Ideas
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No evadas al adicto. Abraza al ser humano que lucha con la adicción.
Le pedí a un grupo de estudiantes de enfermería que escribieran lo primero que les viene a la mente cuando escuchan la palabra "adicto".
Sus respuestas incluyeron: perdedor, ladrón, mentiroso, patético, indigente, fracasado, pobre, discapacitado, incompetente, culpable, vergonzoso.
Este ejercicio, y las respuestas que produjo, reforzaron mi creencia sobre el perdurable estigma de la adicción. En vez de dar la clase clínica planificada sobre la adicción, me alejé de lo que había preparado y compartí mis propias asociaciones de palabras conectadas al término adicto. Estas descripciones se basan en los individuos que conocí a lo largo de mis años de trabajo clínico.
Exitosa. Hablé sobre Cindy, una mujer de 40 años, directora ejecutiva de una compañía exitosa, quien llegó a tratamiento después de haber sido arrestada. Al conducir borracha, chocó contra una barrera de tráfico y como en el auto estaba su hija de 5 años, sus acciones cumplían los requisitos del delito de conducir bajo influencia del alcohol.
De acuerdo con los estándares sociales, Cindy tenía una vida soñada. Tenía un trabajo increíble, una casa hermosa e hijos bien educados. Pero también bebía alcohol a diario. Cindy sabía que beber no era ideal, pero se consideraba funcional, dada su habilidad de mantener una perfecta apariencia exterior. Durante el tratamiento, ella compartió que creció en un hogar rígido con expectativas muy altas, a las que siempre logró responder. Pero a pesar de todos esos éxitos, no encontró ninguna sensación de logro. Hasta que comenzó a beber. El alcohol le permitía sentir que había logrado algo a pesar de ser discapacitada. Beber la hacía sentirse exitosa tanto por fuera como emocionalmente. Cindy era adicta al alcohol.
Traumatizado. Compartí la historia de Jeff, quien tuvo la más horrenda infancia. Aparte del abuso físico que padeció en manos de su madre, él también vivió con un padre alcohólico cuyo abuso emocional competía con las cicatrices físicas que recibió de su madre. Jeff se escapó de casa a los 15 años, vivió en sillones de varios amigos hasta los 18, se enroló en el ejército y vio fallecer a su amigo cuando su jeep militar pasó por encima de un explosivo cuando luchaban en el exterior. Jeff resultó herido en el ataque y le prescribieron un opiáceo para ayudar a controlar el dolor. Además de aliviar su dolor físico, él notó que también lo ayudaba a bloquear los recuerdos del pasado y le permitía descansar su mente siempre vigilante.
Cuando su prescripción se agotó, Jeff comenzó a comprar pastillas en las calles. Debido a que el costo era exorbitante, decidió probar con una alternativa más barata que las pastillas: heroína. Jeff era adicto a los opiáceos.
Destacada en la generación. Monique fue criada por sus padres, quienes estaban física y emocionalmente disponibles. Eran una familia de clase media-alta y vivían en un barrio suburbano lleno de árboles. A Monique le gustaba bailar y formaba parte de la compañía de danzas local. En la escuela era querida por sus maestros y popular entre sus pares. Lo académico le parecía fácil y prosperaba en sus clases. Comenzó a tener dificultad en décimo grado, cuando las matemáticas le parecieron exigentes. Acostumbrada a la excelencia constante, este desafío "común y corriente" le provocó muchísimo estrés. Ella confió en una amiga, quien le ofreció una de sus pastillas de Adderall (dextroanfetamina y anfetamina), que le habían recetado para tratar su TDAH.
El Adderall le resultó muy efectivo. Monique, tomó Adderall cuando estudió para todos sus exámenes, eventualmente fue nombrada alumna destacada de su generación de secundaria. Su uso sin receta del Adderall escaló en la universidad, lo que llevó a que Monique consultara con un neuropsicólogo con la esperanza de conseguir un diagnóstico de TDAH para poder comprarlo con sus propias recetas. Cuando este plan falló, ella comenzó a comprar pastillas en el campus y eventualmente fue atrapada comprando de un oficial encubierto. Monique era adicta a los estimulantes.
Solitario. Dave nunca sintió que pertenecía a ninguna parte. Durante toda la escuela primaria nunca encajó. Si había una fiesta, no estaba invitado. Si los niños se reunían en el parque, él estaba sentado en su habitación, solo. Comenzó la secundaria de mala gana, asumiendo que estaba destinado a otros cuatro años de existencia antisocial. Hasta que conoció a Steven, quien el primer día de escuela lo invitó a sentarse con él en el almuerzo. Se llevaron bien y no tardo mucho hasta que Dave y Steven comenzaron a encontrarse después de la escuela.
Una tarde, mientras veían videos en la computadora portátil de Steven, él sacó un porro. Lo encendió y le ofreció a Dave una fumada. Dave se sorprendió. Él nunca había visto a nadie fumar marihuana. Pero Steven era su amigo, y no quería arriesgarse a dañar la relación. Si Steven lo hacía de forma tan natural, quizás estaba bien. Esa fue la primera vez que Dave fumó marihuana, pero su uso escaló rápidamente. Comenzó fumando sólo con Steven, pero luego empezó a fumar cada noche en su habitación. Dejaba la ventana abierta y sus padres nunca se dieron cuenta.
Hasta que la escuela hizo una prueba de droga aleatoria a todos los alumnos del noveno grado y Dave salió positivo. Dave era adicto a la marihuana.
Hablé sobre los innumerables padres, madres, hijas, hijos, esposas y esposas a quienes he tratado durante mis años de práctica. Cada persona con su compleja historia de vida. Cada ser humano cuya vida se volvió más difícil por su adicción. Cada miembro de una familia extendida que estaba sufriendo por su incapacidad de liberarse de las garras de su adicción.
Para ayudar adecuadamente a un individuo que lucha con la adicción, es importante acercarse a ellos desde un lugar de afecto y preocupación. Verlos de una forma denigrante no sólo es un error, sino que crea una base inestable de ayuda, lo que es poco probable que tenga éxito.
El destacado psiquiatra especialista en adicciones Dr. Gabor Maté explica este punto de forma muy bella: “Al relegar al adicto al fondo de las habilidades sociales y morales y en nuestro rechazo despectivo a él como persona, hemos creado las circunstancias exactas que hacen más probable que siga atrapado en la dependencia patológica a las drogas. No hay una isla de alivio, sólo un océano de desesperación" (In the Realm of Hungry Ghosts, pág. 319).
Dejé a los estudiantes de enfermería con el siguiente pensamiento: “Cuando cada uno de ustedes salga al mundo clínico, sin duda se encontrarán con adictos. Ellos son a menudo los casos más difíciles de tratar. Su tarea no es pensar en la persona que tienen frente a ustedes como un adicto. Si los identifican con esa etiqueta, con la descripción que escribieron en su tarjeta, entonces probablemente le proveerán una atención deficiente o dañina.
"En cambio, piensen en ellos como el familiar de alguien que podría beneficiarse de su cuidado y apoyo, un ser humano en extrema necesidad de su ayuda”.
Aunque mi presentación estaba dirigida a estudiantes de enfermería, esto también es relevante para aquellos que no son profesionales de la salud. De acuerdo con la Encuesta Nacional de uso de drogas y salud en los Estados Unidos del 2019, la incidencia de desórdenes de uso de sustancias en individuos a partir de los 12 años de edad es 7.4%. Para aquellos entre 18 y 25 años la tasa es de más del 14%.
La forma en que alguien piensa que será percibido juega un rol en su disposición a buscar ayuda. Tu amigo, pareja, hermana, hermano, hijo y compañero de trabajo pueden estar midiéndose con la adicción y sufriendo en silencio por miedo a cómo pueden llegar a ser juzgados. Esto incluso puede ser cierto contigo mismo.
Ver a la persona detrás de la conducta facilita que podamos preocuparnos por ella. Desmantela el estigma alrededor de la adicción y construye el camino para que uno se atreva a buscar ayuda y para brindar apoyo a aquellos que puedan necesitarlo. Elige relacionarte con el ser humano y no con el adicto. Después de todo, son la misma persona.
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