Los sacrificios después de dar a luz

8 min de lectura

Tazriá (Levítico 12-13 )

Al comienzo de esta parashá encontramos un grupo de leyes que llaman la atención a los comentaristas. Estas leyes se refieren a la mujer que acaba de dar a luz. Si ella tuvo un hijo varón, entonces "será impura durante un período de siete días, como durante los días de su flujo mensual". Entonces deberá esperar otros treinta y tres días antes de entrar en contacto con objetos sagrados o presentarse en el Templo. Si dio a luz a una niña, los dos períodos se duplican: estará impura durante dos semanas y deberá esperar sesenta y seis días. Entonces debía llevar dos ofrendas:

Al completarse los días de su purificación por un hijo o por una hija, deberá llevar un cordero de un año como ofrenda de ascensión y un palomino o un tórtolo en ofrenda de pecado, a la entrada de la Tienda del Encuentro, al cohen. [El cohen] ofrecerá delante de Dios [el sacrificio] y hará expiación por ella [por la mujer], y ella se volverá pura de la fuente de su sangre. Esta ley se aplica tanto a la mujer que da a luz a un niño o a una niña (Levítico 12:6-7).

Los problemas son obvios. ¿Por qué la mujer necesita llevar un sacrificio? Podríamos entenderlo si tuviera que llevar una ofrenda de agradecimiento, para agradecer por su recuperación y por su hijo. Pero no es esto lo que nos ordenan. Lo que debía llevar era una ofrenda de ascensión, lo que normalmente se llevaba tras cometer una grave ofensa, además de una ofrenda de pecado. Pero, ¿cuál fue su ofensa? ¿Cuál fue su pecado? Ella simplemente cumplió con el primer mandamiento de la Torá: ser "fructíferos y multiplicarnos" (Génesis 1:28). No hizo nada malo. ¿Por qué necesita expiar? Aquí hay algunas de las cosas que sugieren los comentaristas:

1. Rabenu Bejaia y Rabí Shlomo Efraim ben Aharón Luntschitz (Kli Iakar 1550-1619), sugieren que las ofrendas recuerdan el pecado de Javá en el Jardín del Edén y el castigo que le dio Dios: "Multiplicaré tu sufrimiento y tu embarazo; con dolor parirás hijos" (Génesis 3:16) (1).

2. El Ibn Ezra, siguiendo una sugerencia del Talmud, dice que durante la angustia del trabajo de parto, la mujer pudo tener pensamientos o expresar ideas que eran pecaminosas o de las cuales ahora se arrepiente (por ejemplo, jurar que no volvería a tener relaciones con su esposo) (2).

3. Najmánides dice que los sacrificios son una especie de "rescate" o una ofrenda de alivio por haber sobrevivido los peligros del parto, así como una forma de plegaria por una recuperación total (3).

4. Sforno dice que la mujer estuvo intensamente enfocada en el procvso físico que acompaña el nacimiento. Ella necesita tiempo y llevar una ofrenda para volver a dedicar sus pensamientos a Dios y a temas espirituales (4).

5. Rabí Meir Simja de Dvinsk dice que la ofrenda de ascensión es como una olat reiá, una ofrenda que se llevaba al Templo en las festividades, siguiendo la orden de "No te presentarás ante Mí con las manos vacías" (Éxodo 23:15). La mujer celebra su capacidad de presentarse ante Dios en el Templo (5).

Sin desplazar ninguna de estas ideas, podemos sugerir otro grupo de perspectivas. La primera se refiere a los conceptos fundamentales que dominan esta sección de Levítico, las palabras tamé y tahor, normalmente traducido como (ritualmente) "sucio/limpio" o "impuro/puro". Es importante señalar que estas palabras no tienen la misma resonancia que tienen en español. Tamé no implica impuro o profano. Se trata de un término técnico que significa que uno está en una condición que le impide entrar al Tabernáculo o al Templo. Tahor implica lo opuesto, es decir que está en una condición que le permite entrar.

¿Cómo debemos entender esto? El Tabernáculo, y posteriormente el Templo, eran símbolos de la presencia de Dios dentro el dominio humano; en el centro del campamento durante los años que estuvimos en el desierto, y en el centro de la nación, durante los años de la monarquía.

Pero eran sólo símbolos, porque en el monoteísmo Dios está igualmente en todas partes. Los conceptos mismos de lugar y tiempo en relación a Dios son metafóricos. No se trata de que Dios esté acá en vez de estar en otro lado, sino que nosotros, como humanos, sentimos Su presencia aquí más que en cualquier otra parte. Por lo tanto, era esencial que desde una experiencia humana, la experiencia de estar en el dominio de lo sagrado fuera una experiencia de pura trascendencia.

Dios es eterno, Dios es espiritual. Nosotros y el universo somos físicos y cualquier cosa física está sujeta al nacimiento, el crecimiento, el decline, la decadencia y la muerte. Estas son las cosas que deben ser excluidas del Santuario si queremos tener la experiencia de estar en presencia de la eternidad.

Por lo tanto, lo que nos impide entrar al Santuario es cualquier cosa que nos recuerde a nosotros o a otros nuestra mortalidad: el hecho de que nacimos y que un día moriremos. El contacto con la muerte, e incluso con el nacimiento, tiene este efecto. En consecuencia, ambos le impiden a la persona que tuvo esta clase de contacto, entrar al dominio de lo sagrado. Había procesos especiales, pero diferentes, para purificar a quienes habían entrado en contacto con la muerte (Números 19:1-22) y para una madre que dio a luz.

Lo mismo ocurre con todo lo que atrae la atención hacia nuestra materialidad. Esta es, por ejemplo, la razón por la que las personas que sufrían de la enfermedad cutánea llamada tzaraat ("lepra"), o el flujo de sangre menstrual o una descarga de semen, también tenían que someterse a un rito de purificación. Asimismo, un cohen con un defecto físico quedaba descalificado para servir como sacerdote (Levítico 21:16-23) y no podía acercarse al altar para ofrendar los sacrificios (6).

Por lo tanto, la mujer que acababa de dar a luz estaba temeá, no por el pecado de Javá, sino porque el nacimiento, como la muerte, es una señal de mortalidad, que no tenía lugar en el Templo, el espacio establecido para la conciencia de lo eterno y lo espiritual.

Respecto a la ofrenda de ascensión, esto era un recordatorio del sacrificio de Itzjak y del animal que fue sacrificado como ofrenda de ascensión en su lugar (Génesis 22:13).

En otra parte (7) expliqué que el sacrificio de Itzjak tuvo la intención de ser una protesta contra el poder absoluto que los padres tenían sobre sus hijos en el mundo antiguo, la patria potestas, como es llamado en la ley romana. En esencia, el hijo era considerado como la propiedad de sus padres. Un padre tenía absoluto poder legal sobre su hijo, incluso en lo relativo a la vida y la muerte. Esa era una de las razones por las que era tan habitual el sacrificio infantil en el mundo antiguo (8).

La Torá trae un comentario implícito sobre esto en su relato respecto al nombre que recibió el primer niño humano. Javá lo llamó Caín, de la palabra hebrea que significa "propiedad", y dijo: "He adquirido un hijo por medio de Dios" (Génesis 4:1). Trata a tu hijo como una posesión y puedes convertirlo en un asesino, eso es lo que implica el texto.

La narrativa del sacrificio de Itzjak es una declaración para todas las épocas respecto a que los padres no son dueños de sus hijos. Toda la historia del nacimiento de Itzjak señala en esa dirección. Él nació cuando Sará ya estaba en la postmenopausia (Génesis 18:11), incapaz de tener un hijo de forma natural. Itzjak claramente fue un regalo especial de Dios. Como el primer niño judío, él se convirtió en el precedente para las generaciones siguientes. El sacrificio tuvo la intención de establecer que los hijos pertenecen a Dios. Los padres son meramente sus guardianes.

Este fue también el mensaje de la décima plaga en Egipto, en relación al primogénito. Todos los primogénitos debían haber sido sacerdotes al servicio de Dios. Sólo después del pecado del Becerro de Oro, este rol pasó a la tribu de Levi. La misma idea se encuentra detrás del ritual de la redención del primogénito. Janá dedicó a Dios a su hijo, Shmuel, tal como lo hizo la esposa de Manóaj, la madre de Shimshón. Una madre llevaba una ofrenda de ascensión en lugar de su hijo, tal como lo hizo Abraham. De esta manera ella reconocía que no era la dueña de su hijo, sino sólo su guardián. Al llevar la ofrenda era como si ella dijera: "Dios, sé que debo dedicar a este niño completamente a Tu servicio. Por favor, acepta esta ofrenda en su lugar".

Respecto a la ofrenda de pecado, hay un fascinante pasaje rabínico que ayuda a entenderlo. Allí se describe una conversación entre Dios y los ángeles antes de la creación del hombre:

Cuando el Santo, Bendito Sea, fue a crear al hombre, Él creó un grupo de ángeles ministeriales y les preguntó: "¿Están de acuerdo en que creemos al hombre a Nuestra imagen?".

Le respondieron: "Amo del universo, ¿cuáles serán sus actos?"

Dios les mostró la historia de la humanidad.

Los ángeles respondieron: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?" [Que el hombre no sea creado]. Dios destruyó a los ángeles.

Dios creó un segundo grupo de ángeles. Les formuló la misma pregunta y obtuvo la misma respuesta. También los destruyó.

Entonces Dios creó un tercer grupo de ángeles y ellos le respondieron: "Amo del universo, el primer y el segundo grupo de ángeles te dijeron que no crearas al hombre, y no les sirvió de nada. No los escuchaste. Qué podemos decir fuera de esto: El universo te pertenece, Haz lo que desees". Entonces Dios creó al hombre.

Pero luego llegaron la generación del Diluvio y la generación que construyó la Torre de Babel, y los ángeles le dijeron a Dios: "¿Acaso los primeros ángeles no tenían razón? Mira cuán grande es la corrupción de la humanidad".

Y Dios les respondió (Isaías 46:2): "También hasta la vejez no cambiaré e incluso con las canas seguiré siendo paciente" (9).

Los ángeles se opusieron a la creación del hombre porque sabían de antemano que entre todas las formas de vida, sólo los humanos son capaces de pecar y en consecuencia amenazar la obra del Creador. El pasaje implica que Dios sabía que los humanos pecarían y a pesar de eso insistió en crear a la humanidad. Esto puede explicar la ofrenda de pecado que se llevaba cuando nacía un niño.

El niño un día pecaría: "No hay nadie en la tierra que sea justo y sólo haga el bien y nunca peque", dice Eclesiastés (7:20). Por eso la madre llevaba una ofrenda de pecado de antemano para expiar, como si fuera, por cualquier pecado que su hijo pudiera llegar a cometer mientras fuera un niño, como para decir: "Dios, Tú sabías que los humanos pecarían, sin embargo los creaste y les ordenaste traer nuevas vidas al mundo. Por lo tanto, por favor acepta esta ofrenda de pecado de antemano por cualquier mal que pueda llegar a cometer mi hijo".

En la ley judía, los padres son responsables de los pecados que cometen sus hijos. Por eso, cuando un hijo llega a ser bar o bat mitzvá, el padre dice una bendición agradeciéndole a Dios "Por liberarme del castigo que puidiera haber merecido a través de este" (10).

Por lo tanto, los sacrificios que la mujer llevaba al dar a luz un hijo y el período durante el cual no podía entrar al Templo, no tenían nada que ver con algún pecado que ella hubiera podido cometer o con ninguna "impurificación" que ella hubiera podido experimentar. Más bien se trataba de la mortalidad humana básica, junto con la responsabilidad que asume un padre por la conducta de su hijo, y un reconocimiento de que cada nueva vida es un regalo de Dios.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Rabenu Bejaia y Kli Iakar, comentario sobre Levítico 12:6
  2. Nidá 31b, Ibn Ezra, comentario sobre Levítico 12:6
  3. Najmánides, comentario sobre Levítico 12:7
  4. Sforno, comentario sobre Levítico 12:8
  5. Meshej Jojmá, comentario sobre Levítico 12:6
  6. Maimónides hace la interesante observación respecto a que la prohibición de que un sacerdote con un defecto físico sirva en el Templo no tiene nada que ver con la santidad misma, sino que se debe a la percepción popular: "Porque la multitud no estima al hombre por su verdadera forma sino por la perfección de sus miembros físicos y por la belleza de sus prendas, y todos tenían gran reverencia hacia el Templo". La Guía de los Perplejos, III:45
  7. Jonathan Sacks, The Great Partnership: God, Science and the Search for Meaning (London: Hodder, 2011), 177-181
  8. Sobre los sacrificios infantiles, ver "The Death and Resurrection of the Beloved Son: The Transformation of Child Sacrifice in Judaism and Christianity", de Jon D. Levenson (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1995)
  9. Sanedrín 38b
  10. Génesis Rabá 63:10
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