Por qué las personas arrancan los carteles de los israelíes secuestrados

01/11/2023

5 min de lectura

El antisemitismo tiene la fuerza de sobrepasar cualquier norma e impulso decente.

En mi barrio desapareció un gato. Su dueño distribuyó volantes por toda el área, pidiendo a los residentes que tengan los ojos abiertos. "GATO PERDIDO", dice en grandes letras debajo de una foto de Coco, un bello animal con un esponjoso pelaje blanco y ojos azules.

No sé si los carteles van a ayudar a recuperar a COCO. Pero hay algo de lo que estoy seguro: ninguna de las personas que pasó por el barrio arrancó los posters ni los arrojó a la basura. Ni siquiera aquellos a quienes no les gustan los gatos serían tan crueles e insensibles.

Pero desde que los carteles llamando la atención sobre algo mucho más terrible que un gato perdido (el sufrimiento de más de 200 rehenes secuestrados de Israel por Hamás el 7 de octubre), comenzaron a aparecer en postes telefónicos, paredes del metro, cajas de servicios públicos y cercas de ciudades de todo el mundo, un número sorprendente de personas se dedicaron ansiosamente a arrancarlos. Se han filmado a personas destruyendo o desfigurando los carteles en Boston, Londres, Miami, Nueva York, Melbourne, Filadelfia, Richmond, Ann Arbor y Los Ángeles.

Carteles con los rostros de los judíos secuestrados por Hamás pegados sobre una pared de una estación de metro en Nueva York, 14 de octubre.

No hay justificación posible para tal crueldad. El único propósito de los carteles es incrementar la consciencia sobre los civiles israelíes (y otros) que fueron secuestrados por los escuadrones terroristas de Hamás; poner nombres y rostros a los rehenes, todo con un único objetivo: lograr llevarlos de regreso a casa. ¿Cómo puede ser que un proyecto tan sincero y humano desencadene una respuesta tan venenosa?

Los posters fueron la idea de dos artistas israelíes, Nitzan Mintz y Dede Bandaid, que estaban de visita en Nueva York cuando Hamás llevó a cabo su baño de sangre. Con el deseo de ayudar de alguna manera, Nitzan y Dede aprovecharon su experiencia artística para diseñar los llamativos folletos. Cada uno lleva el título "KIDNAPPED-SECUESTRADO" en grandes letras blancas sobre un fondo naranja. Debajo de ese título se encuentra el nombre, edad, nacionalidad y la fotografía de uno de los rehenes, cuyas edades oscilan de 3 meses a 85 años.

Los posters se volvieron virales de la noche a la mañana. En unos pocos días aparecieron por todas partes, un poderoso símbolo de la angustia de Israel y del anhelo desesperado de que los cautivos regresen a casa. Luego vino la reacción. "A las pocas horas o minutos de aparecer", informó el "New York Jewish Week", "muchos ya habían sido arrancados parcialmente de las paredes de la estación del metro, rasgaduras oscurecieron los rostros de las víctimas o los detalles sobre sus vidas, mientras que otros fueron desfigurados con marcadores o rodeados de mensajes tales como "Palestina libre". En un cartel de dos de los rehenes más jóvenes, las gemelas Ema y Yuli Cunio, de 3 años, dibujaron bigotes al estilo Hitler sobre los rostros de las niñas. En otros carteles, escribieron "mentiras" o "actores".

Quienes arrancaron o dañaron los carteles no se avergüenzan en absoluto de hacerlo. Algunos se filmaron a sí mismos atacando los posters y publicaron el video en Internet. Otros, cuando les preguntaron por qué rompían fotos de los rehenes civiles, gritaron "genocidio", declararon su apoyo a "los civiles palestinos", argumentaron que los posters contenían "información incorrecta", o simplemente maldijeron a la persona que los estaba filmando.

El propósito de los posters era enfatizar la humanidad de los rehenes inocentes tomados por Hamás. Lo que lleva a la gente a arrancar los carteles es una necesidad patológica de negar la humanidad de esos judíos secuestrados.

El conflicto israelí-palestino es intensamente controversial y genera grandes emociones en ambas partes. Pero estos asaltos a los posters de "secuestrados" no tienen nada que ver con los méritos de la disputa. El único propósito de los posters era enfatizar la humanidad de los rehenes inocentes tomados por Hamás (muchos de los cuales, casualmente, eran activistas por la paz, profundamente comprometidos a la coexistencia árabe-israelí). Lo que lleva a la gente a arrancar los carteles es una necesidad patológica de negar la humanidad de esos judíos secuestrados.

Un principio fundamental de los antisemitas en todo tiempo y lugar es que los judíos no son plenamente humanos y que nunca son inocentes. Hace mil años, los judíos fueron masacrados por los cruzados por ser satánicos asesinos de Cristo que consumían sangre de niños. Hace un siglo, Hitler predicó que eran subhumanos que contaminaban la pureza racial de la Europa aria. Hoy, el estado judío es acusado de cometer los crímenes demoníacos de genocidio y apartheid. El veneno nunca cambia, sólo cambia el envase en el que viene.

Los carteles dejan absolutamente claro que en la guerra entre el barbarismo y la civilización, entre opresores y oprimidos, los judíos son quienes están bajo ataque.

Los carteles de "secuestrado" son intolerables para quienes odian porque desafían con urgencia el paradigma antisemita. Ellos dejan absolutamente claro que en la guerra entre el barbarismo y la civilización, entre opresores y oprimidos, los judíos son quienes están bajo ataque. Eso enfurece a aquellos cuya perspectiva de vida gira alrededor de la certeza de que Israel y quienes la apoyan son los victimarios. La expresión de simpatía hacia los judíos secuestrados por terroristas palestinos, y la fuerza moral de esa simpatía, para ellos es un anatema.

Esto también explica por qué las atrocidades cometidas el 7 de octubre desencadenaron de inmediato tantas vehementes manifestaciones públicas en apoyo a los palestinos. Precisamente porque la masacre y los secuestros fueron tan indescriptiblemente horribles, era necesario reforzar la narrativa del villano judío. En ocasiones, las denuncias contra Israel dieron lugar a un antisemitismo manifiesto. En una manifestación pro-palestina en Sídney, un coro de voces gritó: "¡Gas a los judíos! ¡Que se jodan los judíos!". Otros expresaron su odio regocijándose por la matanza de israelíes. Por ejemplo, un profesor de Cornell dijo ante una multitud que estaba "entusiasmado" por lo que Hamás había hecho.

Un principio básico del antisemitismo en todo tiempo y lugar es que los judíos no son completamente humanos y que nunca son inocentes.

Después del tiroteo masivo la semana pasada en el que muieron por lo menos 18 personas y que convulsionó a Lewiston, Maine, el miércoles, parientes y amigos afligidos mostraron fotografías de sus seres queridos. Esta es una forma de reforzar la humanidad de las víctimas y evocar compasión de los transeúntes. Al ver esa exhibición, ¿quién la destruiría o la vandalizaría? Algunas normas están tan arraigadas que son casi inviolables. Cuando alguien publica la imagen de un niño desaparecido o asesinado, ninguna persona decente la arranca.

Pero el antisemitismo tiene la fuerza de anular toda norma e impulso decente.

La semana pasada en Reddit, un comentarista explicó que al encontrarse con un cartel que decía "SECUESTRADO" no sintió empatía con el rehén sino "exactamente lo contrario". Escribió que se sintió lleno de "ira candente" y decidió que "lo único que puedo hacer es destrozarlo, hacerlo trizas".

Los carteles vandalizados son una indicación más del incremento del antisemitismo en Occidente. Se está generando una "ira candente". Por mi parte, no puedo librarme de la convicción de que los judíos nos encontramos en mayor peligro de lo que hemos estado en décadas, y no sólo en el sur de Israel.


Esta editorial apareció originalmente en el "Boston Globe".

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