, si queremos vivir con fe, debemos reconocer que la confianza es una virtud, pero el exceso de confianza es un vicio muy peligroso. A medida que enfrentamos dilemas y circunstancias difíciles, mientras tratamos de encontrarle sentido a problemas y temas complicados, dejemos entrar un poco de luz dedicándole tiempo a la pregunta y apreciando su luz, y no corriendo a apagarla por correr a dar respuestas.

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Alberto Gurvich
Alberto Gurvich
20 días hace

El desastre del 7 de octubre fué un exceso de confianza de las autoridades israelíes

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