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A veces otras personas nos conocen mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. En el año 2000, un instituto británico de investigaciones judías propuso que los judíos de Gran Bretaña se redefinieran como un grupo étnico y no como una comunidad religiosa. Fue un periodista no judío, Andrew Marr, quien dijo lo que debería haber sido obvio: "Todo esto es agua poco profunda, y cuanto más avanzas menos profundos e vuelve".
Pero lo que me resultó inspirador fue lo que escribió a continuación: "Los judíos siempre tuvieron historias para el resto de las personas. Ellos tenían la Biblia, una de las obras más imaginativas del espíritu humano. Ellos han sido víctimas de lo peor que puede hacer la modernidad, un espejo de la locura occidental. Por encima de todo, tienen la historia de su supervivencia cultural y genética desde el imperio romano hasta el año 2000, creciendo y prosperando en medio de tribus europeas hostiles e incomprensibles".(1)
"Los judíos siempre tuvieron historias para el resto de las personas". Me encanta este testimonio. Y, de hecho, desde el principio, la narración de historias ha sido central para la tradición judía. Cada cultura tiene sus historias. (En una ocasión, Elie Wiesel dijo: "Dios creó al hombre porque a Dios le encantan las historias"). Es casi seguro que la tradición se remonta a los días en que nuestros antepasados eran cazadores-recolectores que contaban historias por la noche alrededor de la fogata. Somos el animal que cuenta historias.
Pero lo que es realmente destacable es la forma en la cual, en la parashá de esta semana, justo antes del Éxodo, Moshé les dijo tres veces a los israelitas cómo debían narrar la historia a sus hijos en las futuras generaciones.
Los israelitas todavía no habían partido de Egipto, sin embargo Moshé ya les estaba diciendo cómo contar la historia. Esto es lo extraordinario. ¿Por qué esta obsesión por narrar historias?
La respuesta más simple es que somos la historia que nos contamos a nosotros mismos.(2) Existe un nexo intrínseco, quizás necesario, entre la narrativa y la identidad. En las palabras del pensador que hizo más que la mayoría para llevar esta idea al centro del pensamiento contemporáneo, Alasdair Macintyre, "el hombre es en sus actos y su práctica, así como en sus ficciones, esencialmente un animal que narra historias".(3) Llegamos a saber quiénes somos al descubrir de qué historia formamos parte.
Jerome Bruner argumentó persuasivamente que la narrativa es central para la construcción de significado, y el significado es lo que crea la condición humana de la humanidad.(4) Ninguna computadora necesita que la persuadan de su propósito en la vida antes de hacer lo que se supone que debe hacer. Los genes no necesitan aliento motivacional. Ningún virus precisa un coach. No tenemos que entender su mentalidad para entender lo que hacen ni cómo lo hacen, porque no tienen ninguna mentalidad a la que se pueda acceder. Pero los humanos la tienen. Actuamos en el presente debido a las cosas que hicimos o nos ocurrieron en el pasado, y para lograr el futuro que deseamos. Incluso hablar de forma mínima para explicar qué estamos haciendo, ya es contar una historia. Tomemos por ejemplo a tres personas que comen una ensalada en un restaurante. Uno come ensalada porque tiene que bajar de peso; el segundo, porque es vegetariano por principio, y el tercero, para responder a las leyes dietéticas de su religión. Aquí hay tres personas que externamente parecen actuar de la misma manera, pero pertenecen a diferentes historias y diferentes significados para las personas involucradas.
¿Por qué pensar en la narración y el Éxodo?
Uno de los pasajes más impactantes que he leído sobre la naturaleza de la existencia judía se encuentra en "Consideraciones sobre el gobierno de Polonia" (1772), de Jean-Jacques Rousseau. Se trata de un lugar extraño para encontrar información sobre la condición judía, pero allí está. Rousseau habla de cuáles fueron los más grandes líderes políticos. Él dice que el primero fue Moshé, quien "formó y ejecutó la asombrosa empresa de instituir como organismo nacional a un enjambre de fugitivos miserables que no tenían artes, armas, talentos, virtudes ni coraje. Ni tenían una pulgada de territorio propio, era una tropa de extranjeros sobre la faz de la tierra".
Rousseau dice que Moshé se "atrevió a hacer de esa tropa errante y servil un cuerpo político, un pueblo libre, y mientras vagaba por el desierto sin siquiera una piedra sobre la cual poder apoyar la cabeza, les otorgó la institución verdadera, a prueba del tiempo, de la fortuna y de los conquistadores, que durante 5000 años no pudieron destruirla ni debilitarla". Esta nación singular, tantas veces subyugada y dispersa, "se ha mantenido sin embargo hasta nuestros días, dispersa entre las demás naciones, sin jamás fusionarse con ellas".(5).
El genio de Moshé residía en la naturaleza de las leyes que mantenían a los judíos como un pueblo aparte. Pero eso es sólo la mitad de la historia. La otra mitad la encontramos en la parashá de esta semana, en la institución de contar historias como un deber religioso fundamental, recordando y recreando cada año los acontecimientos del Éxodo y, en particular, haciendo que los niños sean centrales en la historia. Al observar que en tres de los cuatro pasajes de la narración (tres en nuestra parashá, el cuarto en Vaetjanán) se hace referencia a que los niños formulan preguntas, los Sabios sostuvieron que siempre que sea posible, la narración de la noche del Séder debe contarse en respuesta a una pregunta formulada por un niño. Si somos la historia que contamos sobre nosotros mismos, mientras no perdamos la historia, nunca perderemos nuestra identidad.
Esta idea quedó expresada hace algunos años en un encuentro fascinante. El Tíbet ha sido gobernado por los chinos desde 1950. Durante el levantamiento de 1959, la vida del Dalai Lama corría peligro, por lo que huyó a Dharamsala, en la India, donde él y muchos de sus seguidores han vivido desde entonces. Al darse cuenta de que su estancia en el exilio podría prolongarse, en 1992 decidió pedir consejo a los judíos, a quienes consideraba los expertos mundiales en mantener la identidad en el exilio. Él quería saber cuál era el secreto. La historia de ese encuentro de una semana fue contada por Roger Kamenetz en su libro "El judío en el loto".(6) Una de las cosas que le dijeron fue la importancia de la memoria y la narración para mantener viva la cultura y la identidad de un pueblo. Le hablaron sobre Pésaj y en particular el servicio del Séder. Así, en 1997, rabinos y dignatarios estadounidenses celebraron un servicio especial de Séder en Washington con el Dalai Lama. Luego el Dalai Lama escribió esto a los participantes:
En nuestro diálogo con rabinos y eruditos judíos, el pueblo tibetano ha aprendido acerca de los secretos de la supervivencia espiritual judía en el exilio, siendo uno de los secretos el Séder de Pésaj. A través del Séder, durante 2000 años, incluso en tiempos muy difíciles, el pueblo judío recordó su liberación de la esclavitud a la libertad y esto les ha traído esperanza en tiempos difíciles. Estamos agradecidos a nuestros hermanos y hermanas judíos por añadir a su celebración de la libertad el pensamiento de la libertad para el pueblo tibetano.
Las culturas están determinadas por la variedad de historias a las que dan origen. Algunas de ellas desempeñan un papel especial en la configuración del autoconocimeinto de aquellos que las relatan. Las llamamos narrativas maestras. Se trata de grupos grandes y continuos de personas: la tribu, la nación, la civilización. Mantienen unido al grupo horizontalmente a través del espacio y verticalmente a través del tiempo, dándole una identidad compartida que se transmite de generación en generación.
Ninguna ha sido más poderosa que la historia del Éxodo, cuyo marco y contexto se exponen en nuestra parashá. Esto les dio a los judíos la identidad más tenaz que jamás haya tenido una nación. En las épocas de opresión, les daba esperanzas de libertad. En tiempos de exilio, prometía el retorno. Les dijo a doscientas generaciones de niños judíos quiénes eran y de qué historia formaban parte. Se convirtió en la narrativa maestra de la libertad en el mundo, adoptada por una asombrosa variedad de grupos, desde los puritanos en el siglo XVII hasta los afroamericanos en el XIX y los budistas tibetanos en la actualidad.
Creo que soy un personaje de la historia de nuestro pueblo, con mi propio capítulo que escribir, al igual que cada judío. Ser judío es verse a sí mismo como parte de esa historia, hacerla vivir en nuestro tiempo y hacer todo lo posible para transmitirla a quienes vendrán después de nosotros.
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